
Me llamo Marcelo, y esta noche que les voy a contar fue una de esas que te cambian la perspectiva de todo. Norma y yo estamos casados hace cinco años, y desde el principio nuestra relación ha sido un fuego constante. Ella es una mujer que no pasa desapercibida: curvas generosas, caderas anchas que se mueven con un ritmo hipnótico, y un busto que es una obra de arte, grande, firme, siempre llamando la atención. Sus tetas son legendarias, de esas que llenan cualquier remera y hacen que los hombres giren la cabeza. Nosotros siempre hemos jugado con eso; nos encanta el exhibicionismo sutil. Salimos a caminar por la ciudad y ella se pone escotes profundos, o en la playa se quita el sujetador bajo la bikini para que se marque todo. Nos pone calientes saber que otros la miran, y después volvemos a casa y cogemos como locos recordándolo. Pero hay una fantasía que nos ronda desde hace tiempo: abrir la pareja a un tercero. Hablamos de eso en la cama, jugamos con dildos, incluso le hemos puesto nombres a alguno de ellos, imaginamos a otro hombre tocándola mientras yo miro, o los tres enredados en un lío de cuerpos sudados. Pero nunca nos animamos. Miedo, supongo. Celos disfrazados de dudas.
Esa noche, todo empezó de forma inocente. O al menos eso creí. Era viernes, y Tomás, el ex de Norma, había llamado para pasar por casa. Ellos terminaron hace años, antes de que yo la conociera, pero quedaron algunos papeles de la separación que nunca cerraron del todo. Un divorcio amistoso, decían. Yo no tenía problema; Norma me había contado que Tomás era un tipo decente, y no soy de esos maridos posesivos. Así que lo invitamos a cenar, para charlar y firmar lo que faltaba. Preparé unas pizzas caseras, abrí una botella de vino tinto, y nos sentamos en el living. Norma estaba vestida casual: una remera ajustada que abrazaba sus curvas, jeans que marcaban su culo redondo, y el pelo suelto cayendo sobre sus hombros. Sus tetas se veían imponentes, empujando contra la tela, y yo ya me excitaba solo de mirarla.
Tomás llegó puntual, con una carpeta en la mano. Es un tipo alto, morocho, con esa sonrisa confiada que supongo que le gustó a Norma en su momento. Nos saludamos con un apretón de manos, y él le dio un beso en la mejilla a ella, un poco más largo de lo necesario. “Tanto tiempo, Norma. Estás… radiante”, le dijo, y sus ojos bajaron un segundo a su escote. Ella sonrió, coqueta como siempre. “Gracias, Tomás. Vos también te ves bien. Pasá, sentate”. Nos acomodamos en el sofá, yo al lado de Norma, él enfrente en un sillón. Empezamos hablando de pavadas: el trabajo, el tráfico en Buenos Aires, el clima que no para de cambiar. Pero mientras firmaban los papeles, el vino empezó a soltar las lenguas.
“Che, recordás esa vez que fuimos a la costa y nos quedamos en esa cabaña chiquita?”, dijo Tomás de repente, con una risita. Norma se rio, cubriéndose la boca. “Ay, sí, la que tenía la ventana rota y entraba el viento. Pasamos frío toda la noche”. Él la miró fijo, y agregó: “Frío al principio, pero después nos calentamos rápido, ¿no?”. Ella se sonrojó un poco, pero no apartó la mirada. “Sí, algo así”. Yo sentí un cosquilleo en el estómago, una mezcla de celos y excitación. Sabía que habían sido pareja, que habían cogido, pero oírlo así, con detalles sugerentes, me ponía duro. Norma me miró de reojo, y vi que sus pezones se marcaban bajo la remera. Estaba excitada también.
Seguimos charlando, y los recuerdos empezaron a fluir. Tomás contó de una noche en un bar donde bailaron hasta el amanecer. “Vos siempre bailabas pegada, Norma. Me volvías loco con ese cuerpo tuyo moviéndose contra mí”. Ella se mordió el labio, y contestó: “Y vos me agarrabas de la cintura, fuerte, como si no quisieras soltarme nunca”. Yo intervine, tratando de sonar casual: “Suena divertido. Norma siempre ha sido una bailarina increíble”. Pero mi voz salió ronca, y sentí mi verga endureciéndose en los pantalones. El aire se cargaba de tensión sexual. Norma cruzó las piernas, rozando su muslo contra el mío, y Tomás no dejaba de mirarla, devorándola con los ojos. Sus tetas subían y bajaban con cada respiración, y juro que se veían más grandes, más provocativas.
“¿Y esa vez en el auto, volviendo de la fiesta?”, siguió Tomás, con una sonrisa pícara. “Paramos en el camino porque no aguantábamos más”. Norma soltó una carcajada, pero sus mejillas ardían. “Tomás, no cuentes eso delante de Marcelo”. Él me miró: “Perdón, che, pero es que eran buenos tiempos. Norma era… insaciable”. Ella lo miró con ojos brillantes: “Vos también lo eras. Me hacías gritar de placer”. Yo tragué saliva, imaginando la escena: Norma montada en él, sus tetas rebotando, gimiendo fuerte. Mi mano subió por su pierna, apretando su muslo carnoso. Ella no me detuvo; al contrario, separó un poco las piernas.
La conversación se volvió un ida y vuelta de recuerdos calientes. Tomás contó cómo Norma lo sorprendía en la ducha, arrodillándose para chupársela hasta que explotaba en su boca. “Tenías una boca mágica, Norma. Caliente, húmeda, y sabías exactamente cómo mover la lengua”. Ella se rió, pero su voz era baja, seductora: “Y vos me comías la concha como nadie, Tomás. Me hacías acabar una y otra vez con esa lengua tuya”. Yo estaba al borde, mi pija dura como piedra pero con el estómago revuelto por los celos. Me enojaba casi tanto como me excitaba la charla. “Suena intenso”, dije, y Norma me miró: “Sí, amor, pero ahora sos vos el que me hace eso”. Pero en sus ojos vi el fuego, la excitación de revivirlo con él aquí.
Tomás se inclinó hacia adelante: “Extraño esas noches, Norma. Tu cuerpo era adictivo. Esas tetas tuyas… Dios, cómo las mordía”. Ella se arqueó un poco, haciendo que su busto se proyectara más. “Y a vos te encantaba, ¿no? Me las chupabas hasta que me dolían de tanto placer”. Yo no podía creerlo; estábamos los tres excitados, el aire olía a sexo. Mi mano subió más por su pierna, rozando su entrepierna, y sentí el calor húmedo a través de los jeans.
De repente, Norma se levantó. “Permiso, voy un rato al baño”, dijo, con una sonrisa inocente. La miré irse, su culo balanceándose. Tomás y yo nos quedamos en silencio un momento, pero él rompió el hielo: “Es una mujer increíble, Marcelo. Te envidio”. Yo asentí, todavía duro y algo enojado. “Lo sé. Es mía ahora”.
Cuando Norma volvió, mi mandíbula casi cae al piso. Se había cambiado: ahora llevaba una remera de tirantes blanca, fina, sin corpiño. Sus tetas enormes se veían libres, los pezones duros marcándose a través de la tela, rebotando con cada paso. Abajo, un short chiquito con encaje, que apenas cubría su culo carnoso y dejaba ver el inicio de sus muslos gruesos. Se sentó entre nosotros en el sofá, cruzando las piernas de forma que el short subiera un poco, mostrando más piel suave. “Me puse más cómoda”, dijo, como si nada. Tomás la miró boquiabierto: “Norma… estás espectacular”. Ella sonrió: “Gracias. Hace calor, ¿no?”.

La charla se volvió aún más erótica. Norma se inclinaba hacia adelante, haciendo que sus tetas casi se salieran de la remera, y contaba más recuerdos. “Recordás cuando me cogías por atrás, Tomás? Me agarrabas las tetas fuerte mientras entrabas”. Él asintió, su voz ronca: “Sí, y vos gemías pidiendo más, tu culo perfecto rebotando contra mí”. Yo la tocaba ahora abiertamente, mi mano en su muslo, subiendo hacia el encaje del short. Ella separó las piernas un poco más, mostrando el bulto de su concha debajo de la tela fina. “Marcelo me hace lo mismo ahora, pero a veces fantaseamos con más”, dijo ella, mirándome.
Tomás captó la indirecta. “Hablando de fantasías… ¿Alguna vez han hecho un trío?”. Yo me quedé mudo, no sabía qué contestar. El corazón me latía fuerte. Norma lo miró con cara de nena buena, inocente pero traviesa: “No, aún…”. Su voz era un susurro cargado de promesas. Luego, le preguntó a él: “¿Y vos, Tomás? ¿Has hecho algún trío?”.
Él sonrió, recostándose. “Sí, una vez. Con una pareja de amigos. Ellos me lo pidieron porque querían experimentar. Ella era curiosa como vos, Norma, y él quería verla disfrutar con otro”.
Norma se mordió el labio, sus pezones cada vez más endurecidos bajo la remera. “Contame detalles, por favor. ¿Cómo fue? ¿Qué hicieron?”.
Tomás empezó a relatar, pero despacio, provocativo. “Bueno, empezamos con besos. Ella se sentó en mis piernas, y su marido miraba. Le bajé la remera, le chupé las tetas mientras él la tocaba por atrás…”. Norma respiraba agitado, su mano en mi pierna, apretando. Quería más: “¿Y después? ¿La cogiste mientras él miraba? ¿ o se la cogieron entre los dos?”.
Él la miró fijo, y de repente dijo: “Mirá, en vez de contarte cómo fue… ¿quieren sentirlo acá, en este momento?”.
Norma y yo nos miramos, los ojos llenos de deseo y duda. Mi pija palpitaba, imaginando a Tomás tocando sus tetas voluptuosas, cogiéndola entre los dos….ella me apretó la mano, su piel caliente. No nos decidimos en ese instante. Tomás se levantó: “Piénsenlo mientras voy al baño. La propuesta es sin compromiso, solo sexo. Puro placer, si no les va no pasa nada, pero si quieren disfrutar…”.
Se fue, dejándonos solos en el sofá, con el aire cargado de posibilidades. Norma me miró, sus tetas subiendo y bajando, el short subido mostrando casi todo. “¿Qué decís, amor?”, susurró. Y ahí quedamos, en ese borde…
Norma y yo nos quedamos mirándonos en silencio por un momento que pareció eterno, el sofá todavía cálido donde ella se había sentado con esa remera de tirantes blanca que dejaba poco a la imaginación, sus tetas voluptuosas presionando contra la tela fina, los pezones endurecidos como piedras. Mi poja latía en los pantalones, dura como nunca, pero mi mente era un torbellino. ¿De verdad íbamos a hacer esto? Tomás era su ex, un tipo que la había cogido antes que yo, y ahora estaba proponiendo un trío casual, solo sexo. Yo estaba indeciso, excitado pero con un nudo en el estómago. ¿Y si salía mal? ¿Y si los celos me comían vivo? ¿Y si ella me dejaba y quería volver con él?
Ella me leyó la mente, como siempre. Se acercó más, su cuerpo curvilíneo rozando el mío, y me besó suave al principio, sus labios carnosos presionando contra los míos. “Amor, es solo sexo”, murmuró contra mi boca, su voz baja y ronca, cargada de deseo. “No cambia nada entre nosotros. Te amo con locura, sos mi hombre y nada va a cambiar eso. Solo es placer, nada más”. Siguió besándome, más profundo ahora, su lengua invadiendo mi boca mientras su mano bajaba por mi pecho, hasta llegar a mi entrepierna. Agarró mi verga por sobre el pantalón, apretándola firme, sintiendo lo dura que estaba. “Mirá cómo te pone esto, Marcelo. Estás durísimo”. Gemí en su boca, incapaz de negarlo. Su mano se movía despacio, masajeando mi pija a través de la tela, subiendo y bajando en un ritmo torturante.
Yo intenté protestar, pero las palabras se me atascaban. “Norma, no sé… es Tomás, tu ex”. Ella no me dejó terminar. Tomó mi mano y la guió entre sus piernas, por sobre el short con encaje, presionándola contra su vulva. Sentí el calor, la humedad filtrándose a través de la tela fina. Estaba empapada, su concha hinchada y lista, lubricada por la excitación. “Sentí lo mojada que estoy, amor. Esto me pone loca. Solo imaginándonos… a los tres”. Su voz era un susurro suplicante, sus caderas moviéndose contra mi mano, frotándose descarada. “Por favor, decime que sí. Solo un rato, nada serio”.
Justo en ese momento, oímos la puerta del baño abrirse. Tomás volvió al living, y nos vio así: yo con la mano entre sus piernas, ella agarrándome la verga, nuestros rostros enrojecidos. Se detuvo un segundo, una sonrisa lenta extendiéndose en su cara. “Parece que ya empezaron sin mí”, dijo, con esa voz confiada, pero sus ojos devoraban a Norma, bajando a sus tetas que subían y bajaban con cada respiración agitada.
Yo tragué saliva, quitando la mano de su vulva, pero Norma no soltó la mía. Miré a Tomás, luego a ella, y sentí una oleada de posesión mezclada con lujuria. No quería un trío completo, no todavía. Pero la idea de verla tocarlo… eso me ponía al límite. “Está bien”, dije al fin, mi voz ronca. “Pero solo que lo masturbes delante de mí. Nada más por ahora”.
Tomás levantó las cejas, pero asintió sin discutir. “Me parece perfecto”, contestó, y se sentó en el sillón enfrente, abriendo un poco las piernas, su bulto ya era visible en los pantalones. Norma me miró con ojos brillantes, triunfantes, y me dio un beso rápido en los labios. “Gracias, amor. Vas a ver lo caliente que es”. Se levantó despacio, su culo redondo tensando el short, y caminó hacia Tomás con un balanceo hipnótico de caderas. Se arrodilló delante de él, entre sus piernas abiertas, sus tetas colgando pesadas bajo la remera, casi tocando sus muslos.

Con manos temblorosas de excitación, Norma desabrochó el pantalón de Tomás, bajando el cierre. Sacó su miembro con cuidado, y juro que mi corazón dio un vuelco. Era grueso, más que el mío, venoso y ya semierecto, la cabeza roja e hinchada. Ella lo miró un momento, como recordando, y luego rozó la punta con los dedos, trazando círculos suaves alrededor del glande. “Mmm, seguís igual de grande”, murmuró, su voz seductora. Tomás gimió bajito, recostándose más. Norma envolvió su mano pequeña alrededor del grueso miembro, apenas cerrando los dedos por lo ancho que era. Empezó el movimiento sube y baja, lento al principio, apretando justo lo necesario para que se endureciera por completo en su palma. “Así, Tomás? ¿Te gusta cómo te la agarro?”, preguntó, mirándolo a los ojos mientras su mano subía y bajaba, el prepucio deslizándose sobre la cabeza húmeda.
Yo no podía quedarme quieto. Me levanté y me acerqué, mi propia erección empujando contra el pantalón. Saqué mi verga, dura y palpitante, y se la ofrecí cerca de su boca. Norma me miró con deseo puro, abriendo los labios carnosos sin dudar. La metió en su boca, chupando fuerte, su lengua girando alrededor de la cabeza mientras seguía masturbando a Tomás con la otra mano. Gemí alto, agarrándole el pelo. “Dios, Norma, sos una diosa”. Su boca era caliente, húmeda, succionando como si quisiera devorarme.
Me acomodé detrás de ella, arrodillándome también, mi cuerpo pegado al suyo. Mis manos subieron por su espalda, rodeándola para acariciar sus senos desde atrás, apretando esas tetas enormes a través de la remera. Sentí sus pezones duros contra mis palmas, y me incliné al oído: “¿No te gustaría ponerlo entre tus tetas, amor? Dejar que te coja con esa pija gruesa?”. Ella, me miró por sobre el hombro con ojos llenos de lujuria, sin decir nada, pero su respiración agitada lo decía todo.
Sin esperar más, levanté su remera de tirantes, liberando sus tetas al aire. Eran magníficas: grandes, firmes, con aureolas rosadas y pezones erectos, balanceándose libres ahora. Norma jadeó. Miró a Tomás, cuyo miembro seguía en su mano, y dijo: “Necesito lubricarlo antes”. Sin darme tiempo a responder, se inclinó hacia adelante y metió la verga de Tomás en su boca de un solo movimiento, tragándosela profunda, cubriéndola de saliva espesa. Chupó con avidez, su cabeza subiendo y bajando un par de veces, dejando el miembro brillando, goteando baba. Tomás estaba extasiado, sus manos en el sillón apretando fuerte, gimiendo: “Joder, Norma… tu boca es un paraíso”.
Ella sacó la pija de su boca, relamiéndose los labios, y con un movimiento preciso la colocó en el valle de sus tetas, apretándolas juntas alrededor del miembro grueso. Empezó a moverlas arriba y abajo lentamente, el ritmo hipnótico haciendo que la pija de Tomás apareciera y desapareciera entre esa carne suave y voluptuosa, la cabeza roja asomando cada vez que bajaba. “Mirá cómo se desliza, amor”, me dijo, su voz entrecortada. Yo estaba hipnotizado, mi propia verga rozando su espalda, viendo cómo sus tetas lo envolvían por completo…

Vi cómo Norma seguía moviendo sus tetas arriba y abajo alrededor de la verga gruesa de Tomás, ese ritmo lento y deliberado que hacía que la cabeza roja apareciera y desapareciera entre esa carne suave y voluptuosa. Sus senos eran perfectos para eso, grandes y firmes, envolviéndolo por completo, lubricados por la saliva que ella misma le había dejado. Tomás gemía cada vez más fuerte, sus caderas empujando un poco hacia arriba, cogiendo las tetas de mi mujer como si fuera el paraíso. “Norma… joder, no aguanto más”, gruñó él, su voz entrecortada, los músculos tensos. Ella aceleró un poco, apretando más sus tetas, mirándolo con esa cara de puta inocente que me volvía loco. “Dale, Tomás, soltá todo. Quiero sentirte explotar entre mis tetas”.
Y no aguantó mucho más. Con un rugido ahogado, Tomás se acabó, chorros calientes y espesos saliendo de su pija, salpicando el canal de sus senos, subiendo hasta su cuello y alcanzando su cara. Un poco le cayó en la mejilla, otro en los labios, y ella se relamió como una gata, saboreando el semen. Sus tetas quedaron cubiertas de leche blanca, goteando por las curvas, brillando bajo la luz del living. Tomás jadeaba, exhausto pero con una sonrisa satisfecha, mirando el desastre que había hecho en las tetas de Norma. Ella soltó la presión, dejando que la pija de él se ablandara un poco, pero no se movió, arrodillada aún, disfrutando la sensación pegajosa en su piel.
Yo la miré desde atrás, mi verga dura como una roca rozando su espalda, y sentí una oleada de posesión mezclada con lujuria pura. “Es momento de disfrutar, amor”, le dije, mi voz ronca de deseo. La agarré por las caderas, agachándola un poco más, su culo redondo elevándose hacia mí. Corrí su short con encaje a un lado, exponiendo su concha empapada, los labios hinchados y brillando de sus jugos. Apoyé mi glande contra sus labios exteriores, sintiendo el calor húmedo envolviéndome ya. De un solo movimiento, empujé todo adentro, enterrándome hasta el fondo en su concha apretada y caliente. Norma soltó un alarido de placer que resonó en el living, su cuerpo temblando violentamente. “¡Ahhh, Marcelo! ¡Sí, así, todo adentro!”, gritó, y sentí cómo su interior se contraía alrededor de mi pija, un orgasmo vibrante sacudiéndola de inmediato. Se vino fuerte, sus jugos chorreados empapándome las bolas, sus paredes internas masajeándome como si quisieran ordeñarme ya.
Mientras yo empezaba a bombear despacio, cogiéndola con embestidas profundas que la hacían gemir cada vez, Tomás se recompuso. Se inclinó hacia adelante, aún sentado, y se encargó de sus tetas. Con las manos, limpió el semen, untándolo un poco más antes de lamer sus propios dedos, pero dejó lo suficiente para que brillaran. “Estás toda sucia, Norma. Dejame limpiarte”, murmuró, y empezó a chupar sus pezones, lamiendo los restos de su acabada, mordisqueando suave. Ella arqueaba la espalda, empujando sus tetas contra su boca, mientras yo le daba verga por atrás. “Mmm, Tomás, seguís siendo un sucio”, dijo ella entre gemidos, pero su voz era puro placer. Tomás no tardó en endurecerse de nuevo; su verga ya estaba lista para una segunda vuelta, palpitando erguida mientras él se masturbaba lento, mirándonos.

Norma giró la cabeza hacia mí, su cara salpicada de semen, los ojos vidriosos de lujuria. “¿Me dejás, amor? Quiero montarlo un rato”, preguntó, su voz suplicante, mordiéndose el labio inferior. Yo dudé un segundo, pero el fuego en mi vientre era más fuerte que cualquier celos. Asentí, saliendo de ella con un sonido húmedo, mi pija brillando de sus jugos. “Sí, dale. Montalo y hacelo gritar”.
Tomás se acostó en el sofá, estirándose, apuntando al techo. Norma se levantó, quitándose el short por completo ahora, quedando solo con la remera levantada sobre sus tetas. Se subió encima de él, a horcajadas, guiando su miembro con la mano hasta su entrada. Bajó despacio, empalándose en esa verga ancha, gimiendo largo mientras se estiraba alrededor de él. “Dios, Tomás, seguís siendo tan grueso… me llena toda”, jadeó, empezando a cabalgarlo. Sus caderas subían y bajaban, su culo rebotando contra sus muslos, sus tetas saltando hipnóticas con cada movimiento. Tomás la agarraba de la cintura, empujando hacia arriba, cogiéndola profundo. “Cabalgame, Norma. Sos una diosa montando”.
Yo me puse de costado en el sofá, al lado de ellos, besándola profundo mientras ella cabalgaba. Mi lengua en su boca, saboreando un poco del semen de Tomás que aún tenía en los labios. Mis manos en sus pechos, apretando esas bolas de carne suaves, pellizcando los pezones endurecidos. “Te ves tan puta, amor, cogiéndote a tu ex delante mío”, le susurré al oído, y ella deliraba de placer, gimiendo en mi boca. “Sí, Marcelo, me encanta… los dos me vuelven loca”.
De repente, Norma ralentizó el ritmo, mirándome con ojos brillantes. “Quiero probar algo más, amor… quiero a los dos al mismo tiempo dentro de mí”. Su voz era un ronroneo, cargada de deseo prohibido. Yo tragué saliva, excitado al máximo. “Decime qué querés exactamente”. Ella sonrió traviesa: “Uno en mi conchita, el otro en mi culo. Quiero que vos me lo desvirgues ahora. Los quiero a los dos a la vez”.

Asentí, y me coloqué detrás de ella mientras seguía montando a Tomás despacio. Masajeé su esfínter con los dedos, untándolos con sus jugos para relajarla, girando suave alrededor de ese anillo apretado. Nunca lo habíamos hecho por el culo y por que que sabía no se lo había hecho nadie aún. “Relajate, amor. Voy a entrar despacio”. Apoyé mi glande en la entrada trasera, empujando lento pero sin pausa, sintiendo cómo se abría para mí, centímetro a centímetro. Norma jadeó fuerte, un gemido de dolor-placer: “Ahhh, sí… entrá, Marcelo. Me duele un poco pero es tan rico….desvirgámelo por favor”. Yo sentí el calor estrecho envolviéndome, su culo apretándome como un puño caliente, mientras abajo sentía la polla de Tomás moviéndose a través de la pared fina, frotándose contra la mía. Tomás gruñó: “Joder, la siento a través de ella… está tan apretada”. Norma temblaba entre nosotros, llena por completo, sus paredes internas masajeándonos a los dos. “Los siento a los dos… me están partiendo, pero es el placer más intenso de mi vida”, murmuró, empezando a moverse de nuevo, subiendo y bajando, cogiéndonos a ambos al mismo ritmo.
Las sensaciones eran abrumadoras: para mí, el calor de su culo apretado, el roce constante con la pija de Tomás dentro de su vagina, cada embestida enviando ondas de placer por mi espina. Para Norma, era éxtasis puro; su cuerpo vibraba, sus tetas rebotando, gimiendo sin control: “¡Más fuerte! ¡Los quiero a los dos profundo!”. Tomás empujaba desde abajo, sintiendo mi verga frotándose contra la suya, el calor compartido volviéndolo loco: “Norma, sos una puta perfecta… nos estás ordeñando a los dos”.
Después de un rato, rotamos posiciones. Salí de su culo con cuidado, y Tomás se movió. Ahora yo me acosté debajo, y Norma se montó en mí, deslizándose fácil en su conchita empapada. “Vení, amor, besame mientras te cojo”, le dije, atrayéndola hacia mí. La besé profundo, nuestras lenguas enredadas, mientras mis manos se encargaban de sus senos, amasándolos fuerte, chupando un pezón y mordisqueando el otro. Tomás se colocó detrás, untando su pija gruesa con saliva y sus jugos, y entró en su culo despacio, estirándola más que yo. Norma gritó en mi boca: “¡Tomás, entrá todo! ¡Los tengo a los dos otra vez!”. Ahora yo lo sentía frotándose contra mí desde atrás, el roce intenso a través de la pared delgada, haciendo que cada movimiento fuera una explosión de sensaciones. Ella cabalgaba salvaje, delirando: “¡Sí, así! ¡Me vienen los dos!”.
No aguantamos mucho más. El placer se acumuló hasta el límite, y llegamos al final los tres a la vez. Norma acabó primero, un orgasmo violento que la hizo convulsionar, su concha y su culo contrayéndose alrededor de nosotros, ordeñándonos. “¡Me vengo! ¡Ahhh, los siento explotar!”, gritó. Yo acabé dentro de ella, chorros calientes llenándola, gimiendo su nombre. Tomás la siguió, descargando en su culo, su verga palpitando contra la mía. Salimos despacio, y los líquidos de los dos se escurrían por los muslos de ella, goteando blancos y espesos, dejando rastros pegajosos en su piel suave. Ella jadeaba, exhausta pero sonriente, recostada entre nosotros, su cuerpo marcado por el placer compartido. Esa noche cambió nuestra vida y nuestra sexualidad para siempre.

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