You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

La amiga de mí mujer

Llego a casa después de un día largo y las encuentro en la pileta. El sol cae despacio, iluminando sus cuerpos brillantes por el agua. Mi mujer me sonríe, hermosa como siempre, y a su lado está su amiga, relajada, con esa mirada cómplice que me atraviesa.
Birra en mano, risas, bocanadas de humo que flotan en el aire. Me meto con ellas y la conversación se vuelve más íntima, más juguetona. Los roces parecen casuales, pero no lo son.

En un momento, mi mujer me besa. La intensidad del beso cambia el aire, y entonces escucho su voz entre susurros:
—No seas egoísta… compartí un poco.

Su amiga duda apenas un segundo antes de acercarse. Nuestros labios se encuentran en un beso inesperado, cargado de deseo. Todo fluye sin esfuerzo: el calor del agua, el roce de sus cuerpos, la sensación de estar entrando en un juego prohibido, pero inevitable.
El sol ya se escondía cuando los besos se mezclaron en la pileta. Primero con mi mujer, profundo, ardiente. Después, su amiga acercándose tímida, hasta que el deseo pudo más que la duda. Sentí sus labios sobre los míos mientras mi esposa miraba satisfecha, como si todo esto hubiera estado planeado desde siempre.

Las risas se convirtieron en suspiros. El agua ya no alcanzaba para apagar el fuego que se había encendido. Nos levantamos y fuimos a la habitación, todavía húmedos, todavía excitados.

Mi mujer me guió primero hacia ella, ofreciéndose con esa entrega que tanto me enloquece. Su amiga, en cambio, se acomodó a su lado, observando, disfrutando del espectáculo hasta que no resistió más y se unió. El calor de sus cuerpos mezclados con el mío era abrumador: besos que iban y venían, manos que descubrían, respiraciones que se aceleraban.

En cada movimiento sentía cómo se desataban, cómo dejaban atrás toda reserva. Mi esposa y su amiga se buscaban entre ellas tanto como me buscaban a mí. La intensidad crecía, los gemidos se confundían, y en medio de esa entrega compartida entendí que estábamos viviendo algo único, imposible de detener, imposible de olvidar.
 El aire en la habitación estaba cargado, denso, caliente. Cada roce, cada beso, cada gemido era un recordatorio de que no había vuelta atrás.

Los cuerpos entrelazados, las manos explorando, las miradas cómplices… todo se mezclaba en una sensación de placer que parecía no tener fin. Y lo mejor era que nadie quería que terminara.

Su amiga me miró a los ojos, sonriendo, mientras mi esposa la besaba con una pasión que me desarmó. En ese instante entendí que lo que estaba viviendo no era solo un encuentro prohibido, era una fantasía que se abría como un abismo de posibilidades.

El tiempo dejó de importar. La noche recién empezaba.

1 comentarios - La amiga de mí mujer