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Tercera cita basada en echos reales

Vamos a sumergirnos en esa tercera cita entre Emma y Mica. Él llega sin saber qué esperar… y se encuentra con una escena que lo desarma.

Basados en echos reales ( yo fui la mica de
esta historia)

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Título: Tercera Cita

Tocó timbre, esperando con el corazón latiendo fuerte pero sin razón aparente. Era la tercera vez que salía con Mica y esta vez ella había tomado la iniciativa. “Venite a casa”, le había escrito por WhatsApp. Sin emojis, sin aclaraciones. Solo eso. Lo suficiente como para que toda su imaginación empezara a correr.

La puerta se abrió y ahí estaba ella.

Descalza. Jean ajustado. Sin remera. El cabello desordenado cayéndole sobre los hombros. La luz suave del cuarto marcaba su silueta con un tono casi cinematográfico. Se cubría con el brazo, pero no por vergüenza: por picardía. Jugaba con el límite justo entre la insinuación y el descaro. Sus ojos claros lo atravesaron sin necesidad de decir una sola palabra.

Emma se quedó congelado un segundo. El aire se le fue al pecho como si alguien le hubiera dado un golpe seco. No esperaba eso. No así. No tan cruda, tan real, tan magnética.

—¿Te vas a quedar ahí mirándome o vas a pasar? —le dijo Mica con una sonrisa apenas ladeada, esa que tiene algo de loba y algo de niña.

Él entró.

Ella se sentó en la cama, con las piernas dobladas sobre sí misma, mirándolo como si supiera exactamente el efecto que estaba teniendo sobre él. Emma se acercó despacio, midiendo cada paso como si estuviera en terreno sagrado. No quería romper el hechizo.

—Mica… —dijo con voz grave—. ¿Estás segura?

Ella no respondió con palabras. Levantó la mirada, se corrió un mechón del rostro y dejó que el brazo que cubría su pecho resbalara apenas, lo justo. Lo suficiente.

La habitación se llenó de electricidad. No de apuro. De deseo contenido. De esos silencios que gritan más que cualquier gemido.

Emma se sentó junto a ella. La tocó por primera vez con la yema de los dedos sobre la rodilla. Un roce apenas. Ella no se apartó. Todo lo contrario: giró el rostro, buscó su boca y lo besó como si ese momento lo hubiera esperado desde hacía semanas.

Y a partir de ahí, se desató todo.

Las caricias dejaron de ser tímidas. La piel encontró piel. Las manos exploraron, sin pedir permiso. Las respiraciones se mezclaron. El cuerpo de Mica era una invitación abierta, honesta, salvaje. Emma se dejó llevar, perdido entre la suavidad de su cuello y el calor que nacía entre sus caderas.

Era la tercera cita. Pero se sintió como la primera vez que algo era de verdad.


El beso subió de temperatura como una chispa que prende una mecha. Mica se aferró a su nuca, tirando de él con fuerza. Emma la sintió abrirse, rendirse sin miedo. Y eso lo encendió todavía más.

Su mano descendió por el costado de su cuerpo, rozando la piel suave de su cintura, sintiendo el temblor leve bajo sus dedos. Desabrochó el botón del jean con una lentitud casi cruel, sin apartar la mirada de esos ojos que ahora lo miraban hambrientos. Ella lo ayudó, levantando las caderas para facilitarle todo. Emma deslizó el pantalón por sus piernas mientras ella se mordía el labio inferior.

Estaba hermosa. Desnuda casi por completo. Vulnerable y poderosa a la vez. Él se quitó la remera, la dejó caer al piso y volvió a besarla, esta vez bajando por su cuello, su clavícula, el centro de su pecho. Mica jadeó, sus dedos se hundieron en el cabello de él, guiándolo, apretando cada vez que su boca encontraba un lugar sensible.

Emma bajó más, entre besos y mordidas suaves. Cuando llegó a su entrepierna, la vio ya completamente húmeda, deseándolo. La mirada de ella lo decía todo: hacelo ya.

No dudó. Abrió sus piernas con firmeza y se hundió entre ellas con la boca. Su lengua empezó a moverse despacio al principio, saboreándola, sintiendo cada reacción de su cuerpo. Mica se arqueó, soltó un gemido ronco, se aferró a las sábanas. Él la devoró con hambre, con placer, con entrega. Cada gemido de ella era una señal, un premio, un fuego que lo volvía loco.

—No pares… —susurró entre jadeos, con los ojos cerrados y la boca entreabierta—. Así, Emma… seguí…

Y él obedeció. Subió el ritmo, jugó con sus dedos mientras su lengua no se detenía. Mica se estremecía, los muslos le temblaban, la respiración se volvía salvaje. Hasta que su cuerpo entero se sacudió en un orgasmo explosivo, mojado, ruidoso, visceral.

Pero no había terminado.

Emma subió sobre ella, con el pecho agitado y la erección marcándose bajo el pantalón. Mica lo miró, se sentó sobre él y le desabrochó el cierre. Lo liberó con la misma ansiedad con la que lo había deseado todo el día. Él gimió al sentir su mano acariciarlo, caliente y húmeda.

—Te quiero sentir —dijo ella, sin rodeos.

Se colocó encima, sin esperar. Bajó sobre él con un solo movimiento, profundo, lento, perfecto. Los dos soltaron un gemido al unísono. Se quedaron unos segundos así, temblando, sintiéndose adentro, hasta que Mica empezó a moverse. Despacio al principio, como bailando sobre él, y después con más fuerza, más ritmo, como si quisiera romperse en su cuerpo.

Emma la sostuvo por las caderas, la empujó más profundo, la acompañó en cada vaivén. El sonido de sus cuerpos chocando, los gemidos, las respiraciones, todo era música sucia y real. Mica se inclinó hacia él, lo besó con furia, y entre susurros le dijo al oído:

—Me encantás, hijo de puta…

Él sonrió, la dio vuelta con fuerza y la tomó desde atrás, con las manos aferradas a su cintura, embistiéndola con todo lo que tenía. Mica gritó, arqueó la espalda y se entregó completamente. Ya no había ternura. Había deseo puro, necesidad, locura.

Hasta que Emma no aguantó más. Su cuerpo se tensó, se vino dentro de ella con un gemido largo, lleno de placer y liberación. Y Mica, aún con los labios entreabiertos, sintió el calor recorrerla por dentro. Sonrió.

Y se dejó caer a su lado, respirando como si hubiera corrido una maratón.

Silencio. Sólo el sonido de sus corazones desbocados.

—Definitivamente —dijo Mica, girándose hacia él con una sonrisa de medio lado—, esta fue mi mejor tercera cita.

Tercera cita basada en echos reales

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