Hola, les voy a narrar algo que me sucedió al viajar en el Metro de la Ciudad de México.
Les platicaré de mi experiencia, mi marido y yo íbamos rumbo a nuestros respectivos trabajos, ese día me había puesto una faldita floreada, muy ligera, con cierto vuelo, que cuando camino, la tela se levantaba por el movimiento de vaivén de mis nalgas. Era un día como cualquier otro, por lo que nunca me imaginaba la aventura que el destino me tenía preparado, eran las 8 de la mañana y a esa hora, el Metro va a reventar de gente y más aún por tratarse de viernes y para acabarla, también era día de pago.
Por esas razones, ya no cabía ni un alfiler y en esta cuidad, se acostumbra una sección exclusiva para las mujeres y otra para los hombres, donde pueden ir tanto mujeres y como hombres y por no separarme de mi esposo, le dije que me iría con él, a pesar de que no quería que me fuera en el vagón, por aquello de las metidas de mano. Sin embargo, yo le dije que no creía que se atreverían a algo si iba en compañía de él, así que de mala gana aceptó, por lo que nos situamos en el andén, a esperar el Metro.De inmediato, me percaté que era yo y una chica como de unos 20 años, con una falda muy pequeña, que solo bastaba que se inclinara un poco, para poder apreciar sus juveniles nalgas. Esta chica tenía unos senos que prometían bastante y una cara angelical, de esas que aparentan inocencia pero esconden a un verdadero diablillo dentro de esa máscara de ternura.
Como les dije antes, éramos las únicas dos mujeres para abordar el transporte en la zona de hombres pero ya cuando menos me di cuenta, el tren llegó y de inmediato, la muchedumbre se arremolinó cerca de las puertas. Al abrirse, como impulsadas por una catapulta, fuimos levantadas en vilo por la masa de hombres que querían abordar; sobra decirles que casi luego, luego, sentí varias manos que se apoderaban de mi culo y de mis muslos, incluso un dedo travieso alcanzó a tratar de abrirse paso por la raja de mis nalgas pero instintivamente las apreté fuertemente, impidiendo que me arponeara mi estrecho ano.En la confusión, quedé algo retirada de mi esposo pero él logró situarse cerca de mí después de bastante esfuerzo, aunque eso no fue suficiente para que las manos dejaran de tocar mi anatomía y para evitarle problemas a mi marido, opté por callar el manoseo del que era presa en ese atestado vagón.
Yo llevaba una pequeña mini falda de algodón, bastante delgada, por lo que sentía claramente las manos que palpaban a conciencia mi trasero, especialmente una mano que tomaba gran interés en la raja de mis nalgas pero no descuidaba el delinear mi tanga en la parte alta, ya saben, la única que se puede sentir, ya que la tira de en medio, desaparece entre las nalgas.
Al principio, yo sólo sentía tímidos roces de la mano en mi anatomía pero bastaron pocos minutos para que, una vez habiendo cogido confianza, me frotara descaradamente con la palma abierta, las carnes de mi culo, apretándome una nalga, para después pasar a la otra.En cierto momento, se metió bajo mi falda y comenzó a palpar mi delgada tanga en el hilo central, entre los dos cachos de carnes de mis nalgas, ya que ese día no me puse medias, logrando tomar la delgada prenda y estirarla a tal grado que logró hacerla hacia un lado, no por completo pero sí lo suficiente como para, en lugar de estar en la raja del trasero, descansara alegremente en uno de mis preciosos glúteos.









Les platicaré de mi experiencia, mi marido y yo íbamos rumbo a nuestros respectivos trabajos, ese día me había puesto una faldita floreada, muy ligera, con cierto vuelo, que cuando camino, la tela se levantaba por el movimiento de vaivén de mis nalgas. Era un día como cualquier otro, por lo que nunca me imaginaba la aventura que el destino me tenía preparado, eran las 8 de la mañana y a esa hora, el Metro va a reventar de gente y más aún por tratarse de viernes y para acabarla, también era día de pago.
Por esas razones, ya no cabía ni un alfiler y en esta cuidad, se acostumbra una sección exclusiva para las mujeres y otra para los hombres, donde pueden ir tanto mujeres y como hombres y por no separarme de mi esposo, le dije que me iría con él, a pesar de que no quería que me fuera en el vagón, por aquello de las metidas de mano. Sin embargo, yo le dije que no creía que se atreverían a algo si iba en compañía de él, así que de mala gana aceptó, por lo que nos situamos en el andén, a esperar el Metro.De inmediato, me percaté que era yo y una chica como de unos 20 años, con una falda muy pequeña, que solo bastaba que se inclinara un poco, para poder apreciar sus juveniles nalgas. Esta chica tenía unos senos que prometían bastante y una cara angelical, de esas que aparentan inocencia pero esconden a un verdadero diablillo dentro de esa máscara de ternura.
Como les dije antes, éramos las únicas dos mujeres para abordar el transporte en la zona de hombres pero ya cuando menos me di cuenta, el tren llegó y de inmediato, la muchedumbre se arremolinó cerca de las puertas. Al abrirse, como impulsadas por una catapulta, fuimos levantadas en vilo por la masa de hombres que querían abordar; sobra decirles que casi luego, luego, sentí varias manos que se apoderaban de mi culo y de mis muslos, incluso un dedo travieso alcanzó a tratar de abrirse paso por la raja de mis nalgas pero instintivamente las apreté fuertemente, impidiendo que me arponeara mi estrecho ano.En la confusión, quedé algo retirada de mi esposo pero él logró situarse cerca de mí después de bastante esfuerzo, aunque eso no fue suficiente para que las manos dejaran de tocar mi anatomía y para evitarle problemas a mi marido, opté por callar el manoseo del que era presa en ese atestado vagón.
Yo llevaba una pequeña mini falda de algodón, bastante delgada, por lo que sentía claramente las manos que palpaban a conciencia mi trasero, especialmente una mano que tomaba gran interés en la raja de mis nalgas pero no descuidaba el delinear mi tanga en la parte alta, ya saben, la única que se puede sentir, ya que la tira de en medio, desaparece entre las nalgas.
Al principio, yo sólo sentía tímidos roces de la mano en mi anatomía pero bastaron pocos minutos para que, una vez habiendo cogido confianza, me frotara descaradamente con la palma abierta, las carnes de mi culo, apretándome una nalga, para después pasar a la otra.En cierto momento, se metió bajo mi falda y comenzó a palpar mi delgada tanga en el hilo central, entre los dos cachos de carnes de mis nalgas, ya que ese día no me puse medias, logrando tomar la delgada prenda y estirarla a tal grado que logró hacerla hacia un lado, no por completo pero sí lo suficiente como para, en lugar de estar en la raja del trasero, descansara alegremente en uno de mis preciosos glúteos.










2 comentarios - La vez que manosearon a mi esposa en el transporte público