Hoy les voy a compartir un relato que me pasó hace unos años, al principio sentía culpa y pena pero me siento más liberada contándoles esto, ya que recordar es volver a vivir, esto pasó cuando por mi trabajo me trasladaron a un pueblo donde conocí la carne 100% de monte jajajajajaja
Me llamo Laura, tengo 32 años y trabajo en la oficina administrativa de una cooperativa agrícola. Hace unos meses me trasladaron a San Miguel del Prado, un pueblo prácticamente vacío rodeado de praderas, establos y pastizales donde pastan vacas y caballos. No conocía a casi nadie, y todo era nuevo para mí, pero había algo en ese despertar del campo que me hacía sentir viva, esta soy yo.

El cambio me favoreció más de lo que esperaba. Después de tantos años en la ciudad, donde el tráfico, el ruido constante y el ritmo acelerado parecían inescapables, este pueblo me dio un respiro. Aquí podía moverme con tranquilidad, escuchar los sonidos de la naturaleza y, por un momento, olvidarme del estrés que dejé atrás.
Mi trabajo es variado. Por las mañanas reviso cuentas, facturas y registros de producción. A media mañana suelo ir al campo con los trabajadores para supervisar la logística: revisar el ganado, controlar la producción de leche, en fin un buen de tareas.
El calor del pueblo es intenso, y la mayor parte del tiempo uso vestidos ligeros y cómodos, casi siempre con sandalias, para poder moverme con facilidad entre la oficina, los establos y los caminos de tierra. Ese estilo de ropa me hace sentir más libre, pero también un poco más expuesta en un lugar donde casi no hay habitantes y cualquier mirada se nota.

Mi rutina personal también cambió radicalmente. Al principio, bañarme era todo un desafío: no había duchas como en la ciudad, así que debía seguir la costumbre de los locales y bañarme en el río cercano. Recuerdo la primera vez que fui: me quedé impresionada. Allí se bañaban sin ropa, desde los niños hasta los ancianos, y nadie parecía sentir vergüenza; era parte de la vida cotidiana del pueblo. Para mí era algo totalmente ajeno, extraño, casi incómodo, pero inevitable si quería integrarme.

Con el tiempo, fui acostumbrándome. Empecé a dejar la ropa de lado poco a poco, eligiendo momentos en que no había nadie cerca, hasta que finalmente podía bañarme completamente desnuda, sintiendo la frescura del río y el sol en la piel sin sentirme observada. Esa libertad me enseñó a disfrutar más de mi cuerpo y a sentirme más en sintonía con el lugar, aunque mi vida en la ciudad quedara muy lejos de esta experiencia.

Pero bañarse en el río no era lo único a lo que tuve que adaptarme. En San Miguel del Prado, aún se mantiene la idea de que ciertas tareas “son de hombres”. Así que tuve que aprender a hacer cosas que aquí eran mal vistas si una mujer las hacía: arreglar cercas, cargar sacos de alimento para el ganado, limpiar establos y hasta reparar algunas herramientas básicas. Al principio me miraban con desaprobación los lugareños, susurrando que “esa mujer quiere hacerlo todo como un hombre”. Me sentí incómoda, pero poco a poco comprendí que no había otra forma: si quería trabajar y vivir aquí, tenía que hacerme cargo de todo, sin esperar ayuda por el simple hecho de ser mujer.
Eso sí, entre las conversaciones con los señores y señoras del pueblo no faltaban comentarios divertidos: “Mija, consíguete un hombre para que no batalles tanto” o “¡Déjate de tanto esfuerzo, que los hombres estamos para eso!”. Yo siempre me reía y bromeaba con ellos, haciéndoles comentarios graciosos o fingiendo ser una mujer súper independiente, aunque en el fondo me divertía seguir su juego y sentirme parte de la comunidad.
Pero lo no sabían es que yo estoy de novia con Andrés, mi pareja desde hace siete años, aunque ahora nos encontramos a la distancia la mayor parte del tiempo porque él se quedó en la ciudad. Al principio recuerdo que cuando le conté no lo tomo del todo bien ya que estaríamos lejos y como dicen amor de lejos es amor de pendejos jJajaja pero al final acepto ya que solo serían 6 meses nada más.
- el decía solo espero que y no te consigas un novio por allá jajajaja (lo decía de broma)
- yo con tono más burlón le decía, si solo que sea con un toro o un burro jajaja ambos reíamos
- el me contestaba, no ya enserio no vallas a probar carne de monte,
- yo no entendí jajajajaja pensaba que hablaba de comida o algo así, solo le decía que rico, de esa es 100 % natural
El me dejó en el aeropuerto despidiéndome diciendo que todo iba a estar bien y seguir todo como antes, peroooo…..
Me llamo Laura, tengo 32 años y trabajo en la oficina administrativa de una cooperativa agrícola. Hace unos meses me trasladaron a San Miguel del Prado, un pueblo prácticamente vacío rodeado de praderas, establos y pastizales donde pastan vacas y caballos. No conocía a casi nadie, y todo era nuevo para mí, pero había algo en ese despertar del campo que me hacía sentir viva, esta soy yo.

El cambio me favoreció más de lo que esperaba. Después de tantos años en la ciudad, donde el tráfico, el ruido constante y el ritmo acelerado parecían inescapables, este pueblo me dio un respiro. Aquí podía moverme con tranquilidad, escuchar los sonidos de la naturaleza y, por un momento, olvidarme del estrés que dejé atrás.
Mi trabajo es variado. Por las mañanas reviso cuentas, facturas y registros de producción. A media mañana suelo ir al campo con los trabajadores para supervisar la logística: revisar el ganado, controlar la producción de leche, en fin un buen de tareas.
El calor del pueblo es intenso, y la mayor parte del tiempo uso vestidos ligeros y cómodos, casi siempre con sandalias, para poder moverme con facilidad entre la oficina, los establos y los caminos de tierra. Ese estilo de ropa me hace sentir más libre, pero también un poco más expuesta en un lugar donde casi no hay habitantes y cualquier mirada se nota.

Mi rutina personal también cambió radicalmente. Al principio, bañarme era todo un desafío: no había duchas como en la ciudad, así que debía seguir la costumbre de los locales y bañarme en el río cercano. Recuerdo la primera vez que fui: me quedé impresionada. Allí se bañaban sin ropa, desde los niños hasta los ancianos, y nadie parecía sentir vergüenza; era parte de la vida cotidiana del pueblo. Para mí era algo totalmente ajeno, extraño, casi incómodo, pero inevitable si quería integrarme.

Con el tiempo, fui acostumbrándome. Empecé a dejar la ropa de lado poco a poco, eligiendo momentos en que no había nadie cerca, hasta que finalmente podía bañarme completamente desnuda, sintiendo la frescura del río y el sol en la piel sin sentirme observada. Esa libertad me enseñó a disfrutar más de mi cuerpo y a sentirme más en sintonía con el lugar, aunque mi vida en la ciudad quedara muy lejos de esta experiencia.

Pero bañarse en el río no era lo único a lo que tuve que adaptarme. En San Miguel del Prado, aún se mantiene la idea de que ciertas tareas “son de hombres”. Así que tuve que aprender a hacer cosas que aquí eran mal vistas si una mujer las hacía: arreglar cercas, cargar sacos de alimento para el ganado, limpiar establos y hasta reparar algunas herramientas básicas. Al principio me miraban con desaprobación los lugareños, susurrando que “esa mujer quiere hacerlo todo como un hombre”. Me sentí incómoda, pero poco a poco comprendí que no había otra forma: si quería trabajar y vivir aquí, tenía que hacerme cargo de todo, sin esperar ayuda por el simple hecho de ser mujer.
Eso sí, entre las conversaciones con los señores y señoras del pueblo no faltaban comentarios divertidos: “Mija, consíguete un hombre para que no batalles tanto” o “¡Déjate de tanto esfuerzo, que los hombres estamos para eso!”. Yo siempre me reía y bromeaba con ellos, haciéndoles comentarios graciosos o fingiendo ser una mujer súper independiente, aunque en el fondo me divertía seguir su juego y sentirme parte de la comunidad.
Pero lo no sabían es que yo estoy de novia con Andrés, mi pareja desde hace siete años, aunque ahora nos encontramos a la distancia la mayor parte del tiempo porque él se quedó en la ciudad. Al principio recuerdo que cuando le conté no lo tomo del todo bien ya que estaríamos lejos y como dicen amor de lejos es amor de pendejos jJajaja pero al final acepto ya que solo serían 6 meses nada más.
- el decía solo espero que y no te consigas un novio por allá jajajaja (lo decía de broma)
- yo con tono más burlón le decía, si solo que sea con un toro o un burro jajaja ambos reíamos
- el me contestaba, no ya enserio no vallas a probar carne de monte,
- yo no entendí jajajajaja pensaba que hablaba de comida o algo así, solo le decía que rico, de esa es 100 % natural
El me dejó en el aeropuerto despidiéndome diciendo que todo iba a estar bien y seguir todo como antes, peroooo…..
1 comentarios - Me detonaron en el pueblo