Había subido una tanda nueva de fotos en blanco y negro. Más íntimas que de costumbre: la luz filtrada por las cortinas, una campera que apenas cubría lo justo, y ese gesto mío que siempre deja más preguntas que respuestas. Como siempre, sin mostrar el rostro.
Entre los comentarios, uno se destacó:
“¿Quién te las saca? Se nota que tu novio es bueno con la cámara.”
Respondí casi sin pensar:
“No es mi novio, es una amiga 😉”
No pasó mucho hasta que me llegó su respuesta. Directo, sin vueltas: quería pagar para vernos en vivo, a las dos, mientras ella me sacaba fotos y videos. Nada de edición, nada de filtros, y por supuesto, sin mostrar mi cara. Solo lo que pasara en ese instante, en directo.
A la noche, salimos a cenar con mi amiga y se lo conté como si fuera una broma. Pero cuando dije cuánto ofrecía, dejó la copa en la mesa y me miró seria.
—¿Y qué tendríamos que hacer? —preguntó.
—Lo mismo que siempre… pero con él mirando —contesté.
Pusimos reglas claras: nada explícito, nada que nos incomodara. Pero sí dejar que él sintiera que se colaba en nuestra complicidad.
El domingo a la tarde, preparé todo: cortinas semiabiertas, luz entrando en líneas sobre el piso, ropa “tirada” estratégicamente. Ella llegó con un vestido liviano, con ese aire de “hoy vamos a divertirnos”.
A la hora acordada, él se conectó. No hubo saludo. Yo empecé a probarme distintas prendas, y ella iba disparando las fotos. Siempre cuidando el ángulo para que mi cara quedara fuera de cuadro. Cuando un hombro quedaba descubierto, se acercaba y me lo acomodaba… y en cada movimiento, se aseguraba de tapar también los tatuajes que podrían identificarme.
A los pocos minutos, el primer mensaje en el chat: un pago extra. “Que ella te escriba las iniciales de tu perfil en el culo”. Nos miramos y ella sonrió con malicia. Fui por un marcador fino, negro.
Me pidió que me pusiera de costado, apoyando una rodilla en la cama, y me corrió suavemente la tela para dejar una nalga al descubierto. La punta fría del marcador me hizo estremecer. Despacio, dibujó las letras, bien grandes, como si fueran un tatuaje improvisado. Yo sentía cómo su mano me acomodaba, siempre asegurándose de que mis tatuajes reales quedaran cubiertos por la tela o por la posición de mi cuerpo.
Otro mensaje llegó: “Una foto más lenta… después que Xime se tenga la tanga mientras ella repasa las letras”. Ella obedeció, repasando las letras con cuidado mientras yo me quedaba inmóvil, dándole todo el tiempo que quisiera para mirarnos a través de la pantalla.
Los mensajes siguieron, ofreciendo otro pago por cada pedido: que la tela se deslizara un poco más, que ella me acomodara la pierna, que se tomara su tiempo para corregir la posición. Y nosotras lo hicimos, sin apuro, disfrutando el control que teníamos sobre cada segundo.
Cuando terminamos, mi amiga me mostró el total en su teléfono. Sonreí. No era solo el dinero… era esa sensación de haberlo llevado de la mano por un juego que nunca controló del todo.
Esa noche, Alexis me preguntó si había hecho algo especial.
—Nada distinto… —contesté, conteniendo la sonrisa.



Entre los comentarios, uno se destacó:
“¿Quién te las saca? Se nota que tu novio es bueno con la cámara.”
Respondí casi sin pensar:
“No es mi novio, es una amiga 😉”
No pasó mucho hasta que me llegó su respuesta. Directo, sin vueltas: quería pagar para vernos en vivo, a las dos, mientras ella me sacaba fotos y videos. Nada de edición, nada de filtros, y por supuesto, sin mostrar mi cara. Solo lo que pasara en ese instante, en directo.
A la noche, salimos a cenar con mi amiga y se lo conté como si fuera una broma. Pero cuando dije cuánto ofrecía, dejó la copa en la mesa y me miró seria.
—¿Y qué tendríamos que hacer? —preguntó.
—Lo mismo que siempre… pero con él mirando —contesté.
Pusimos reglas claras: nada explícito, nada que nos incomodara. Pero sí dejar que él sintiera que se colaba en nuestra complicidad.
El domingo a la tarde, preparé todo: cortinas semiabiertas, luz entrando en líneas sobre el piso, ropa “tirada” estratégicamente. Ella llegó con un vestido liviano, con ese aire de “hoy vamos a divertirnos”.
A la hora acordada, él se conectó. No hubo saludo. Yo empecé a probarme distintas prendas, y ella iba disparando las fotos. Siempre cuidando el ángulo para que mi cara quedara fuera de cuadro. Cuando un hombro quedaba descubierto, se acercaba y me lo acomodaba… y en cada movimiento, se aseguraba de tapar también los tatuajes que podrían identificarme.
A los pocos minutos, el primer mensaje en el chat: un pago extra. “Que ella te escriba las iniciales de tu perfil en el culo”. Nos miramos y ella sonrió con malicia. Fui por un marcador fino, negro.
Me pidió que me pusiera de costado, apoyando una rodilla en la cama, y me corrió suavemente la tela para dejar una nalga al descubierto. La punta fría del marcador me hizo estremecer. Despacio, dibujó las letras, bien grandes, como si fueran un tatuaje improvisado. Yo sentía cómo su mano me acomodaba, siempre asegurándose de que mis tatuajes reales quedaran cubiertos por la tela o por la posición de mi cuerpo.
Otro mensaje llegó: “Una foto más lenta… después que Xime se tenga la tanga mientras ella repasa las letras”. Ella obedeció, repasando las letras con cuidado mientras yo me quedaba inmóvil, dándole todo el tiempo que quisiera para mirarnos a través de la pantalla.
Los mensajes siguieron, ofreciendo otro pago por cada pedido: que la tela se deslizara un poco más, que ella me acomodara la pierna, que se tomara su tiempo para corregir la posición. Y nosotras lo hicimos, sin apuro, disfrutando el control que teníamos sobre cada segundo.
Cuando terminamos, mi amiga me mostró el total en su teléfono. Sonreí. No era solo el dinero… era esa sensación de haberlo llevado de la mano por un juego que nunca controló del todo.
Esa noche, Alexis me preguntó si había hecho algo especial.
—Nada distinto… —contesté, conteniendo la sonrisa.




3 comentarios - La propuesta para dos
Oye tienes subida alguna foto de tus tetas? Se antoja verlas 😋🔥