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Confesión de una embarazada…

Confesión de una embarazada…

No planeaba nada. Solo iba al súper, como cualquier tarde. Tenía la lista en el celular, el carrito a medio llenar y una sonrisa cansada. Mi panza se notaba —estoy embarazada de cinco meses— y, aunque muchos me miraban con ternura, yo me sentía... distinta. Como encendida por dentro. Tal vez eran las hormonas, tal vez la necesidad de sentirme deseada, viva.
Y ahí lo vi. Él.
Un viejo amigo, de esos con los que una vez... pasó algo. Un beso que nunca debió ser, una noche que no olvidé. Me saludó con esa sonrisa que siempre me desarmó. Y aunque lo vi de lejos primero, mi cuerpo lo sintió antes: se me erizó la piel, me apreté los muslos sin querer, y mi respiración cambió.
—Estás hermosa —me dijo, bajito, cuando se acercó a mí entre las góndolas.
—Estoy enorme... —le respondí riendo, pero él no me soltó la mirada.

No dijo nada más. Solo me miró. Me recorrió con los ojos. Y me hizo sentir... mujer. No madre. No esposa. Mujer.
Seguimos hablando, como si nada. Pero había electricidad en el aire. La forma en que se acercaba más de lo necesario, cómo me rozaba al pasar por detrás, cómo me hablaba al oído como si me recordara desnudándome.
En un pasillo vacío, entre los vinos y las galletitas, me tomó la mano. No lo aparté.
Me la llevó contra él. Y ahí sentí su verga dura. Marcada. Latente. Me estremecí.
—No deberíamos... —dije. Pero mis piernas ya temblaban.

Él lo supo. Me apretó contra una de las estanterías. Nadie nos veía. Y yo... no dije que no.
Su mano entró bajo mi vestido. No llevaba ropa interior. Me había puesto ese vestidito fresco por el calor... y por comodidad. Pero también, en el fondo, porque me gustaba provocarme. Provocar.
Me acarició. Me tocó como nadie me tocaba hace semanas. Mi esposo me ama, claro. Pero no sabe cuánta lujuria me habita desde que quedé embarazada. Estoy sensible. Ardiente. Abierta a todo.
—¿Querés que pare? —me preguntó.
Y yo, con el corazón a mil, le dije lo impensado:
—No pares. No puedo más.

Lo hicimos en el baño de empleados. Sí, ahí mismo. Contra la pared. Yo con la panza redonda, él tomándome con fuerza pero con cuidado. Me hizo acabar tapándome la boca con su mano. Y acabó dentro mío, temblando, como si él también lo hubiese deseado desde hace meses.
Salí del supermercado con el carrito lleno, el cuerpo saciado... y una culpa que no me quitó la sonrisa.
Estoy casada, embarazada, y amo a mi esposo. Pero también soy deseo. Y hoy, el deseo me ganó.

puta

Desde ese día, no dejo de pensar en lo que hicimos. Me cuesta mirarme al espejo sin recordar sus manos, su boca, su verga adentro mío mientras me sostenía con fuerza contra esa pared fría del supermercado.
Y lo peor… o lo mejor… es que no me arrepiento.

Esa noche volví a casa. Mi esposo me abrazó con ternura, me preguntó cómo me había ido, me besó la panza, y se durmió abrazándome como cada noche. Me sentí protegida, amada.
Pero no tocada.
No poseída.

Al otro día, yo lo escribí.
"¿Estás libre hoy?"

Tardó minutos en contestar, pero lo hizo.
"¿Querés volver a verme?"
No respondí con palabras. Solo le mandé la ubicación del motel en la salida de la ciudad.

Fui vestida con el mismo vestido. Sin ropa interior. El embarazo me hacía sentir más salvaje, más libre, más mía. En la habitación, cuando entró, no hablamos. Me desnudó con una ansiedad tan masculina, tan suya… y me besó en lugares que mi marido no toca desde hace meses. No por falta de amor, sino por miedo. Miedo de lastimarme, miedo de no saber cómo.
Pero él no tenía miedo. Me lamió, me abrió, me metió sus dedos y me hizo gritar.
—Estás más caliente que nunca… —me dijo mientras me acariciaba el vientre.
—Estoy insaciable —le confesé, jadeando—. ¿Te asusta?

Él me tomó de espaldas, y mientras me cogía me agarraba las caderas como si fueran suyas. Yo no me contuve: me toqué, me apreté los pechos hinchados, le pedí que no parara, que me llenara otra vez. Y lo hizo. Me acabé llorando de placer.
No sé qué está pasando conmigo. Estoy embarazada, felizmente casada, y más puta que nunca.
No por falta de amor. Sino porque este cuerpo me pide otra cosa. Porque me siento más viva, más poderosa, más mujer que nunca.

Y lo peor... o lo mejor... es que sé que voy a volver a buscarlo.

mujer

Final: La nena nació. Y yo también volví a nacer.
Lo volví a ver. No fue en un motel ni en el supermercado. Fue en mi casa.
Lo invité.
Él dudó. Yo no.

Mi esposo estaba trabajando, la casa en silencio, y mi cuerpo… vivo, hambriento, abierto como nunca.
Me acosté en la cama con ese vestido que ya me quedaba justo. La panza era redonda, hermosa, y yo me sentía diosa, hembra, madre y puta a la vez.
Él entró, me miró como si no pudiera creer que era real.
No hablamos.
Me abrió las piernas, me besó la panza, me adoró.
Me tomó con cuidado, con fuerza, con deseo verdadero.

Me cogió como si me necesitara.
Y yo acabé con lágrimas. Lágrimas de placer, de culpa, de liberación.
Su semen quedó dentro mío.
Otra vez.
Como esa vez en el supermercado.
Como esa vez en el motel.

Y ahora estoy acá.
Con mi nena en brazos.
Nació hace unos días. Chiquita, fuerte, con los ojos tan intensos que me atraviesan.

Mi esposo la mira con ternura.
No sospecha. No tiene por qué.

Ella es nuestra.
Pero también mía.
De él. De los dos. De ninguno.

Es hija de un matrimonio feliz.
Y de una pasión salvaje.
Es hija de un cuerpo que no supo elegir entre el amor y el deseo, porque quiso vivirlo todo.

Yo la amo.
Y ella me enseñó que se puede vivir con secretos, con fuego, con contradicciones.

Yo soy madre. Esposa. Y fui puta. Y estoy viva.

Mi hija vino al mundo…
Y conmigo, nació una mujer nueva.

1 comentarios - Confesión de una embarazada…

Mmextra +1
Guauuu q manera de escribir ✍️