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El probador

No siempre es por dinero.
A veces, el pago es otra cosa. Un gesto, un objeto, un deseo satisfecho de forma silenciosa.
Ese día, fue ropa.

La propuesta fue tan simple que me desarmó.
"Quiero regalarte algo. Pero con una condición: tenés que probártelo todo, mostrarme cómo te queda… y dejarme espiar un poquito."

Era directo, pero no invasivo.
Le dije que sí, con mis reglas: lugar público, sin contacto, sin palabras innecesarias.
Un juego limpio.
Acordamos encontrarnos en el shopping, uno muy concurrido, en un horario pico. Nadie sospecharía de dos desconocidos que entran a la misma tienda.

Yo llegué antes.
Vestida como siempre que sé que alguien me va a mirar: elegante, pero con detalles pensados para el juego.
Una falda amplia, fácil de levantar.
Una remera ajustada, sin corpiño.
Perfume tenue. Boca brillante.

Él llegó unos minutos después.
Pasamos al local como si no nos conociéramos.
Caminamos por los percheros en silencio.
Él señalaba prendas con una leve sonrisa, yo las tomaba del gancho y las llevaba al probador.
Nada de ropa interior, claro.
Sólo vestidos, tops, faldas cortas, cosas que dejaran piel visible y la imaginación encendida.

Entré al cubículo con seis prendas.
La cortina se cerró.
Me desvestí lenta, sabiendo que del otro lado él esperaba…
No sólo para ver cómo me quedaban las cosas, sino para ver cómo me las sacaba también.

Cada tanto, abría apenas la cortina.
Un pequeño gesto de complicidad: lo dejaba verme con el vestido puesto. Me daba vuelta. Me lo subía un poco.
Le mostraba la espalda, las piernas, las curvas.
Sus ojos lo decían todo.

Después, volví a cerrarla… y ahí venía lo más interesante.
Sabía que él se iba a acercar. Que iba a buscar el ángulo justo desde el que mirar por debajo.
El probador tenía una pequeña rendija. Un descuido arquitectónico.
Yo me arrodillé frente al espejo y me incliné como quien busca una prenda caída, dejándole ver todo lo que yo quería que viera.

No era sexo.
Era algo más profundo.
Era poder.

Estuve ahí casi veinte minutos.
Me probé todo. Me toqué apenas frente al espejo, sólo un roce.
Sabía que él lo veía.

Cuando salí, dejé las prendas elegidas sobre el mostrador.
Él pagó sin decir nada.
Yo le sonreí suave y me fui con la bolsa en la mano, caminando despacio por el shopping, sintiéndome deseada, mimada, regalada, como una puta con estilo.

No hubo sobre esta vez.
Ni billetes.
Pero me pagó igual.
Y lo disfruté como nunca.
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