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11: Team building.




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Compendio III


LA JUNTA 11: TEAM BUILDING.

Eran los primeros días de julio. Estaba sumergido en hojas de cálculo cuando Ingrid entró en mi oficina.

• ¡Por fin le encuentro! - exclamó al verme en mi escritorio. - Me he dado cuenta de que... no tiene asistente.

11: Team building.

Ese comentario me dolió como mil puñaladas en la espalda. Especialmente viniendo de ella.

- ¡Sí! - respondí, tratando de mantener la calma. - Aparentemente, es raro entre los miembros de la junta directiva manejar sus asuntos por su cuenta.

Ella también suspiró.

• Sí, lo sé bien. - dijo, apoyándose en el escritorio. La forma en que se inclinó hizo que mi corazón se acelerara. - Pero creo que le tengo noticias.

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Sus ojos parecían tristes y arrepentidos cuando me entregó el memorándum.

• Parece que Nelson va a ser trasladado temporalmente a otro departamento. - Me avisó con un tono triste.

La habitación se quedó en silencio por un momento mientras yo asimilaba sus palabras.

- ¿Qué? ¿Por qué? - logré preguntar, tratando de ocultar la sorpresa en mi voz.

Sentí un nudo en el estómago en cuanto vi el nombre de Nelson.

Asignación temporal: con efecto inmediato, Nelson colaborará con el departamento de TI en la revisión de los sistemas internos durante dos semanas.

Debajo, la firma de Edith. Sellado por RR. HH. Incluso la marca de Madeleine estaba allí. Era limpio. Pulido. Intocable.

Lo leí dos veces, luego una tercera, buscando alguna laguna. ¿Cómo? Nelson nunca había trabajado con TI de forma directa. ¿Y por qué ahora, en medio de todos los proyectos en curso? No era una coincidencia. Era una planificación precisa.

- Está... está bien. - mentí, devolviendo el memorándum a Ingrid. - Estoy seguro de que Nelson estará bien.

Ingrid dudó y luego suspiró.

• Cristina quería que se lo entregara personalmente. – comentó con resignación.

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Eso empeoró las cosas. Cristina podría haber enviado un correo electrónico o haber pedido a otra persona que lo entregara. Pero no, quería que Ingrid estuviera allí, en mi oficina, como prueba de su autoridad. Un mensaje fuerte y claro: puedo mover a tu gente si quiero.

- Lo está haciendo algo personal. - Cerré la carpeta lentamente, manteniendo la voz firme.

Los ojos de Ingrid buscaron mi reacción y, por un momento, vi algo brillar en ellos. ¿Comprensión? ¿Preocupación? Quizás un indicio de algo más.

Los ojos de Ingrid brillaron. Por un momento, pensé que se desviaría. En cambio, dijo en voz baja:

• Sí. Es exactamente por eso por lo que lo hizo.

Me recosté en mi silla, tratando de procesar esta nueva información. Sus palabras parecían una sentencia.

- ¿Por qué me dices eso? ¿Por qué estás de mi lado? – le pregunté al notar que no estaba completamente convencida.

Volvió a dudar, pero esta vez su voz era más firme.

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• Por lo que dijo en la reunión de la junta directiva. Sobre elegir a Gloria en lugar de a mí en aquel entonces. Que lo hizo para protegerme. Al principio no le creí... pero ahora, mirando atrás... quizá tenía razón. – respondió, soltando un suspiro.

Sus palabras me golpearon como un mazo. De repente, la habitación me pareció demasiado pequeña. El aire, demasiado denso. Recordé claramente aquel día, cómo los ojos de Ingrid brillaban con esperanza y expectación cuando le ofrecieron el trabajo. Y cómo lo había destrozado con una decisión equivocada.

Me puse de pie y cerré la carpeta.

- Ingrid... Debería habértelo dicho hace años. Te debo una disculpa. – le confesé arrepentido.
Su mirada se clavó en la mía y, por primera vez, vi una grieta en la fachada profesional que había pintado tan perfectamente.

• ¿Por qué? - Se acercó y apoyó la mano en el escritorio, haciendo que sus pechos se mecieran suavemente, como si confirmaran mis pensamientos.

- No elegí a Gloria porque tú no fueras capaz. La elegí porque sé cómo son y piensan los mineros. - le dije mirándola fijamente, mirando su cuerpo, imitando el deseo del minero, pero controlándome. - ¡Te ves increíble! He leído tu currículum: hablas alemán. Puedes deslumbrar en una oficina corporativa... pero en una mina las cosas son diferentes. Quizás los hombres puedan manejarse a solas contigo, pero yo no podía arriesgarte si ellos no podían.

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Su mano se detuvo sobre el escritorio y el silencio se hizo más denso. Buscó una mentira en mis ojos, pero no encontró ninguna.

• ¡Marco! - comenzó, con voz suave. - No tenía ni idea... Pensaba que era porque...

Pero se calló, incapaz de terminar. Yo sabía lo que estaba pensando. Todos pensaban que había elegido a Gloria porque era menos... distractora. Porque era segura. Porque Ingrid era demasiado hermosa como para confiar en ella rodeada de un grupo de mineros llenos de testosterona. Era una decisión que me había perseguido desde entonces, y ahora volvía para atormentarme en forma de disputa con una mujer que tenía el poder de desmantelar todo mi equipo.

- Ahora estás casada. - señalé, tratando de aliviar el ambiente. - Tienes una buena vida. Hijos, un marido...

Su sonrisa era triste.

• ¡Sí, es verdad! – comentó con una voz ajena. Vacía. Pero noté que sus ojos buscaban los míos, queriendo algo más profundo.

• Quería decírtelo. - dijo en voz baja. - Quería decirte que no pasa nada. Que no te guardo rencor. Pero no puedo mentir. Una parte de mí... una parte de mí desearía haber tenido la oportunidad.

La tensión entre nosotros era palpable, cargada de deseos tácitos y de “¿Qué tal si...?” que flotaban en el aire como una fina niebla.

- ¿Qué quieres decir, Ingrid? - le pregunté, al notar que ella se refería a algo distinto, con una voz mesurada.

Sus mejillas se sonrojaron ligeramente y apartó la mirada, pero luego volvió a mirarme.

• Quiero decir que siempre me he preguntado cómo habría sido trabajar contigo, aprender de ti. - Respiró hondo, y su pecho subía y bajaba de una forma que me dificultaba concentrarme. - Siempre has sido tan... tan controlado. Tan fuerte. Es algo que admiro.

- Ingrid. - dije, notando la tensión en el ambiente, dando un paso hacia ella, con el corazón acelerado. - Eres una asistente increíble para tu jefa. Tienes una familia. ¿Qué estás tratando de decir?

Su mirada se encontró con la mía de nuevo y vi algo en sus ojos que me hizo detenerme. Un deseo, una necesidad de algo más de lo que ya tenía.

• ¡Marco! – dijo mi nombre con un suspiro anhelante, con una voz apenas audible. - ¿Y si te dijera que... eso no es todo lo que quiero aprender de ti?

Sentí cómo se me subían los colores a las mejillas y supe a qué se refería. Pero tenía que estar seguro.

- Ingrid, ¿Estás... estás diciendo lo que creo que estás diciendo? – pregunté, con la mandíbula temblándome.

Asintió lentamente.

• Sí. – sentenció simple y llanamente, sus ojos buscando mi respuesta

La habitación se puso aún más silenciosa, el único sonido era el tictac del reloj de la pared. Podía sentir el calor que irradiaba su cuerpo y me costaba todo mi esfuerzo no estirar la mano y tocarla. Pero aun así, tenía que confirmarlo antes.

- ¿Qué es exactamente lo que quieres aprender de mí, Ingrid? - le pregunté, con voz firme a pesar de la confusión que sentía por dentro.

Sus ojos nunca se apartaron de los míos.

• Cómo manejar el tipo de poder que tienes. - dijo con voz baja y sensual. - Cómo navegar por las... complejidades de este trabajo. Cómo ser más... decisiva.

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La insinuación era clara, y fue como si hubieran lanzado una bomba en medio de mi oficina. Ingrid quería algo más que las tareas mundanas de una asistente. Quería la emoción de la sala de juntas, la adrenalina de los juegos de poder y la excitación que todo ello conllevaba. Y creía que yo podía enseñarle esas cosas.

Di un paso hacia ella, la distancia entre nosotros era ahora casi inexistente.

- ¡Ingrid! – Insistí, tratando de que recapacitara, porque a partir de este punto, no habría vuelta atrás. - Tienes una familia. Tienes una buena vida.

Sus ojos buscaron los míos, en una silenciosa súplica por mi comprensión.

• Marco, tengo una buena vida, pero... quiero más. Siempre he sentido que podría hacer mucho más de lo que me permiten. Como si hubiera una parte de mí que está... estancada. – comentó con frustración.

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Conocía esa mirada. Era la misma que había visto en otras mujeres innumerables veces. El deseo de liberarse de las limitaciones de las expectativas y explorar el territorio desconocido de la lujuria.

- Lo entiendo. - respondí con voz suave y grave. - Pero lo que me pides es... es peligroso.

Sus ojos buscaron los míos, con un deseo inconfundible.

• ¡Lo sé! – susurró esperanzada, al ver que me estaba convenciendo. - Pero a veces se necesita un poco de peligro para sentirse vivo, ¿No crees?

Respiré hondo, tratando de recomponerme. El aroma de su perfume, una delicada mezcla de jazmín y vainilla llenaba el espacio entre nosotros. Sabía que era una línea que no podía cruzar sin consecuencias.

- ¡Ingrid! - insistí con voz firme pero llena de un ligero tono de pesar. - No debería involucrarme en esto.

Sin embargo, me sentía excitado. Muchas veces me había imaginado a Ingrid sola, en la oscuridad de un túnel, dejando que mis fantasías más salvajes salieran a la luz...

• ¡Lo entiendo! - aceptó ella, con una mezcla de decepción y determinación en la voz. Dio un paso atrás y retiró la mano del escritorio. - Pero no puedo dejarlo pasar. Necesito demostrarme a mí misma... y a ellos... que soy capaz de más.

La determinación en su voz me hizo reconsiderarlo. Pero tenía que ser responsable.

- Lo respeto, Ingrid. Pero no me corresponde meterme en tu vida personal. Ni arrastrarte a la mía. – le confesé, tratando de mostrar una perspectiva más completa.

Sus ojos escudriñaron mi rostro, buscando cualquier signo de duda.

• Conozco los riesgos. – exclamó con una voz esperanzada apenas audible al notar mi titubear. - Pero estoy dispuesta a correrlos. Por esta... enorme... oportunidad.

Tragué saliva. Ella se fijó en mi erección. Sus ojos brillaron. Intenté cubrirme en vano.

• Mira, Marco, llevo cinco años casada. Sé lo que es el amor, sé lo que es la felicidad. - señaló con voz llena de una repentina urgencia. - Pero también sé lo que es sentirse... atrapada.

Sus dedos jugueteaban entre sí, sin apartar los ojos de mi entrepierna.

- ¡Ingrid! - Logré decir, tratando de ocultar el deseo en mi voz. - No sé si este es el momento ni el lugar adecuado para esta conversación.

Pero ella no me escuchaba. Su mirada estaba fija en la tienda de campaña en la que se habían convertido mis pantalones, con una sonrisa burlona en los labios.

• Marco. – comenzó con un suspiro suave, delicioso, dando otro paso hacia mí. - He visto cómo te comportas en las reuniones. La forma en que tomas decisiones, la forma en que... consigues lo que quieres. Es... embriagador.

(Marco! I've seen how you handle yourself in meetings. The way you make decisions, the way you... take what you want. It's... intoxicating)

La forma en que lo dijo. Mis pantalones me parecieron aún más chicos...

- ¡Ingrid! – volví a insistir, tratando de renegar el ciclo. - ¡Esto es muy inapropiado! Tú estás casada... y yo también.

Sus ojos no se apartaron de mi entrepierna, y su sonrisa se hizo más amplia.

• ¿De verdad? – preguntó sonriente, inclinando la cabeza. - ¿O es solo que se supone que no debemos hablar de ello?

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El desafío en su voz era como una chispa en un campo seco. Sabía que debía apagarla, pero algo dentro de mí se sentía atraído por la llama.

Creo que cuando mi buena amiga Sonia nombró a Ingrid mi asistente, la vio como un regalo: Ingrid tiene unos pechos increíbles, su culo es redondo y enorme. Y el hecho de que lleve ese enorme anillo de casada es la guinda del pastel.

Pero mientras estaba delante de mí, con sus voluptuosos pechos tensando la blusa y sus muslos tonificados y bien formados apenas contenidos por la falda, tuve que admitir que la idea de que trabajara a mi lado, de que estuviera a mi merced, era... estimulante.

La idea de que me la chupara por la mañana, de cogérmela al mediodía, de que le diera por el culo por la tarde...

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Casi podía imaginar mi líquido preseminal en mi miembro hinchado. Y lo peor era que ella parecía dispuesta a abalanzarse sobre mí.

- ¡Ingrid! -le advertí por última vez, forzando una voz firme. - Tienes que irte.

Levantó la mirada hacia mí y la sonrisa burlona de sus labios se hizo más descarada.

• ¿O qué, Marco? - susurró, acortando la distancia entre nosotros. - ¿Me despedirás?

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(Or what, Marco? Will you fire me?)

Su voz, una declaración de guerra…

- No. - respondí con voz temblorosa. - Pero quizá te haga lo que los mineros les hacen a sus putas cuando van al pueblo.

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Los ojos de Ingrid se agrandaron al oír mis palabras, pero en lugar de miedo, vi excitación. Dio un paso más hacia mí y pude sentir su aliento en mi cuello.

• ¿Eso es lo que piensas de mí, Marco? – susurró finalmente satisfecha al ver que por fin estábamos en la misma frecuencia, rozando ligeramente mi pecho con la mano. - ¿Una puta para usar?

- ¡Por favor... no me tientes! - le supliqué, haciendo un último esfuerzo por comportarme como un caballero. - ¡Quiero ser un hombre distinguido!

Ella me agarró los testículos y me sujetó la base del pene.

- ¡Pero si tú eres el hombre más grande! - dijo con una voz que me dejó sin sentido.

(But you're the hugest man!)

La besé con desesperación. Mis manos recorrieron todo su culo.

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Ingrid gimió suavemente cuando nuestras bocas se fundieron, su lengua bailando con la mía en una delicada batalla por el dominio. Su mano rodeó mi verga, acariciándola a través de mis pantalones. La habitación daba vueltas y lo único en lo que podía pensar era en su tacto, su aroma, la forma en que me miraba como si estuviera lista para devorarme por completo.

La empujé contra el escritorio, recorriendo su cuerpo con mis manos. Sus pechos eran una delicia bajo mis palmas, y no pude resistir la tentación de apretarlos con fuerza. Ella jadeó, arqueándose bajo mi tacto, clavándome las uñas en la espalda.

- ¡No tengo condones! - le advertí, manoseando sus enormes tetas, sintiéndome como si me arrastrara un huracán.

Ingrid se rió contra mi boca.

• ¡No lo necesitamos! – susurró melosa y erótica, con su aliento caliente en mi oído. - Tomo la píldora.

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Sus palabras me provocaron una descarga de puro deseo. Le subí la falda y deslicé mi mano entre sus piernas. Tenía las bragas empapadas. Estaba lista para esto, quizá incluso más que yo.

- ¡Le di gemelos a mi mujer la primera vez que lo hicimos sin ellos! - solté, perdido en la locura de desnudarla.

Ingrid solo sonrió, con la mano todavía tratando de rodear mi polla.

• No quiero quedarme embarazada. - murmuró, con la voz gatuna cargada de deseo. - Solo quiero sentirme... viva.

Su mano encontró mi verga y empezó a acariciarla con una confianza que era a la vez sorprendente e increíblemente excitante. Gemí en su boca, mi autocontrol se deslizaba como la arena en un reloj de arena.

• Se siente tan grande... No puedo esperar a sentirte dentro de mí. - dijo con entusiasmo, haciendo que mi corazón se acelerara hasta ponerme cardíaco.

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Le besé el cuello, sintiendo cómo se aceleraba su pulso bajo mis labios. Su piel era tan suave, tan cálida. Sabía que estaba mal, pero la tentación era demasiado grande. Le aparté las bragas, dejando al descubierto su coño húmedo e hinchado. Ya estaba empapada, y ver su excitación me puso aún más duro.

Pero cuando por fin se le cayó el sujetador, fue como si hubiera explotado una bomba nuclear: sus tetas eran un poco más grandes que los flanes de mi mujer.

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Ingrid dio un paso atrás, sus pechos rebotando con el movimiento. Me miró, con un desafío en sus ojos. Sabía lo que quería, lo que necesitaba. Tenía que ser yo quien diera el paso definitivo.

Con manos temblorosas, me desabroché el cinturón y bajé la cremallera de los pantalones, dejándolos caer al suelo. Mi polla saltó libre, dura y ansiosa. Ella respiró hondo, sin apartar los ojos de los míos. Luego, se arrodilló y llevó las manos a la cintura de su falda. Se la bajó, dejando al descubierto unas bragas de encaje a juego que se quitó rápidamente, mostrándome su culo desnudo.

Ingrid tomó mi polla en su mano, con un agarre firme y seguro. La observé mientras se inclinaba, separando sus labios carnosos y rojos para introducir la punta en su boca. Un gemido de puro placer escapó de mis labios cuando empezó a chupármela, con su lengua girando alrededor de la cabeza de una manera que era a la vez agonizante y celestial.

Antes de ese día, imaginaba a Ingrid como la esposa perfecta. Pero mientras ella baboseaba alrededor de mi polla, me di cuenta de que siempre había sido una zorra hambrienta.

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Su boca era como el terciopelo, y ella sabía cómo usarla. Me tomó hasta el fondo, con su garganta moviéndose alrededor de mi miembro, y tuve que agarrarme al escritorio para no desplomarme. Verla allí, de rodillas en mi oficina, era más de lo que podía soportar.

- ¡Carajos, Ingrid! - murmuré, mordiéndome el puño con la voz tensa por el deseo.

Ella respondió tomándome más profundo, sin dejar de mirarme mientras me chupaba con un fervor que me dejó sin palabras.

Su mano masajeaba mis testículos mientras movía la cabeza, y sentí que me acercaba al límite. Sin embargo, no quería correrme en su boca. Quería sentir su estrecho y húmedo coño alrededor de mí, poseerla como nadie lo había hecho antes.

• ¡Nunca había tenido una tan grande! - dijo de repente, mientras recuperaba el aliento.

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Sus palabras me desconcertaron. ¿Qué significaba eso? ¿Era más grande que su marido? ¿Más grande que su amante? ¿Tenía muchos amantes?

Estos pensamientos se escapaban de mi mente mientras ella me volvía a meter en su boca. Sabía que no podría aguantar mucho más.

- ¡Ingrid! - jadeé, con la voz de mando tensa y posesiva. - ¡Te quiero sobre mi escritorio!

• ¡Sí, señor! - respondió, en modo de asistenta total.

Mi polla salió de su boca con un chasquido húmedo. Ingrid se levantó y apartó los papeles, despejando un espacio en mi escritorio. Rápidamente se sentó a horcajadas sobre mí, con su coño húmedo presionando contra mi entrepierna. Podía sentir su calor a través de mis calzoncillos.

• ¡Dios mío! ¡No me cabe! – señaló con sorpresa, sintiendo cómo mi punta la pinchaba.

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Pero estaba tan ansiosa que ni siquiera se dio cuenta de que lo había dicho en voz alta.

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Con manos temblorosas, la levanté de mi escritorio y la giré, empujándola hacia abajo para que se inclinara sobre el escritorio. La visión de su culo desnudo era demasiado para mí. Me coloqué detrás de ella, con mi polla rozando su humedad.

- ¡Estás tan mojada! - exclamé, con el deseo evidente en mi voz.

• ¡He estado esperando esto durante mucho tiempo, Marco! - respondió Ingrid, con la voz amortiguada por el escritorio. Movió el culo, provocándome, suplicándome que la llenara.

- ¡Confía en mí! ¡No te arrepentirás! - y añadí con una sonrisa maliciosa. - Y terminarás volviendo por más…

Su respuesta fue un jadeo cuando la penetré con fuerza, y el sonido resonó en toda la oficina. Las uñas de Ingrid se clavaron en la madera de mi escritorio, con los nudillos blancos por el esfuerzo de agarrarse. La agarré por las caderas, empujándola hacia mi polla con cada embestida, viendo cómo su cuerpo se estiraba para acomodarse a mi tamaño.

• ¡Ah! ¡Ah! ¡Me estás estirando! – se quejó con un gemido suplicante, como si se estuviera quemando.

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Sus palabras no me detuvieron. Más bien al contrario, me hicieron ir más fuerte, sintiendo su estrecho coño alrededor de mí. Observé cómo sus nalgas se sacudían con cada embestida, y esa visión me volvió loco.

Los gemidos de Ingrid se hicieron más fuertes, llenando la habitación con el sonido de nuestro encuentro ilícito. Sabía que lo estábamos arriesgando todo, pero la emoción era demasiado intensa como para preocuparme. La oficina era nuestro patio de recreo y ella era mi alumna ansiosa.

Mientras me entregaba por completo, me alegré de que mi oficina estuviera insonorizada. Podía follarla todo lo que ella quisiera y hacerla suplicar por más.

Su coño era estrecho y apretaba mi polla como un embudo. Podía sentir cada centímetro de ella mientras empujaba cada vez más profundo, con mis pelotas golpeando su culo. Estaba tan húmeda, tan lista para mí, que me estaba volviendo loco.

• ¡Oh, Marco! - gimió, con una voz que mezclaba placer y dolor. - ¡La tienes tan grande!

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Sus palabras solo avivaron mi deseo, subiéndome el ego y aceleré el ritmo, moviendo las caderas con un ritmo constante que la hacía jadear y suplicar por más. El sonido de nuestros cuerpos chocando llenaba la habitación, y supe que ambos estábamos perdidos en el momento.

Los gemidos de Ingrid se hicieron más urgentes y sentí cómo su coño se apretaba alrededor de mí a medida que se acercaba al clímax. Alargué la mano, encontré su clítoris y comencé a frotarlo con movimientos circulares, aumentando la presión a medida que ella se acercaba al límite. Su cuerpo se tensó y, con un grito que ahogó contra el escritorio, se corrió con fuerza, su orgasmo recorriendo su cuerpo y enviando ondas de choque por mi espina dorsal.

La sensación de su coño apretando mi polla era demasiado, y no pude contenerme más. Con una última y potente embestida, me vacié dentro de ella, llenándola con mi semen caliente. Su cuerpo tembló con la fuerza de su clímax, y sentí el calor de sus jugos mezclándose con los míos mientras me retiraba, con mi polla reluciente por nuestro placer combinado.

Mientras yacía exhausta sobre mi escritorio, se llevó una agradable sorpresa: yo seguía hinchado, apretujado dentro de ella.

• Marco, eso ha sido... increíble. -Jadeó exhausta, con la voz ronca por los gemidos.

Me incliné sobre ella, con la mano descansando suavemente en la parte baja de su espalda.

- ¡Ahora eres mía! - le susurré, reclamándola de una manera que era a la vez posesiva y protectora.

Ingrid contuvo el aliento y me miró por encima del hombro con una mezcla de desafío y deseo.

• Siempre he sido tuya. - murmuró, con los ojos brillantes y un resplandor travieso.

Empecé a darme cuenta de lo que acababa de decir, de lo que acabábamos de hacer. Era una línea que no se podía regresar. La había tomado, la había reclamado de una manera que lo cambiaría todo.

Cuando logré retirarme, Ingrid quedó impresionada: todavía estaba duro e hinchado. Pero realmente teníamos que volver al trabajo.

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• ¡Mírate! - señaló con una sonrisa de satisfacción. - Aún no tienes suficiente, ¿Verdad?

La sonrisa burlona de su rostro era contagiosa. A pesar de la gravedad de la situación, me encontré sonriendo también.

- Al parecer, no. - admití, dándole una suave palmada en el trasero.

Ella siguió mirando mi entrepierna, incluso después de que me pusiera los calzoncillos. Por supuesto, también la ayudé a vestirse.

- Entonces... - dije mientras me abrochaba la camisa. - ¿Nelson trabajará en TI durante las próximas dos semanas?

Ingrid asintió con las mejillas sonrojadas y los ojos brillantes tras nuestro encuentro.

• Sí, pero creo que hemos encontrado una forma de evitar que te sientas solo. – respondió con una mirada lujuriosa.

- ¡Sí! - le dije con una sonrisa lasciva plasmada en mi rostro. - Nada me gustaría más que “crear vínculos de equipo” contigo durante las próximas dos semanas.

Ingrid se rió y se arregló la falda, con la tensión en la habitación ahora cargada del aroma del sexo y la promesa de más por venir.

• Entonces, trato hecho. – accedió jocosa, con la voz aún un poco entrecortada. -Pero, por ahora, mantengamos esto entre nosotros, ¿De acuerdo?

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