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Nosotros y V de venganza

Nosotros y V de venganza

Era una noche de viernes en Buenos Aires, de esas que el aire se pone tibio y te dan ganas de soltar amarras. En mi trabajo organizaban una fiesta de disfraces para celebrar el cierre de un proyecto grande, y Norma y yo decidimos ir para divertirnos un poco. Ella se entusiasmó con la idea del disfraz: “Amor, voy a ir de Elvira, la vampiresa tetona… te parece?”, me dijo y me dejó mudo mientras se probaba el atuendo en casa, girando frente al espejo para que viera cómo el escote profundo dejaba ver el valle entre sus tetas enormes y firmes, la tela ceñida marcando sus curvas perfectas, y la falda larga con un tajo lateral que mostraba sus piernas tonificadas cada vez que se movía. Yo iba de emperador romano, con toga blanca, sandalias y una corona de laureles de plástico, pero nada comparado con ella. “Norma, vas a ser el centro de atención… mirá cómo te marca las tetas ese vestido, amor… me pone la verga dura solo de verte así, como una vampiresa salida de una película erótica”, le respondí, abrazándola por atrás, rozando mi mi miembro ya endurecido contra su culo redondo y firme.
Ella rió, girando para besarme profundo, su lengua jugando con la mía: “Eso espero, Marcelo… después de tantos años, me encanta que me mires así, que te excite verme deseada. ¿Te pone caliente pensar en todos los hombres babeando por mis tetas?”. “Sí, amor… me pone loco… imaginá si alguno te roza en la fiesta… te cogería ahí mismo”, murmuré, metiendo mano por el escote, pellizcando un pezón que se endureció al instante. Norma suspiró: “Mmm…amor…guardá energías para después… vamos a llegar tarde”.
Llegamos al salón de fiestas, un lugar amplio en el centro, con luces estroboscópicas, música alta retumbando en los parlantes y decoraciones de globos negros y calabazas iluminadas por el tema de Halloween mezclado. Había disfraces de todo tipo: cowboys con sombreros y pistolas de juguete, superhéroes con capas volando al bailar, brujas sexis con escobas y escotes pronunciados, un par de zombies con maquillaje verde y ropa rasgada, hasta un tipo disfrazado de pirata con parche en el ojo y espada de plástico. Pero apenas entramos, todos los ojos se clavaron en Norma. Los hombres, colegas míos de la oficina y sus acompañantes, no podían quitar la vista de su escote, donde sus tetas grandes rebotaban levemente con cada paso, el maquillaje pálido de vampiresa resaltando sus labios rojos y ojos ahumados, y el vestido negro ajustado haciendo que pareciera una diosa oscura y seductora. Algunas mujeres también la miraban, con una mezcla de envidia y admiración, susurrando entre ellas.
“Marcelo, tu mujer está espectacular… parece salida de una película de terror, pero de las calientes”, me dijo un compañero, Juan, disfrazado de gladiador con casco y espada, mientras su mirada bajaba sin disimulo al escote de Norma, tragando saliva como si estuviera sediento. Su esposa, vestida de Cleopatra con peluca negra y joyas falsas, rió nerviosa pero con un toque de celos: “Sí, Norma… ese disfraz te queda pintado… ¿no tenés frío con tanto escote? Esas tetas tuyas son… impresionantes”. Norma sonrió pícara, ajustando el vestido para que el escote bajara un milímetro más, dejando ver el borde de sus pezones endurecidos por el aire acondicionado: “Para nada, linda… el calor de las miradas me mantiene tibia. ¿Vos no te animás a algo más escotado la próxima? Mirá cómo me miran todos… me hace sentir viva”. Juan intervino: “Norma, con ese cuerpo, sos la reina de la noche… bailás conmigo después?”. Su mujer lo pellizcó: “Juan, comportate… pero tenés razón, Marcelo, sos un suertudo con una vampiresa así”.
La fiesta se desarrolló con tragos fluyendo libremente –mojitos, cervezas y vinos tintos–, música pop y reggaetón retumbando, gente bailando en la pista central bajo luces de colores que parpadeaban como estrellas locas. Norma era el centro de atención absoluta: todos los hombres la sacaban a bailar, uno tras otro, rozándola “accidentalmente” con las manos en la cintura, bajando un poco más para sentir la curva de su culo firme bajo la falda, o presionando el pecho contra sus tetas en un giro “involuntario”. “Norma, bailás como una diosa… ese disfraz te hace ver irresistible, con ese escote que invita a pecar”, le dijo un tipo disfrazado de Superman, con capa roja, mientras la giraba en la pista y su mano “resbalaba” por su escote, rozando el borde de un pezón endurecido. Ella rió, presionando un poco más contra él: “Gracias, superhéroe… pero cuidado con las manos, o te muerdo el cuello como vampiresa verdadera…y quién sabe, quizás te deje una marca”. El tipo jadeó: “Mordeme donde quieras, Norma… con tetas así, grandes y firmes, me rindo”.
Yo la miraba desde la barra, tomando un trago, excitado hasta el punto de que mi verga se endurecía bajo la toga, el morbo de ver cómo la deseaban me ponía loco, imaginando sus manos en ella. Una mujer disfrazada de enfermera sexi se acercó a mí: “Marcelo, tu esposa es el alma de la fiesta… todos los hombres babean por ella, mirá cómo la tocan ‘sin querer’. ¿No te celás?”. Respondí, con voz ronca: “Para nada… me excita verla así, deseada… es mi vampiresa personal”. La enfermera rió: “Sos un suertudo… yo también la miro, con ese cuerpo… grandes tetas, culo perfecto… me hace fantasear”. Otro colega, disfrazado de zombie, sacó a Norma a bailar: “Vampiresa, con ese escote, me das vida a pesar de ser muerto… bailá pegadito”. La apretó, su mano bajando a su culo: “Uy, perdón… fue accidental”. Norma susurró: “Accidental… claro… pero seguí, zombie, me pone caliente sentirte”.
Entre la multitud, había un disfraz que llamaba la atención por lo misterioso: un tipo alto y delgado con la máscara de V de Venganza, capa negra ondeando, sombrero fedora y guantes, que no hablaba mucho y se mantenía en las sombras de las columnas, pero sus ojos, visibles a través de los huecos de la máscara, seguían a Norma todo el tiempo, como un depredador acechando. Nadie sabía quién era; algunos decían que era un invitado externo de la empresa, otros un colega tímido que no quería ser reconocido. “Mirá ese enmascarado, Marcelo… no le quita los ojos de encima a Norma… parece obsesionado con su escote”, me comentó Juan, sirviéndose otro trago. Yo asentí, sintiendo un cosquilleo de excitación: “Sí, es misterioso… con el disfraz de ella, quién no la miraría. Imaginá si se acerca… me pone caliente pensarlo”. Norma lo notó también, bailando con un pirata que la apretó fuerte contra su cuerpo: “Vampiresa, con esas tetas grandes, me das ganas de saquearte todo”, le susurró él, rozando su miembro endurecido contra su muslo en un “accidente”. Ella rió: “Cuidado, pirata… mi emperador romano te clava la espada…”.
La noche avanzó con más risas, bailes y tragos, Norma recibiendo halagos constantes: “Norma, sos la reina de la fiesta… ese escote es hipnótico, no puedo dejar de mirar”, dijo una mujer disfrazada de gato negro, tocándole el brazo con envidia disfrazada de cumplido. “Gracias, gatita… vos también estás sexi con ese traje… pero mirá cómo me rozan todos, me hace sentir deseada”. Un grupo de hombres la rodeó en la pista, bailando alrededor, rozándola “sin querer” con las manos en la cintura o el culo, uno disfrazado de vaquero la giró y su mano “tropezó” en una teta: “Uy, perdón, vampiresa… pero qué suaves son”. Norma susurró: “Accidental… claro…”. Yo me uní un rato, besándola en la pista, mi mano bajando a su culo: “Amor, todos te desean… me pone la verga dura verte bailando con ellos, rozándote”. Ella susurró contra mi oído: “Sí, Marcelo…a mí también…tengo la concha muy mojada? Imaginá si el enmascarado ese se acerca… me excita su mirada misteriosa”.

Era una noche que ya se ponía misteriosa, el estacionamiento subterráneo del salón de fiestas casi vacío, con solo el eco de nuestros pasos y el zumbido de las luces fluorescentes parpadeando como en una película de suspenso. Norma se colgaba de mi brazo, su vestido de Elvira arrugado por los bailes y roces de la fiesta, el escote bajando un poco más por el sudor que hacía brillar su piel pálida de vampiresa, sus tetas enormes presionando contra mí, y yo sintiendo mi verga aún semi dura bajo la toga romana, excitado por cómo todos la habían deseado esa noche. “Amor, qué fiesta… me rozaron tanto que estoy re caliente, sentime la concha, chorrea jugo por los muslos”, murmuró ella, besándome el cuello con labios rojos que dejaban una marca de lápiz labial. Yo respondí, apretándola contra mí, mi mano bajando disimuladamente por su raja del vestido para rozar su tanga húmeda: “Sí, Norma… mi verga late pensando en eso… vamos a casa a coger como animales, imaginando a todos esos tipos pajeándose por vos”.
Pero antes de llegar al auto, oímos pasos claros detrás nuestro, un sonido seco y deliberado que nos hizo girar de golpe. Ahí estaba: el enmascarado de V de Venganza, parado a unos metros bajo una luz parpadeante que proyectaba sombras largas en su capa negra, el sombrero fedora ladeado, la máscara blanca inexpresiva ocultando su rostro, pero sus ojos, visibles a través de los huecos, fijos en Norma con un brillo que mezclaba deseo y algo más. El corazón me latió fuerte, una mezcla de adrenalina y morbo subiendo por mi espina: “¿Quién sos? ¿Qué querés?”, pregunté, poniéndome delante de ella de forma protectora, mi mano en su cintura, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba pero también se excitaba, su respiración acelerada rozando mi oreja. Norma jadeó bajito, apretando mi brazo con sus uñas pintadas de rojo: “Marcelo… es él… el que me miró toda la noche, como si me desvistiera con los ojos… ¿qué va a hacer ahora? Me excita, amor… pero dame miedo también”.
El tipo se acercó despacio, sus botas resonando en el concreto frío, la capa ondeando levemente con la corriente de aire del ventilador del estacionamiento, y levantó las manos enguantadas en un gesto de paz: “Tranquilícense, por favor… no quiero problemas. Solo quiero… un baile más con la vampiresa. Un baile privado, nada más”. Su voz era distorsionada por la máscara, profunda y con un acento neutro que no revelaba nada, pero había un tono de autoridad que me puso en alerta. Norma se asomó por detrás de mí, su escote bajando un poco más con el movimiento, sus tetas rebotando sutilmente: “Un baile… ¿privado? ¿Y por qué nosotros? Hay muchas en la fiesta”. Él rió por lo bajo, un sonido ahogado: “Porque vos, Norma, sos única… con ese disfraz, ese escote que hipnotiza, esas tetas grandes que todos desean… un baile privado les reportaría beneficios… para tu marido, un ascenso en el trabajo, un aumento jugoso… piénsenlo”.
Norma y yo nos miramos, la sorpresa mezclada con el morbo que siempre nos unía. “¿Beneficios? ¿Quién carajo sos para prometer eso?”, pregunté yo, mi voz temblando un poco, pero mi verga endureciéndose de nuevo con la idea de lo que podía pasar, imaginando a este extraño rozando a mi mujer. Norma susurró al oído: “Marcelo… no sé, amor… pero me pone caliente la idea… un baile privado, con vos mirando… ¿y si es verdad lo del ascenso? Imaginate, más plata para ese viaje que queremos hacer…”. El enmascarado insistió, acercándose un paso más, su presencia imponente: “No miento… un baile, nada más… en mi departamento, cerca de acá. Sin compromisos, pero con recompensas. ¿O prefieren que se quede en una fantasía de fiesta?”.
No sabíamos qué contestar, el silencio pesado en el estacionamiento, el corazón latiéndome fuerte, celos revolviéndome el estómago pero el deseo ganando terreno. Norma mordió su labio rojo: “Marcelo… dale, amor… un baile no es nada… y si es el jefe o alguien importante, mejor”. Ante la insistencia del tipo, que sacó un teléfono y mostró un mensaje de texto con mi jefe confirmando algo vago sobre “oportunidades”, y la promesa de un aumento y ascenso que sonaba tentadora, cedimos. “Bueno… un baile, nada más”, dije yo, protegiéndola pero excitado. Él asintió: “Suban a mi auto… el negro de allá, les sigo la corriente”. Subimos los tres al Mercedes negro estacionado cerca, él al volante con la máscara aún puesta, Norma y yo atrás, ella rozando mi muslo con su mano, susurrando: “Amor… esto me pone re mojada… imaginá si me toca en el baile… ¿te excita?”. Yo respondí, besándola: “Sí, Norma… pero cuidado… si pasa de un baile, decimos basta”.
El viaje fue corto, unos 10 minutos por avenidas nocturnas, el enmascarado conduciendo en silencio, la tensión creciendo en el auto, Norma y yo atrás, ella apretando mi mano mientras su otra mano rozaba disimuladamente mi verga endurecida bajo la toga. Llegamos a un edificio lujoso en Puert Madero, subimos por un ascensor privado al penthouse, un departamento enorme con vistas a la ciudad y al río, muebles de diseño, luces bajas y un aroma a cuero y whisky. Él nos hizo pasar al living amplio, con un sofá de terciopelo y música suave de fondo. “Aquí estamos… ahora, el baile privado”, dijo, quitándose finalmente la máscara. Norma y yo nos quedamos helados: era mi jefe, el director de la empresa, un tipo de 50 años, canoso y atractivo, con ojos verdes que ahora brillaban sin la máscara. “¡Jefe, Pedro! ¿Eras vos?”, exclamé, la sorpresa mezclada con el miedo al ascenso prometido. Él sonrió: “Sí, Marcelo… y ahora, Norma, bailá conmigo… privado, como prometí”. Norma jadeó: “Marcelo… tu jefe… ¿qué hacemos?”. Él insistió: “Un baile… y el ascenso es tuyo, Marcelo. Norma, sos irresistible…dejame… sentirte cerca”. Ante la promesa y el morbo, el juego comenzó… “¿ Qué tipo de bailes preferís? ¿Salsa, bachata, reguetón..? Preguntó mi mujer. “Un striptease lento y sensual”
Se me paralizó el corazón, miré a Norma y ella también estaba shoqueada. Pedro me miró y me dijo: “Entendés que no solo tu ascenso y aumento dependen de esto? Tu trabajo también…” y esa amenaza velada terminó de inclinar la balanza, a mi edad sería muy difícil conseguir un nuevo trabajo que nos permitiera vivir bien. Miré a Norma pidiéndole con los ojos que por favor aceptara.
Norma se levantó despacio del sillón de cuero mullido, su cuerpo aún temblando ligeramente por la excitación acumulada de la fiesta, el viaje en auto y la petición de Pedro, los ojos brillando bajo el maquillaje pálido de vampiresa que contrastaba con sus labios rojos y carnosos. El vestido negro de Elvira, ceñido como una segunda piel, marcaba cada curva de sus tetas enormes y firmes, el escote profundo dejando ver el valle tentador entre ellas, y la falda larga con el corte lateral insinuando sus muslos tonificados con cada movimiento sutil. Mi jefe y yo la mirábamos hipnotizados, sentados en los sillones amplios del penthouse, el ventanal del piso al techo ofreciendo una vista panorámica al Río de la Plata, mientras la música sensual de la playlist de jazz llenaba el aire con un ritmo lento y provocador que invitaba al pecado. “Miren, chicos… un striptease lento y sensual, como pediste, Pedro… Marcelo, amor, relájate y disfruta… pensá en el ascenso, en cómo nos va a cambiar la vida con ese aumento, imaginate viajes a playas privadas donde te coja todo el día”, dijo ella con voz ronca, girando despacio para que viéramos su culo redondo y firme, arqueando la espalda ligeramente para acentuar las curvas.
Sus manos subieron por los costados del vestido, rozando el escote donde sus pechos se desbordaban, pellizcando sutilmente los bordes para hacer que el jefe y yo tragáramos saliva. “¡Ahh, Norma! Sos una diosa absoluta… seguí quitándotelo todo, vampiresa, mostranos esas tetas grandes que me volvieron loco toda la noche en la fiesta”, murmuró el jefe, su mano ya frotando el bulto creciente en su pantalón, ojos fijos en cómo sus tetas rebotaban levemente con cada giro. Yo jadeaba, mi verga latiendo bajo la toga romana que apenas disimulaba la erección: “Norma… amor, estás increíble… pero recordá, solo el striptease, nada más… aunque me pone loco verte bailar así, como una puta profesional”. Ella rió suave, bajando un tirante del vestido despacio, dejando un hombro al aire, la piel pálida y sudorosa brillando bajo la luz tenue del departamento: “Tranquilo, Marcelo… solo miro cómo se te endurece la verga pensando en esto… jefe, ¿te gusta cómo me muevo? Imaginate estas tetas libres, rebotando para vos”.
El vestido se deslizó por sus hombros con agonizante lentitud, cayendo al piso en un charco negro a sus pies, revelando la lencería roja mínima que había debajo: un corpiño de encaje transparente que apenas contenía sus tetas enormes, los pezones rosados duros como piedras visibles a través de la tela, y una tanga diminuta metida entre sus nalgas perfectas, el hilo desapareciendo en la curva de su culo. Giró de nuevo, mostrando su trasero, arqueando la espalda para que viéramos cómo la tanga se tensaba: “Mmm, jefe… mirá este culo… redondo y firme, listo para que lo imagines… Marcelo, amor, sentís cómo late tu pija? Esto es por vos también”. Se sacó el corpiño de un clic hábil, liberando sus tetas al aire confinado del penthouse rebotando pesadas mientras bailaba, manos masajeándolas despacio, pellizcando los pezones para hacerlos más sensibles y rosados. “¡Dios, Norma! Tus tetas son perfectas… grandes, firmes, con pezones que piden ser chupados… seguí, quitáte la tanga, mostranos esa concha depilada”, dijo el jefe, desabrochándose el pantalón con urgencia, sacando su verga gruesa y venosa, empezando a pajearse lento, la cabeza goteando preseminal.
Norma se sacó la tanga despacio, deslizándola por las piernas largas y tonificadas, exponiendo su concha depilada, rosada e hinchada de excitación, los labios vaginales brillando con jugo que empezaba a gotear por los muslos internos, su aroma dulce invadiendo el espacio. “¡Ahh, Pedro! Mirá cómo estoy mojada… chorreo jugo solo de bailar para ustedes… Marcelo, amor, tocáte también… pajéate viéndome desnuda delante de tu jefe”. Se acercó a nosotros, desnuda excepto por los tacos altos que acentuaban sus curvas, su cuerpo convulsionando levemente de deseo, tetas rebotando con cada paso. “Marcelo… amor, estoy muy excitada… mirá cómo tiembla mi concha… ¿puedo acariciar las vergas de los dos? Solo tocar, por favor… me pone loca verlos pajeándose por mí, quiero sentirlos latir en mis manos”. El jefe jadeaba, pajeándose más rápido: “Sí, Norma… tocame por favor… tu marido decide, pero mirá cómo late mi pija por vos”.
Yo dudé, los celos apretándome el pecho como un puño caliente, viendo a mi mujer desnuda, bailando para mi jefe, pidiendo tocar su pija mientras él se pajeaba delante nuestro, pero la excitación ganando terreno, mi verga latiendo dolorosamente: “Norma… no sé, amor… es más de lo que dijimos… un striptease, no tocar…Pedro, quiero el doble del aumento prometido… “Hecho” dijo mi jefe “ok, pero… tocálas…nada más, solo acariciar”. Norma sonrió triunfante, arrodillándose entre nosotros en la alfombra persa gruesa y suave, su culo en alto expuesto, tetas colgando pesadas y rebotando, y extendió las manos: una a mi verga, la otra a la del jefe. “Mmm, miren qué pijas duras y calientes… la tuya, Marcelo, gruesa y venosa como siempre, latiendo por mí… la del jefe, larga y cabezona, goteando líquido preseminal… voy a acariciarlas despacio, sintiendo cómo se hinchan en mis palmas”. Sus dedos envolvieron los troncos, subiendo y bajando suave al principio, apretando en la base para hacer salir más líquido preseminal, girando el pulgar en las cabezas lubricadas. “¡Ahh, Norma! Tu mano es un fuego… acaricia más fuerte, ordeñame la pija”, gemía el jefe, empujando las caderas contra su mano. Yo jadeaba, embistiendo sutilmente: “Sí, amor… tocame así… me excita verte con otra pija en la mano, pajeándonos a los dos… sos mi puta vampiresa perfecta”.
Norma aceleró el ritmo, manos expertas pajeándonos con sincronía, el sonido chapoteante de la piel lubricada llenando el penthouse, mezclado con el jazz suave y el río de fondo. “¡Sí, chicos! Sientan cómo les ordeño las vergas… miren cómo gotean por mí… ¿te gusta que sea así de puta, Marcelo? ¿Con tu jefe pajeándose en mi mano mientras te miro a los ojos?”. El jefe gruñía: “Norma… pajéame más rápido… tu mano me va a hacer venir… mirá cómo late mi pija por tus tetas”. Ella no aguantó más, acercó la boca a la pija del jefe, lamiendo la cabeza despacio mientras me miraba a los ojos con esa mirada suplicante y caliente: “Marcelo… amor, ¿puedo chuparla? Solo un poco… mirame a los ojos mientras lo hago, sentime lo mojada que estoy por esto”. El jefe empujó: “Sí, Norma… chupame… tu marido decide, pero mirá cómo brilla mi cabeza para tu boca”.
Yo tragué saliva, celos y deseo luchando en mi pecho, viendo a mi mujer arrodillada, pajeando a mi jefe, pidiendo mamarlo delante mío: “Norma… sí… chupala, amor… pero mirame mientras lo hacés… mostrame cómo sos de puta”. Ella lamió la cabeza despacio, lengua girando alrededor del glande, succionando suave al principio, metiéndola más profundo en su boca caliente y húmeda: “Mmm, jefe… qué rica pija… salada y gruesa… Marcelo, mirá cómo…Glug…Glug……Glug…la chupo…Glug…Glug….cómo entra y sale de mi boca, cómo brilla con mi saliva… ¿te excita ver a tu mujer chupando a tu jefe, amor? Glug…glug…siento cómo late en mi garganta, pero no te pongas celoso, para vos también hay…”. Cambió a mí, chupando mi verga profunda, su garganta vibrando alrededor de mi glande, su lengua presionando la uretra: “Ay Marcelo… mmm, mi favorita…Glug…Glug..…cogeme la boca, amor… mirá cómo alterno, como una vampiresa chupando sangre… jefe, ¿querés que vuelva a la tuya?”. Volvió al jefe: “¡Glug! Toda adentro, toda… sí, jefe, empujá…Glug…Glug… cogeme la garganta despacio mientras miro a mi marido”.
Los sonidos de succión llenaban el aire, saliva chorreando por los troncos y su barbilla, sus tetas rebotando con cada movimiento de cabeza. “¡Ahh, Norma! Tu boca es un horno… chupame las bolas ahora”, gemía el jefe, y ella obedeció, lamiendo y succionando las bolas pesadas, su mano pajeando el tronco. Yo: “Sí, amor… mamame así… alterná, hacenos venir en tu boca”. Ella alternaba rápido, una chupada profunda a uno, luego al otro: “Mmm, dos pijas para mí… jefe, tu verga sabe a poder… Marcelo, la tuya a amor… ¿quieren acabar en mi boca? Díganme cosas sucias…” Pedro: “Sí, puta vampiresa… chupame hasta que te llene la garganta de leche”. Norma gemía vibrando alrededor de las pijas: “¡Sí! Denme su leche… pero primero, una buena turca para cada uno”.
Se incorporó un poco, agarrando sus tetas enormes con las manos, masajeándolas para hacerlas brillar con saliva y preseminal: “Ahora, metan sus pijas entre mis tetas… voy a cogérselas con mis melones”. Primero el jefe: envolvió su verga con sus pechos suaves y firmes, subiendo y bajando despacio, la cabeza rozando su barbilla cada vez que subía, pezones endurecidos rozando el tronco venoso: “¡Ahh, Norma! Tus tetas me aprietan la pija… cógetela así, puta… qué suaves y grandes, rebotan alrededor de mi verga”. Ella lamió la punta cada subida: “Sí, jefe… sentila entre mis melones… ¿te gusta cogerte mis pechos? Mirá cómo brilla tu pija con mi saliva”. Cambió a mí: “Ahora vos, Marcelo… metela aquí, amor… ¡sí! Rebotan por tu pija gruesa… cógetelas, empujá”. Yo embestía: “¡Norma! Qué rico… tus pezones rozan mi tronco… pajéame así con tus melones… mirá cómo sale preseminal”.
Después de turcas alternadas, Norma se sentó en el sillón de cuero, abriendo las piernas ampliamente, exponiendo su concha depilada chorreando jugo, labios hinchados y rosados, su ano rosado pulsando, el jugo goteando por el asiento: “Ahora, chúpenme a mí… uno en mis tetas y el otro en la concha y el culo… jefe, vos abajo… Marcelo, mis pezones”. El jefe se arrodilló entre sus piernas, oliendo el aroma de su excitación: “Mmm, qué concha mojada y rosada…chup…chup…”. Su lengua plana lamió los labios vaginales de arriba abajo, succionando el botón con labios, metiendo lengua adentro para saborear su jugo dulce: “¡Ahh, jefe! Sí… comeme la concha… meté la lengua más profundo, chupame el culo también… ¡sí, lameme mi culo rosado!”. Yo en sus tetas: “Yo te mamo los pezones, amor… ¡mmm, qué duros están! Mordisqueo uno, succiono el otro con fuerza, pellizco para hacerte gemir”. Norma convulsionaba, cuerpo arqueándose: “¡Sí, chicos! Me matan de placer… ya acabé , mi concha chorrea más… ¡ahhh, otra vez llegoooo..! Cambien ahora, quiero probar bocas distintas”.
Cambiamos: yo me arrodillé entre sus piernas, lamiendo profundo su concha, mi lengua girando en el clítoris con círculos rápidos, succionando los labios vaginales hinchados, un dedo deslizándose en su culo dilatado: “Mmm, amor… tu jugo sabe dulce y caliente… chupo tu clítoris como si fuera una pequeña pija, meto lengua en tu concha… ahora lamo tu culo, meto la lengua adentro”. Pedro en sus tetas: “Tomá mis mordidas en tus pezones… qué tetas perfectas, grandes y firmes… te pellizco fuerte, succiono hasta hacerte doler de placer”. Norma gritaba, cuerpo temblando en espasmos: “¡Ahhh! Dos acabadas más… me ponen como loca… jefe, tu boca en mis tetas me hace venir… Marcelo, comé mi concha y mi culo…¡No paren, hijos de puta”.
Se levantó, jadeando, con su concha chorreando jugo por los muslos: “Ahora, penétenme… de a uno primero. Vos, Marcelo, cógeme la concha en el sofá”. Se recostó, abriendo piernas: “¡Sí, amor! Metela despacio… ahh, qué gruesa… cógeme fuerte, embiste profundo”. Yo empujé, mis bolas llegaron a golpearse contra su culo: “¡Norma! Tu concha me aprieta… chorreás jugo…sentí cómo entro y salgo”. Ella: “¡Sí! Ahhhhh!!! Dame más… ya acabé otra vez… jefe, mirá cómo me coge mi marido”. Cambió al jefe: “Tu turno… metela en mi concha llena de jugo”. Él la embistió: “¡Tomá, puta! Mi pija gruesa te parte…te voy a coger así toda la noche vampiresa”. Norma: “¡Ahh, jefe! Me llenás… cogeme como un animal…¡¡¡ Ahhhh!!! ¡¡¡Llegué otra vez!!! Me van a matar a orgasmos… Marcelo, mirá cómo me rompe tu jefe”.
Chief


Ella estaba emputecida: “¡Quiero que me cojan a la vez, quiero doble penetración! Vos jefe en mi concha, y vos Marcelo en mi culo… llenenme los agujeros”. Pedro se acostó, mientras Norma montándolo: “¡Sí, jefe! Tu pija en mi concha… ahora Marcelo, rompeme el culo”. Entré despacio, dilatando su ano rosado: “¡Ahh, amor! Tu culo traga mi verga… sentís cómo nos rozamos adentro?”. Embestíamos alternados: “¡Me parten en dos! Llego otra vez….sigan por favor…… denme duro, cabrones… dale jefe, empujá más… Marcelo, culeame más fuerte”
cuckolded


Luego cambiamos, yo en concha, Pedro en culo: “¡Sí! Ahora así…más fuerte… más rápido…más profundo … me matan de placer”. Luego cambiamos otra vez, pero yo debajo en su culo y ella de frente a Pedro quien la cogía por la concha.
No podíamos más, le acabamos dentro: Pedro fue el primero: “¡Me vengo! Tomá mi leche en tu concha… ¡ahh…!”. Llenándola, el semen chorreaba por sus muslos. Yo no aguanté mucho más: “¡Te lleno el culo, amor! Sentí mi leche… toda adentro”. Norma convulsionaba: “¡Otro orgasmo más! Me dejan llena… pero no suficiente, chicos… denme esas pijas de nuevo”.
The trio hmh


Se arrodilló y empezó a chuparnos otra vez: “Ahora, les pido que me acaben en las tetas… pajéense sobre ellas”. Nos pajeamos furioso, ella masajeando sus tetas: “¡Sí! Denme su leche caliente… cubran mis tetas”. Pedro terminó primero: “¡Tomá, puta! Toda mi leche en tus pezones”. Varios C horros espesos salpicaron uno de sus pechos. Luego fue mi turno: “¡Sí, amor! Ofreseme las tetas… mirá cómo te baño”. Todo se mezcló en un charco pegajoso. Norma se masajeó sus tetas con nuestra acabada encima: “Qué rica… ahora, lamé mis tetas limpiá tu propia leche y la de mi marido de mis tetas… jefe, chupá…limpiá bien, besame ahora…”.
hotwife

commonlaw wife


Nos bañamos, nos vestimos, llamamos un uber y volvimos a casa. Ella feliz y satisfecha y yo siendo socio de la compañía…

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