Buenas! Aca traigo la continuación del relato anterior! Todos querían saber que pasó en la caja de ese camión. Espero que les guste!
Acá les dejo el anterior para los que no lo leyeron: http://www.poringa.net/posts/relatos/5913641/La-Camionerita-IV.html
Apenas se cerró la puerta metálica de la caja del camión, el sonido del mundo exterior se apagó de golpe. La penumbra invadió el espacio hasta que Marcelo prendió una pequeña luz de emergencia que estaba fijada en el fondo del camión. El haz naranja y tenue iluminó la escena: bolsas de harina apiladas a un lado, el piso de madera relativamente limpio, calor pegajoso en el aire... y Milena en el centro de todo.
Gonza se mantuvo parado cerca de la puerta, sin quitarle los ojos de encima. Ella lo miró, buscando su señal. Él apenas asintió con la cabeza. Eso bastó.
Marcelo fue el primero en sacarse la ropa y acercarse con la pija aún flácida, Milena se arrodillo y suavemente la empezó a chupar. No tardó nada en ponerse dura como un fierro. Cuando quiso acordar, tenia 2 pijas mas a disposición, las cuales chupo alternadamente hasta que estaban las 3 durísimas.
Ahí intervino Gonza: - Que arranque Martin. Dijo con voz firme.
Todavía con algo de timidez en el cuerpo, pero la enorme pija parada, se acerco Martín.
Milena no podía creer lo que veia, le calculó que mediria mas de 25 cm, nunca habia visto algo asi y encima era bastante gruesa. Lo único que atenuaba la situación era que la cabeza no era grande, sino mas en punta, lo que facilitaria aunque sea un poco la penetración. , arrodillada sobre una bolsa de harina, le desabrochó el cinturón sin dejar de mirarlo a los ojos, aunque cada tanto volvía la mirada a Gonza. Quería su aprobación. Y la tenía.
Cuando liberó la verga, se escuchó un pequeño suspiro colectivo. No había exageración: la pija de Martín era larga, recta, venosa, con una cabeza gruesa que brillaba bajo la luz tenue. Milena se mordió el labio inferior. Le costaba imaginar cómo iba a meterse eso.
Apilaron unas 5 o 6 bolsas de harina en el medio del camion y Milena se tumbó arriba, boca abajo sin sacarse la ropa. Gonza se acercó, le levanto la pollera dejando su hermosa cola a la vista y le dio un chirlo que sonó en toda esa improvisada habitación. Le dió a Martín un preservativo y un gel. Aprovechó para aclararle a los otros: - Todos con forro, está? y todos asintieron con la cabeza.
Martín se ubicó detrás, y apenas acercó la cabeza, Milena se tensó.
—Despacito, porfi —pidió ella con un hilo de voz. Martín no respondió. El resto se quedó mirando como entraba esa enorme pija en esa hermosa conchita, sin decir nada.
El calor adentro del camión era sofocante, y la transpiración empezó a marcar la remera negra que se le pegaba al cuerpo. Martín empezó a entrarla muy lento, pero aún así la cabeza de la pija le hizo soltar un quejido. Milena cerró los ojos con fuerza. Le temblaban las piernas.
—Aguantá, preciosa... ya entra—murmuró Gonza, acariciándole la espalda. Milena lo buscaba con la mirada cada vez que podía.
Mientras Martín intentaba seguir entrando, con movimientos suaves, Nico y Marcelo se acercaron por los costados y se ubicaron frente a Milena, estiró las manos y empezó a desabrocharles los pantalones. Se encontró con dos vergas más, normales, pero bien duras. Las tomó con las manos, acariciándolas a la vez que se inclinaba para chupar primero la de Nico, después la de Marcelo. Iba alternando, mojándoles las puntas, tragando lo que podía sin dejar de gemir por la invasión que Martín iba logrando por detrás.
Martín la tenía hasta la mitad cuando Milena soltó una lágrima. No dijo nada, pero se notó. Se le escapó un “ay” ahogado, y Gonza intervino:
—¿Querés parar?
—No… —jadeó ella—. Seguí, Martín… entrámela toda.
Con una mezcla de coraje y locura, Martín empujó de una. Milena gritó. No de dolor puro, sino de esa mezcla de ardor, presión y morbo que le quemaba el cuerpo. Aún con las lágrimas rodando, no dejó de chupar. Marcelo fue el primero en acabar. Sin aviso, le descargó toda la leche en la boca, salpicándole la cara y parte del pecho. Ella tragó lo que pudo, el resto le chorreó por el mentón hasta mancharle la remera.
—Uh, perdón, me duró poco —se rió Marcelo—. Me sacaste el alma, reina! Dijo, sentándose con una birra a mirar el espectaculo.
Martín seguía bombeando con fuerza ahora, cada vez más profundo. Los gemidos de Milena llenaban la caja del camión, húmedos, rotos, calientes. De vez en cuando soltaba frases sueltas, como:
—Ay, sí... me rompe toda... —o—. ¡Gonza, me gusta mucho!
Cuando Martín avisó que estaba por acabar, Gonza ordenó:
—Sacátelo, hacésela chupar.
Martín obedeció. Se quitó el forro e intercambio lugar con Nico, Milena le abrió la boca grande como si estubiera en el dentista. La pija estaba brillosa, mojada, gorda. Gonza la miró fijo.
—Hasta el fondo.
Milena tragó. Literal. Se la metió entera, hasta la garganta. Martín gimió, se le contrajo el cuerpo, y justo cuando le empezaba a salir la leche, Milena tuvo un espasmo. Vomitó un poco de pizza y cerveza sobre el piso de madera, apenas escupiendo entre arcadas. Pero no paró. Siguió chupando. Le tragó toda la leche entre toses y respiraciones entrecortadas, y terminó lamiéndole la punta como una puta aplicada.
Nico fue el siguiente. Se puso el forro con manos temblorosas, se acomodó en cuatro otra vez y la penetró sin tantos cuidados, ahora estaba por demás abierta. Gonza le indico: Hacele la colita si queres, la vas a disfrutar más, bien apretadita. Milena jadeaba, ahora más entregada que nunca. La remera negra subía y bajaba con sus movimientos. Las tetas le rebotaban al ritmo de las embestidas.
El calor se volvió insoportable. Gonza se acercó, abrió una botella de agua y sin aviso se la vació sobre la cabeza y el cuerpo. El agua fría le provocó un escalofrío inmediato. Gritó. Se sacudió. Y en esa contracción repentina, su culo se apretó con fuerza alrededor de la pija de Nico, que acabó al instante, sin poder evitarlo.
—¡Que hija de putaaaa! —gritó él, doblado de placer—. Me exprimiste como una naranja, putita.
Milena cayó de costado, agitada, el pelo chorreando, la boca manchada de semen, agua y transpiración. Su pollera arrugada en la cintura, la remera pegada al cuerpo. Gonza se arrodilló a su lado, le acarició el pelo.
—¿Estás bien?
Ella lo miró con los ojos brillosos, exhausta, con una sonrisita apenas en los labios.
—Nunca estuve mejor...
Silencio. Calor. Olor a sexo y cerveza. Y en la penumbra del camión, el cuerpo de Milena brillaba.
Gonza le dijo que se las chupe un ratito a los 3 para dejarselas bien limpitas y se iban. Ella obedeció sumisa.
Despues se acomodo como pudo la ropa y se fueron para el camión de Gonza. Mañana te bañas, le dijo. Ahora vamos, me haces un buen pete y nos dormimos, Queres?
-Si mi amor, obvio que quiero. Respondió ella
Espero que les haya gustado! Ya tengo la próxima parte casi lista! Y como digo siempre, coméntenme por acá o por privado las críticas y/o sugerencias que tengan, sin miedo! Los leo
Acá les dejo el anterior para los que no lo leyeron: http://www.poringa.net/posts/relatos/5913641/La-Camionerita-IV.html
Apenas se cerró la puerta metálica de la caja del camión, el sonido del mundo exterior se apagó de golpe. La penumbra invadió el espacio hasta que Marcelo prendió una pequeña luz de emergencia que estaba fijada en el fondo del camión. El haz naranja y tenue iluminó la escena: bolsas de harina apiladas a un lado, el piso de madera relativamente limpio, calor pegajoso en el aire... y Milena en el centro de todo.
Gonza se mantuvo parado cerca de la puerta, sin quitarle los ojos de encima. Ella lo miró, buscando su señal. Él apenas asintió con la cabeza. Eso bastó.
Marcelo fue el primero en sacarse la ropa y acercarse con la pija aún flácida, Milena se arrodillo y suavemente la empezó a chupar. No tardó nada en ponerse dura como un fierro. Cuando quiso acordar, tenia 2 pijas mas a disposición, las cuales chupo alternadamente hasta que estaban las 3 durísimas.
Ahí intervino Gonza: - Que arranque Martin. Dijo con voz firme.
Todavía con algo de timidez en el cuerpo, pero la enorme pija parada, se acerco Martín.
Milena no podía creer lo que veia, le calculó que mediria mas de 25 cm, nunca habia visto algo asi y encima era bastante gruesa. Lo único que atenuaba la situación era que la cabeza no era grande, sino mas en punta, lo que facilitaria aunque sea un poco la penetración. , arrodillada sobre una bolsa de harina, le desabrochó el cinturón sin dejar de mirarlo a los ojos, aunque cada tanto volvía la mirada a Gonza. Quería su aprobación. Y la tenía.
Cuando liberó la verga, se escuchó un pequeño suspiro colectivo. No había exageración: la pija de Martín era larga, recta, venosa, con una cabeza gruesa que brillaba bajo la luz tenue. Milena se mordió el labio inferior. Le costaba imaginar cómo iba a meterse eso.
Apilaron unas 5 o 6 bolsas de harina en el medio del camion y Milena se tumbó arriba, boca abajo sin sacarse la ropa. Gonza se acercó, le levanto la pollera dejando su hermosa cola a la vista y le dio un chirlo que sonó en toda esa improvisada habitación. Le dió a Martín un preservativo y un gel. Aprovechó para aclararle a los otros: - Todos con forro, está? y todos asintieron con la cabeza.
Martín se ubicó detrás, y apenas acercó la cabeza, Milena se tensó.
—Despacito, porfi —pidió ella con un hilo de voz. Martín no respondió. El resto se quedó mirando como entraba esa enorme pija en esa hermosa conchita, sin decir nada.
El calor adentro del camión era sofocante, y la transpiración empezó a marcar la remera negra que se le pegaba al cuerpo. Martín empezó a entrarla muy lento, pero aún así la cabeza de la pija le hizo soltar un quejido. Milena cerró los ojos con fuerza. Le temblaban las piernas.
—Aguantá, preciosa... ya entra—murmuró Gonza, acariciándole la espalda. Milena lo buscaba con la mirada cada vez que podía.
Mientras Martín intentaba seguir entrando, con movimientos suaves, Nico y Marcelo se acercaron por los costados y se ubicaron frente a Milena, estiró las manos y empezó a desabrocharles los pantalones. Se encontró con dos vergas más, normales, pero bien duras. Las tomó con las manos, acariciándolas a la vez que se inclinaba para chupar primero la de Nico, después la de Marcelo. Iba alternando, mojándoles las puntas, tragando lo que podía sin dejar de gemir por la invasión que Martín iba logrando por detrás.
Martín la tenía hasta la mitad cuando Milena soltó una lágrima. No dijo nada, pero se notó. Se le escapó un “ay” ahogado, y Gonza intervino:
—¿Querés parar?
—No… —jadeó ella—. Seguí, Martín… entrámela toda.
Con una mezcla de coraje y locura, Martín empujó de una. Milena gritó. No de dolor puro, sino de esa mezcla de ardor, presión y morbo que le quemaba el cuerpo. Aún con las lágrimas rodando, no dejó de chupar. Marcelo fue el primero en acabar. Sin aviso, le descargó toda la leche en la boca, salpicándole la cara y parte del pecho. Ella tragó lo que pudo, el resto le chorreó por el mentón hasta mancharle la remera.
—Uh, perdón, me duró poco —se rió Marcelo—. Me sacaste el alma, reina! Dijo, sentándose con una birra a mirar el espectaculo.
Martín seguía bombeando con fuerza ahora, cada vez más profundo. Los gemidos de Milena llenaban la caja del camión, húmedos, rotos, calientes. De vez en cuando soltaba frases sueltas, como:
—Ay, sí... me rompe toda... —o—. ¡Gonza, me gusta mucho!
Cuando Martín avisó que estaba por acabar, Gonza ordenó:
—Sacátelo, hacésela chupar.
Martín obedeció. Se quitó el forro e intercambio lugar con Nico, Milena le abrió la boca grande como si estubiera en el dentista. La pija estaba brillosa, mojada, gorda. Gonza la miró fijo.
—Hasta el fondo.
Milena tragó. Literal. Se la metió entera, hasta la garganta. Martín gimió, se le contrajo el cuerpo, y justo cuando le empezaba a salir la leche, Milena tuvo un espasmo. Vomitó un poco de pizza y cerveza sobre el piso de madera, apenas escupiendo entre arcadas. Pero no paró. Siguió chupando. Le tragó toda la leche entre toses y respiraciones entrecortadas, y terminó lamiéndole la punta como una puta aplicada.
Nico fue el siguiente. Se puso el forro con manos temblorosas, se acomodó en cuatro otra vez y la penetró sin tantos cuidados, ahora estaba por demás abierta. Gonza le indico: Hacele la colita si queres, la vas a disfrutar más, bien apretadita. Milena jadeaba, ahora más entregada que nunca. La remera negra subía y bajaba con sus movimientos. Las tetas le rebotaban al ritmo de las embestidas.
El calor se volvió insoportable. Gonza se acercó, abrió una botella de agua y sin aviso se la vació sobre la cabeza y el cuerpo. El agua fría le provocó un escalofrío inmediato. Gritó. Se sacudió. Y en esa contracción repentina, su culo se apretó con fuerza alrededor de la pija de Nico, que acabó al instante, sin poder evitarlo.
—¡Que hija de putaaaa! —gritó él, doblado de placer—. Me exprimiste como una naranja, putita.
Milena cayó de costado, agitada, el pelo chorreando, la boca manchada de semen, agua y transpiración. Su pollera arrugada en la cintura, la remera pegada al cuerpo. Gonza se arrodilló a su lado, le acarició el pelo.
—¿Estás bien?
Ella lo miró con los ojos brillosos, exhausta, con una sonrisita apenas en los labios.
—Nunca estuve mejor...
Silencio. Calor. Olor a sexo y cerveza. Y en la penumbra del camión, el cuerpo de Milena brillaba.
Gonza le dijo que se las chupe un ratito a los 3 para dejarselas bien limpitas y se iban. Ella obedeció sumisa.
Despues se acomodo como pudo la ropa y se fueron para el camión de Gonza. Mañana te bañas, le dijo. Ahora vamos, me haces un buen pete y nos dormimos, Queres?
-Si mi amor, obvio que quiero. Respondió ella
Espero que les haya gustado! Ya tengo la próxima parte casi lista! Y como digo siempre, coméntenme por acá o por privado las críticas y/o sugerencias que tengan, sin miedo! Los leo
1 comentarios - La Camionerita V: la fiestita