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La hermanita se la chupa al campeón de la casa

Iván no podía dormir. Las sábanas le quemaban la piel, y esa urgencia entre las piernas lo tenía al borde de la locura. Su entrenador le había prohibido tocarse—"La disciplina es clave, Iván. Nada de distracciones"—pero el deseo era más fuerte que cualquier regla.
Con un gruñido, se levantó de la cama y comenzó a hacer flexiones en el suelo de su habitación, esperando que el agotamiento físico ahogara el fuego que lo consumía. Los músculos de sus brazos se tensaban con cada movimiento, el sudor resbalando por su torso definido, pegado a su piel pálida bajo la tenue luz de la lámpara.
Fue entonces cuando la puerta se abrió.
—¿Qué haces? —María, su hermana, estaba en el umbral, observándolo con curiosidad.
Iván se detuvo, respirando agitado, y se incorporó rápidamente, avergonzado. —Entreno… para la competencia —mintió, pasando una mano por su cabello oscuro, peinado hacia atrás.



La hermanita se la chupa al campeón de la casa




María no apartaba la vista de él. Su mirada recorrió su cuerpo empapado, los abdominales marcados, los hombros anchos, la forma en que el short de entrenamiento apenas ocultaba su incomodidad.
—A estas horas… —musitó, mordiendo levemente su labio inferior.
Él tragó saliva. Sabía que no debía mirarla así, pero era imposible ignorar su belleza: ese cabello castaño que caía como seda sobre sus hombros, la curva perfecta de sus caderas, el escote que dejaba entrever el volumen generoso de sus senos.
—No puedo dormir —admitió, la voz más ronca de lo que hubiera querido.
Ella dio un paso adelante, y el aire entre ellos se cargó de algo eléctrico.
—Quizá… —susurró, acercándose más— deberías dejar que te ayude.
El corazón de Iván latió con fuerza. Sabía que esto estaba mal, pero el deseo ya había ganado la batalla.
El sudor aún brillaba en el torso de Iván cuando María cerró la puerta con un suave clic. La habitación quedó en un silencio tenso, solo roto por su respiración agitada.
—No puedo dormir —repitió él, ajustando el short que le quedaba demasiado ajustado en ciertas zonas.
María cruzó los brazos, haciendo que el escote de su camisón se tensara sobre sus senos. —¿Y por qué no haces lo de siempre? —preguntó, con una inocencia calculada—. Ya sabes… liberarte un poco.
Iván enrojeció. —No puedo. El entrenador dijo que… afecta mi rendimiento.
Ella arqueó una ceja, acercándose lentamente. —¿En serio? —Su voz era dulce, pero había algo más ahí, algo que le hacía pulsar las venas con más fuerza—. Porque yo creo que estar así… tenso… es peor para tu condición física.
Él tragó saliva. —¿Y qué quieres que haga?
María se detuvo a solo unos centímetros de él. El calor de su cuerpo, el perfume ligero a vainilla, todo era una distracción peligrosa.
—A ver… —susurró, mordiendo suavemente el labio inferior—. Enséñamelo.
Iván parpadeó, sorprendido. —¿Qué? ¿Para qué?
—Para evaluarte —respondió ella, con una sonrisa pícara—. Soy estudiante de medicina, ¿no? Esto es puro… análisis deportivo.
Él dudó, pero el fuego en su entrepierna ya no daba tregua. —No sé…
—Vamos —insistió María, bajando la mirada deliberadamente—. Si está tan… hinchado, podría afectar tu circulación. Deberías aliviarlo.
Iván respiró hondo. Sabía que esto estaba mal, pero cada palabra de ella lo derretía. —¿Y… cómo? —preguntó, jugando con su propia moral.
Ella sonrió, deslizando una mano sobre su hombro. —Podría guiarte… con fines terapéuticos, claro.
Y así, entre excusas médicas y mentiras deportivas, la tentación venció a la disciplina.
Iván, con las mejillas ardientes y el corazón acelerado, dejó que su short cayera al suelo, revelando su grueso y venoso miembro, ya completamente erecto. María contuvo un gemido al verlo: larguísimo, palpitante, con venas que dibujaban un mapa de deseo bajo su piel.
—Dios mío… —susurró, hipnotizada—. Es enorme…
Iván tragó saliva, avergonzado pero excitado por su reacción. —El entrenador dice que… que así no sirvo para la competencia.
María meneó la cabeza, acercándose con paso lento. —No, Iván… esto es peor —murmuró, fingiendo preocupación—. Tanta tensión acumulada te va a dejar rígido, literalmente. No podrás ni agacharte en el tatami.
Él jadeó cuando ella extendió una mano, deteniéndose a solo centímetros de su calor. —¿Y… qué debo hacer?
—Permíteme ayudarte —respondió ella, con voz seductora—. Es pura fisioterapia… de alto rendimiento.
Antes de que pudiera protestar, sus dedos delicados se cerraron alrededor de su grueso miembro, ajustándose perfectamente. Iván gimió, las piernas temblorosas, mientras ella comenzaba a deslizar su puño con lentitud deliberada.
—Así… —susurró María, observando cómo el semen ya brillaba en su glande—. Tienes que relajarte…
Cada movimiento era una tortura exquisita: su mano subía y bajaba, apretando justo donde él más lo necesitaba, mientras su pulgar jugueteaba con la punta. Iván gruñó, los músculos abdominales contraídos, incapaz de resistir.
—María… —gritó entre dientes—. Voy a…
—Sí… —lo animó ella, acelerando el ritmo—. Suéltalo todo, es por tu salud…
Y entonces, con un gemido ronco, Iván estalló, chorros espesos de semen salpicando su vientre y la mano de María, que no dejó de masturbarlo hasta la última gota.
—Mmm… —murmuró ella, examinando su "trabajo"—. Creo que necesitarás más sesiones…
La noche siguiente, el silencio de la habitación se rompió con un suave golpe en la puerta. Iván apenas tuvo tiempo de sentarse en la cama cuando María entró, vestida solo con una bata de seda que se abría levemente con cada paso.
—Pensé que podríamos continuar tu… tratamiento —dijo, mordiendo suavemente su labio inferior—. Anoche no terminé de evaluar todos tus síntomas.
Iván tragó saliva, sintiendo cómo la sangre ya se acumulaba entre sus piernas. —¿Qué más necesitas revisar?
Ella se acercó, deslizando las manos sobre sus muslos firmes. —Tu resistencia… —susurró—. Anoche fue solo un primer diagnóstico. Pero hoy… —sus dedos rozaron el borde de su boxer, donde su erección palpitaba—. Hoy necesito un estudio más profundo.
Antes de que él pudiera responder, María se hincó frente a él, deslizando su ropa interior hasta liberar su grueso miembro, que saltó contra su vientre.
—Mmm… impresionante —murmuró, admirando cómo las venas latían bajo su piel—. Definitivamente… necesitas liberar presión más seguido.
Y entonces, sin más preámbulos, inclinó la cabeza y envolvió su cabeza con esos labios carnosos y húmedos.
La lengua de María era experta: plana y firme al lamer desde la base hasta la punta, luego en círculos viciosos alrededor del glande, haciendo que Iván gruñera y se arqueara. Pero cuando se lo llevó hasta la garganta, ahogándose apenas un segundo antes de retroceder con un sonido obsceno, él juró que vería estrellas.
—¡Mierda… María! —jadeó, enterrando los dedos en su cabello castaño.
Ella no se detuvo. Una mano enroscada alrededor de su base, bombeando en sincronía con sus embestidas, mientras la otra acariciaba sus huevos con dedos ágiles: al principio suaves, masajeando cada centímetro de piel sensible, luego apretando justo como él lo necesitaba, haciendo que el calor en su vientre se volviera insoportable.
—Así… —lo animó entre trago y trago, saliva brillando en su mentón—. Suéltalo todo… es por tu entrenamiento.
Iván no pudo aguantar más. Con un gemido ronco, explotó en su boca, chorros espesos llenándole la garganta mientras ella bebía cada gota, sin dejar de masajear sus testículos hasta que él se retorció de sensibilidad.
Al final, María se limpió los labios con un dedo, sonriendo satisfecha.
—Mmm… mejor —dijo, parándose—. Pero tu condición es… crónica. —Sus ojos brillaron con malicia—. Volveré mañana. Más temprano.
Y dejó al luchador temblando, preguntándose cuántas "sesiones" más podría soportar antes de perder la cabeza.
El amanecer apenas asomaba cuando la puerta del cuarto de Iván se abrió de nuevo. María entró con paso sigiloso, vestida con un shorts ajustado y un top deportivo que dejaba poco a la imaginación. Su cabello castaño caía suelto sobre los hombros, y sus labios brillaban ligeramente, como si ya estuvieran preparados para la sesión matutina.
—Buenos días, campeón —susurró, cerrando la puerta con cuidado—. Dormiste bien, pero veo que ya tienes otro… problema circulatorio.
Iván, aún adormilado, sintió cómo su cuerpo respondía al instante. El bulto en su boxer era evidente, y María no perdió tiempo en acercarse, deslizando una mano sobre el tejido elástico.
—No podemos arruinar tu rendimiento por esto, ¿verdad? —dijo, mordiendo su labio inferior mientras lo palmeaba suavemente—. Necesitas alivio.
Él intentó protestar, pero las palabras murieron en su garganta cuando ella se arrodilló frente a él y, sin preámbulos, hundió su rostro entre sus muslos.
María era una experta: sus labios se cerraron alrededor de su cabeza, succionando con precisión mientras su lengua jugueteaba con el frenillo. Los sonidos húmedos llenaban la habitación, y cada movimiento de su boca lo llevaba más cerca del borde.
—¡Mierda, María! —gruñó, arqueándose cuando ella se lo tragó completo, su nariz enterrándose en su vello púbico.
Pero esta vez, no iba a conformarse con solo un oral.
—Espera… —dijo ella, separándose con un pop audible—. Creo que hoy necesitamos un… tratamiento más intenso.
—¿Qué? —preguntó Iván, confundido pero hipnotizado por sus dedos, que ahora se deslizaban bajo su ropa interior.
—Tienes demasiada tensión acumulada —explicó, subiéndose a la cama y bajando sus shorts con lentitud—. Y según mis estudios… el coito controlado mejora la resistencia cardiovascular.
Iván casi se atragantó cuando vio que ella no llevaba nada debajo.
—¿Eres… virgen? —preguntó, con voz ronca.
María sonrió, nerviosa pero decidida. —Sí… pero esto es por tu salud.
Antes de que pudiera reaccionar, ella lo guió hacia su entrada, ya empapada. La punta de su miembro rozó su clítoris, haciendo que ella gimiera.
—Despacio… —susurró.
Él obedeció, avanzando centímetro a centímetro, sintiendo cómo su virginidad cedía bajo su empuje. María jadeó, apretando las sábanas, pero no lo detuvo.
—¡Ah…! Duele un poco… —confesó, pero su cuerpo lo traicionaba, envolviéndolo en una humedad ardiente.
Iván no pudo contenerse. Con movimientos lentos al principio, luego más firmes, la embistió contra el colchón, sintiendo cómo se ajustaba perfectamente a él.
—No voy a aguantar… —advirtió, con los músculos tensos.
—Adentro —ordenó ella, clavándole las uñas en la espalda—. Es parte del tratamiento.
Y así fue. Con un rugido ahogado, Iván la llenó, chorro tras chorro de semen espeso derramándose en su interior. María gimió, arqueándose al sentir el calor extendiéndose dentro de ella.
Cuando terminaron, ella se separó con un gemido sensible, su entrepierna brillante con su mezcla.
—Mmm… efectivo —murmuró, limpiándose con los dedos antes de chuparlos—. Pero creo que necesitarás… terapia de mantenimiento.
Iván, todavía jadeando, solo pudo asentir.
María sonrió maliciosamente mientras se vestía.
—Nos vemos… después del entrenamiento.
Y así, el luchador descubrió que su mayor desafío no sería en el tatami, sino resistir las sesiones médicas de su hermana.
Los entrenamientos pasaron a segundo plano. Las medallas, los torneos, los elogios del coach… todo se desvaneció ante la adicción que ahora consumía a Iván. Su hermana María se había convertido en su obsesión, y la casa entera era su campo de batalla privado.
El sofá de la sala aún guardaba la marca de sus cuerpos sudorosos. La cocina tenía rincones donde los gemidos se ahogaban entre besos voraces. Hasta el baño, con la ducha corriendo, era testigo de cómo Iván la levantaba contra la pared, ahogando sus gritos con su boca mientras ella le arañaba la espalda. Dos, tres veces al día… a veces más.
Pero todo exceso tiene su precio.
La casa estaba en silencio. O eso creían ellos.
Iván tenía a María doblada sobre la mesa del comedor, sus caderas chocando contra esas nalgas que ya conocía tan bien, mientras ella ahogaba sus gemidos en el antebrazo. El sudor les brillaba en la piel, mezclándose con el roce ardiente de sus cuerpos.
—Dios… así, hermano… más duro…— jadeó María, arqueándose para empujar su trasero contra él.
Iván no necesitaba que lo animaran. Agarró sus caderas con fuerza, marcándole los dedos en la piel, y aceleró el ritmo. El sonido húmedo de sus encuentros llenaba la habitación, junto con los quejidos entrecortados de ella.
Fue entonces cuando la puerta se abrió.
—¿QUÉ DEMONIOS…?
La voz de su padre retumbó como un trueno.
Iván se congeló, todavía dentro de ella. María gritó y trató de cubrirse, pero era demasiado tarde. Su madre, detrás de su padre, llevaba las manos a la boca, los ojos desorbitados.
—¡¿ESTÁN LOCOS?! —rugió el hombre, avanzando hacia ellos con el rostro descompuesto por la furia.
Iván se separó de un salto, tirando de su short hacia arriba, pero el olor a sexo ya impregnaba el aire. María, temblando, intentó juntar los pedazos de su ropa esparcidos por el suelo.
—Papá, yo…— intentó Iván, pero no había explicación posible.
Su padre lo agarró del cuello con una fuerza que ni el entrenamiento olímpico podía contrarrestar.
—¡ERES UNA DESGRACIA! —le escupió en la cara antes de empujarlo contra la pared.
María lloraba ahora, su cuerpo todavía tembloroso por el placer interrumpido y el terror.
—Mamá, por favor…— suplicó, pero su madre solo apartó la mirada, como si ya no pudiera reconocerla.
El silencio que siguió fue peor que los gritos. Su padre respirando hondo, su madre llorando en silencio… y ellos dos, manchados de sudor, vergüenza y pecado.
—Salgan de esta casa. Ahora.
Las palabras cayeron como un hacha.
Iván miró a María, buscando algo… ¿un plan? ¿un milagro? Pero solo vio el mismo miedo que devoraba su propio corazón.
Afuera, la noche los esperaba… y con ella, un futuro incierto.

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ekissa4767
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