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Complejo materno. Capitulo 1: Tú madre será mía

El verano en Guadalajara transcurría con normalidad como cada año, con un sol que por las mañanas hervía las calles y un calor húmedo que se pegaba a la piel durante las tardes. En el departamento de una colonia de clase media común y corriente llamada Chapalita, se encontraba un edificio de tres pisos con balcones rebosantes de buganvilias y paredes blancas que reflejaban la luz cegadora, ahí, María Santidad, despierta desde temprano se encontraba en la sala de su tranquilo hogar empacando dentro de una maleta algunas piezas de ropa, pues se preparaba para partir hacia un viaje de negocios indispensable para ella.


A sus 46 años, María era una mujer que robaba el aliento sin proponérselo: su piel bronceada brillaba bajo la luz que se filtraba por las persianas, su cabello lacio de color negro caía en ondas sueltas sobre sus hombros, y su cuerpo, que aún conserva una forma sensual gracias a los años de ejercicio que realizó en su juventud y a su buena génetica que había permitido los kilitos de más que ganó con la edad acentuarán su atractivo físico. Por tanto, se insinuaba bajo una blusa azul de manga corta un portento físico sin igual, que se dejaba ver a través de su pronunciado escote que luchaba por contener unos turgentes pechos de tamaño intimidante que contrastaban con su abdomen curvilíneo y unos jeans ajustados que abrazaban sus caderas, sus piernas torneadas y glúteos sumamente llamativos.


Complejo materno. Capitulo 1: Tú madre será mía


La sala era un espacio ordenado, con un sofá beige de terciopelo, una mesa de centro de vidrio con revistas de bienes raíces apiladas, y un ventilador de pedestal que zumbaba apenas eficazmente contra el bochorno. Sobre la mesa, su bolso de cuero, las llaves de su Jetta plateado, y una carpeta azul con documentos para la venta de una casa de campo en Guanajuato esperaban pacientemente a ser depositadas en su maleta de mano, pues María, cuál mujer de un porte glamuroso no usaría su preciado bolso para cargar con artículos de trabajo.


María se miró en un espejo ovalado colgado en la pared, ajustando un mechón rebelde que intentaba escaparse de formar parte de su peinada cabellera. Sus ojos, grandes eran de un tan castaño profundo que la mayoría llamaba al color de sus ojos “Negro brillante". Sin embargo, estos tenían una mezcla de determinación y fatiga, como si cargaran un peso que no podía nombrar. Estaba lista para un viaje de tres días a Santa Cruz del Silencio, un pueblo en Guanajuato donde cerraría un trato que pondría fin a un capítulo de su infancia. Pero mientras guardaba su teléfono en el bolso, una inquietud la recorrió. No era solo el negocio, ni el calor, ni las largas horas de carretera que la esperaban. Era Tobías, su hijo de 19 años, y la forma en que últimamente este parecía necesitarla más de lo normal, con una intensidad que la desconcertaba pero que al mismo tiempo le evocaba cierta ternura.


En su habitación, al final de un pasillo pequeño decorado con fotos familiares en marcos de madera, Tobías acababa de despertar. El cuarto era un desastre adolescente: una cama deshecha con sábanas de Calabozos y Dragones, un escritorio cubierto de mangas, dados de rol, y latas vacías de Monster, y un póster con imágenes de los protagonistas del anime más popular ese año entre los jóvenes “frikis" pegado torcidamente con cinta adhesiva. El ventilador de techo giraba velozmente, apenas dispersando el aire cargado que olía a sudor y colonia barata esparcida por Tobias para intentar ocultar un aroma que María no deseaba ni preguntarse su procedencia, pero que, por la edad de su hijo, podía intuir su origen. Tobías, con una camiseta gris arrugada y unos bóxers negros, yacía boca arriba, mirando el techo con los ojos entrecerrados. Su mente estaba atrapada en un recuerdo de un suceso acontecido hace unas semanas, uno que lo consumía como un incendio.


Había sido una mañana de sábado, cuando María salió a correr por el Parque Metropolitano. Al volver, con el rostro enrojecido y el cuerpo empapado en sudor. Se encontraba tan sofocada que procedió a darse un baño caliente para relajar su cuerpo excitado por el ejercicio cardiovascular. Al salir, se puso a hacer estiramientos en la sala y como de costumbre, aprovechando que su hijo no estaba cerca de despertar llevaba un traje de baño rosado de una sola pieza que moldeaba su cuerpo fuertemente y que poseía que dejaba salir a respirar a sus grandes pechos, dejando al descubierto sus fuertes piernas y sus enormes glúteos.


tetona


Tobías, quien inesperadamente se encontraba despierto, pasaba por la pieza después de haber ido a la cocina por un vaso de agua, se quedó paralizado con la escena. La forma en que su madre se inclinaba, su piel aún húmeda haciendo brillar su piel, el movimiento de su cabello que revoloteaba por los aires… todo lo golpeó como una corriente eléctrica. Su polla se endureció al instante, apretándose contra sus jeans. Pero desde la perspectiva de María solo vió a tobías girarse rápido, balbuceando algo sobre tarea para poder alejarse de ella madre antes de que se pueda notar la reacción que su cuerpo le había provocado.


Esa serie de sucesos se grabó en la mente de Tobías, y ahora, solo en su cama, la revivió con una claridad que lo mareaba. Tobías se mordió el labio, su mano deslizándose bajo los bóxers. El calor de su piel, el latido acelerado de su corazón, todo lo llevaba de vuelta a esa mañana. Imaginó a María estirándose, su respiración entrecortada, sus tetas asomando lentamente gracias a su traje. Su mano se movió más rápido, apretando su erección, y un gemido bajo escapó de su garganta. Estaba perdido en la fantasía y su polla palpitando, cuando un golpe en la puerta lo hizo saltar.
Ma- ¿Toby? Ya me voy -Llamó María, su voz suave pero firme, atravesando la madera-
Tobías, con el corazón en la garganta, cubrió su cuerpo con las sábanas que tenía a mano, ocultando su erección como acto-reflejo. “¡Ya voy, mamá!” gritó, su voz quebrándose. Se levantó torpemente, poniéndose unos jeans arrugados para disimular, y abrió la puerta. María estaba allí, con su bolso al hombro, mirándolo con una sonrisa que lo desarmaba. Sus ojos recorrieron su figura sin querer —la blusa que marcaba su busto, los jeans que abrazaban sus piernas—, y sintió una punzada de vergüenza que lo hizo bajar la mirada.


Ma- Buenos días hijo, ¿Cómo estás? ¿De verdad te quedaste dormido el día en que tu madre se va de viaje? ¿No pensabas despedirte? -Dijo María con el carisma que le caracteriza-

To- Perdón mami, no fue mi intención, ya sabes, a veces me duermo tarde por las tareas -Dijo Tobias con un tono de disculpas y una mirada de cordero suplicando compasión-.

Ma- Lo sé, lo sé Toby, me imagino que tú tarea debió ser complicada, ver por décima vez esa película de fantasía medieval que tanto te gusta no debió ser sencillo -Exclamó María con una sonrisa pícara-

To- Bueno.. este..

Ma- Hehehe no digas más travieso, entiendo que a veces los jóvenes necesitan divertirse un rato.

To- Si, es verdad.. Supongo.. -Dijo Tobias avergonzado otra vez-.

Ma- Bueno olvidemos eso ¿No tienes algo que decirme hijo?

To- Si mami, “Espero que tengas un buen viaje y todo salga bien" -Dijo Tobias con una voz desganada e impregnada de sarcasmo-

Ma- ¿Era necesario usar ese tono? Ya te dije Toby, no voy a Santa Cruz del Silencio por gusto, voy por la venta de la casa de campo -Explicó María, entrando a la habitación-
El espacio olía a sudor adolescente y a la colonia de siempre, pero debido a la prisa que tenía ella no pareció notarlo.

Ma- Es un trato importante, Toby. La casa lleva años sin usarse, y los compradores están listos. Estaré de vuelta en tres días, ¿sí? -Su tono era duro, pero contenía una calidez que Tobías absorbía como un niño hambriento-

To- ¿Segura que te tienes que ir? -Preguntó, su voz baja, cargada de una decepción que María atribuyó a su timidez-

Ma- Claro que sí -Respondió ella, riendo suavemente- No te preocupes, cuida la casa y no hagas desorden. Nada de pizzas todos los días, ¿eh? -Se acercó y lo abrazó, un gesto breve pero cálido, que permitía que su perfume floral envolviera a Tobías-


Tobías sintió, pero el roce de sus pechos contra su torso, y su cuerpo traicionó otra vez, haciendo que su polla se endureciera bajo sus pantalones. María no notó nada, o eso quiso creer él, y se apartó no sin antes darle una palmada suave en su hombro. Cuando María salió de la habitación, Tobías la siguió hasta la puerta principal, incapaz de quedarse atrás. Justo antes de que ella cruzara el umbral, él actuó por impulso. La abrazó por detrás, rodeando su abdomen con los brazos, sintiendo con sus manos la suavidad de su cintura por encima de su blusa, inclinó la cabeza y besó su mejilla, siendo un gesto que se prolongó varios segundos. Su aliento cálido impactó contra la piel de su madre. María, sorprendida, sintió la presión de su cuerpo, el calor de sus manos, y por un instante, una incomodidad la recorrió. Pero cuando se giró, vio sus ojos grandes, casi suplicantes, y sonrió.


Ma- Eres muy tierno, no te preocupes tanto por mí, estaré bien -Dijo tocando su mejilla con suavidad pero con una expresión facial integrada por una sonrisa incómoda-

Con eso, se liberó de su abrazo y salió, dejando a Tobías solo en el marco de la puerta, con el corazón latiendo desbocado y una erección que lo hacía maldecir en silencio.
María subió a su Jetta plateado, estacionado bajo un árbol de jacaranda que dejaba pétalos morados esparcidos sobre el capó. El interior del coche estaba caliente, el volante quemaba sus manos, y mientras encendía el aire acondicionado, su mente se llenó de Tobías. Ese abrazo, la forma en que sus manos se habían aferrado a ella, no era la primera vez que notaba algo extraño en él, una intensidad que iba más allá del cariño filial. Pero lo descartó, atribuyendo el suceso a los problemas que Tobias experimentaba en la universidad y a su característica personalidad compuesta por una fuerte dependencia materna. Además, por más que desde su interior resonara una señal de alarma, prefería creer que nada fuera de lo normal estaba pasando.


Maria comenzó a conducir dirigiéndose a las avenidas principales que le permitirían salir de la ciudad y mientras lo hacía, otro pensamiento inundó su mente a causa de la atribución que había asignado a la extraña actitud de su hijo en forma de sus problemas escolares. Se trataba de Marco Nerón, el bully que atormentaba a Tobías en la Universidad Metropolitana.
Recordó una tarde, meses atrás, cuando Tobías llegó a casa con los hombros hundidos y los ojos rojos.


Ma- ¡Tobías! Son las 11:00 am !¿Qué haces aquí?¡ ¡¿Qué te pasó?¡

To- Bueno.. Fue.. Fue Marco otra vez -Confesó Tobías sentado en el sofá mientras María le pasaba una limonada-

Ma- ¿Otra vez? Ese maldito.. ¿Qué demonios hizo ahora? -Dijo maría con la mirada llena de rabia-

To- Bueno.. Me encontraba en mi salón después de la clase de fundamentos generales de química, el profesor Urrutía no vino el día de hoy, así que no tendríamos clase de cálculo diferencial, así que aproveché para ir con Samu para recibir el paquete que le había encargado, ya sabes, unos cuantos mangas y las figuras de acción que te comenté de mi anime favori..

Ma- ¡Toby! Por favor céntrate, dime qué pasó -Dijo María con una voz llena de desesperación-

To- Está bien.. Disculpa mami -Dijo Tobías con una mirada cabizbaja y los ojos apunto de soltar lágrimas-

Ma- No te preocupes Toby, solo.. solo respira un poco y termina de contarme ¿Sí?

To- Sí, claro.. -Exclamó tomándose unos segundos para recobrar la compostura-

To- Bueno, el punto es que estaba en mi casillero guardando mis figuras para después ir con unos amigos a desayunar, no había nadie en el pasillo porque solo nosotros habíamos tenido el módulo libre, pero justo en ese momento llegaron Marco y sus amigos, supongo que simplemente no quisieron tomar clase en ese momento, o no sé, pero.. él.. Comenzó a burlarse de mí por haber comprado figuras y manga, yo no pude hacer nada y él comenzó a empujarme. Tenía tanto miedo que.. que.. sentí que todo pasó muy rápido, solo recuerdo haber abierto los ojos, sentirme adolorido y salir de la escuela para volver a casa.


Mientras recordaba aquel día, María podía ver las imágenes de lo acontecido en su cabeza como si hubiera estado presente en aquel evento salvaje: Marco, alto y musculoso - Según las descripciones que Tobías le había proporcionado múltiples veces- empujando a su pequeño hijo Tobías contra un casillero en el pasillo de la facultad, riéndose con sus amigos mientras tiraban sus mangas al suelo para después golpearlo hasta derribarlo.


De inmediato, como si fuera una reacción en cadena, recordó otro momento en el que Marco humilló a Tobias frente a un grupo de chicas, burlándose de su torpeza al hablar con ellas. “Nunca tendrás novia, Tobías. Quédate con tus cómics,” le había gritado el malhechor, mientras los demás reían. Pero lo peor, fue el haber recordado que la semana pasada, había ocurrido un incidente que María aún no entendía del todo, aunque sabía que debía reunirse con el tutor de la universidad al terminar las vacaciones de verano para discutirlo. La idea de enfrentar a Marco, o a sus padres, la llenaba de una mezcla de ira y cansancio. Odiaba a ese chico, no solo por lo que le hacía a Tobías, sino por lo que representaba: una masculinidad arrogante que ella había rechazado toda su vida.
María continuó conduciendo a través de la avenida López Mateos, con los edificios modernos de Guadalajara —torres de vidrio, centros comerciales, y palmeras alineadas— desfilando a su alrededor, María se preguntó si Tobías tenía tantos problemas con Marco debido a la dependencia materna que ella le había generado.


Ma- Necesita ser más fuerte -Pensó con culpa-

Tobías era su mundo, su razón de existir desde que se divorció de Raúl hace 19 años. Y sin embargo, en los rincones más oscuros de su mente, una voz susurraba en su cabeza “Si no hubiera nacido, habría sido libre y no estaría cargando con sus problemas, como si los míos no fueran suficientes”. La culpa la golpeó al instante, y María apretó el volante, enfocándose en la carretera.
Más tarde, la carretera 80D se abrió ante ella, un tramo de asfalto flanqueado por campos de agave azul que se extendían hasta los cerros áridos, sus siluetas recortadas contra un cielo sin nubes.

El calor hacía que el horizonte temblara, y María bajó la ventana, dejando que el viento caliente despeinara su cabello. El paisaje le trajo recuerdos de su infancia en Guanajuato y los veranos en la casa de campo que ahora procedería a vender. Recordó las calles empedradas, la iglesia con su altar de madera tallada, las tardes corriendo por los campos con sus primos. Pero también pensó en Esteban, el chico malo de su juventud, con su moto y su sonrisa peligrosa.

La forma en que su cuerpo había vibrado cuando la llevó por una carretera como esta, con sus manos en su cintura, el viento rugiendo en sus oídos. Lo había querido tanto, y lo había perdido todo por obedecer a su familia. Ahora, a los 46, esa libertad parecía un espejismo, enterrado bajo años de sacrificio. Mientras tanto, en el departamento, Tobías estaba solo, acompañado del silencio roto sólo por el zumbido del ventilador. El jovén caminaba por el pasillo, sus pasos lentos, como si una fuerza lo guiará, lo dirigían hacia el cuarto de lavado, un espacio pequeño con una lavadora blanca, así como un fregadero de cemento, y un cesto lleno de ropa sucia.


Su corazón latía fuerte, una mezcla de anticipación y vergüenza. Sabía que estaba mal, pero no podía detenerse. Rebuscó entre la ropa, con sus manos temblando, hasta que encontró lo que buscaba: el top deportivo negro, los leggings grises, y un par de bragas negras que María había usado esa mañana cuando salió a correr.


Las llevó a su rostro, inhalando profundamente. El aroma era embriagador: sudor mezclado con el perfume floral que siempre asociaba con ella. Su mente conjuró la imagen de María corriendo, su cuerpo moviéndose con una gracia que lo obsesionaba. Se sentó en el suelo, apretando la ropa contra su pecho mirando hacía la pared con cierta indecisión pero con el corazón latiendo a gran velocidad. De pronto, se levantó bruscamente y buscó en su habitación una crema de manos aceitosa y un paquete de pañuelos extrasuaves que guardaba en el cajón más discreto que tenía en su estante.
Con manos torpes, regresó al cuarto de lavado por las prendas de ropa que por la desesperación había olvidado y se dirigió de nuevo a su habitación para prender el aire acondicionado, cerrar la puerta y bajar las cortinas, de modo que llegó a encontrarse entre la oscuridad. Cómo si fuera un gimnasta saltó a su cama, se bajó los jeans, y liberó su polla dura.


Antes de continuar con su oscuro ritual, miró por un momento su propio miembro, estaba más duro e hinchado que nunca, pues era la primera vez que se masturbaría utilizando la ropa de su madre tal como había leído en los foros de incesto que solía consultar, pues le encantaba leer las anecdotas de jovenes como el, que lograban cumplir la fantasía de convertirse en amantes de sus sensuales madres. Sin embargo, su euforia bajó al ver que su pene, a pesar de encontrarse en el estado más favorecedor que su anatomía le permitía, era pequeño y con un grosor bastante convencional, muy distinto al de Andrew, un chico de 23 años originario de Florida, quien era un usuario al que Tobías admiraba profundamente, pues le fascinaban sus post en los cuales relataba los intensos encuentros sexuales que sostenía con su madre desde hace 3 años, pues según el, ella sucumbio ante la tentación que le provocó su enorme miembro, esto unos pocos meses después de que ella se divorciara.


A pesar de que aquella comparación disminuyera el ánimo de Tobías y golpeara su ego, el muchacho comenzó a aplicar crema en su pene y a oler las prendas de su madre para masturbarse.
Mientras se tocaba, imaginó a María, no como su madre, sino como algo más, algo prohibido. Los leggings en su mano, el top contra su piel, todo lo llevaba a un lugar donde no había culpa, solo deseo. Su respiración se aceleró, sus gemidos llenaron el cuarto durante un instante, y cuando terminó 3 minutos después de haber comenzado, eyaculo en los pañuelos, solo para ser inmediatamente golpeado por la realidad como si de un puñetazo se tratase.


Tobías se quedó allí, jadeando, con la ropa de María sobre su cuerpo, estando su top negro en su cara y sus bragas sobre sus genitales. La amaba, más que a nada en el mundo. Era su madre, su refugio, la única que siempre había estado ahí. Pero ese amor se retorcía con algo oscuro, algo que lo hacía sentirse pequeño, patético. No quería ser así, pero no sabía cómo parar. Se levantó, limpiando el desastre con más pañuelos, y devolvió la ropa al cesto, como si nada hubiera pasado. Pero mientras se lavaba las manos en el fregadero, la imagen de Marco riéndose de él en la universidad lo asaltó, y un miedo nuevo lo invadió.


Hace una semana, Tobías había ido a la cancha de básquetbol bajo techo de la Universidad Metropolitana, un espacio que solía estar vacío los miércoles durante el descanso. Las gradas de metal estaban frías, el suelo de madera brillaba bajo las luces fluorescentes, y el aire olía a goma y sudor seco. Tobías se sentó en un rincón, con su teléfono, buscando privacidad para entrar a su foro de incesto favorito. Estaba leyendo un hilo titulado “He besado a mi madre durante una de sus borracheras”, su corazón latiendo rápido mientras escribía una pregunta anónima: ¿Vale la pena que intenté emborrachar a mi madre? ¿Recordaría si intento algo mientras está borracha?” Y antes de poder terminar de leer los comentarios, unos pasos resonaron en la cancha.


Marco Nerón entró, alto y musculoso, con una camiseta sin mangas que mostraba sus brazos definidos y unos shorts de baloncesto. Sus ojos oscuros brillaron con malicia al ver a Tobías. “

Mrc- ¿Qué haces aquí, débil? -Dijo, acercándose con una sonrisa cruel-
Antes de que Tobías pudiera guardar su teléfono, Marco se lo arrancó de las manos. “Veamos qué esconde el nerd,” pensó en tono de burla, desbloqueando la pantalla con un deslizamiento. Tobías intentó recuperarlo, pero Marco lo empujó contra la pared, por su fuerza abrumadora.
Marco revisó el historial, y su sonrisa se ensanchó.

Mrc- ¿Porno de mamás e hijos? ¿Foros de incesto? -Dijo con su voz cargada de desprecio- Eres un puto enfermo, Tobías
Luego abrió la galería y encontró fotos que Tobías había tomado a escondidas: María corriendo en el parque, María estirándose en la sala, María en la cocina con una blusa ajustada.

Mrc- ¿Esto es de tu mamá? Joder, qué pervertido eres, pero que buena esta la perra, toda una MILF -Dijo, riéndose-
Marco puso a Tobías contra la pared, con su antebrazo presionando su pecho.

Mrc- Un hijo incestuoso, eso eres. Podría contarle a todos en la uni y destruirte. ¿Qué dirían tus amigos, eh? Oh, espera, no tienes
Tobías, rojo de vergüenza, intentó defenderse.

To- No es lo que piensas -Balbuceó- pero Marco lo interrumpió.

Mrc- Cállate. Tu mamá está buena, ¿sabes? Culo apretado, tetas grandes, esa vibra de MILF que pide a gritos una buena cogida. Apuesto a que te la jalas pensando en ella, ¿verdad?
Tobías negó con la cabeza, pero Marco lo presionó más.

Mrc- Dime algo de ella, o juro que subo estas fotos a internet ahora mismo.
Tobías, atrapado, cedió.

To- Está divorciada… desde hace 19 años. Hace ejercicio, le gusta bailar, trabaja en bienes raíces. Va a vender una casa de campo en Santa Cruz del Silencio esta semana. -Dijo con voz temblorosa-

Mrc- ¿Dónde mierda dijiste?

To- Santa cruz del silencio, un pueblo de Guanajuato, ella es de ese estado -Dijo Tobías rápidamente para tranquilizar a Marco-

Marco sonrió, con un brillo calculador en los ojos.

Mrc- Ya veo, una rica Milf del Bajío mexicano.. Interesante -Dijo Marco para luego golpear en el estómago a Tobías haciéndolo doblarse- Será mejor que andes con cuidado imbécil, sería un problema para ti si decidiera denunciarte a las autoridades escolares o peor aún, decirle a tus amigos y a tu deliciosa madre lo enfermo que estás..


Pero mientras se alejaba, riendo, Tobías supo que no era solo una amenaza. Marco tenía un plan, y el viaje de María era parte de él.


De vuelta en su realidad, Tobías cerró llave del fregadero al darse cuenta de que habían pasado unos minutos, al instante, un miedo lo invadió, pero también una chispa de algo más oscuro: la imagen de Marco hablando de su madre, de su cuerpo, lo hirió y le generó una extraña excitación al mismo tiempo, una mezcla que lo hizo sentirse aún más patético que de costumbre..
Por su parte, María llegó a Santa Cruz del Silencio al atardecer, cuando el sol teñía los cerros de un naranja profundo. El pueblo no era un lugar olvidado, sino un bastión vivo de tradición, con calles anchas y que ahora se encontraban en su mayoría asfaltadas, llenas de movimiento: mujeres con rebozos llevando canastas, hombres en sombreros discutiendo en las esquinas, y niños corriendo detrás de un balón desinflado eran la mitad del paisaje que a ella se le hacía familiar, a diferencia de aquellos turistas notoriamente extranjeros que eran una minoría en comparación con el resto de pobladores, quienes vestían y actuaban del mismo modo en que la gente lo hacía en cualquier zona urbana del país.


A pesar de ser solo unas cuantas, aún había casas de adobe, pintadas de colores vivos —rojo, amarillo, azul—, tenían balcones con macetas de geranios y puertas talladas con motivos florales. La plaza central era un hervidero de actividad, con un mercado cubierto donde los vendedores ofrecían frutas, tamales, y artesanías bajo lonas de colores. De igual manera,, una fuente de piedra tallada borboteaba, rodeada de bancas de hierro forjado, y más allá, la iglesia de San Isidro se alzaba majestuosa, su fachada barroca adornada con ángeles y cruces, junto con su campanario resonando con una campana que marcaba la hora eran la zona del pueblo que aún conservaba su esencia original a diferencia de las zonas más alejadas del centro, las cuales habían perdido su brillo rural.


Aunque el lugar era bello, María sintió un nudo en el estómago al ver la iglesia de San Isidro: era la misma iglesia donde su madre la llevaba de niña, donde aprendió las reglas de una vida que ahora sentía como una jaula, aún con esto, María mantendría su actitud empoderada e hizo lo posible por ignorar todo sentimiento negativo para centrarse en su trabajo.
Pero entre la vitalidad del pueblo, había señales sutiles de algo nuevo pero que no llamaría particularmente la atención de María. Múltiples carteles en la plaza, que decían: “Lávese las manos y use gel antibacterial. Protéjase.” En la entrada de una tienda, otro letrero pedía “Use cubrebocas al entrar.” Una mujer mayor, con un cubrebocas colgando bajo la barbilla, hablaba con otra sobre un brote en un pueblo vecino que tristemente había ocasionado la muerte de una amiga cercana. María apenas lo notó, pues su mente en el cansancio del viaje y los documentos que debía firmar.


Mientras avanzaba por las calles empedradas de Santa Cruz del Silencio, María sintió el peso de miradas que la seguían como sombras insistentes. Hombres de todas edades, desde un anciano apoyado en un bastón hasta un joven vendedor de tamales, la observaban con descaro, sus ojos recorriendo la curva de sus caderas, el escote que hacía de sus pechos un adorno imposible de notar y el balanceo de sus piernas torneadas con cada paso. Un silbido bajo escapó de un grupo de trabajadores que descansaban a la sombra, mientras otro, con una sonrisa torcida, murmuró algo inaudible pero cargado de intención. María apretó el asa de su maleta, su rostro impasible pero su piel erizada por la atención no deseada, ignorando los susurros que parecían envolverla como un calor adicional al sofocante sol de la tarde.

Aún con esto María no perdió el tiempo y fue directo al Hotel Colonial donde había planeado instalarse, al llegar contempló que el vestíbulo del hotel era amplio y el ambiente estaba impregnado de un suave aroma a limón proveniente de un desinfectante de marca. Además, el suelo estaba tapizado con loseta color rojo esmeralda que hacía resaltar al mostrador de madera pulida sobre el cual había un dispensador de gel antibacterial junto a un letrero que decía: “Por su seguridad, desinféctese las manos.”


El recepcionista, un hombre bajito con bigote y camisa impecable, recibió a María con una sonrisa profesional y al notar que aparentaba ser una persona con dinero así como su exuberante belleza, sin perder tiempo comenzó a atenderla con la actitud más servicial que le fue posible

Rcp- Buenos días señora, perdón, quise decir señorita ¿En qué puedo ayudarle? -Dijo el recepcionista con un nerviosismo notorio-

Ma- Buen día, quisiera hospedarme en este hotel -Exclamó María con desgana al estar acostumbrada a ese tipo de reacciones por parte de los hombres-

Rcp- Por supuesto señorita, aún tenemos algunas habitaciones disponibles, noto que usted tiene un acento jalisciense así que déjeme decirle que incluso tenemos una junior suite para los clientes más sofisticados.. como usted.. Tal vez es lo que está buscando

Ma- Mmm le agradezco, Pero realmente busco una habitación individual lo más sencilla posible

Rcp- ¿Está segura? Tenemos mejores habitaciones con precios que no serán problema.

Ma- Sí, estoy segura, verá, solo estoy aquí por unos negocios, y no creo pasar más de 3 días en el pueblo, así que solo quiero un lugar sencillo, que esté lo más aislado posible para que nadie me moleste.

Rcp- Oh, entiendo, como usted desee, tengo una habitación en el tercer piso, la habitación número 30, cuenta con una cama individual, está algo apartada de las demás y de hecho no cuenta con ventana, pero tiene aire acondicionado.

Ma- Excelente, es justo lo que necesito, dígame el precio por 3 días y 3 noches.

Rcp- Me alegro que le agrade, el precio es de 350 pesos por día, aunque para clientes especiales como ustedes podría cobrarle 800 pesos en total.

Ma- Mmm.. Bueno, está bien, le agradezco mucho.

Rcp- Fantástico, ahora solo necesito que me diga su nombre, me permita un momento su identificación oficial y enseguida le entregaré su llave.

Ma- Claro, mi Nombre Es María Santidad Rosales, está es mi identificación -Dijo María mientras entregaba su identificación-

Rcp- María Santidad, que bello nombre compuesto

Ma- Bueno, realmente Santidad es mi Apellido, no parte de mi nombre.

Rcp- ¡Mil disculpas señorita Santidad! Pero bueno, aquí está su llave ¿Necesita ayuda con su equipaje?

Ma- Muchas gracias, y no sé preocupe, le agradezco su amabilidad -Dijo María mientras se comenzaba a darse la vuelta-

Rcp- Espere un momento señorita -Dijo el recepcionista con un tono serio y preocupado-

Ma- ¿Sí? -Dijo María con desgano-

Rcp- No sé si lo ha notado por los carteles en el pueblo o los que tenemos en el hotel, pero le recomendaría tener cuidado con no salir a lugares muy concurridos del pueblo, se rumora que ha habido un brote de COVID-19 en un pueblo cercano y se nos ha pedido desde el ayuntamiento tomar medidas de protección, nada grave, pero ya sabe lo descuidada que es la gente y no quisiera tener algún contagiado en el hotel.

Ma- Entiendo, no se preocupe, no pienso salir más de un par de ocasiones más allá de mi encuentro con el cliente que he venido a ver -Dijo María con una actitud tranquila para posteriormente retirarse sin escuchar la réplica que el recepcionista diría después de sus últimas palabras-

Rcp- Le agradezco mucho señorita, disfrute su estadía en el Hotel colonial.


Después de esa breve conversación, María se retiró de la recepción, y procedió a subir por una escalera de madera barnizada mientras cargaba su maleta, a diferencia de lo que se esperaría de una mujer, ella contaba con la suficiente fuerza como para subir sin muchos problemas, pues su condición física envidiable producto de años de gimnasio. Cuando se encontraba a mitad del camino se detuvo un instante para pensar en que al fin había completado la primera fase de su agenda y que pronto estaría de nuevo en su casa lejos del pueblo que le traía tantos recuerdos a la mente, mientras lo hacía acariciaba el pasamanos bajo su mano deleitándose con la suavidad del material que lo componía, pues le proveía una extraña sensación de cercanía y seguridad.


Cuando llegó a su habitación que se encontraba marcada por el número 30, se percató de que esta era sencilla pero limpia: contaba con una cama individual algo más grande de lo usual con sábanas blancas y un edredón azul, una mesita con una lámpara de cerámica, una ventana pequeña con cortinas ligeras que dejaba entrar la luz del atardecer, a pesar de que el recepcionista negó la presencia de ventanas en la habitación, y un baño pequeño con azulejos blancos y un grifo que funcionaba de manera intermitente. En cuanto al ambiente, el calor que asfixiaba en el exterior se veía disminuido en gran medida gracias a un ventilador de techo y a un aire acondicionado mediano instalado cerca del techo en la pared que se encontraba del lado opuesto a la cama.


María, ansiosa por sentire comoda en su habitación, se despojó de su blusa con un movimiento lento y deliberado, revelando un conjunto de ropa interior de color azul que se adhería a su piel debido al sudor que había acumulado durante el viaje, dejando al descubierto el contorno voluptuoso de su cuerpo, a la vez que sus encajes apenas contenían la firmeza de sus pechos turgentes. Se dejó caer en la cama con una gracia felina, las curvas de su cintura y caderas desnudas acariciaban las sabanas, y su mirada se posó en el espejo rectangular colgado en la pared. Sus ojos, cargados de un cansancio profundo, contrastaba con la belleza magnética de su rostro: pómulos altos que enmarcan una piel bronceada, labios llenos que invitaban al roce, y una mezcla de fuerza y vulnerabilidad que parecía pulsar en cada línea de su cuerpo, un imán irresistible para cualquier mirada que osara detenerse en ella.


madura


María suspiró, frotándose el cuello. Viendo que había llegado a su destino y que la primera reunión con el comprador ocurriría al día siguiente, comenzó a pensar en los documentos, en las firmas y en cómo el dinero que obtendría de la venta le daría un respiro financiero. Pero también pensó en Tobías estando solo en casa, y se preguntaba repetidamente a sí misma si estaría comiendo bien o si cumpliría con las labores de limpieza que la casa necesitaba. Ante esa situación sacó su teléfono y le envió un mensaje: “Ya llegué a Santa Cruz, Toby. Estoy en el hotel ¿Cómo estás?”.


Mientras esperaba una respuesta, se recostó en la cama, con el ventilador moviendo el aire helado sobre su piel. El pueblo, con su bullicio tradicional y sus ecos de infancia, la envolvía, pero no podía sacudirse la sensación de que algo que no podía nombrar, estaba a punto de cambiar hasta que de pronto un sonido resonó en la habitación, era su teléfono que había comenzado a vibrar como señal de que había recibido un mensaje.


Mientras tanto, en el departamento en Guadalajara, Tobías estaba en su habitación que se encontraba en un caos que reflejaba su estado mental. La cama estaba deshecha, con sábanas arrugadas y un par de bóxers tirados en el suelo. Junto a la cama, un montón de pañuelos usados, húmedos de su masturbación reciente, y un par de prendas de María en forma de otro top deportivo y unas bragas robadas del cesto de lavado. Su escritorio estaba cubierto de mangas, una laptop con stickers de anime abierta, y una lata de Coca-Cola a medio beber, todo a la vez que el aire acondicionado zumbaba esparcía aire pesado, cargado de sudor y culpa.


El se encontraba sentado en la cama, con el teléfono en la mano, revisando sus redes sociales. En Twitter, un titular fugaz llamó su atención: “Brote viral en Guanajuato: autoridades piden precaución.” Lo leyó por encima, sin darle importancia, y siguió scrolleando memes y publicaciones de sus amigos de la universidad. Su mente estaba en otro lado, en el aroma de las bragas de María y en la forma en que su cuerpo se había sentido contra el suyo en el abrazo, sin embargo, su imaginación dejó de correr cuando el mensaje de María llegó, su corazón dio un salto. Lo leyó dos veces, sonriendo sin querer, y respondió rápido: “Qué bueno, má. Yo estoy bien, no te preocupes.”.
Pero eso no fue suficiente, la emoción comenzó a inundarlo así que decidió llamarla, incapaz de resistir el impulso de escuchar su voz. María contestó al segundo tono, su tono cálido pero cansado.


Ma- Hola, Toby. ¿Todo bien por allá? No esperaba que contestes tan pronto -Preguntó, recostada en la cama del hotel, mirando el techo-

To- Sí, todo bien -Mintió Tobías, mirando los pañuelos en el suelo con una mezcla de vergüenza y desafío- Estuve… ordenando un poco, viendo anime. Lo normal.
Por supuesto, Tobías no iba a contarle que había pasado el día masturbándose con su ropa, imaginándome en cada rincón de su mente.

Ma- Suena a que estás sobreviviendo. El viaje estuvo tranquilo, pero aquí hace mucho calor, afortunadamente el clima dentro del hotel es agradable debido al aire acondicionado. El pueblo es como lo recordaba: lleno de vida, pero tan tradicional que me hace sentir como niña otra vez. Mañana tengo la reunión con mi cliente, así que todo va según el plan - Dijo María con una mirada sonriente-
Tobías escuchaba su voz envolviéndolo como una caricia. Imaginó el pueblo, a María caminando por calles empedradas, su cuerpo moviéndose bajo la ropa ajustada.

To- Suena cool, eso significa que pronto estarás en casa ¿No? -Dijo Tobias con una voz esperanzada-

Ma- Pues.. No es seguro, la reunión de mañana es solo la toma de contacto, si todo sale bien al día siguiente firmaremos la venta y el resto de trámites podríamos gestionarlo a distancia, pero si no llegamos a un acuerdo tal vez tendría que quedarme unos cuantos días más -Respondió ella-

To- Oh, entiendo Mami, espero que todo salga bien, creo que mejor cuelgo la llamada, necesitas descansar para mañana, así estarás pronto conmigo otra vez.

Ma- ¡Ay! Que dulce eres mi pequeño, te agradezco mucho, nos vemos pronto mi amor

To- Adiós.. Mami

Tobías colgó la llamada, el haber oído a su madre llamarlo “Pequeño” y “Mi amor” le hizo sentir una mezcla de amor y deseo muy profundas. Ese sentimiento hizo que dejara el teléfono en la cama, mirando las prendas de María a su lado. La culpa lo pinchó, pero no lo suficiente como para detenerlo. Las tomó, inhalando otra vez, y su mano volvió a deslizarse bajo los jeans. La llamada, la voz de su madre, solo había avivado el fuego. Y mientras se perdía en sus fantasías, el recuerdo de Marco, sus amenazas, y la posibilidad de que supiera algo más, lo acechaba como una sombra.
En una mansión ubicada en Puerta de Hierro, uno de los vecindarios más exclusivos de Guadalajara, Marco Nerón estaba en su habitación del segundo piso, el aire acondicionado zumbando mientras la luz del atardecer teñía de naranja los ventanales que daban a un jardín con palmeras, una piscina de borde infinito, y una fuente de mármol que borboteaba agua cristalina.


A sus 21 años, Marco era la encarnación del privilegio y la arrogancia: alto, con músculos esculpidos que se marcaban bajo una camiseta ajustada de marca, cabello negro, y ojos oscuros que destilaban un desprecio afilado. Su habitación era un santuario de excesos: una cama king-size con sábanas de seda gris, un escritorio de caoba con una computadora de alta gama, un monitor curvo, y un estante lleno de trofeos deportivos, así como múltiples fotos suyas con sus amigos del gimnasio pesas e incluso posando en yates y fiestas lujosas.


Pero ahora, sobre la alfombra persa junto a su cama, Marco estaba de detrás de Rosa, una sirvienta de entre 30 y 40 años, originaria de Oaxaca, morena, con un rostro que él consideraba poco atractivo —nariz ancha, piel maltratada y bronceada por años de trabajo bajo el sol, así como una mirada que reflejaba sumisión— pero un cuerpo que lo encendía, pues a pesar de no contar con una complexión atlética, poseía unas piernas gruesas acompañadas de caderas anchas, y un culo grande que complementa a sus pechos de tamaño moderado.


Rosa, cuyo apellido era desconocido incluso para marco, portaba un uniforme negro de cuero desabrochado y la falda del mismo color hasta la cintura, gemía con una mezcla de dolor y placer, sus manos apoyadas en el suelo mientras Marco la penetraba analmente, su polla grande —una fuente de orgullo que nunca dejaba de mencionar— expandía y profundizaba su ano con un ritmo brutal. Él la sujetaba por las caderas, sus dedos hundiéndose en su piel mientras gruñía con desdén.


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Mrc- Mírate, zorra -Dijo, su voz cargada de veneno- Tienes marido, hijos, y aquí estás, gimiendo como perra por mí. ¿Qué diría tu familia si te viera?

Rosa no respondió, su cuerpo temblaba con lujuria mientras sus gemidos se iban intensificando progresivamente. Originaria de un pueblo en Oaxaca, había llegado a Guadalajara años atrás, limpiando casas para mantener a su familia. Pero con Marco, algo en su interior se encendía: su crueldad, su poder, la hacían desearlo, aun sabiendo que él la veía como un objeto, que sus labios nunca buscarían los suyos, que su interés terminaba donde empezaba su placer hacían estremecer su piel bronceada por el sol de las calles mexicanas. El dinero que le deslizaba después, y el miedo a perder su trabajo, eran excusas; la verdad era que su cuerpo respondía a Marco con una intensidad que la avergonzaba.


Marco aceleró, el sonido de sus cuerpos chocando llenando la habitación de estuendos de sexo, mezclados con el silencio de la soledad que los rodeaba. Rosa arqueó la espalda, sus uñas arañando las sábanas de la cama de Marco, al mismo tiempo que un grito ahogado escapaba de su garganta mientras el placer la consumía. Cuando Marco sintió el clímax acercarse, se retiró y la tomó de su cabello con brusquedad, colocandola de rodillas en el suelo inclinándose para que el rostro de Rosa se encuentre lo más cerca posible de su miembro.


Mrc- Abre la boca -Ordenó-
Rosa obedeció, con sus ojos brillando con una mezcla de sumisión y deseo mientras él eyaculaba en su boca, con su semen caliente llenándola poco a poco.

Mrc- Trágatelo, y limpia bien -Gruñó-
Marco la sujetó por el cabello mientras ella, con la respiración agitada, chupaba su verga hasta dejarla impecable. Cuando terminó, Marco se puso de pie, subiéndose los jeans con una sonrisa torcida.

Mrc- Vuelve al trabajo, y cuando regrese de mi viaje, quiero mi desayuno favorito listo No me decepciones, zorra.


Rosa asintió, ajustándose el uniforme especialmente diseñado para dejar su piel al descubierto, con su rostro enrojecido por el calor del momento, y salió en silencio, dejando a su jefe solo, satisfecho pero ya pensando en su próximo objetivo.
Marco se acercó a un espejo de cuerpo entero con marco de acero pulido, ajustando su camiseta para marcar sus pectorales y bíceps. Su reflejo le devolvía la imagen de un depredador: mandíbula cuadrada, piel pálida, una sonrisa que era más amenaza que encanto y eso le proporcionaba un extraño placer.


Pero detrás de esa fachada, había un vacío que nunca admitiría. Su padre, un empresario textil que pasaba más tiempo en aviones privados que en casa, lo trataba como si fuera su versión defectuosa, un accesorio que solo podía servir para presumir frente a sus mundo de alta sociedad, pero que aún así nunca consideraba suficiente. “Sigue mis pasos, Marco, y no me hagas quedar mal,” le decía siempre, sin mirarlo a los ojos, antes de desaparecer por semanas.


Su madre, una exmodelo que vivía entre cirugías plásticas y copas de vino, era aún peor: lo ignoraba, perdida en su teléfono o en sus amantes, dejando a Marco con niñeras y sirvientas como Rosa desde que tenía memoria. La última vez que intentó hablar con ella, en un desayuno en la terraza de la mansión, ella lo cortó con un simple gesto de la mano como lo había hecho siempre. Ese rechazo, ese frío que nunca se iba, lo había moldeado. En su mente retorcida cargada de furia, si sus padres no lo querían, él se aseguraría de que el mundo lo deseara, lo temiera, lo adorara. Y Tobías, con su patetismo y su madre ardiente, era el blanco perfecto para descargar todo su enojo.
Mientras aún se admiraba así mismo en el espejo, pasó por su mente aquel suceso en las canchas de básquetbol lo cual le hizo sonreír con una mueca cruel que le arrugaba los labios. Ver a Tobías, pálido y temblando, mientras descubría su historial de porno madre-hijo, preguntas en foros de incesto, y fotos robadas de María quien resulto ser una mujer madura sumamente atractiva y que desbordaba sexualidad por los poros había sido como encontrar oro.


“Un hijo incestuoso, un puto enfermo,” le había escupido, saboreando su humillación mientras lo acorralaba contra la pared, el eco de sus palabras resonando en el espacio vacío. Las fotos de María —su culo perfecto en leggings, sus tetas apretadas en un top deportivo, su cintura brillando con sudor— lo habían encendido, más aún después de follarse a Rosa, una sustituta barata comparada con la mujer que ahora quería. Cuando Tobías, roto, soltó que María estaría en Santa Cruz del Silencio, hospedada en el Hotel Colonial para vender una casa de campo, Marco sintió una idea emerger de lo profundo de su mente. No era solo la oportunidad de humillar a Tobías; era invadir su fantasía más sucia, meterse en su cabeza y en la cama de su madre, y dejarlo con nada más que su miseria.
La idea de rastrear a María en el Hotel Colonial lo ponía duro otra vez, incluso después de Rosa. No era solo por su cuerpo, aunque se imaginaba arrancándole esos jeans ajustados, sintiendo sus curvas bajo sus manos, escuchándola gemir mientras la follaba hasta hacerla olvidar a su hijo patético. Era por el poder, por saber que cada caricia, cada embestida, sería un cuchillo en el corazón de Tobías.

Mrc- Voy a cogerme a tu mamá en ese hotel, Toby -Murmuró Marco en voz baja y cargada de veneno- Y cuando termine, sabrás que fui yo -Culminó con maldad-

La amenaza de denunciarlo a las autoridades escolares y exponer a Tobías frente a su madre había sido un farol, una forma de apretar el tornillo, pero mejor aún era su excusa para justificar su viaje. Si alguien preguntaba, diría que iba a visitar a su abuela en Querétaro, una mentira que su padre, siempre distraído, y su madre, siempre ausente, nunca cuestionarían.


Marco caminó hacia su clóset, un espacio más grande que el cuarto de Tobías, con filas de ropa de marca colgadas en perchas de madera. Sacó una maleta importada de cuero fino y empezó a empacar: camisetas ajustadas, jeans de diseñador, un frasco de perfume caro, y un paquete de condones que metió con una sonrisa torcida, pensando en María. Cada prenda era parte de su armadura, una forma de recordarle al mundo —y a sí mismo— que él era intocable. Pero mientras cerraba la maleta, una memoria lo asaltó: su madre, años atrás, riéndose con un hombre que no era su padre en la sala de la mansión, sus manos en su cintura mientras Marco, escondido en las escaleras, los veía. Había sentido rabia, pero también un deseo confuso que nunca procesó. Ahora, pensar en María, en tomar lo que Tobías deseaba en secreto, era como cerrar ese círculo, como reclamar lo que el mundo le debía, un eco de la sumisión que había impuesto a Rosa minutos antes.


Bajó a la cochera, un espacio climatizado y tres autos alineados como trofeos: un Mercedes, un Porsche, y su favorito, un BMW M4 negro que rugía como un animal. Metió la maleta en el maletero y se subió, el cuero del asiento frío contra su piel. Pronto conducía por las avenidas arboladas de Puerta de Hierro, con las luces de las mansiones destellando en la penumbra y con una canción trap de lo más obsceno retumbando en los altavoces.


Su mente estaba en el Hotel Colonial. Sabía exactamente dónde encontrar a María, gracias a la lengua suelta de Tobías y la idea de verla, seducirla para después tener sexo con ella en la misma cama donde su hijo, al que consideraba patético, seguramente se la imaginaba desnuda, lo llenaba de una excitación salvaje. Tobías no sería más que un eco, un perdedor que soñaba con lo que él, Marco Nerón, iba a tomar sin pedir permiso. El calor del verano, el rugido del motor, y la promesa de una conquista eran como combustible en sus venas. El juego había comenzado, y él estaba dispuesto a ser el ganador sin importar nada.

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