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Compendio III
LA JUNTA 15: TERCERA ACUSACIÓN
Eran los principios de agosto para este punto. La sala de juntas era una catedral del dinero antiguo. La mesa de caoba brillaba bajo las luces empotradas, pulida hasta alcanzar un brillo especular que reflejaba los diplomas enmarcados y los premios dorados que cubrían las paredes. El aire olía a perfumes caros y café exótico, un aroma fuerte, pesado y sofocante.
Hacía frío, no en cuanto a la temperatura, sino en cuanto al ambiente. El tipo de frío que proviene de demasiadas reuniones, de demasiados rencores que hierven a fuego lento bajo la superficie. Cada roce de una silla, cada suspiro tenía su peso.
La mayoría quería que me fuera, lo notaba en las miradas de reojo, en la tensión de sus mandíbulas. Pero incluso entre mis detractores se notaba el cansancio. Contrataciones impulsivas. Otra vez. Casi se podían oír los gemidos silenciosos que se propagaban alrededor de la mesa, ver los dedos de Nelson marcando un ritmo impaciente, Horatio mirando fijamente al techo como si le suplicara clemencia.
La tensión ya no era aguda. Era sorda, pesada, desgastada como un viejo moretón. Todos estaban hartos de esta pelea, todos excepto Cristina.
Podía notar la malicia y sed de venganza en sus ojos.
• ¡Quiero abordar el tema de las contrataciones de Marco! - proclamó Cristina con confianza durante otra reunión de la junta directiva.

Edith suspiró y se frotó las sienes.
> ¡Cristina, ya hemos hablado de esto dos veces! ¡Leticia se encargó de ello! - Su tono era tenso, como el de alguien que intenta no espantar a una mosca que le molesta.
Leticia se ajustó las gafas, apretó los labios en una fina línea y bajó la mirada, casi avergonzada. Recordaba demasiado bien lo doloroso que era estar en la misma situación en la que se encontraba ahora Cristina: la furia justificada, la certeza de que estaba siendo imprudente.
Y, sin embargo, cuando me miró al otro lado de la mesa, tranquila e imperturbable.

No estaba enfadado con ella. De hecho, planteó algunos argumentos realmente buenos que me hicieron reconsiderar mis acciones. Pero supongo que para Letty era como ver a otra persona estrellarse contra la misma roca con la que ella se había enfrentado antes.
• Soy consciente de ello. - respondió Cristina, pero luego me miró con malicia. -Sin embargo, se han descubierto algunos detalles nuevos que requieren la atención de la junta.
> ¡De acuerdo! - aceptó Edith con frustración. - Pero esta será la última vez que se discuta este tema.
Cristina ignoró por completo el tono de advertencia de Edith. Golpeó con una carpeta sobre la mesa de caoba, lo que provocó un fuerte *crack* que resonó en el tenso silencio.

Madeleine se sobresaltó al oír el golpe de la carpeta. Llevaba un vestido entallado de color crema, con un escote ligeramente pronunciado (no indecente, pero llamativo), y el pelo suelto y con movimiento, que seguía atrayendo mi mirada.

Sonia, sentada a mi lado, vestía un traje oscuro entallado con una blusa blanca, como solía gustarle llevar, y se puso tensa, preparándose para el golpe que se avecinaba.

El fuerte golpe de la carpeta también hizo que Leticia se estremeciera. Se recostó en su silla, cruzando una pierna sobre la otra con deliberada elegancia, pero sus dedos tamborileaban contra su falda.

• Esta vez, Edith, es sobre la otra nueva contratación. Se trata de Isabella. – señaló con indignación.
Algo en la forma que lo dijo me puso en alerta…
o ¡Ya hemos hablado de esto! – rezongó Madeleine, tratando de defenderme. – Marco admitió que la contrató por impulso.

• Estoy consciente de ello. – continuó Cristina indiferente, mirándome como un gato jugando con su presa. – Sin embargo, estoy hablando de su verdadera identidad.
Sentí el espinazo en la espalda, al igual que Madeleine, Sonia y por supuesto, Edith. Pero a diferencia de nosotros, nuestra CEO mantuvo la calma.
Abrió el expediente, revelando unas fotos granuladas de una Isabella más joven cubierta de diamantes en alguna gala, del brazo de Víctor.

• Antigua socialité. Divorciada del consejero que intentó blanquear su dinero sucio con nuestra empresa. Contratada sin ningún historial corporativo. Marco la enterró. - Su dedo me señaló acusatoriamente. - Es un problema a punto de estallar.
Edith me miró con preocupación, como si me preguntara si estaba listo para la pelea.
Sonia intentó echar una mano, arreglándose las gafas como suele hacer. Pero las consecuencias eran demasiado graves como para pensar en un comentario ingenioso.
• Francamente, mis fuentes no han encontrado ningún registro de la contratación de Isabella. De hecho, toda la información al respecto parece estar envuelta en una niebla corporativa y burocracia. Me sorprende que tú, Madeleine, nuestra jefa de Recursos Humanos, no hayas sido completamente sincera con nosotros. - bromeó Cristina.

Podía sentir cómo aumentaba el miedo de Maddie. Hace años, Maddie y Cristina eran “amigas”, aunque utilizo el término de forma bastante imprecisa. De hecho, Cristina era la maestra y Maddie, su marioneta. Pero la dinámica cambió cuando Maddie y yo nos hicimos más íntimos. Maddie se volvió independiente, más inteligente, más segura de sí misma. Y Cristina me odiaba a muerte porque le había robado su muñeca.
• Lo que más me intriga es la verdadera identidad de Isabella. - Cristina siguió burlándose, disfrutando de nuestro malestar. - Nadie podría haber imaginado que nuestra nueva portavoz es una antigua socialité en apuros.
o Eso no es... – Maddie intentó argumentar, pero se detuvo.
Madeleine se puso visiblemente tensa y se le sonrojaron las mejillas. Me di cuenta de la traición: Cristina estaba removiendo el cuchillo en lo que una vez fue su amistad.
Los murmullos entre los miembros de la junta se intensificaron. El secreto había sido revelado, pero lo que más me molestaba era que Cristina le estuviera haciendo esto a Maddie por pura malicia.
• Sí. ¡Nuestra nueva “pequeña portavoz”, el pequeño proyecto de Marco es la exmujer del exconsejero Víctor! - Cristina continuó, con una sonrisa sardónica que me recordó a Nerón quemando Roma.
Si esto fuera una novela sobre jóvenes magos, Víctor sería nuestro “Voldemort”: nuestra empresa estuvo a punto de verse envuelta en un negocio fraudulento y una operación de blanqueo de dinero, solo porque Víctor consideraba que nuestra oficina corporativa era una tapadera. De hecho, gracias a él, sufrimos espionaje corporativo (yo, personalmente) e incluso un ciberataque hace dos años. Así que asociar a Izzie con Víctor era como atarle un ancla al cuello y arrojarla al mar.
Edith, por otro lado, escribió una nota con calma, incluso con una leve sonrisa. Me dio la impresión de que estaba dejando que sus hijos jugaran violentamente.
• Y esta vez hay pruebas. - continuó Cristina, mirando a Julien, nuestro asesor jurídico. - No es un rumor si se puede respaldar con la prensa escrita, ¿Verdad?
- ¡Ya basta! - La interrumpí, echando hacia atrás mi silla. Las patas chirriaron ruidosamente contra el suelo pulido.
Todas las miradas se posaron en mí. La sonrisa burlona de Cristina se amplió, esperando otra diatriba defensiva. En cambio, me incliné hacia delante, con las palmas de las manos apoyadas sobre la fría caoba.
- Isabella "es" una antigua miembro de la alta sociedad. La exmujer de Víctor. Y sí, ha caído estrepitosamente en desgracia. - Hice una pausa, dejando que la confesión flotara en el aire.
Edith detuvo el bolígrafo, conteplándome con atención.
-¿Tu fuente te contó quién es Isabella? - le pregunté desafiante, haciéndola sonreír. - ¿Tu fuente te dijo que tiene una hija? ¿Una versión miniatura de ella, de ocho años?
• ¡Ay, por favor, deja ya esa historia melodramática!- me interrumpió en tono burlón.

Pero mis palabras rompieron el hielo. Se podía oír el silencio, tan profundo que parecía que se hubiera caído un clavo.
Madeleine asintió ligeramente, visiblemente aliviada, al verme una vez más salir al rescate y salvar la situación.

- Estoy de acuerdo. Izzie es un riesgo. - continué, molesto. - Es engreída, odiosa, testaruda, malcriada... ¡y por eso es perfecta para Relaciones Públicas!
Casi grité de frustración.
Sonia bajó la mirada, ocultando su sonrisa burlona. Sabía que, si alguna vez fracasaba estrepitosamente, lo haría manteniendo mi estilo.

- Me vuelve loco... y me molesta... y cada vez que viene a verme, se me revuelve el estómago... pero es increíble: me convence de hacer cosas que de ninguna manera haría; es testaruda, persistente y nunca se rinde; y molesta y molesta sin descanso... y cuando se enfada... ¡Ay, Dios!... tiene un fuego dentro que la hace luchar con uñas y dientes...

Leticia parpadeó al oír mis palabras y me miró con otros ojos. ¿Era imprudente? Sí. ¿Impulsivo? Por supuesto. Pero no había negación en mi voz, ni excusas. Aunque no conocía a Isabella en persona, sentí que sabía que no estaba ocultando nada. De hecho, podría jurar que me miró con admiración. Como si me hubiera ganado su respeto...

No estaba fingiendo mi frustración. Por favor, comprendan que, a pesar de sus defectos, me gusta Izzie. Pero a la vez, me irrita.
- Así que pensé: “Bueno, si ella puede convencerme, quizá también podría trabajar aquí”. Ella conoce el juego. Conoce a la gente. De hecho, ha estado trabajando justo delante de sus narices y solo ahora se han dado cuenta. Así que me arriesgué, les pedí a Edith y a Maddie que guardaran silencio, pero porque ella no tenía nada... solo una hija... y necesitaba un trabajo. - Terminé con un tono suplicante.

Cristina no cedió.
• ¿Una oportunidad? – contraatacó con voz ácida. -Es la exmujer de Víctor. Solo esa conexión podría arrastrarnos al escándalo de blanqueo de dinero. La prensa se haría eco de ello.
Empujó las fotos de la revista hacia Edith.
• Piensa en los titulares: “Gigante minero contrata a una socialité desacreditada vinculada a la corrupción.” Nuestras acciones se desplomarían. – sentenció desbocada.
Y entonces, de repente, Julien rompió el silencio.
->¡Merde! - exclamó Julien, dando un golpe con la palma de la mano sobre la mesa. Su acento alargó la palabra, haciendo rodar la r como si llevara todo el peso de desaprobación parisina.
Cristina y yo nos congelamos en el acto.

Supongo que yo era uno de los pocos que se dio cuenta de que acababa de decir "¡Mierda!", y curiosamente, me sonrió por ello, pero siguió con su actuación.
Levantó su mano bien cuidada con el gesto grandilocuente de un director de orquesta deteniendo a su orquesta.
->Madame Edith... ¿Debo aplicar el protocolo? ¿Oui? ¿Non? Dígamelo usted. – consultó dócilmente.
Nos quedamos paralizados. Edith asintió con la cabeza, sonriendo como una depredadora, como una leona que sostiene a su presa...
>¡Proceda! - ordenó en voz baja, entrecerrando los ojos.
Julien carraspeó deliberadamente, como si llamara al orden en un tribunal.
->Merci, mademoiselle Cristina, gracias a su... “iniciativa” - dijo con una leve sonrisa altanera - los protocolos de confidencialidad corporativa ahora requieren una acción inmediata.
Golpeó ligeramente la delgada carpeta que tenía delante con un dedo elegante. Tap. Tap.
->Todos los miembros de esta junta deben firmar acuerdos de confidencialidad relativos a Madame Isabella, con efecto inmediato. Su contratación está vinculada a procedimientos judiciales secretos, affaires délicates, ya me entiende. – explicó, mirándome a los ojos.
Tal vez piensen que Julien sigue el estereotipo de francés amanerado. La realidad dista mucho de ello. No voy a negar que el tipo es estrambótico y arrogante, pero es un tipo que se mantiene en forma sin ser un adepto al fisicoculturismo. Es rubio, de ojos azules y quizás un poco más bajo que yo, con rasgos delicados. Pero nunca nos hemos interesado mutuamente, porque de una manera parecida a la de Ginny, Julien ve todo conectado a los términos de legislaciones, lo cual es una jerga que no me interesa ni me entretiene, pero, aun así, mantengo admiración profesional por él, dado que, aunque le cuesta más hablar inglés que a mí, el tipo se sigue esforzando constantemente.

Sus ojos recorrieron lentamente la sala, hasta posarse finalmente en Cristina como un halcón que inmoviliza a su presa.
->Cualquier otra revelación conlleva el riesgo de ser acusado de desacato. Y es algo muy serio. - Su voz se enfrió.
• ¿Qué quiere decir? - preguntó Cristina, confundida.

Julien no se inmutó. Su expresión se volvió fría como el hielo, la calidez se desvaneció como si cayera un telón, su tono perdió su habitual floritura y se volvió clínico.
->Quiero decir que ya hay procedimientos corporativos ante el tribunal. - Golpeó la mesa una vez para enfatizar. - Y cualquier información relativa a Madame Isabella está restringida por orden judicial. Très clair.
Exhaló, buscando brevemente la palabra adecuada en inglés.
->Debido a su... embauche irrégulière … ¿Cómo se dice?... “contratación irregular”, Madame Edith solicitó absoluta discreción. Todos los registros relacionados con ella están sellados por orden judicial. Hasta que termine el juicio, no existen para ustedes. ¿Revelarlos antes de eso? - Se encogió ligeramente de hombros. - Sería ilegal. Peligroso.
Cuando la voz de Julien rompió la tensión, Leticia se permitió una pequeña sonrisa, oculta tras su mano. Al igual que ella, Cristina no tenía ni idea de lo superada que estaba. Leticia me lanzó una mirada encantada, como si le hubieran servido el helado más delicioso justo delante de ella.

Cristina y yo estábamos igualmente boquiabiertos.
->Todas las partes implicadas ya han firmado acuerdos de consentimiento. – nos informó Julien con tono seco. - Y gracias a usted, mademoiselle, ahora debo pedirle a usted y al resto de esta junta que hagan lo mismo.
Su mirada se posó en Cristina, con voz teñida de frustración.
-No me... pidieron que firmara nada. - confesé, todavía tratando de entenderlo todo.
Los labios de Julien esbozaron una leve sonrisa divertida.
->Ah, Monsieur Marco. Creo que entiendo la lógica de Madame Edith. - Se volvió ligeramente hacia ella; ella respondió con un pequeño gesto de asentimiento.
->Hay un concepto... ¿Cómo se dice?... - Hizo un pequeño movimiento circular con la mano, buscando la palabra en inglés. – “Besoin de savoir seulement”... ah, sí, “necesidad de saber”. Madame consideró que usted no necesitaba saberlo en ese momento. Pero ahora...- me miró fijamente -... después de oír cómo hablaba de Madame Isabella, entiendo por qué confió en usted sin el papeleo. ¿Curieux, non?
Cristina apretó los nudillos alrededor del bolígrafo hasta que se le pusieron blancos.
•¿Procedimientos judiciales? ¿Qué procedimientos? ¿Y por qué no se me informó? - Su voz se quebró y el triunfo que había estado saboreando se convirtió en pánico.

Lanzó una mirada venenosa a Edith, que se limitó a sorber su café con una calma exasperante.
Julien abrió su carpeta, y las páginas nuevas brillaron bajo la luz del techo.
->La naturaleza de este procedimiento sigue siendo classifié, Mademoiselle Cristina. - dijo con voz fría. - Basta con decir que el empleo de la Madame Isabella está directamente relacionado con el litigio que involucra al consejero Víctor... malversación de fondos, apropiación indebida de activos. - Su mirada era como una navaja. - Lo que nos lleva a su fuente. Revele quién es. Ahora.
• ¡Eso es privilegio de informante confidencial! No puede...- Cristina retrocedió como si la hubieran golpeado.
->¿Privilegio? —Julien se burló, golpeando la carpeta con precisión milimétrica— Non, non. El espionaje corporativo anula esas sutilezas. Díganos quiénes son.
La sala se tensó. Todas las miradas se volvieron hacia Cristina, que buscaba frenéticamente una salida. Su mirada se dirigió, casi suplicante, a Inga.
Inga, fiel a su estilo, se reclinó en su silla con estudiada serenidad, los labios curvados en una leve sonrisa. No le ofreció ningún salvavidas.

Fue Kaori, la sombra de Inga, quien cedió.

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Sé que no te he contado de ella, ruiseñor (y por ende, a usted tampoco, mi muy estimado(a) lector(a)).
Pero sé cómo te pondrías si lo hubiese hecho. Sí, es de ascendencia japonesa, pero su padre es austriaco y estudió y vivió en Europa toda su vida. No, no le gusta ni le interesa el animé ni los mangas. De hecho, fuera de su nombre, es una europea más.
Quizás, lo más curioso de ella es que padece de heterocromía: Uno de sus ojos es azul, mientras que el otro es verde oliva.
Y la relación entre nosotros es un tanto tensa: es misteriosa, callada y me recuerda a una "kunoichi empresarial", en el sentido en que opera tras las sombras, razón por la cual si Inga es casi imperceptible dentro de las juntas, a Kaori apenas sientes su presencia.
Por último, creo que nuestra relación viene de por sí rota: cada vez que la veo, mi reacción inicial es suspirar desolado, sabiendo de antemano que tendré que contarte todo lo que sé de ella, por lo cual, si le desagradaba antes por su afiliación con Inga, esto último terminó completamente por quemar ese puente.
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La joven de ascendencia nipón se tensó, agarrando su tableta con los dedos como si pudiera protegerla.
< Yo... solo revisé la base de datos de contrataciones —admitió, con voz plana pero tensa—. No había ningún registro de Isabella. Reenvié los registros cuando Cristina lo señaló como urgente. Eso es todo.
La sonrisa de Julien se volvió gélida.
->Voilà. No es de dominio público: copiado, transmitido, filtrado. - Se inclinó hacia delante y entrecerró los ojos. - Mademoiselle Kaori, usted puede llamarlo diligencia. Yo lo llamo intrusión.
El color subió a las mejillas de Kaori, aunque su expresión permaneció impasible. Aun así, la humillación era evidente.
Edith finalmente dejó su taza con un suave tintineo, cuyo sonido cortó la tensión como una guillotina.
>¡Basta! - dijo, con voz aterciopelada pero firme. Juntó los dedos y miró a Cristina con una calma implacable. - Isabella no es una carga para Víctor, Cristina. Es la testigo estrella de la acusación.
La revelación cayó como un trueno. Se me encogió el pecho. Edith podría estar fanfarroneando, pero después de seis años observando su trabajo, lo dudaba.
Cristina palideció. Sus nudillos se clavaron en el borde de la mesa de caoba.
•¿Testigo estrella? —espetó—. ¿Contra... Víctor?
La respuesta de Edith fue casi fría.
> Exactamente. Los registros ocultos, el secretismo... era para protegerla a ella. Y, por extensión, a esta empresa. Tu “investigación” podría haber saboteado un caso federal y destrozado nuestra reputación. – exclamó como una madre iracunda.
Cristina abrió la boca y luego la cerró. Frente a la pulida superficie de la mesa, de repente parecía más pequeña, y su anterior aplomo se había desvanecido como cenizas.
Sus ojos se deslizaron hacia Kaori. La joven estaba sentada rígida junto a Inga, agarrando su tableta como si fuera una armadura, con el rostro pálido y la mirada fija al frente. No vendría ningún rescate por ese lado.

Entonces, la mirada de Cristina volvió a posarse en mí. Sus ojos me atravesaron como cristales rotos, puro veneno. La había arruinado de nuevo. Había intentado aplastar un insecto, solo para estrellarse contra un muro de piedra.

Pero no era solo ella. Por el rabillo del ojo, vi que Kaori finalmente me miraba. Su mirada era más aguda que la de Cristina, más fría, como si jurara en silencio vengarse por haberla arrastrado a la luz.

Y detrás de ambas, Inga se reclinaba, impenetrable. Sin embargo, sus ojos felinos decían la verdad: una depredadora al acecho, con las garras medio ocultas, esperando su momento.

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