Me llamo fabiana 46 años, casada tengo una hermosa hija, tambien casada
Nos llevamos muy bien, compartimos muchos gustos y secretos entre nosotras,.
El verano pasado, alquilamos
un departamento en la playa para nosotras solas. como nuestros maridos trabajaban solo venian los findes
Mariela estaba llamando a su marido , Matías. Es un chico
de 26 años, muy hermoso y amable,
a la noche fueron a bailar, y yo fui a cenar con una
amiga divorciada y dos hombres amigos, que nos habían invitado.
Con uno de ellos, Alberto, yo tenía esperanzas de que sucediera algo.
Estuvimos coqueteando toda la noche, insinuándonos cosas y diciéndonos
frases con doble sentido; yo estaba segura que terminaríamos en la cama
y estaba bastante excitada porque él me gusta mucho. Al final de la cena
se ofreció a llevarme hasta el departamento en su automóvil, hablamos
mucho, nos acariciamos un poco, pero cuando llegó el momento de pasar
a algo más, él mencionó algo respecto de su esposa, que
no quería serle infiel, y al final se despidió de mí con
un beso. yo quede muy caliente, y tuve que quedarme así
porque Alberto se fue
Excitada y enojada como estaba, entré al departamento . Apenas abrí la puerta y encendí las luces
encontré a Mariela y a Matías en el living, recostados desnudos
en un amplio sillón. Mi hija tenía las piernas abiertas y su marido
estaba sobre ella. De él recuerdo su espalda ancha, cubierta de sudor,
con los músculos marcados por el esfuerzo, porque se estaba moviendo
rítmicamente penetrando a mi hija por la vagina con el pene grueso. Ella
gemía de placer.
Me quedé helada, sin saber qué hacer. Mariela cerró los
ojos y se aferró más a Matías, acariciándole la
espalda con sus manos y enlazando sus piernas Él giró la cabeza y me miró; sentí
que me desnudaba con sus ojos. Era hermoso, y verlo en esa situación
resultaba por demás erótico. Toda su potencia de hombre al servicio
del sexo.
Por fin reaccioné y me fui a mi cuarto haciendo un ligero gesto con mi
mano dirigido a ellos, como que estaba todo bien. Las piernas me temblaban un
poco.
En mi cuarto me quité el vestido que había llevado a la cena,
también el sostén, y me puse mi camiseta de dormir que es blanca,
sin mangas, y apenas me cubre el culo. Me acosté pero no podía
dormir; se me venía a la mente la imagen de
mi hija que a pocos metros de donde estaba yo tenía sexo con su esposo
En eso la escuché gritar muy fuerte, y luego quejidos y un llanto. Pensé
que podía pasarle algo de modo que salí silenciosa de la habitación
y me aproximé al living a espiar. Mariela estaba ahora en posición
de perrito, desde atrás Matías la sujetaba por las caderas y le decía "aguanta, aguanta un poco más", pero mi hija gritaba como si la estuvieran desgarrando.
Su rostro estaba transfigurado por el dolor
pero no se detenía, e impulsado hacia delante apoyaba el pecho
en la espalda de mi hija montándola por completo.
Volví a mi cuarto y me metí bajo las sábanas. Los gritos
seguían y mi calentura iba en ascenso. Me quité la tanga y empecé a masturbarme.
Con una mano acariciaba mis pezones por debajo de la camiseta y con la otra me froté el clítoris. Lancé un suspiro. Tenía la concha húmeda, me metí el dedo índice y mayor, mientras con el pulgar seguí frotando mi clítoris.
En el living los ruidos continuaban. Ahora los dos gritaban, decían cosas
propias del acto sexual, podía imaginarme todo lo que estaban haciendo
y alimentaba mi excitación. Aceleré el movimiento de mis dedos,
los hundí muy rápido, furiosamente, sentí venir mi orgasmo
y lo liberé con un grito en el que explotó toda mi calentura y me hizo arquear el cuerpo sobre la cama. En ese momento me di cuenta de que
la casa estaba en silencio, y que mi alarido final debió escucharse en
todas partes.
Me quedé quieta largo rato, relajándome, hasta comprobar que los
ruidos no regresaron. Mi hija y su marido debían estar durmiendo. Entonces
me levanté a buscar un poco de jugo, porque tenía la garganta
seca.
Estaba yo de pie en el comedor a oscuras sirviéndome un vaso de jugo
cuando Matías apareció a mi lado. Estaba completamente desnudo. continuara

.
Nos llevamos muy bien, compartimos muchos gustos y secretos entre nosotras,.
El verano pasado, alquilamos
un departamento en la playa para nosotras solas. como nuestros maridos trabajaban solo venian los findes
Mariela estaba llamando a su marido , Matías. Es un chico
de 26 años, muy hermoso y amable,
a la noche fueron a bailar, y yo fui a cenar con una
amiga divorciada y dos hombres amigos, que nos habían invitado.
Con uno de ellos, Alberto, yo tenía esperanzas de que sucediera algo.
Estuvimos coqueteando toda la noche, insinuándonos cosas y diciéndonos
frases con doble sentido; yo estaba segura que terminaríamos en la cama
y estaba bastante excitada porque él me gusta mucho. Al final de la cena
se ofreció a llevarme hasta el departamento en su automóvil, hablamos
mucho, nos acariciamos un poco, pero cuando llegó el momento de pasar
a algo más, él mencionó algo respecto de su esposa, que
no quería serle infiel, y al final se despidió de mí con
un beso. yo quede muy caliente, y tuve que quedarme así
porque Alberto se fue
Excitada y enojada como estaba, entré al departamento . Apenas abrí la puerta y encendí las luces
encontré a Mariela y a Matías en el living, recostados desnudos
en un amplio sillón. Mi hija tenía las piernas abiertas y su marido
estaba sobre ella. De él recuerdo su espalda ancha, cubierta de sudor,
con los músculos marcados por el esfuerzo, porque se estaba moviendo
rítmicamente penetrando a mi hija por la vagina con el pene grueso. Ella
gemía de placer.
Me quedé helada, sin saber qué hacer. Mariela cerró los
ojos y se aferró más a Matías, acariciándole la
espalda con sus manos y enlazando sus piernas Él giró la cabeza y me miró; sentí
que me desnudaba con sus ojos. Era hermoso, y verlo en esa situación
resultaba por demás erótico. Toda su potencia de hombre al servicio
del sexo.
Por fin reaccioné y me fui a mi cuarto haciendo un ligero gesto con mi
mano dirigido a ellos, como que estaba todo bien. Las piernas me temblaban un
poco.
En mi cuarto me quité el vestido que había llevado a la cena,
también el sostén, y me puse mi camiseta de dormir que es blanca,
sin mangas, y apenas me cubre el culo. Me acosté pero no podía
dormir; se me venía a la mente la imagen de
mi hija que a pocos metros de donde estaba yo tenía sexo con su esposo
En eso la escuché gritar muy fuerte, y luego quejidos y un llanto. Pensé
que podía pasarle algo de modo que salí silenciosa de la habitación
y me aproximé al living a espiar. Mariela estaba ahora en posición
de perrito, desde atrás Matías la sujetaba por las caderas y le decía "aguanta, aguanta un poco más", pero mi hija gritaba como si la estuvieran desgarrando.
Su rostro estaba transfigurado por el dolor
pero no se detenía, e impulsado hacia delante apoyaba el pecho
en la espalda de mi hija montándola por completo.
Volví a mi cuarto y me metí bajo las sábanas. Los gritos
seguían y mi calentura iba en ascenso. Me quité la tanga y empecé a masturbarme.
Con una mano acariciaba mis pezones por debajo de la camiseta y con la otra me froté el clítoris. Lancé un suspiro. Tenía la concha húmeda, me metí el dedo índice y mayor, mientras con el pulgar seguí frotando mi clítoris.
En el living los ruidos continuaban. Ahora los dos gritaban, decían cosas
propias del acto sexual, podía imaginarme todo lo que estaban haciendo
y alimentaba mi excitación. Aceleré el movimiento de mis dedos,
los hundí muy rápido, furiosamente, sentí venir mi orgasmo
y lo liberé con un grito en el que explotó toda mi calentura y me hizo arquear el cuerpo sobre la cama. En ese momento me di cuenta de que
la casa estaba en silencio, y que mi alarido final debió escucharse en
todas partes.
Me quedé quieta largo rato, relajándome, hasta comprobar que los
ruidos no regresaron. Mi hija y su marido debían estar durmiendo. Entonces
me levanté a buscar un poco de jugo, porque tenía la garganta
seca.
Estaba yo de pie en el comedor a oscuras sirviéndome un vaso de jugo
cuando Matías apareció a mi lado. Estaba completamente desnudo. continuara

.
0 comentarios - cuando una vuelve caliente