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El Matrimonio Podrido - 1

 
El departamento de Norma y Max olía a mentiras y colonia barata. Una fachada de matrimonio feliz: él, un contador aburrido con corbata apretada y sonrisa de comercial de seguros; ella, una ama de casa impecable que horneaba pan y sonreía a las vecinas. Pero en el cajón de su mesita de noche, Norma guardaba tres cosas:
Un vibrador rosa que usaba cuando Max ronquaba.
Un frasco de pastillas para dormir que le echaba a su café cuando no aguantaba otro toque de sus manos flácidas.
Una llave del Hotel Paraíso, el lugar donde se encontraba con extraños una vez al mes.
Porque Norma no era feliz. Y Max ni siquiera se daba cuenta.
Norma no siempre había sido la esposa sumisa de un tipo insípido. A los 22 años, antes de conocer a Max, trabajaba en un bar de carretera donde los camioneros le dejaban propinas generosas… y algo más. Hasta que un cliente —un tipo con cicatrices en los nudillos y mirada de lobo— le enseñó lo que era el verdadero placer: dolor, dominación y el sabor del peligro.
—"Eres una puta nacida, Norma. Pero una puta de lujo"— le dijo una noche, mientras la azotaba con su cinturón de cuero.
Ella lo amó por eso.
Pero el destino (y un embarazo no planeado) la arrastró al matrimonio con Max, un hombre que ni siquiera sabía chupar bien. Ahora, a sus 32 años, Norma extrañaba sentir que la usaban. Que la rompieran en dos.
Y entonces recibió el mensaje.
"¿Te Acuerdas de Mí, Puta?"
El remitente era desconocido, pero el texto la heló y la excitó al mismo tiempo: —"Sé que extrañas cómo te trataban. Habitación 307. Mañana. 10 PM. No llegues tarde, o le mando las fotos a tu marido"—.
Adjunto, una imagen borrosa de ella, de rodillas, con la boca llena.
Norma sabía que no podía resistirse.
El Hotel Paraíso era un lugar de alfombras pegajosas y espejos empañados. Cuando Norma entró a la habitación 307, el olor a cigarrillos y sexo rancio la transportó a sus años salvajes.
Allí estaba él: El Nariz, el mismo tipo que la había marcado años atrás. Más viejo, más cruel, pero con la misma sonrisa que prometía dolor del bueno.
—"Desnúdate"— ordenó, sin siquiera saludar.
Norma obedeció.
No por el chantaje. Porque su cuerpo lo recordaba.
No hubo caricias. El Nariz la agarró del pelo y la arrojó sobre la cama.
—"Abre las piernas, zorra. Vamos a ver si ese maricón de tu esposo te ha dejado tan apretada como antes"—.
Norma gemía antes de que la tocaran, solo de escuchar su voz. Cuando El Nariz le escupió en el coño y empezó a lamerla como un animal, Norma se corrió en segundos, mordiendo la sábana para no gritar.
—"Mira qué fácil eres. Una puta barata que solo necesita que la traten como basura"—.
La penetró sin aviso, sin piedad, como ella siempre había querido que la follarán.
—"Dime que tu marido no te hace sentir ni la mitad de esto"—.
—"Ni la cuarta parte, cabrón"— jadeó Norma, mientras sus uñas le arañaban la espalda.
El Nariz la volteó, le escupió en el culo y la tomó por detrás, azotándole las nalgas hasta dejarlas rojas.
—"Así me gusta. Sucia. Desesperada. Como siempre debiste ser"—.

Al día siguiente, Norma tenía moretones en los muslos y una sonrisa que no podía borrar. Pero cuando revisó su teléfono, encontró un video.
Era ella, gimiendo como una perra en celo, con la cara claramente visible.
Y el mensaje: —"Max ya lo tiene. Le dije que si no quiere que su preciosa esposa sea una estrella de porno, te va a compartir conmigo cada vez que yo lo pida"—.

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