Decidimos hacer aquel viaje en un momento bastante bueno en nuestra pareja, fuimos a la costa con nuestros hijos y mi suegra quien hacía de abuela y niñera a la vez. Elegimos ir a Miami, ya que por el trabajo de mi esposo, teníamos la facilidad de pasar a EU, así que nos fuimos para allá.
Elegimos un hotel cerca de la playa, con habitaciones amplias y cómodas para todos. Lo primero que hicimos fue acomodarnos, luego fuimos a dar un paseo por el lugar, en particular la playa. En el hall de entrada nos cruzamos con un hombre moreno de ojos verdes increíble, calvo, alto, no muy musculoso pero si pura fibra, elegante, con una sonrisa impecable, gestos viriles con esas manos con dedos largos y finos, con fuerte acento extranjero; incluso mayor que el nuestro.
Caminamos los cinco por la playa, fuimos a comer algo, retornamos al hotel por la tarde, volvimos a salir, cenamos por ahí y una vez más regresamos a nuestra habitación.
En la madrugada me desperté, mi marido dormía abrazado a mi apoyando su sexo en mis nalgas; lentamente me fui dando vuelta, el ronroneo algo y acaricio una de mis tetas.
Me predispuse a una sesión de sexo, una de mis manos se hundió por debajo del elástico de su bóxer para encontrar una flacidez desconcertante. En tanto acariciaba su sexo busque su boca, nos besamos aunque no sentí en el esa pasión de siempre. Su mano se perdió entre mis piernas, y como me gusta a mi, comenzó a acariciarme mi clítoris por encima de mi tanga.
En silencio comenzó a chupar mis tetas, en tanto sus dedos continuaban masajeando mi botoncito secreto; podía sentir como me iba mojando en tanto el no cambiaba de estado a pesar de la insistencia de mis dedos. Sin destaparnos me hundí bajo las sábanas y de esa forma me lleve su flácida verga a la boca; chupe, lengüetee, masajee y nada, muerte total. Le pregunté que le pasaba, nada dijo, tal vez el lugar, la presencia de los chicos tan cerca, su madre del otro lado, en fin, juró querer pero no podía. Insistió con sus dedos un rato más pero a mí no me interesaba, pronto volvimos a adoptar la misma posición inicial y nos dormimos.
El atardecer del otro día nos sorprendió en la playa, los chicos jugaban en la arena haciendo castillitos y la abuela los contemplaba a unos metros, sentada, mirando más hacia el mar que a los nietos. Aprovechando la excepcional calma mi esposo y yo nos pusimos a caminar por la playa como si fuera una publicidad turística; el mar traía sus olas con lo cual sus brumas tapaban nuestros pies antes de retirarse.
Comenzamos esa caminata cada uno por su lado, luego nos tomamos de las manos y al fin caminábamos abrazados. El viento era suave, poca gente se veía por ahí, faltaban un par de horas para que el Sol se ocultara; vimos unas rocas y hasta allá fuimos para sentarnos. Mi marido se sentó en una piedra redonda, hizo que yo me sentara entre sus piernas y así, sin decirnos nada, nos quedamos contemplando el mar. Al rato sentí un suave beso suyo en mi cuello, después un tenue mordisco en mi nuca, cuando mordisqueaba una de mis orejas hundió su mano por debajo del pantalón del jogging que yo llevaba puesto esa vez, me acaricio entre las piernas por encima de mis calzones, luego su mano se metió debajo de este y así pude sentir sus dedos tocarme entre mis labios vaginales.
Su otra mano fue por mis pezones, en tanto nos besábamos por encima de mis hombros. Sentados en las piedras podíamos pasar desapercibidos para todos los que estábamos ahí, de hecho mi marido se corrió un poco más abajo con lo cual yo apoye mi culo en su erección que pronto libero y sin que cambiáramos de posición comencé a masturbar. Sus dedos se movían en pequeños círculos en mi clítoris en tanto me pellizcaba suavemente mis pezones y mordía mi cuello o susurraba palabras que tanto me excitaban.
Con la intención de hacer las cosas más fáciles para ambos mis manos bajaron mi pantalón y los calzones un poco más arriba de mis rodillas, la briza húmeda del mar me acariciaba, junto con los dedos de mi marido, mi desnudez. En un momento no di más, me levante apenas buscando calzarme su sexo ardiente en el mío ya humedecido; arquee la cintura, sentí su glande juguetear entre mi ano y la vagina pero cuando comenzaba a penetrarme mi marido creyó escuchar voces con lo cual, en un movimiento levantó mi ropa e hizo que me sentara vestida sobre su erección a fin de cubrírsela por si algún intruso aparecía. Pero nada, solo nosotros, el viento y el paisaje del mar aquella tarde en Miami; sentía la humedad de mis piernas, las palpitaciones de mi intimidad, cierto sofocón en mi estómago y sin embargo el me propuso, lo más suelto, que volviéramos donde estaban los chicos y mi suegra, pues, se hacía tarde.
Mi humor, como es de suponer, se iba volviendo tormentoso.
Esa noche cenamos en el mismo hotel y nos fuimos a dormir temprano ya que mi marido hizo planes de ir con los chicos a pescar mar adentro con uno de los pescadores de la zona que conocimos aquella misma tarde. Por su respiración supe que dormía profundamente, sin moverme demasiado comencé a tocarme con mis dedos, friccionaba con ahincó evitando que se me escapara algún quejido y para eso mordía la misma almohada, una rica sensación comenzó a recorrerme la espalda y cuando estaba a punto de explotar… la voz del más chico de mis hijos, llorisqueando, se escuchó a centímetros de mi cara anunciándome sus deseos de orinar en tanto me pedía que lo acompañara.



Pobre, con él, que no entendería nunca, me desquite de mi tercera frustración; de malas ganas me levante para llevarlo al baño.
Nos levantamos temprano, por turnos nos duchamos y fuimos por el desayuno que servían en el hotel y era muy bueno. Elegimos una mesa cercanas a las ventanas, primero fueron mi esposo, los chicos y mi suegra hasta la mesa americana donde se sirvieron a gusto todos los manjares que allí se ofrecían, cuando fui yo coincidió que el mulato de ojos verdes entraba en la confitería acompañado por otras dos personas también elegantes como él. En ese mismo momento nuestras miradas coincidieron, el me sonrió y yo tuve la intención de devolvérsela pero me pareció inoportuno.
Aquel jueves era un día bárbaro, un soleado otoñal bellísimo, los niños y el padre se fueron felices ante la inminente aventura en el mar. Mi suegra prefirió quedarse en el hotel y descansar, en cambio yo pensé en ir a dar una vuelta por los negocios del centro y para eso llevaba un vestido pequeño delgadito muy lindo y escotado .

Caminaba de lo más suelta cuando una voz ronca con aire caribeño sonó muy cerca de mi oído, me di vuelta y ahí estaba el mulato, que supe luego en realidad era colombiano, de ojos verdes con una sonrisa fantástica. Como un verdadero caballero me saludo, enseguida entablamos una conversación y pronto nos encaminamos a un bar sabiendo que nadie en esa hermosa ciudad costera me reconocería en falta. El bar elegido no era muy elegante pero en exceso discreto, por la hora del día y la altura de la semana pocos parroquianos constituían sus clientes; entramos, sin que me dijera nada encaramos hacia las mesas del fondo.
Las mesas, redondas, estaban enmanteladas hasta el suelo y rodeados de cuatro sillas; sin que me lo indicaran me senté mirando hacia la puerta pero detrás de la mesa, en tanto que el colombiano lo hizo a la par mía. El mozo vino, levanto nuestro pedido, en tanto nosotros hablábamos de las razones por la cuales estábamos en aquella ciudad; por supuesto no le creí su discurso empresarial. Cuando el mozo regreso nosotros ya manteníamos una animada conversación, luego el hombre se fue y no volvió para nada.
Yo tenía cruzada mi pierna, en un momento como sin querer puso su mano sobre mi rodilla en tanto no dejaba de hablar. Continuábamos hablando y su mano no solo seguía ahí sino también que de a ratos hacia cortos movimientos como si me masajeara pero con suavidad. La mano del colombiano comenzó, muy decidido, a subir el vestido se iba corriendo hacia arriba en tanto el no dejaba de hablarme.
Me sentía incomoda, es verdad, y aun así no hacía nada por evitar que esa mano llegara hasta mi ingles que fue cuando solté un suspiro mojándome ahí mismo, cosa que el mulato colombiano descubrió enseguida.

Si alguien nos hubiera prestado atención no podría haber notado nada raro, pues el hablaba y yo sonreía en tanto soltaba algunos suspiros. Su mano se acomodó mejor entre mis piernas y ahí mismo comenzó a tocar mi clítoris por encima de mi tanga.
Me excitaba a mas no poder, exhibiéndome de esa manera. Acerco un poco su silla, sus dedos una vez más fueron a hundirse entre mis piernas y otra vez comenzó con ese toqueteo certero que iba despertando en mi un deseo postergado. Sin que me lo indicara me senté en el borde mismo de la silla reclinándome sobre el respaldar, apenas toco mi pierna supe que quería que una de ellas la cruzara sobre la suya quedando con las mías bien separadas, ofreciendo mi sexo mojado tapado por una ya incomoda tanga negra…

Me tenía a su merced, hacía de mi lo que quería pero le faltaba el ultimo envión para mi orgasmo, se dio cuenta de ello y dio un par de manotazos con clara intención de obligarme a sacarme mi ropa interior ahí mismo cosa que ni por asomo quería hacer. Pero bueno…era un hombre de recurso pues de su mano libre apareció una corta pluma, el filo de la navaja rozando mi piel y su movimiento para cortar el elástico de la tanga, me llevo al borde del orgasmo. Pero no pareció conforme con ese corte pues con la ayuda de su mano corto el otro elástico.
De la cintura para abajo desnuda, a la vista de cualquiera que tan solo se hubiera acercado a la mesa en tanto el, con sus hábiles dedos en mi intimidad, me acercaba más y más a ese deseado final; para ello me apoye mejor, con mis manos, en el borde de la silla levantando mi cintura hacia el colombiano que no dejaba de hablarme, como si tal cosa, en tanto me hacia una de esas pajas que cualquiera recordaría como memorables. De haber estado en otro lado lo hubiera dejado que me hiciera terminar pero no aguantaba más, entonces mis dedos se hicieron cargo de la situación en tanto el me acariciaba mis mejillas o bien, disimuladamente, metía sus dedos en mi boca.
Fue una acabada como las de nunca, como consuelo restregaba entre si mis rodillas, suspiraba en silencio, apretaba mis dientes y aun así un hilito de mi voz se me escapaba; apenas si espero que me recuperara para llevarme a un hotel y así someterme a su voluntad.
Después de correrme en la mesa, el mantel estaba mojado de mis juguitos, el piso estaba regado y yo aguantando gemir por la excitación y toda ruborizada por el tremendo orgasmo que me había provocado, nos levantamos de la mesa y el tiró mi tanga al suelo yo intenté levantarla, pero me dijo no, deja que se den cuenta de porque está mojado, nos levantamos y salimos después de pagar la cuenta.
Mientras íbamos a la salida, sentía mis piernas débiles y temblando, me sentía acalorada, ruborizada y excitada, aparte iba sin mi tanga.
Continúa....
Elegimos un hotel cerca de la playa, con habitaciones amplias y cómodas para todos. Lo primero que hicimos fue acomodarnos, luego fuimos a dar un paseo por el lugar, en particular la playa. En el hall de entrada nos cruzamos con un hombre moreno de ojos verdes increíble, calvo, alto, no muy musculoso pero si pura fibra, elegante, con una sonrisa impecable, gestos viriles con esas manos con dedos largos y finos, con fuerte acento extranjero; incluso mayor que el nuestro.
Caminamos los cinco por la playa, fuimos a comer algo, retornamos al hotel por la tarde, volvimos a salir, cenamos por ahí y una vez más regresamos a nuestra habitación.
En la madrugada me desperté, mi marido dormía abrazado a mi apoyando su sexo en mis nalgas; lentamente me fui dando vuelta, el ronroneo algo y acaricio una de mis tetas.
Me predispuse a una sesión de sexo, una de mis manos se hundió por debajo del elástico de su bóxer para encontrar una flacidez desconcertante. En tanto acariciaba su sexo busque su boca, nos besamos aunque no sentí en el esa pasión de siempre. Su mano se perdió entre mis piernas, y como me gusta a mi, comenzó a acariciarme mi clítoris por encima de mi tanga.
En silencio comenzó a chupar mis tetas, en tanto sus dedos continuaban masajeando mi botoncito secreto; podía sentir como me iba mojando en tanto el no cambiaba de estado a pesar de la insistencia de mis dedos. Sin destaparnos me hundí bajo las sábanas y de esa forma me lleve su flácida verga a la boca; chupe, lengüetee, masajee y nada, muerte total. Le pregunté que le pasaba, nada dijo, tal vez el lugar, la presencia de los chicos tan cerca, su madre del otro lado, en fin, juró querer pero no podía. Insistió con sus dedos un rato más pero a mí no me interesaba, pronto volvimos a adoptar la misma posición inicial y nos dormimos.
El atardecer del otro día nos sorprendió en la playa, los chicos jugaban en la arena haciendo castillitos y la abuela los contemplaba a unos metros, sentada, mirando más hacia el mar que a los nietos. Aprovechando la excepcional calma mi esposo y yo nos pusimos a caminar por la playa como si fuera una publicidad turística; el mar traía sus olas con lo cual sus brumas tapaban nuestros pies antes de retirarse.
Comenzamos esa caminata cada uno por su lado, luego nos tomamos de las manos y al fin caminábamos abrazados. El viento era suave, poca gente se veía por ahí, faltaban un par de horas para que el Sol se ocultara; vimos unas rocas y hasta allá fuimos para sentarnos. Mi marido se sentó en una piedra redonda, hizo que yo me sentara entre sus piernas y así, sin decirnos nada, nos quedamos contemplando el mar. Al rato sentí un suave beso suyo en mi cuello, después un tenue mordisco en mi nuca, cuando mordisqueaba una de mis orejas hundió su mano por debajo del pantalón del jogging que yo llevaba puesto esa vez, me acaricio entre las piernas por encima de mis calzones, luego su mano se metió debajo de este y así pude sentir sus dedos tocarme entre mis labios vaginales.
Su otra mano fue por mis pezones, en tanto nos besábamos por encima de mis hombros. Sentados en las piedras podíamos pasar desapercibidos para todos los que estábamos ahí, de hecho mi marido se corrió un poco más abajo con lo cual yo apoye mi culo en su erección que pronto libero y sin que cambiáramos de posición comencé a masturbar. Sus dedos se movían en pequeños círculos en mi clítoris en tanto me pellizcaba suavemente mis pezones y mordía mi cuello o susurraba palabras que tanto me excitaban.
Con la intención de hacer las cosas más fáciles para ambos mis manos bajaron mi pantalón y los calzones un poco más arriba de mis rodillas, la briza húmeda del mar me acariciaba, junto con los dedos de mi marido, mi desnudez. En un momento no di más, me levante apenas buscando calzarme su sexo ardiente en el mío ya humedecido; arquee la cintura, sentí su glande juguetear entre mi ano y la vagina pero cuando comenzaba a penetrarme mi marido creyó escuchar voces con lo cual, en un movimiento levantó mi ropa e hizo que me sentara vestida sobre su erección a fin de cubrírsela por si algún intruso aparecía. Pero nada, solo nosotros, el viento y el paisaje del mar aquella tarde en Miami; sentía la humedad de mis piernas, las palpitaciones de mi intimidad, cierto sofocón en mi estómago y sin embargo el me propuso, lo más suelto, que volviéramos donde estaban los chicos y mi suegra, pues, se hacía tarde.
Mi humor, como es de suponer, se iba volviendo tormentoso.
Esa noche cenamos en el mismo hotel y nos fuimos a dormir temprano ya que mi marido hizo planes de ir con los chicos a pescar mar adentro con uno de los pescadores de la zona que conocimos aquella misma tarde. Por su respiración supe que dormía profundamente, sin moverme demasiado comencé a tocarme con mis dedos, friccionaba con ahincó evitando que se me escapara algún quejido y para eso mordía la misma almohada, una rica sensación comenzó a recorrerme la espalda y cuando estaba a punto de explotar… la voz del más chico de mis hijos, llorisqueando, se escuchó a centímetros de mi cara anunciándome sus deseos de orinar en tanto me pedía que lo acompañara.



Pobre, con él, que no entendería nunca, me desquite de mi tercera frustración; de malas ganas me levante para llevarlo al baño.
Nos levantamos temprano, por turnos nos duchamos y fuimos por el desayuno que servían en el hotel y era muy bueno. Elegimos una mesa cercanas a las ventanas, primero fueron mi esposo, los chicos y mi suegra hasta la mesa americana donde se sirvieron a gusto todos los manjares que allí se ofrecían, cuando fui yo coincidió que el mulato de ojos verdes entraba en la confitería acompañado por otras dos personas también elegantes como él. En ese mismo momento nuestras miradas coincidieron, el me sonrió y yo tuve la intención de devolvérsela pero me pareció inoportuno.
Aquel jueves era un día bárbaro, un soleado otoñal bellísimo, los niños y el padre se fueron felices ante la inminente aventura en el mar. Mi suegra prefirió quedarse en el hotel y descansar, en cambio yo pensé en ir a dar una vuelta por los negocios del centro y para eso llevaba un vestido pequeño delgadito muy lindo y escotado .

Caminaba de lo más suelta cuando una voz ronca con aire caribeño sonó muy cerca de mi oído, me di vuelta y ahí estaba el mulato, que supe luego en realidad era colombiano, de ojos verdes con una sonrisa fantástica. Como un verdadero caballero me saludo, enseguida entablamos una conversación y pronto nos encaminamos a un bar sabiendo que nadie en esa hermosa ciudad costera me reconocería en falta. El bar elegido no era muy elegante pero en exceso discreto, por la hora del día y la altura de la semana pocos parroquianos constituían sus clientes; entramos, sin que me dijera nada encaramos hacia las mesas del fondo.
Las mesas, redondas, estaban enmanteladas hasta el suelo y rodeados de cuatro sillas; sin que me lo indicaran me senté mirando hacia la puerta pero detrás de la mesa, en tanto que el colombiano lo hizo a la par mía. El mozo vino, levanto nuestro pedido, en tanto nosotros hablábamos de las razones por la cuales estábamos en aquella ciudad; por supuesto no le creí su discurso empresarial. Cuando el mozo regreso nosotros ya manteníamos una animada conversación, luego el hombre se fue y no volvió para nada.
Yo tenía cruzada mi pierna, en un momento como sin querer puso su mano sobre mi rodilla en tanto no dejaba de hablar. Continuábamos hablando y su mano no solo seguía ahí sino también que de a ratos hacia cortos movimientos como si me masajeara pero con suavidad. La mano del colombiano comenzó, muy decidido, a subir el vestido se iba corriendo hacia arriba en tanto el no dejaba de hablarme.
Me sentía incomoda, es verdad, y aun así no hacía nada por evitar que esa mano llegara hasta mi ingles que fue cuando solté un suspiro mojándome ahí mismo, cosa que el mulato colombiano descubrió enseguida.

Si alguien nos hubiera prestado atención no podría haber notado nada raro, pues el hablaba y yo sonreía en tanto soltaba algunos suspiros. Su mano se acomodó mejor entre mis piernas y ahí mismo comenzó a tocar mi clítoris por encima de mi tanga.
Me excitaba a mas no poder, exhibiéndome de esa manera. Acerco un poco su silla, sus dedos una vez más fueron a hundirse entre mis piernas y otra vez comenzó con ese toqueteo certero que iba despertando en mi un deseo postergado. Sin que me lo indicara me senté en el borde mismo de la silla reclinándome sobre el respaldar, apenas toco mi pierna supe que quería que una de ellas la cruzara sobre la suya quedando con las mías bien separadas, ofreciendo mi sexo mojado tapado por una ya incomoda tanga negra…

Me tenía a su merced, hacía de mi lo que quería pero le faltaba el ultimo envión para mi orgasmo, se dio cuenta de ello y dio un par de manotazos con clara intención de obligarme a sacarme mi ropa interior ahí mismo cosa que ni por asomo quería hacer. Pero bueno…era un hombre de recurso pues de su mano libre apareció una corta pluma, el filo de la navaja rozando mi piel y su movimiento para cortar el elástico de la tanga, me llevo al borde del orgasmo. Pero no pareció conforme con ese corte pues con la ayuda de su mano corto el otro elástico.
De la cintura para abajo desnuda, a la vista de cualquiera que tan solo se hubiera acercado a la mesa en tanto el, con sus hábiles dedos en mi intimidad, me acercaba más y más a ese deseado final; para ello me apoye mejor, con mis manos, en el borde de la silla levantando mi cintura hacia el colombiano que no dejaba de hablarme, como si tal cosa, en tanto me hacia una de esas pajas que cualquiera recordaría como memorables. De haber estado en otro lado lo hubiera dejado que me hiciera terminar pero no aguantaba más, entonces mis dedos se hicieron cargo de la situación en tanto el me acariciaba mis mejillas o bien, disimuladamente, metía sus dedos en mi boca.
Fue una acabada como las de nunca, como consuelo restregaba entre si mis rodillas, suspiraba en silencio, apretaba mis dientes y aun así un hilito de mi voz se me escapaba; apenas si espero que me recuperara para llevarme a un hotel y así someterme a su voluntad.
Después de correrme en la mesa, el mantel estaba mojado de mis juguitos, el piso estaba regado y yo aguantando gemir por la excitación y toda ruborizada por el tremendo orgasmo que me había provocado, nos levantamos de la mesa y el tiró mi tanga al suelo yo intenté levantarla, pero me dijo no, deja que se den cuenta de porque está mojado, nos levantamos y salimos después de pagar la cuenta.
Mientras íbamos a la salida, sentía mis piernas débiles y temblando, me sentía acalorada, ruborizada y excitada, aparte iba sin mi tanga.
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