Hola amigos de P! Bienvenidos a otro capítulo prohibido, de esos que saben que los van a dejar calientes hasta los huesos.

La tarde cae lenta, filtrándose por la ventana con un resplandor naranja. Penélope está sola en la sala, con esa falda de mezclilla corta que apenas cubre algo, y una blusa blanca tan ajustada que marca los pezones sin corpiño. Juega con el celular, pero sus ojos no se apartan de mí.
Cruza una pierna sobre la otra y me suelta con voz traviesa:
—¿Qué mirás? ¿Te gusta lo que ves?
Sonríe maliciosa y se inclina, dejando que la falda suba un poco más. Un hilo negro brilla húmedo bajo la tela. Yo trago saliva, pero ella no me da tiempo a pensar: se levanta, camina hacia mí y me empuja contra el sillón. Su perfume dulce se mezcla con el sudor de mi jornada, volviéndome loco.
Me toma del cuello y me besa con hambre. Su lengua invade mi boca mientras sus uñas me arañan el pecho bajo la camisa. Se separa apenas para susurrar:
—Hoy sos mío… y vas a hacer todo lo que yo diga.
Me desabrocha el pantalón, saca mi erección palpitante y la envuelve con la mano. Su mirada no se despega de la mía cuando se arrodilla frente a mí y se lo traga de golpe. Sus labios calientes, húmedos, me hacen gemir fuerte. Ella babea, escupe, se lo mete hasta el fondo mientras su lengua me tortura.
—¿Te gusta, eh? —murmura con voz ronca
—. No te voy a soltar hasta que me lo implores.
El sonido obsceno de su garganta me enloquece. La tomo del cabello, la guío, la siento chupármela como si quisiera arrancármela. Cuando estoy a punto de acabar, Penélope se detiene y se limpia la boca con el dorso de la mano. Me mira como una puta orgullosa.
—Todavía no, papi. Quiero sentirte adentro.
Se sube sobre mí, me abre las piernas con las suyas y se deja caer lentamente. Su gemido retumba en la sala cuando me traga hasta el fondo. Se agarra de mis hombros, cabalga lento al principio, luego más fuerte, haciendo rebotar sus tetas libres contra mi cara. Yo las chupo, las muerdo, la sujeto de la cintura y la obligo a ir más rápido.
El sillón cruje, los gemidos llenan el aire, el ritmo se vuelve brutal. Penélope se arquea, grita, se aprieta contra mí con un orgasmo que la sacude entera. Yo la doy vuelta, la pongo de espaldas en el sillón, y la penetro con fuerza animal. Su piel brilla de sudor, sus uñas me marcan, su concha moja todo.
—¡Más fuerte! —grita sin pudor—. ¡Rompeme toda!
No aguanto más, la embisto una última vez, profundo, hasta explotar dentro de ella. El calor me quema mientras ella me aprieta con las piernas, temblando, jadeando, dejándose llenar sin miedo.
Quedamos tirados, sudados, con el cuerpo pegajoso y el aire impregnado de sexo. Penélope me mira con una sonrisa torcida y dice bajito:
—Esto recién empieza…

La tarde cae lenta, filtrándose por la ventana con un resplandor naranja. Penélope está sola en la sala, con esa falda de mezclilla corta que apenas cubre algo, y una blusa blanca tan ajustada que marca los pezones sin corpiño. Juega con el celular, pero sus ojos no se apartan de mí.
Cruza una pierna sobre la otra y me suelta con voz traviesa:
—¿Qué mirás? ¿Te gusta lo que ves?
Sonríe maliciosa y se inclina, dejando que la falda suba un poco más. Un hilo negro brilla húmedo bajo la tela. Yo trago saliva, pero ella no me da tiempo a pensar: se levanta, camina hacia mí y me empuja contra el sillón. Su perfume dulce se mezcla con el sudor de mi jornada, volviéndome loco.
Me toma del cuello y me besa con hambre. Su lengua invade mi boca mientras sus uñas me arañan el pecho bajo la camisa. Se separa apenas para susurrar:
—Hoy sos mío… y vas a hacer todo lo que yo diga.
Me desabrocha el pantalón, saca mi erección palpitante y la envuelve con la mano. Su mirada no se despega de la mía cuando se arrodilla frente a mí y se lo traga de golpe. Sus labios calientes, húmedos, me hacen gemir fuerte. Ella babea, escupe, se lo mete hasta el fondo mientras su lengua me tortura.
—¿Te gusta, eh? —murmura con voz ronca
—. No te voy a soltar hasta que me lo implores.
El sonido obsceno de su garganta me enloquece. La tomo del cabello, la guío, la siento chupármela como si quisiera arrancármela. Cuando estoy a punto de acabar, Penélope se detiene y se limpia la boca con el dorso de la mano. Me mira como una puta orgullosa.
—Todavía no, papi. Quiero sentirte adentro.
Se sube sobre mí, me abre las piernas con las suyas y se deja caer lentamente. Su gemido retumba en la sala cuando me traga hasta el fondo. Se agarra de mis hombros, cabalga lento al principio, luego más fuerte, haciendo rebotar sus tetas libres contra mi cara. Yo las chupo, las muerdo, la sujeto de la cintura y la obligo a ir más rápido.
El sillón cruje, los gemidos llenan el aire, el ritmo se vuelve brutal. Penélope se arquea, grita, se aprieta contra mí con un orgasmo que la sacude entera. Yo la doy vuelta, la pongo de espaldas en el sillón, y la penetro con fuerza animal. Su piel brilla de sudor, sus uñas me marcan, su concha moja todo.
—¡Más fuerte! —grita sin pudor—. ¡Rompeme toda!
No aguanto más, la embisto una última vez, profundo, hasta explotar dentro de ella. El calor me quema mientras ella me aprieta con las piernas, temblando, jadeando, dejándose llenar sin miedo.
Quedamos tirados, sudados, con el cuerpo pegajoso y el aire impregnado de sexo. Penélope me mira con una sonrisa torcida y dice bajito:
—Esto recién empieza…

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