La medianoche envolvía la ciudad en un manto de silencio cuando el teléfono de Emilio vibró sobre la mesita de noche. Con un suspiro, se incorporó en la cama, su cuerpo atlético aún cálido del entrenamiento de la tarde. La pantalla mostraba el nombre de Valeria, y una sonrisa pícara se dibujó en sus labios antes de contestar.
—¿Qué pasa, Valeria? —su voz era grave, con un dejo de autoridad que siempre parecía estar presente.
—Emilio, soy yo —la voz de Valeria sonaba entrecortada, con un tono que delataba su estado de ebriedad—. Mi coche se ha averiado cerca de tu departamento. ¿Podrías venir a ayudarme?
Emilio frunció el ceño, detectando algo más en su tono que una simple petición de ayuda. Con una sudadera holgada y unos pantalones de chándal, salió de su apartamento, dirigiéndose hacia el lugar que Valeria le había descrito.

Al llegar, encontró el coche estacionado en una calle poco transitada. Valeria estaba junto a otra joven que no reconoció inmediatamente.


—¿Quién es ella? —preguntó Emilio, mirando a la chica, cuya apariencia era tan provocativa como la de Valeria.
—Es Tania, una amiga —respondió Valeria con una sonrisa traviesa—. No te preocupes por el coche, Emilio. Solo queríamos que vinieras.
Emilio inspeccionó el vehículo, notando que no había nada aparentemente mal.
La llamada había sido una excusa, y la sonrisa de Valeria lo confirmaba. Tania, con su uniforme de colegiala ajustado y su actitud coqueta, lo miraba con ojos brillantes.


Emilio sintió una chispa de deseo, pero también una punzada de cautela. Sabía que Valeria era la hermana menor de su ex, y aunque habían compartido algunos encuentros inolvidables, solo había quedado entré ellos dos
—¿Qué pasa aquí, Valeria? —preguntó, cruzando los brazos sobre su torso tonificado.
—Estamos aburridas, Emilio —dijo Valeria, acercándose a él—. Y queremos divertirnos. ¿Te apetece unirte?
La propuesta era clara, y Emilio no era de los que se resistían a una tentación. Además, la idea de estar con Valeria y su amiga, de dominar la situación, le resultaba irresistible. Con un gesto decidido, abrió la puerta del coche y les indicó que subieran. pero antes quería un adelanto y les dijo que se las chuparan y así lo hicieron,


—Vamos a mi apartamento —dijo, su voz firme y autoritaria—. Pero que quede claro: yo mando.
El trayecto fue corto, pero la tensión en el aire era palpable. Valeria y Tania se reían entre ellas, sus susurros y miradas cómplices alimentaban la anticipación.

Al llegar al apartamento de Emilio, las guió al interior, donde la luz tenue resaltaba los músculos de su cuerpo y la cicatriz sobre su ceja, un recordatorio de su vida en el ring.
—Siéntense —ordenó, señalando la cama—. Y no se muevan.
Valeria y Tania se sentaron, sus ojos fijos en Emilio mientras él se colocaba frente a ellas. Con un movimiento lento, se desabrochó los pantalones, dejándolos caer al suelo. Su erección era evidente, y las chicas no pudieron evitar mirar con deseo.
—Quiero verlas besarse —dijo Emilio, su voz ronca y dominante—. Tóquense, muéstrenme lo que pueden hacer.
Valeria y Tania se miraron, una chispa de excitación en sus ojos. Sin decir una palabra, se acercaron, sus labios encontrándose en un beso apasionado.


Valeria pasó sus manos por el cuerpo de Tania, desabrochando la blusa para revelar sus pechos pequeños pero firmes. Tania gemía suavemente, sus manos explorando el cuerpo de Valeria con la misma intensidad.



Emilio de pie frente a ellas, su mano moviéndose rítmicamente sobre su erección mientras observaba la escena. La visión de las dos mujeres juntas, sus cuerpos entrelazados, lo excitaba más de lo que había imaginado. Sus ojos avellana brillaban con deseo, y una sonrisa satisfecha se dibujó en sus labios.
—Basta —ordenó después de unos minutos, su voz cortando el aire cargado de tensión—. Ahora, chupen mi polla.


Valeria y Tania obedecieron, sus cuerpos temblorosos de anticipación. su miembro erecto apuntando hacia ellas.
—Chúpelo —le dijo a Valeria, agarrándole el cabello con firmeza—.


Valeria abrió la boca, recibiendo a Emilio con entusiasmo. Su lengua recorría su longitud, mientras Tania se ocupaba de sus testículos, masajeándolos con delicadeza. Emilio cerró los ojos, disfrutando de la sensación, su mano guiando la cabeza de Valeria para marcar el ritmo.
—Así, Valeria, así —murmuró, su voz entrecortada por el placer—. Más rápido, Tania.
Las chicas obedecieron, sus movimientos sincronizados, sus gemidos llenando la habitación. Emilio se dejó llevar por el momento, su cuerpo tenso de deseo.
—Basta —dijo finalmente, apartando a Valeria con un gesto—. Ahora, Valeria, quítale la tanga a Tania. Quiero verla desnuda.


Valeria sonrió, sus ojos brillando con complicidad. Se acercó a Tania, deslizando la tanga por sus piernas tonificadas. Tania se quedó allí, expuesta, su cuerpo perfecto a la vista de Emilio.
—ponganse en cuatro, las dos —ordenó Emilio, su voz firme—. Quiero verlas desde atrás.


Valeria y Tania obedecieron, colocándose en la posición deseada. Sus traseros se elevaban, invitando a Emilio a tomar el control. Con un movimiento decidido, se colocó detrás de Tania, su miembro erecto rozando su entrada.
—Prepárense —murmuró, su voz ronca de deseo—. Esto va a ser intenso.
Emilio penetró a Tania con un movimiento firme, su miembro deslizándose en su interior. Tania gimió, su cuerpo arqueándose hacia atrás mientras Emilio comenzaba a moverse con ritmo. Sus embestidas eran profundas, su cuerpo atlético trabajando con precisión.



—Más fuerte, Emilio —gimió Tania, sus manos agarrando las sábanas—. Más fuerte.
Emilio aumentó el ritmo, sus bolas chocando contra las nalgas de Tania con fuerza. La habitación se llenó con los gemidos de ella, su cuerpo tembloroso de placer. Valeria, observando la escena, se tocaban entre ellas, su excitación evidente.
—Ahora, Valeria —dijo Emilio, apartándose de Tania—. Es tu turno.




Valeria se colocó en posición, su cuerpo listo para recibir a Emilio. Con un movimiento fluido, la penetró, su miembro llenándola por completo. Valeria gimió, mientras Emilio comenzaba a moverse.
—Así, Emilio —gimió Valeria, sus manos agarrando las sábanas y mordía una almohada—. Así.
Emilio alternó entre las dos mujeres, penetrando a Tania y luego a Valeria, sus movimientos cada vez más intensos.
Las chicas se tocaban entre ellas, sus cuerpos entrelazados en un baile de placer. La habitación estaba cargada de gemidos, suspiros y el sonido de la carne contra la carne.
—Ahora, las dos —ordenó Emilio, su voz entrecortada por el esfuerzo—. Boca arriba.
Valeria y Tania se colocaron boca arriba, sus piernas abiertas en invitación. Emilio se situó entre ellas, su miembro erecto apuntando hacia sus cuerpos.



Con un movimiento fluido, penetró a Valeria, mientras Tania se ocupaba de Tania, su lengua explorando su cuerpo con entusiasmo.
—Tóquense —murmuró Emilio, su voz ronca de deseo—. Bésense, froten sus vaginas mientras se las meto
Valeria y Tania obedecieron, sus manos y bocas explorando sus cuerpos con pasión. Emilio se movía entre ellas, su miembro deslizándose en sus interiores con facilidad. La habitación estaba llena de gemidos, suspiros y el sonido de los cuerpos entrelazados.




—Casi —gimió Emilio, su cuerpo tenso de placer—. Casi.
Con un último esfuerzo, Emilio aumentó el ritmo, sus embestidas cada vez más intensas. Valeria y Tania gemían, sus cuerpos temblorosos de placer. Emilio cerró los ojos, dejándose llevar por la sensación, su cuerpo liberando toda la tensión acumulada.
De pronto emilio se recostó y les ordenó que se la chuparan y ellas lo hicieron


—Ahí —gimió, su voz entrecortada—. Ahí.
y se corrió en ellas



su cuerpo exhausto pero satisfecho. Valeria y Tania se acurrucaron a su lado, sus cuerpos brillando con sudor. La habitación estaba en silencio, solo el sonido de sus respiraciones entrecortadas llenando el aire.
—Gracias, Emilio —murmuró Valeria, su voz suave y agradecida—. Fue increíble.
Emilio sonrió, su mano acariciando el cabello de Valeria.
—Lo fue —dijo, su voz ronca de satisfacción—. Pero esto no ha terminado.
Valeria sonrió, sus ojos brillando con complicidad. Se inclinó hacia Tania, susurrándole algo al oído que hizo que ambas rieran. Emilio las observó, su cuerpo relajado pero alerta, sabiendo que esta noche era solo el comienzo.
La posibilidad de un próximo encuentro quedó en el aire, una promesa silenciosa que los tres sabían que se cumpliría.
—¿Qué pasa, Valeria? —su voz era grave, con un dejo de autoridad que siempre parecía estar presente.
—Emilio, soy yo —la voz de Valeria sonaba entrecortada, con un tono que delataba su estado de ebriedad—. Mi coche se ha averiado cerca de tu departamento. ¿Podrías venir a ayudarme?
Emilio frunció el ceño, detectando algo más en su tono que una simple petición de ayuda. Con una sudadera holgada y unos pantalones de chándal, salió de su apartamento, dirigiéndose hacia el lugar que Valeria le había descrito.

Al llegar, encontró el coche estacionado en una calle poco transitada. Valeria estaba junto a otra joven que no reconoció inmediatamente.


—¿Quién es ella? —preguntó Emilio, mirando a la chica, cuya apariencia era tan provocativa como la de Valeria.
—Es Tania, una amiga —respondió Valeria con una sonrisa traviesa—. No te preocupes por el coche, Emilio. Solo queríamos que vinieras.
Emilio inspeccionó el vehículo, notando que no había nada aparentemente mal.
La llamada había sido una excusa, y la sonrisa de Valeria lo confirmaba. Tania, con su uniforme de colegiala ajustado y su actitud coqueta, lo miraba con ojos brillantes.


Emilio sintió una chispa de deseo, pero también una punzada de cautela. Sabía que Valeria era la hermana menor de su ex, y aunque habían compartido algunos encuentros inolvidables, solo había quedado entré ellos dos
—¿Qué pasa aquí, Valeria? —preguntó, cruzando los brazos sobre su torso tonificado.
—Estamos aburridas, Emilio —dijo Valeria, acercándose a él—. Y queremos divertirnos. ¿Te apetece unirte?
La propuesta era clara, y Emilio no era de los que se resistían a una tentación. Además, la idea de estar con Valeria y su amiga, de dominar la situación, le resultaba irresistible. Con un gesto decidido, abrió la puerta del coche y les indicó que subieran. pero antes quería un adelanto y les dijo que se las chuparan y así lo hicieron,


—Vamos a mi apartamento —dijo, su voz firme y autoritaria—. Pero que quede claro: yo mando.
El trayecto fue corto, pero la tensión en el aire era palpable. Valeria y Tania se reían entre ellas, sus susurros y miradas cómplices alimentaban la anticipación.

Al llegar al apartamento de Emilio, las guió al interior, donde la luz tenue resaltaba los músculos de su cuerpo y la cicatriz sobre su ceja, un recordatorio de su vida en el ring.
—Siéntense —ordenó, señalando la cama—. Y no se muevan.
Valeria y Tania se sentaron, sus ojos fijos en Emilio mientras él se colocaba frente a ellas. Con un movimiento lento, se desabrochó los pantalones, dejándolos caer al suelo. Su erección era evidente, y las chicas no pudieron evitar mirar con deseo.
—Quiero verlas besarse —dijo Emilio, su voz ronca y dominante—. Tóquense, muéstrenme lo que pueden hacer.
Valeria y Tania se miraron, una chispa de excitación en sus ojos. Sin decir una palabra, se acercaron, sus labios encontrándose en un beso apasionado.


Valeria pasó sus manos por el cuerpo de Tania, desabrochando la blusa para revelar sus pechos pequeños pero firmes. Tania gemía suavemente, sus manos explorando el cuerpo de Valeria con la misma intensidad.



Emilio de pie frente a ellas, su mano moviéndose rítmicamente sobre su erección mientras observaba la escena. La visión de las dos mujeres juntas, sus cuerpos entrelazados, lo excitaba más de lo que había imaginado. Sus ojos avellana brillaban con deseo, y una sonrisa satisfecha se dibujó en sus labios.
—Basta —ordenó después de unos minutos, su voz cortando el aire cargado de tensión—. Ahora, chupen mi polla.


Valeria y Tania obedecieron, sus cuerpos temblorosos de anticipación. su miembro erecto apuntando hacia ellas.
—Chúpelo —le dijo a Valeria, agarrándole el cabello con firmeza—.


Valeria abrió la boca, recibiendo a Emilio con entusiasmo. Su lengua recorría su longitud, mientras Tania se ocupaba de sus testículos, masajeándolos con delicadeza. Emilio cerró los ojos, disfrutando de la sensación, su mano guiando la cabeza de Valeria para marcar el ritmo.
—Así, Valeria, así —murmuró, su voz entrecortada por el placer—. Más rápido, Tania.
Las chicas obedecieron, sus movimientos sincronizados, sus gemidos llenando la habitación. Emilio se dejó llevar por el momento, su cuerpo tenso de deseo.
—Basta —dijo finalmente, apartando a Valeria con un gesto—. Ahora, Valeria, quítale la tanga a Tania. Quiero verla desnuda.


Valeria sonrió, sus ojos brillando con complicidad. Se acercó a Tania, deslizando la tanga por sus piernas tonificadas. Tania se quedó allí, expuesta, su cuerpo perfecto a la vista de Emilio.
—ponganse en cuatro, las dos —ordenó Emilio, su voz firme—. Quiero verlas desde atrás.


Valeria y Tania obedecieron, colocándose en la posición deseada. Sus traseros se elevaban, invitando a Emilio a tomar el control. Con un movimiento decidido, se colocó detrás de Tania, su miembro erecto rozando su entrada.
—Prepárense —murmuró, su voz ronca de deseo—. Esto va a ser intenso.
Emilio penetró a Tania con un movimiento firme, su miembro deslizándose en su interior. Tania gimió, su cuerpo arqueándose hacia atrás mientras Emilio comenzaba a moverse con ritmo. Sus embestidas eran profundas, su cuerpo atlético trabajando con precisión.



—Más fuerte, Emilio —gimió Tania, sus manos agarrando las sábanas—. Más fuerte.
Emilio aumentó el ritmo, sus bolas chocando contra las nalgas de Tania con fuerza. La habitación se llenó con los gemidos de ella, su cuerpo tembloroso de placer. Valeria, observando la escena, se tocaban entre ellas, su excitación evidente.
—Ahora, Valeria —dijo Emilio, apartándose de Tania—. Es tu turno.




Valeria se colocó en posición, su cuerpo listo para recibir a Emilio. Con un movimiento fluido, la penetró, su miembro llenándola por completo. Valeria gimió, mientras Emilio comenzaba a moverse.
—Así, Emilio —gimió Valeria, sus manos agarrando las sábanas y mordía una almohada—. Así.
Emilio alternó entre las dos mujeres, penetrando a Tania y luego a Valeria, sus movimientos cada vez más intensos.
Las chicas se tocaban entre ellas, sus cuerpos entrelazados en un baile de placer. La habitación estaba cargada de gemidos, suspiros y el sonido de la carne contra la carne.
—Ahora, las dos —ordenó Emilio, su voz entrecortada por el esfuerzo—. Boca arriba.
Valeria y Tania se colocaron boca arriba, sus piernas abiertas en invitación. Emilio se situó entre ellas, su miembro erecto apuntando hacia sus cuerpos.



Con un movimiento fluido, penetró a Valeria, mientras Tania se ocupaba de Tania, su lengua explorando su cuerpo con entusiasmo.
—Tóquense —murmuró Emilio, su voz ronca de deseo—. Bésense, froten sus vaginas mientras se las meto
Valeria y Tania obedecieron, sus manos y bocas explorando sus cuerpos con pasión. Emilio se movía entre ellas, su miembro deslizándose en sus interiores con facilidad. La habitación estaba llena de gemidos, suspiros y el sonido de los cuerpos entrelazados.




—Casi —gimió Emilio, su cuerpo tenso de placer—. Casi.
Con un último esfuerzo, Emilio aumentó el ritmo, sus embestidas cada vez más intensas. Valeria y Tania gemían, sus cuerpos temblorosos de placer. Emilio cerró los ojos, dejándose llevar por la sensación, su cuerpo liberando toda la tensión acumulada.
De pronto emilio se recostó y les ordenó que se la chuparan y ellas lo hicieron


—Ahí —gimió, su voz entrecortada—. Ahí.
y se corrió en ellas



su cuerpo exhausto pero satisfecho. Valeria y Tania se acurrucaron a su lado, sus cuerpos brillando con sudor. La habitación estaba en silencio, solo el sonido de sus respiraciones entrecortadas llenando el aire.
—Gracias, Emilio —murmuró Valeria, su voz suave y agradecida—. Fue increíble.
Emilio sonrió, su mano acariciando el cabello de Valeria.
—Lo fue —dijo, su voz ronca de satisfacción—. Pero esto no ha terminado.
Valeria sonrió, sus ojos brillando con complicidad. Se inclinó hacia Tania, susurrándole algo al oído que hizo que ambas rieran. Emilio las observó, su cuerpo relajado pero alerta, sabiendo que esta noche era solo el comienzo.
La posibilidad de un próximo encuentro quedó en el aire, una promesa silenciosa que los tres sabían que se cumpliría.
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