En el viaje de vuelta tuve mucho, pero mucho tiempo para pensar. Unas lindas trece horas me pasé en la ruta. Más que eso, si tomo en cuenta las paradas para comer algo o ir al baño en alguna estación de servicio.
Tenía el ancho entero del país que cruzar, la ruta por delante y unos buenos compilados de metal y hard rock que tenía armados. Y por supuesto, además de mis bolsos, también me estaba trayendo todos mis recuerdos.
Decidí que no me iba a poner triste por dejar de ver a Laura. Creanmé que es más difícil de lo que parece. Pero pensé que iba a ser mejor y más sano, de la misma forma que cuando alguien deja éste mundo, no entristecerse por la partida, sino alegrarse porque pudo pasar, por todo lo que ocurrió. Había cogido como nunca antes, con una mujer alucinante. Yo no era quien para joderle la vida. Mas allá del sexo y de lo que me atraía, Laura era una mina recontra copada y buena. De naturaleza buena. No se merecía quilombos, se merecía soluciones.
Y yo estando ahí en el medio iba a ser un problema, no una solución. Ella necesitaba enmendar de una buena y definitiva vez su matrimonio, o por fin terminarlo. Cualquiera de las dos, pero en sus términos, con sus decisiones y sin distracciones. Laura necesitaba paz e introspección, no guerra y verga. Eso era lo mejor.
Para cuando llegué a la noche a Buenos Aires y luego a mi departamento, ya lo había decidido completamente. Podía haber quedado en contacto con Laura por chat, por supuesto, pero no lo iba a hacer. Le mandé un último mensaje avisándole que había llegado bien, que todo bien el viaje, porque me pidió que lo hiciera para dejarla tranquila. Me agradeció y me mandó un emoji de un beso y un corazón.
Me reintegré al otro día al estudio y la verdad que los chicos lo habían llevado todo bien. No tuvieron grandes problemas, pero tampoco grandes trabajos. Lo que estaba a su alcance, lo solucionaron bien. Y ya estaban ansiosos de que yo estuviera ahí, así se podían tomar ellos unos días también. Se lo recontra merecían.
Me zambullí de nuevo al trabajo, a mi vida cotidiana. Viendo más seguido a Susan, inclusive. Por supuesto que nunca le confesé todo lo de Laura y Mendoza. Para qué? No iba a lograr nada bueno. Pero una parte de mi, pequeña quizás, se sentía culpable. Susan nunca me había hecho nada que ameritara una corneada así, de semejante magnitud, así que pensé que la pobre se merecía más cariño y atención, aunque nunca supiera el por qué.
Laura tampoco me volvió a mandar ningún mensaje o a llamarme. Ni por cosas de la casa en Mendoza, ni por otras. Los primeros días después de mi regreso yo pensaba que quizás ella lo hacía, que ella misma querría no perder el contacto, pero nunca lo hizo. A eso de las dos semanas, ya ni pensaba en eso. Laura habría decidido tomar distancia también, y estaba perfecto. Ya la vería en el futuro, en alguna otra de mis vacaciones que decidiera ir para Mendoza. Pero ese era un problema del Ricky del futuro. El Ricky del presente tenía un trabajo que llevar adelante, una novia que atender y una vida que vivir.
Pero como solía decir Atilio, las cosas y las fotos pasan por algo.
Habían pasado cinco meses, casi seis, desde mi regreso de Mendoza. No me voy a olvidar más ese día, fue un miércoles, feo y lluvioso. Ya se estaba haciendo medio tarde, pero yo seguía con Ana y Manu en el estudio. Eran como las siete de la tarde ya. Yo estaba con un humor bastante de perros. Habíamos estado desde el mediodía con una producción para la presentación de una marca de ropa. Esos trabajos eran los que menos me gustaban, la verdad. Pagaban bien, pero no se trabajaba bien.
Primero que eran varias modelos, lo que significaba un montón de gente en el estudio, entre las modelos, maquilladoras, gente de la marca, representantes… toda una caterva mayoritariamente de pelotudos que no tenían nada que hacer ahí, dando instrucciones como si supieran y parando la producción cada cinco minutos por alguna forrada. Todo se hacía irremediablemente largo. Los chicos y yo estábamos haciendo lo que podíamos, pero era uno de esos días y producciones nefastas en las que todo salía mal y a nadie le gustaba nada. A nosotros nos gustaba por lo general cortar a eso de las cinco de la tarde, pero eran las siete y seguíamos ahí.
Todos estábamos cansados, malhumorados y no se veía que se acercara el final.
En el medio de un stint con una de las modelos (y luego de que yo tuve que pedir silencio casi a gritos un par de veces, lo que me rompía soberanamente las pelotas), el celular me empezó a vibrar en el bolsillo. Lo ignoré y seguí tratando de enfocarme en el laburo, pero el celu no paraba. La puta madre, pensé, encima de todo, ésto. Me lo saqué del bolsillo con toda la intención de apagarlo y quien carajo era que me estaba jodiendo que se fuera a la mierda, pero ahí vi quien era.
Tenía una colección de llamadas perdidas de Laura, en seguidilla, una atrás de la otra. Como siete u ocho. No paraba. Me resultó extrañísimo, pero no tuve mucho tiempo para pensar porque enseguida me empezó a vibrar de nuevo en la mano, era ella de nuevo. Le dije a Ana que tomara la posta detrás de la cámara y me alejé para atender.
La atendí con un tono bajito, una vez que me alejé lo más que pude a un rincón del estudio, “Hola? Lau? Qué hacés como va?”, le dije pero no la escuché contestarme enseguida. Escuché unos tres o cuatro segundos de ruidos raros. Confusos.
“Ricky… ay… Ricky! Por favor… por favor no me cortes!”, escuché la voz de Laura. Estaba agitada, como asustada. Sentía como que no estaba en un lugar, se estaba moviendo. Me alarmó mucho.
“Lau? Me escuchás? No te corto… tranqui… pasa algo?”
“Ricky, qué alivio… ay Dios… por favor ayudame… por favor te pido… no sabía a quién llamar”, la escuche y medio como que empezó a sollozar, mientras la oía que se seguía moviendo.
Yo salí como disparado para afuera del estudio, para tener mejor señal. Jamás había escuchado así de angustiada y asustada a Laura, “No hay drama Lau… pero decime que pasa? Pasó algo? Donde estás?”
“En casa… acá en casa… ay, Dios…”
“Pará, tranquilizate, porfa… decime qué pasó?”, le pregunté.
“Es Ale… no sé, se volvió loco, no sé… la puta madre…”, la sentí ahí que no se pudo controlar más y empezó a sollozar fuerte.
“Que pasó!?”, le levanté la voz, “Calmate Lau, decime qué pasó?”
“Nos peleamos… discutimos feo… muy feo, Ricky. Muy feo… pensé que me iba a pegar, se puso… se puso re mal, horrible…”, me dijo y yo sentí como me empezaba a hervir la sangre. Trataba de escucharla a Laura pero en mi cabeza se estaban desarrollando un montón de imágenes muy feas de lo que podría haber pasado en esa casa.
“Escuchame, estás bien? Te hizo algo?”, le pregunté.
“No… no me hizo nada pero se puso … se puso re violento… yo me encerré en la pieza…lo escuché que se puso a romper cosas… platos, que se yo…”
“Uf… la puta madre…”
“De repente me gritó del otro lado de la puerta… me dijo que le abriera… o si no… se iba a buscar un arma… que me iba a matar…”
“Me estás jodiendo!”, le grité. “Calmate! De dónde la va a sacar?!”
“No… no Ricky, ay Dios… agarró la camioneta, seguro se fue al campo… ahí tienen…”
“Laura! Llamá a la policía ya!”, le grité, “Calmate, poneme en espera y llamá ya a la cana!”
“No van a llegar!”, me chilló desesperada, “Ya va a volver Ale… no van a llegar, si estamos en la loma del orto!”, escuché que se largó a llorar.
Yo no podía ni pensar. Pero me forcé a pensar. Respiré hondo. Me tomé un par de segundos. Que situación de mierda y yo acá a mil kilómetros. Pero no podía darme el lujo de perder el tiempo pensando la mejor solución. Nada más tenía que darle una solución a Lau. Cualquiera. Si era buena, tanto mejor.
“Laura… Laurita… escuchame… escuchame, amor, calmate… respirá. Calmate”, le dije tratando de serenarme yo también.
La escuché que por lo menos lo estaba intentando, pero seguía muy alterada, “Ay… Ricky… Dios, que está pasando…”
“Calmate y escuchame, si? Me escuchás?”, le dije suavemente
“Si… si…”
“Bueno. Escuchame, hacé exactamente lo que te digo, okey? No preguntés y no te colgués. Nada mas necesito que lo hagas, lo podés hacer?”
“Si… dale…. Te escucho… perdoname… por favor, perdoname…”, no sé por qué me estaba pidiendo perdón, pero con los nervios no estaba calculando mucho lo que decía.
“Deja de pedirme perdón no hace falta”, le dije con calma, “Necesito que hagas ésto y escuchame muy bien.”
Yo me estaba haciendo el calmo, haciéndome el que tenía la solución pero en realidad no tenía nada. Solo quería calmarla un poco. Como un flash se me ocurrió decirle que se escondiera en mi casa, pero enseguida me di cuenta que iba a ser imposible. Había dejado todo bien cerrado con llave y naturalmente las tenía yo. Además si le decía que saltara la cerca del jardín y rompiera una ventana o lo que fuera para entrar a mi casa, estaba convencido que Alejandro la buscaría ahí también. Era lo mismo con más pasos.
“Te escucho… te escucho mi amor…”, me dijo Laura con la voz temblorosa. Y ahí, lo juro, al oírla decir eso, esas palabras, como que algo me hizo un clic. Me calmé.
Me calmé y todo de repente tenía sentido. Todo de repente era claridad.
“Lau, estás en tu habitación… aprovechá ahora que podés, agarrate un bolsito y metete algo de ropa y tus cosas.”
“Que? Para qué?”, me dijo.
“No me interrumpas, Lau. Andá haciendo lo que te digo”, le dije suavemente, “Tenés tiempo de sobra. Dale. Andá haciéndolo.”
“Okey…”, me dijo y la escuché que se movía y revolvía cosas.
“Bueno… una vez que lo tenés? Vas a salir de tu casa y por el camino… no para la entrada del barrio, para el otro lado, para el fondo, ubicas?”
“Si…”
“Bueno, para ese lado… tipo a medio kilómetro… mas o menos… está el módulo tres. Andá y tocale el timbre a los del 323. Son Euge y María, yo los conozco, son re buena gente.”
“Okey…”
“Yo cuando me digas que ya saliste de tu casa y estás en camino, los voy llamando y les explico. Les digo que te dejen entrar y que te quedes con ellos, okey? Posta, son re amables, muy copados, te van a ayudar, Lau”, le dije con calma.
“Dale Ricky… gracias mi amor… gracias… perdoname”, dijo pero la frené.
“Después me pedís todo el perdón que quieras, Lau. Ahora enfocate y hacé ésto, si? Yo corto con vos y los llamo a ellos para avisarles. Y te llamo cuando ya estés ahí. Okey, linda?”, le dije.
“Si… si, gracias….”
“Hablamos en quince minutos, pero lo importante es que salgas de ahí y te vayas al 323, si? No hay nada mas importante que eso. Yo ahora corto con vos y los llamo”, le repetía para que le entrara bien en la cabeza, a través de sus nervios.
“Si Ricky, dale.”
No perdí tiempo. Corté inmediatamente y llamé a Eugenio, mi vecino lejano del otro módulo. Por suerte me atendió rápido. Le expliqué lo que estaba pasando y le pedí por favor que la dejara pasar. Euge la verdad que se pasó. No solo entendió todo al toque, sino que me dijo que iba a salir a encontrar a Laura por el camino de ripio, en sentido opuesto. Me pasó con su mujer, María y salió disparado a buscar a Laura, mientras yo le explicaba a ella también todo el asunto.
El corazón no me dejó de latir fuerte en el pecho hasta unos minutos después. No tuve necesidad de cortar con María y llamarla a Laura. Se ve que Eugenio la había encontrado, se la trajo y me pasó con Laura. Me dijo que ya había llegado, que estaba bien. Pobrecita, Lau. Seguía sollozando y nerviosa, pero por lo menos yo sabía que ahí iba a estar segura, contenida y protegida. Era lo único que me importaba.
Cuando se calmó un poco la cosa, todos hablando ahora con el teléfono en altavoz, ni lo dudé. Les pedí por favor a María y Euge que la dejaran pasar la noche ahí, con lo que estuvieron absolutamente de acuerdo. Le dije a Laura que yo ya mismo cortaba acá en el estudio y me iba a Aeroparque a tomarme un vuelo para allá, el que saliera más pronto.
Volví al estudio y pese a las protestas de casi todos, les dije que me había surgido una emergencia y que la producción se cortaba. Que se seguía al día siguiente. Les expliqué un poco a los chicos del estudio, diciéndoles que se encargaran de todo. Como me vieron medio alterado, se dieron cuenta que era serio y nadie chistó.
Un par de horas después ya estaba en aeroparque. Pero, claro, “el vuelo que saliera más pronto” no dependía de mí. Me tuve que fumar unas horas de espera ahí hasta que recién a las seis de la mañana iba a salir uno. No me daba para volver a casa y regresar después a Aeroparque, por lo que decidí esperar ahí y tratar de dormir algo en algún asiento. Obvio que no pegué un ojo.
A las siete y media de la mañana ya había aterrizado en Mendoza y me tomé un taxi hasta el barrio (que me salió un huevo y la mitad del otro, pero no me importaba). Llegué casi a las nueve al barrio y me fui directo a la casa de María y Euge. Por suerte ya todos estaban despiertos cuando toqué el timbre. Los estaba saludando a los dos y a punto de agradecerles todo, cuando la vi aparecer a Laura.
Nos miramos, nuestros ojos se encontraron y… no lo puedo explicar. No puedo, no me lo pidan. La sensación única de alivio y felicidad que sentí al verla bien, ahí. Al verla de nuevo. Única. Inexplicable. Laura me vió y se largó a sollozar. Nos fundimos los dos en un abrazo cálido y enorme, que ninguno de los dos quiso largar. Ella, llorándome en el hombro. Yo, rodeándola con mis brazos, acariciándola, protegiéndola del mundo. Cuidando a la mujer que tanto deseaba.
No, perdón, dejémonos de joder. Ahí, con ella en mis brazos, sintiendo de nuevo el calor de su cuerpo, ahí me tuve que sincerar yo también. Cuidando a la mujer que amaba.
Tomamos un desayuno que, re gentiles, los genios de María y Euge nos hicieron y nos quedamos charlando de todo lo que había pasado. Eugenio me informó que la policía llegó al barrio como a las cuatro de la mañana (mirá si le decía a Laura que los esperara!) y lo encontraron a Alejandro en su casa, con un rifle en la mano y con la casa hecha un desastre, con cosas rotas por todos lados. Se lo llevaron detenido. Le tomaron declaración a Laura y todo eso, pero lo importante era que Alejandro iba a estar un tiempo aunque sea en cana. Le había saltado la térmica pero mal, muy mal.
Durante la mañana, cuando tuve un rato caminé el medio kilómetro hasta mi casa para ver qué onda. Al llegar vi que había un policía custodiando la casa de Ale y Laura, pero yo me hice el boludo y entré a la mía sin decir nada.
Por supuesto que el conchudo de Ale, en algún momento de la noche anterior, me había roto varios vidrios, se había metido en mi casa buscándome a mí, a Laura o a los dos y en el interim me había roto varias cosas también. Pero era lo de menos. Ni me importaba. El poli se vino hasta mi casa y me preguntó que hacía, le dije la verdad. Que yo era el dueño y me habían avisado de todo lo que había pasado, que vine a ver que estaba dañado y eso. Me hizo un par de preguntas más y volvió a su puesto.
Después me la llevé a Laura de vuelta a su casa, para que agarrara algo de sus cosas que le habrían quedado ahí. Para que se armara un bolso o dos. No la quería dejar ahí. Le dije que se viniera conmigo a Buenos Aires. Temporalmente, que se quedara conmigo mientras se solucionaba todo ésto. Que no la quería lejos, en Mendoza, y cerca de Alejandro. Laura aceptó. El genio de Euge nos alcanzó con su auto de vuelta al aeropuerto y directamente me volví con Laura a Buenos Aires. Si la policía de Mendoza quería hablar con ella por algo, que la llamaran. Yo no la iba a dejar sola ahí. Fue mi decisión.
Supe que fue la decisión correcta cuando sentí la cabeza de Laura apoyarse en mi hombro, dormida por fin durante el vuelo. Mi amor no había podido pegar un ojo la noche anterior.
Una vez ya instalada en mi departamento, más tranquila y descansada, Laura me contó todo lo que había pasado. Que desde que yo me había vuelto a Buenos Aires hacía meses, ella se sentía mal todo el tiempo. Una cosa llevó a la otra, el ambiente en su casa estaba cada vez peor, hasta que finalmente estalló y tuvieron la discusión fea y explosiva que ese matrimonio se debía desde hacía rato. Pero fue cuando Laura, ya sin medir sus palabras, le gritó a Alejandro que no quería saber más nada, que estaba enamorada de otro… ahí fue cuando se descajetó todo mal y a Alejandro se le zafó el tornillo final.
Laura nunca le dijo que era yo, pero Alejandro aparentemente tan boludo no era. Podía sumar dos y dos. Prueba de eso fue el desastre que me dejó en mi casa.
No tardamos mucho, Laura y yo, en empezar una relación. Era lo más fácil y lo más obvio del mundo, viviendo juntos en mi departamento. Tuvimos una charla hermosa una noche donde nos dijimos todo. Absolutamente todo. De lo que sentíamos, lo que deseábamos y lo que queríamos hacer. Y todo eso era de a dos. De a nosotros dos.
Cuando yo tuve que hacer lo propio con Susan, la pobrecita no se lo tomó muy bien, le cayó un poco de agua fría, pero tampoco fue que la vi tan entristecida a fin de cuentas. Me dijo que ya notaba que yo estaba distinto por algo y que bueno, ya estaba. Que era una pena. Un caramelito como ella, yo estaba seguro, no iba a tardar en encontrar alguien que la quisiera como yo no lo podía ya hacer.
Porque no voy a hacer mi vida atrás de un caramelito cuando puedo ser el dueño del kiosco entero.
Con Laura, una vez que solucionó todo el embrollo con Alejandro y se terminó de divorciar finalmente, a los pocos meses nos casamos. La diferencia de edad a mi no me importa y menos le importa a ella. Ni lo pensamos. Tenemos cosas más importantes en que pensar. Mas importantes que sentir.

Cosas mucho más importantes. Como que aún el día de hoy no podemos parar de tocarnos, besarnos y amarnos como durante esos primeros días. Cosas como la forma en que se me paran los pelitos de la nuca, aún hoy, cada vez que siento a su cuerpo de hembra madura y hermosa rodearme la pija, que todavía me la pone tan pero tan dura. Como sentirla vibrar cada vez que me vacío dentro de ella.
Si, le robé la mujer a mi vecino. Y lo haría de nuevo las veces que hagan falta.
Tenía el ancho entero del país que cruzar, la ruta por delante y unos buenos compilados de metal y hard rock que tenía armados. Y por supuesto, además de mis bolsos, también me estaba trayendo todos mis recuerdos.
Decidí que no me iba a poner triste por dejar de ver a Laura. Creanmé que es más difícil de lo que parece. Pero pensé que iba a ser mejor y más sano, de la misma forma que cuando alguien deja éste mundo, no entristecerse por la partida, sino alegrarse porque pudo pasar, por todo lo que ocurrió. Había cogido como nunca antes, con una mujer alucinante. Yo no era quien para joderle la vida. Mas allá del sexo y de lo que me atraía, Laura era una mina recontra copada y buena. De naturaleza buena. No se merecía quilombos, se merecía soluciones.
Y yo estando ahí en el medio iba a ser un problema, no una solución. Ella necesitaba enmendar de una buena y definitiva vez su matrimonio, o por fin terminarlo. Cualquiera de las dos, pero en sus términos, con sus decisiones y sin distracciones. Laura necesitaba paz e introspección, no guerra y verga. Eso era lo mejor.
Para cuando llegué a la noche a Buenos Aires y luego a mi departamento, ya lo había decidido completamente. Podía haber quedado en contacto con Laura por chat, por supuesto, pero no lo iba a hacer. Le mandé un último mensaje avisándole que había llegado bien, que todo bien el viaje, porque me pidió que lo hiciera para dejarla tranquila. Me agradeció y me mandó un emoji de un beso y un corazón.
Me reintegré al otro día al estudio y la verdad que los chicos lo habían llevado todo bien. No tuvieron grandes problemas, pero tampoco grandes trabajos. Lo que estaba a su alcance, lo solucionaron bien. Y ya estaban ansiosos de que yo estuviera ahí, así se podían tomar ellos unos días también. Se lo recontra merecían.
Me zambullí de nuevo al trabajo, a mi vida cotidiana. Viendo más seguido a Susan, inclusive. Por supuesto que nunca le confesé todo lo de Laura y Mendoza. Para qué? No iba a lograr nada bueno. Pero una parte de mi, pequeña quizás, se sentía culpable. Susan nunca me había hecho nada que ameritara una corneada así, de semejante magnitud, así que pensé que la pobre se merecía más cariño y atención, aunque nunca supiera el por qué.
Laura tampoco me volvió a mandar ningún mensaje o a llamarme. Ni por cosas de la casa en Mendoza, ni por otras. Los primeros días después de mi regreso yo pensaba que quizás ella lo hacía, que ella misma querría no perder el contacto, pero nunca lo hizo. A eso de las dos semanas, ya ni pensaba en eso. Laura habría decidido tomar distancia también, y estaba perfecto. Ya la vería en el futuro, en alguna otra de mis vacaciones que decidiera ir para Mendoza. Pero ese era un problema del Ricky del futuro. El Ricky del presente tenía un trabajo que llevar adelante, una novia que atender y una vida que vivir.
Pero como solía decir Atilio, las cosas y las fotos pasan por algo.
Habían pasado cinco meses, casi seis, desde mi regreso de Mendoza. No me voy a olvidar más ese día, fue un miércoles, feo y lluvioso. Ya se estaba haciendo medio tarde, pero yo seguía con Ana y Manu en el estudio. Eran como las siete de la tarde ya. Yo estaba con un humor bastante de perros. Habíamos estado desde el mediodía con una producción para la presentación de una marca de ropa. Esos trabajos eran los que menos me gustaban, la verdad. Pagaban bien, pero no se trabajaba bien.
Primero que eran varias modelos, lo que significaba un montón de gente en el estudio, entre las modelos, maquilladoras, gente de la marca, representantes… toda una caterva mayoritariamente de pelotudos que no tenían nada que hacer ahí, dando instrucciones como si supieran y parando la producción cada cinco minutos por alguna forrada. Todo se hacía irremediablemente largo. Los chicos y yo estábamos haciendo lo que podíamos, pero era uno de esos días y producciones nefastas en las que todo salía mal y a nadie le gustaba nada. A nosotros nos gustaba por lo general cortar a eso de las cinco de la tarde, pero eran las siete y seguíamos ahí.
Todos estábamos cansados, malhumorados y no se veía que se acercara el final.
En el medio de un stint con una de las modelos (y luego de que yo tuve que pedir silencio casi a gritos un par de veces, lo que me rompía soberanamente las pelotas), el celular me empezó a vibrar en el bolsillo. Lo ignoré y seguí tratando de enfocarme en el laburo, pero el celu no paraba. La puta madre, pensé, encima de todo, ésto. Me lo saqué del bolsillo con toda la intención de apagarlo y quien carajo era que me estaba jodiendo que se fuera a la mierda, pero ahí vi quien era.
Tenía una colección de llamadas perdidas de Laura, en seguidilla, una atrás de la otra. Como siete u ocho. No paraba. Me resultó extrañísimo, pero no tuve mucho tiempo para pensar porque enseguida me empezó a vibrar de nuevo en la mano, era ella de nuevo. Le dije a Ana que tomara la posta detrás de la cámara y me alejé para atender.
La atendí con un tono bajito, una vez que me alejé lo más que pude a un rincón del estudio, “Hola? Lau? Qué hacés como va?”, le dije pero no la escuché contestarme enseguida. Escuché unos tres o cuatro segundos de ruidos raros. Confusos.
“Ricky… ay… Ricky! Por favor… por favor no me cortes!”, escuché la voz de Laura. Estaba agitada, como asustada. Sentía como que no estaba en un lugar, se estaba moviendo. Me alarmó mucho.
“Lau? Me escuchás? No te corto… tranqui… pasa algo?”
“Ricky, qué alivio… ay Dios… por favor ayudame… por favor te pido… no sabía a quién llamar”, la escuche y medio como que empezó a sollozar, mientras la oía que se seguía moviendo.
Yo salí como disparado para afuera del estudio, para tener mejor señal. Jamás había escuchado así de angustiada y asustada a Laura, “No hay drama Lau… pero decime que pasa? Pasó algo? Donde estás?”
“En casa… acá en casa… ay, Dios…”
“Pará, tranquilizate, porfa… decime qué pasó?”, le pregunté.
“Es Ale… no sé, se volvió loco, no sé… la puta madre…”, la sentí ahí que no se pudo controlar más y empezó a sollozar fuerte.
“Que pasó!?”, le levanté la voz, “Calmate Lau, decime qué pasó?”
“Nos peleamos… discutimos feo… muy feo, Ricky. Muy feo… pensé que me iba a pegar, se puso… se puso re mal, horrible…”, me dijo y yo sentí como me empezaba a hervir la sangre. Trataba de escucharla a Laura pero en mi cabeza se estaban desarrollando un montón de imágenes muy feas de lo que podría haber pasado en esa casa.
“Escuchame, estás bien? Te hizo algo?”, le pregunté.
“No… no me hizo nada pero se puso … se puso re violento… yo me encerré en la pieza…lo escuché que se puso a romper cosas… platos, que se yo…”
“Uf… la puta madre…”
“De repente me gritó del otro lado de la puerta… me dijo que le abriera… o si no… se iba a buscar un arma… que me iba a matar…”
“Me estás jodiendo!”, le grité. “Calmate! De dónde la va a sacar?!”
“No… no Ricky, ay Dios… agarró la camioneta, seguro se fue al campo… ahí tienen…”
“Laura! Llamá a la policía ya!”, le grité, “Calmate, poneme en espera y llamá ya a la cana!”
“No van a llegar!”, me chilló desesperada, “Ya va a volver Ale… no van a llegar, si estamos en la loma del orto!”, escuché que se largó a llorar.
Yo no podía ni pensar. Pero me forcé a pensar. Respiré hondo. Me tomé un par de segundos. Que situación de mierda y yo acá a mil kilómetros. Pero no podía darme el lujo de perder el tiempo pensando la mejor solución. Nada más tenía que darle una solución a Lau. Cualquiera. Si era buena, tanto mejor.
“Laura… Laurita… escuchame… escuchame, amor, calmate… respirá. Calmate”, le dije tratando de serenarme yo también.
La escuché que por lo menos lo estaba intentando, pero seguía muy alterada, “Ay… Ricky… Dios, que está pasando…”
“Calmate y escuchame, si? Me escuchás?”, le dije suavemente
“Si… si…”
“Bueno. Escuchame, hacé exactamente lo que te digo, okey? No preguntés y no te colgués. Nada mas necesito que lo hagas, lo podés hacer?”
“Si… dale…. Te escucho… perdoname… por favor, perdoname…”, no sé por qué me estaba pidiendo perdón, pero con los nervios no estaba calculando mucho lo que decía.
“Deja de pedirme perdón no hace falta”, le dije con calma, “Necesito que hagas ésto y escuchame muy bien.”
Yo me estaba haciendo el calmo, haciéndome el que tenía la solución pero en realidad no tenía nada. Solo quería calmarla un poco. Como un flash se me ocurrió decirle que se escondiera en mi casa, pero enseguida me di cuenta que iba a ser imposible. Había dejado todo bien cerrado con llave y naturalmente las tenía yo. Además si le decía que saltara la cerca del jardín y rompiera una ventana o lo que fuera para entrar a mi casa, estaba convencido que Alejandro la buscaría ahí también. Era lo mismo con más pasos.
“Te escucho… te escucho mi amor…”, me dijo Laura con la voz temblorosa. Y ahí, lo juro, al oírla decir eso, esas palabras, como que algo me hizo un clic. Me calmé.
Me calmé y todo de repente tenía sentido. Todo de repente era claridad.
“Lau, estás en tu habitación… aprovechá ahora que podés, agarrate un bolsito y metete algo de ropa y tus cosas.”
“Que? Para qué?”, me dijo.
“No me interrumpas, Lau. Andá haciendo lo que te digo”, le dije suavemente, “Tenés tiempo de sobra. Dale. Andá haciéndolo.”
“Okey…”, me dijo y la escuché que se movía y revolvía cosas.
“Bueno… una vez que lo tenés? Vas a salir de tu casa y por el camino… no para la entrada del barrio, para el otro lado, para el fondo, ubicas?”
“Si…”
“Bueno, para ese lado… tipo a medio kilómetro… mas o menos… está el módulo tres. Andá y tocale el timbre a los del 323. Son Euge y María, yo los conozco, son re buena gente.”
“Okey…”
“Yo cuando me digas que ya saliste de tu casa y estás en camino, los voy llamando y les explico. Les digo que te dejen entrar y que te quedes con ellos, okey? Posta, son re amables, muy copados, te van a ayudar, Lau”, le dije con calma.
“Dale Ricky… gracias mi amor… gracias… perdoname”, dijo pero la frené.
“Después me pedís todo el perdón que quieras, Lau. Ahora enfocate y hacé ésto, si? Yo corto con vos y los llamo a ellos para avisarles. Y te llamo cuando ya estés ahí. Okey, linda?”, le dije.
“Si… si, gracias….”
“Hablamos en quince minutos, pero lo importante es que salgas de ahí y te vayas al 323, si? No hay nada mas importante que eso. Yo ahora corto con vos y los llamo”, le repetía para que le entrara bien en la cabeza, a través de sus nervios.
“Si Ricky, dale.”
No perdí tiempo. Corté inmediatamente y llamé a Eugenio, mi vecino lejano del otro módulo. Por suerte me atendió rápido. Le expliqué lo que estaba pasando y le pedí por favor que la dejara pasar. Euge la verdad que se pasó. No solo entendió todo al toque, sino que me dijo que iba a salir a encontrar a Laura por el camino de ripio, en sentido opuesto. Me pasó con su mujer, María y salió disparado a buscar a Laura, mientras yo le explicaba a ella también todo el asunto.
El corazón no me dejó de latir fuerte en el pecho hasta unos minutos después. No tuve necesidad de cortar con María y llamarla a Laura. Se ve que Eugenio la había encontrado, se la trajo y me pasó con Laura. Me dijo que ya había llegado, que estaba bien. Pobrecita, Lau. Seguía sollozando y nerviosa, pero por lo menos yo sabía que ahí iba a estar segura, contenida y protegida. Era lo único que me importaba.
Cuando se calmó un poco la cosa, todos hablando ahora con el teléfono en altavoz, ni lo dudé. Les pedí por favor a María y Euge que la dejaran pasar la noche ahí, con lo que estuvieron absolutamente de acuerdo. Le dije a Laura que yo ya mismo cortaba acá en el estudio y me iba a Aeroparque a tomarme un vuelo para allá, el que saliera más pronto.
Volví al estudio y pese a las protestas de casi todos, les dije que me había surgido una emergencia y que la producción se cortaba. Que se seguía al día siguiente. Les expliqué un poco a los chicos del estudio, diciéndoles que se encargaran de todo. Como me vieron medio alterado, se dieron cuenta que era serio y nadie chistó.
Un par de horas después ya estaba en aeroparque. Pero, claro, “el vuelo que saliera más pronto” no dependía de mí. Me tuve que fumar unas horas de espera ahí hasta que recién a las seis de la mañana iba a salir uno. No me daba para volver a casa y regresar después a Aeroparque, por lo que decidí esperar ahí y tratar de dormir algo en algún asiento. Obvio que no pegué un ojo.
A las siete y media de la mañana ya había aterrizado en Mendoza y me tomé un taxi hasta el barrio (que me salió un huevo y la mitad del otro, pero no me importaba). Llegué casi a las nueve al barrio y me fui directo a la casa de María y Euge. Por suerte ya todos estaban despiertos cuando toqué el timbre. Los estaba saludando a los dos y a punto de agradecerles todo, cuando la vi aparecer a Laura.
Nos miramos, nuestros ojos se encontraron y… no lo puedo explicar. No puedo, no me lo pidan. La sensación única de alivio y felicidad que sentí al verla bien, ahí. Al verla de nuevo. Única. Inexplicable. Laura me vió y se largó a sollozar. Nos fundimos los dos en un abrazo cálido y enorme, que ninguno de los dos quiso largar. Ella, llorándome en el hombro. Yo, rodeándola con mis brazos, acariciándola, protegiéndola del mundo. Cuidando a la mujer que tanto deseaba.
No, perdón, dejémonos de joder. Ahí, con ella en mis brazos, sintiendo de nuevo el calor de su cuerpo, ahí me tuve que sincerar yo también. Cuidando a la mujer que amaba.
Tomamos un desayuno que, re gentiles, los genios de María y Euge nos hicieron y nos quedamos charlando de todo lo que había pasado. Eugenio me informó que la policía llegó al barrio como a las cuatro de la mañana (mirá si le decía a Laura que los esperara!) y lo encontraron a Alejandro en su casa, con un rifle en la mano y con la casa hecha un desastre, con cosas rotas por todos lados. Se lo llevaron detenido. Le tomaron declaración a Laura y todo eso, pero lo importante era que Alejandro iba a estar un tiempo aunque sea en cana. Le había saltado la térmica pero mal, muy mal.
Durante la mañana, cuando tuve un rato caminé el medio kilómetro hasta mi casa para ver qué onda. Al llegar vi que había un policía custodiando la casa de Ale y Laura, pero yo me hice el boludo y entré a la mía sin decir nada.
Por supuesto que el conchudo de Ale, en algún momento de la noche anterior, me había roto varios vidrios, se había metido en mi casa buscándome a mí, a Laura o a los dos y en el interim me había roto varias cosas también. Pero era lo de menos. Ni me importaba. El poli se vino hasta mi casa y me preguntó que hacía, le dije la verdad. Que yo era el dueño y me habían avisado de todo lo que había pasado, que vine a ver que estaba dañado y eso. Me hizo un par de preguntas más y volvió a su puesto.
Después me la llevé a Laura de vuelta a su casa, para que agarrara algo de sus cosas que le habrían quedado ahí. Para que se armara un bolso o dos. No la quería dejar ahí. Le dije que se viniera conmigo a Buenos Aires. Temporalmente, que se quedara conmigo mientras se solucionaba todo ésto. Que no la quería lejos, en Mendoza, y cerca de Alejandro. Laura aceptó. El genio de Euge nos alcanzó con su auto de vuelta al aeropuerto y directamente me volví con Laura a Buenos Aires. Si la policía de Mendoza quería hablar con ella por algo, que la llamaran. Yo no la iba a dejar sola ahí. Fue mi decisión.
Supe que fue la decisión correcta cuando sentí la cabeza de Laura apoyarse en mi hombro, dormida por fin durante el vuelo. Mi amor no había podido pegar un ojo la noche anterior.
Una vez ya instalada en mi departamento, más tranquila y descansada, Laura me contó todo lo que había pasado. Que desde que yo me había vuelto a Buenos Aires hacía meses, ella se sentía mal todo el tiempo. Una cosa llevó a la otra, el ambiente en su casa estaba cada vez peor, hasta que finalmente estalló y tuvieron la discusión fea y explosiva que ese matrimonio se debía desde hacía rato. Pero fue cuando Laura, ya sin medir sus palabras, le gritó a Alejandro que no quería saber más nada, que estaba enamorada de otro… ahí fue cuando se descajetó todo mal y a Alejandro se le zafó el tornillo final.
Laura nunca le dijo que era yo, pero Alejandro aparentemente tan boludo no era. Podía sumar dos y dos. Prueba de eso fue el desastre que me dejó en mi casa.
No tardamos mucho, Laura y yo, en empezar una relación. Era lo más fácil y lo más obvio del mundo, viviendo juntos en mi departamento. Tuvimos una charla hermosa una noche donde nos dijimos todo. Absolutamente todo. De lo que sentíamos, lo que deseábamos y lo que queríamos hacer. Y todo eso era de a dos. De a nosotros dos.
Cuando yo tuve que hacer lo propio con Susan, la pobrecita no se lo tomó muy bien, le cayó un poco de agua fría, pero tampoco fue que la vi tan entristecida a fin de cuentas. Me dijo que ya notaba que yo estaba distinto por algo y que bueno, ya estaba. Que era una pena. Un caramelito como ella, yo estaba seguro, no iba a tardar en encontrar alguien que la quisiera como yo no lo podía ya hacer.
Porque no voy a hacer mi vida atrás de un caramelito cuando puedo ser el dueño del kiosco entero.
Con Laura, una vez que solucionó todo el embrollo con Alejandro y se terminó de divorciar finalmente, a los pocos meses nos casamos. La diferencia de edad a mi no me importa y menos le importa a ella. Ni lo pensamos. Tenemos cosas más importantes en que pensar. Mas importantes que sentir.

Cosas mucho más importantes. Como que aún el día de hoy no podemos parar de tocarnos, besarnos y amarnos como durante esos primeros días. Cosas como la forma en que se me paran los pelitos de la nuca, aún hoy, cada vez que siento a su cuerpo de hembra madura y hermosa rodearme la pija, que todavía me la pone tan pero tan dura. Como sentirla vibrar cada vez que me vacío dentro de ella.
Si, le robé la mujer a mi vecino. Y lo haría de nuevo las veces que hagan falta.
2 comentarios - Le robé la mujer a mi vecino - Parte 6 (fin)
Delicioso relato!!! Tienes magia, nena... Magia en esa cabeza y esos dedos