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El abismo entre nosotros - CAP 5

El abismo entre nosotros - CAP 5


CAPÍTULO 5: EL MASAJE


La tarde se había teñido de un gris melancólico, el tipo de luz que invita a la introspección o a la mala televisión. Jack había optado por lo segundo. Estaba hundido en el sofá, zapeando sin rumbo, cuando la puerta se abrió y Sophia entró como una ráfaga de color y energía en la quietud de la sala. Llevaba unos shorts deportivos tan cortos y ajustados que parecían una capa de pintura sobre sus muslos torneados, y una camiseta ceñida que era un mapa detallado de su torso escultural.


Se dejó caer a su lado en el sofá. No cerca. Al lado. El calor de su muslo a través de la fina tela de sus joggers fue inmediato, una señal, una invasión.
—¿Qué ves? —preguntó, aunque sus ojos estaban en él, no en la pantalla.
—La misma mierda de siempre —respondió Jack, su atención ahora completamente secuestrada por la proximidad de ella.


Sophia se estiró con una languidez felina, arqueando la espalda de una forma que empujó sus pechos hacia adelante, una ofrenda descarada. Un gemido suave y gutural se le escapó de los labios. Era un sonido de cansancio, pero teñido de una sensualidad tan cruda que a Jack se le erizó la piel.
—Estoy reventada —dijo, frotándose los hombros con un suspiro exagerado—. La clase avanzada de hoy ha sido un infierno. Algunas de mis alumnas tienen la flexibilidad de una viga de acero. Acaban con mi paciencia y con mi espalda.


Jack la miró de reojo, desconcertado por esa repentina vulnerabilidad. ¿Era real o una nueva jugada en su complejo tablero?
—Más alumnas, más pasta, ¿no? —intentó él, buscando un terreno seguro.
Ella esbozó una sonrisa amarga.


—El negocio va de puta madre. Mi cuerpo, no tanto. —Suspiró de nuevo, una exhalación larga y teatral—. Me mataría por un buen masaje ahora mismo.
La invitación flotó en el aire, densa y cargada de electricidad. Jack sonrió con una ironía forzada.


—Díselo a Kennen. Seguro que está deseando complacerte.
Sophia soltó una risa corta, sin alegría.


—¿Kennen? —dijo, con un deje de desprecio—. Kennen cree que los masajes son una mariconada. Sus manos solo saben contar billetes y teclear. No tienen ni la paciencia ni la sensibilidad para... otras cosas.


La forma en que dijo "otras cosas" fue una puñalada directa a la lealtad de Jack. Fingió sorpresa.


—¿En serio? ¿Y sigues con él? Tienes el listón bajo.
Ella lo miró fijamente, una mezcla de diversión y melancolía en su mirada.
—No todo son masajes, Jack. A veces, la seguridad es... suficiente.
—Yo pensaba que el buen sexo era fundamental —bromeó él, empujando los límites.


Con un gesto inesperado, le lanzó un cojín de seda.
—¡Eres un completo idiota! ¡Y un puto salido! —exclamó, pero no había enfado en su voz, solo una resignación divertida.
Jack rio, una risa genuina que no sentía desde hacía tiempo. Pero ella no había terminado.


—Oye... —su tono se volvió serio, su mirada intensa—. ¿Tú sabes dar masajes? De verdad. No esas fricciones de mierda.
El corazón de Jack empezó a martillear. Era una trampa. Una deliciosa y aterradora trampa.


—Algo me defiendo. Hice un curso para impresionar a las chicas en su día.
Su mirada se volvió depredadora.
—Pues impresióname. Venga, inténtalo. Por favor.
Jack suspiró teatralmente, una última resistencia inútil.
—No quiero arruinarte la espalda... O peor, que te guste demasiado y me esclavices.


Ella sonrió, una promesa de problemas en sus labios.
—¿Me tienes miedo, Jack?
El desafío era explícito. Se rindió.


—Está bien, tú ganas. Pero ni se te ocurra pedirme un final feliz.
Sophia se giró, dándole la espalda, ofreciéndole su cuello y sus hombros tensos como un lienzo en blanco. Jack se arrodilló detrás de ella en el sofá. El aroma de su piel, una mezcla de sudor limpio e incienso, lo inundó. Apoyó las manos en sus hombros con una deliberada torpeza.


—¿Así? ¿O prefieres que use los nudillos?
Ella frunció el ceño.


—No seas tímido, coño. Aprieta. Como si quisieras arrancarme la piel.
Jack sonrió para sus adentros, una sonrisa de lobo.
—Si insistes...


Y entonces, el juego terminó. Sus manos, que recordaban más de lo que su boca admitía, se deslizaron sobre la piel tensa de Sophia con una confianza que lo sorprendió incluso a él. Encontró los nudos de estrés con la precisión de un cartógrafo, aplicando una presión firme y profunda que bordeaba el dolor para llegar al placer.


Un suspiro tembloroso escapó de los labios de Sophia. Fue el sonido de una rendición.


—Vaya… joder… eso es… —su voz se convirtió en un murmullo gutural, casi irreconocible—. ¿Dónde coño has aprendido a hacer esto?
Él no respondió. Dejó que sus manos hablaran por él. Sus pulgares trabajaron la línea de sus hombros, ascendiendo por la columna de su cuello, deshaciendo cada tensión con una habilidad metódica y sensual. Ella inclinó la cabeza hacia adelante, exponiéndose, ofreciéndole más de sí misma. Él aprovechó la invitación, sus dedos explorando la base de su cráneo, provocando un escalofrío que vio ondular por su espalda.


—Tienes el cuello increíblemente tenso —murmuró, su aliento cálido una caricia sobre su nuca.


—Es tu culpa… por ponerme nerviosa… —respondió ella, su voz un hilo.
Sus manos bajaron por su espalda, un lento descenso por la curva de su columna. Luego, sus brazos, sintiendo el calor de su piel, la suavidad de sus músculos bajo la tensión. Cuando sus dedos llegaron a sus palmas y empezaron a masajearlas con movimientos circulares, ella jadeó.


—Nunca pensé… que un masaje en las manos… pudiera sentirse tan bien.
—Todo está conectado, Sophia —dijo Jack, su voz ahora más grave, más íntima—. Absolutamente todo.


El silencio que siguió estaba cargado de electricidad. Podía sentir cómo su cuerpo se ablandaba bajo su toque, cómo sus defensas se derretían.
—¿Puedes… —dijo ella, su voz entrecortada— ...un poco más abajo?
El corazón de Jack dio un vuelco. Sabía a lo que se refería. Sabía que era el borde del precipicio.


—¿Dónde exactamente?


—En la espalda baja… justo encima del culo… ahí… ahí es donde lo necesito…
Con una deliberación que era pura tortura, sus manos descendieron. Cruzaron la línea de la camiseta, sus dedos rozando la piel caliente y desnuda de su zona lumbar. La tela de los shorts era tan fina que casi podía sentirla directamente. Empezó a masajear la zona con movimientos profundos y circulares, sus pulgares hundiéndose en los músculos a cada lado de la espina dorsal.


Ella respiró hondo, un sonido que fue mitad jadeo, mitad gemido.
—Eso es… ah… sí… justo ahí…


Instintivamente, ella arqueó la espalda, levantando sus nalgas empujándolas hacia atrás, presionando el bulto de su culo redondo y firme directamente contra la creciente y dolorosa erección de Jack. El contacto fue una descarga eléctrica, crudo e inequívoco. Ya no había ambigüedad. Era piel contra tela, deseo contra deseo. Jack se quedó petrificado por un instante, su mirada clavada en la forma en que el cuerpo de ella se ofrecía, una pose de sumisión absoluta. Su respiración se atascó en su garganta.


Luego, el instinto se apoderó de él. Sus manos, como si tuvieran voluntad propia, se deslizaron más abajo. Dejaron de masajear. Empezaron a explorar. Sus dedos contornearon la curva superior de sus nalgas por encima de la fina tela de los shorts. La presión era ligera al principio, un roce casi accidental, pero luego se volvió más firme, más audaz. Abarcó la plenitud de sus nalgas con las palmas de sus manos, apretando suavemente, sintiendo la densidad del músculo, la suavidad de la carne.


«Joder, qué puto culazo tiene esta cabrona», pensó, la mente nublada por una lujuria que ahogaba la culpa. Podía sentir su polla palpitando con violencia en sus joggers, a punto de reventar contra la presión de su culo.
—Jack… —susurró ella, su voz rota, un hilo de sonido en el aire denso.
Él detuvo sus manos. Su corazón latía con la fuerza de un martillo contra un yunque.


—¿Sí?
Silencio. Un silencio que se estiró hasta que dolió. Luego, con una lentitud exasperante, ella empezó a girarse hacia él. Sus ojos, ahora dilatados, oscuros y brillantes por la excitación, se encontraron con los suyos. Había un universo de promesas en esa mirada. Abrió la boca para decir algo, sus labios carnosos y húmedos entreabiertos...


Y la puerta principal se abrió de golpe.


Como si un interruptor hubiera sido accionado, se separaron. La descarga de la realidad los electrocutó. Kennen entró, radiante, ajeno a la atmósfera cargada, a la obra de teatro erótica que acababa de interrumpir en su clímax.
—¡Hey, chicos! ¿Qué tal todo? ¿Aburridos sin mí?


Sophia se puso de pie de un salto, una mano temblorosa arreglando su pelo revuelto, recomponiendo la máscara de la novia perfecta.


—Bien, Kennen, todo tranquilo. Pasando el rato —su voz, admirablemente natural, solo traicionada por un ligero temblor y el rubor en sus mejillas.
Jack se reclinó en el sofá, intentando ocultar la evidencia de su traición bajo un cojín, su corazón galopando.


—Sí, todo tranquilo, colega. Ya sabes.


Kennen dejó su maletín.
—Bueno, voy a darme una ducha, que vengo hecho polvo. Luego pedimos algo, ¿os parece?


Sophia asintió con una rapidez casi febril y desapareció en su habitación sin mirar a Jack, su cuerpo rígido por la tensión contenida.
Jack se quedó solo en el sofá, mirando la televisión sin verla. El tren había estado a punto de descarrilar. Sabía, con una certeza absoluta, que no debería haber ocurrido. Pero lo que realmente lo estaba matando, lo que le estaba corroyendo por dentro con un fuego malsano, era el deseo abrumador, visceral, de que la próxima vez, nadie abriera la puta puerta.

Continuara...
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