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04: Satisfacción de empleado




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Compendio III


LA JUNTA 04: SATISFACCIÓN DEL EMPLEADO

La oficina de Edith siempre da la sensación de estar entrando en la elegante sala de estar de alguien que se había pasado toda la vida haciendo que las personas poderosas se sientan cómodas. Las paredes están cubiertas de fotografías enmarcadas: eventos benéficos, inauguraciones, algunas fotos espontáneas con personas cuyos rostros reconocía de los informes anuales. El aroma de las flores frescas se mezcla con el ligero aroma del café, y el amplio escritorio luce impecable, salvo por algunas ordenadas pilas de carpetas y su tablet.

Siempre que me llama, me recuerda a mis días en la escuela, cuando te citaban a la oficina del director para regañarte. Nos indicó a Maddie y a mí que nos sentáramos. Maddie, radiante y perfumada, se recostó casualmente en su silla como si estuviera disfrutando de una broma privada.

❤️ Marco —comenzó Edith—, he notado que aún no has solicitado un nuevo asistente personal.

Me moví en mi asiento, sintiéndome un poco como un adolescente al que lo han pillado in fraganti fuera de casa después del toque de queda.

- Bueno, Edith, me las he apañado bien todo este tiempo. – repliqué incómodo. - Y, para serte sincero, creo que podríamos utilizar los recursos en otras cosas.

❤️ No puedes hablar en serio, Marco. A este nivel, no puedes compaginar citas, compromisos e informes de obra sin ayuda. - Su voz tenía esa suave insistencia que me recordaba a mi madre cuando se ofrecía a comprarme algo caro que yo no quería.

- Lo tengo bajo control. - Respondí, tratando de que mi tono no sonara a la defensiva. - Gloria lo está haciendo muy bien en el cumplimiento de las normas medioambientales. Realmente ha encontrado su lugar y está contenta con el cambio.

Los labios de Edith se apretaron formando una delgada línea. Gloria (mi antigua asistente) ahora dirigía el departamento de medio ambiente casi sin ayuda. Sabía que yo tampoco estaba desbordado; Nelson se encargaba del exceso de trabajo, por lo que yo mantenía una carga de trabajo constante.

❤️ Has estado muy callada, Madeleine. —dijo Edith, dirigiendo su mirada hacia Maddie.

04: Satisfacción de empleado

• Es como dijo Sonia —respondió Maddie con una sonrisa radiante. —Marco es... peculiar en ese sentido. Si dice que puede arreglárselas sin uno, deberíamos dejarlo tranquilo.

Edith entrecerró ligeramente los ojos, captando algo en el tono de Maddie.

❤️ Esto no tiene nada que ver con el hecho de que la mayoría de los asistentes corporativos sean mujeres, ¿verdad?

Pensé que la pregunta iba dirigida para mí.

— No, claro que no. —balbuceé, preguntándome si me había perdido algún memorándum de la oficina sobre política de género. - Se trata de eficiencia y de asegurarnos de que asignamos los recursos a las áreas que realmente los necesitan.

La sonrisa de Maddie vaciló durante medio segundo.

• Sí... y bueno... ya has visto nuestra nómina. La mayoría de las mujeres aquí ya están muy ocupadas.

Sin embargo, Edith no pareció prestarme ninguna atención.

Sus ojos permanecieron fijos en Maddie, escrutándola.

❤️ Y tú, como jefa de Recursos Humanos, ¿no has pensado en contratar a alguien más?

Maddie se encogió de hombros con elegancia.

• No me corresponde a mí cuestionar el estilo de gestión de un jefe de departamento, Edith. Además, Marco es una persona bastante autosuficiente.

Edith se recostó en su silla, con una sonrisa cómplice en la comisura de los labios.

❤️ Está bien. Si crees que puedes encargarte tú solo, Marco, no hay problema. Pero si alguna vez necesitas ayuda, dímelo. Mi trabajo es mantenerte cómodo y a gusto.

Algo en la forma en que miró a Maddie me indicó que acababa de archivar una observación para más adelante.

Maddie y yo salimos de la oficina, con el peso de la mirada escrutadora de Edith aun flotando en el aire. En el pasillo, sus tacones resonaban contra las baldosas como el tictac de un metrónomo contando nuestros pasos. Esperó hasta que estuvimos fuera del alcance del oído antes de hablar.

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• Sabes que ahora te va a vigilar como un halcón, ¿verdad?

Maddie apareció en mi oficina esa tarde, con una carpeta en la mano. Mi oficina es funcional, nada llamativa como la de Edith. Un escritorio sólido, un par de sillas para visitas, el murmullo de la ciudad fuera de la ventana. Las estanterías con libros de referencia cubrían una pared, la mayoría con los lomos gastados por los años de uso. Una foto enmarcada de mi esposa Marisol y los niños estaba a la vista.

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- ¿Qué es esto? - pregunté, mirando el portapapeles.

• Estoy realizando una evaluación de satisfacción de los empleados. - anunció Maddie, entrando sin esperar a que la invitaran.

- ¿Qué? ¿En serio?

Los ojos de Maddie brillaron.

• Tan en seria como un infarto, Marco. Ya sabes, solo quiero asegurarme de que te sientes satisfecho en tu puesto. Llevas tres meses en la junta. Es una comprobación estándar de Recursos Humanos.

Empezó a recorrer la habitación, inspeccionándolo todo con el escrutinio de un conservador de museo. Pasó los dedos por los libros, deteniéndose en un lugar polvoriento antes de levantar la vista con fingida preocupación.

•¿Va todo bien aquí? ¿Quizás necesitas a alguien que... organice las cosas?

Por el tono que lo dijo, no me quedó claro si quería ella organizarlas o mandar a alguien más. Puse los ojos en blanco y volví a mi informe.

- Lo tengo bajo control, Maddie. Ya sabes cómo me gusta mi espacio.

Se inclinó para examinar el estante inferior de mi estantería levantando el trasero. Me pregunto si lo hizo a propósito...

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• ¿Qué son estos? - preguntó, cogiendo uno de mis libros.

- Libros de ingeniería.

• Parecen pesados. ¿Por qué los guardas? - preguntó, mirando hacia arriba como si esperara que le ofreciera galletas.

- Porque los mineros en faena a veces hacen preguntas para las que no siempre tengo respuesta. Esto me ayuda.

Su sonrisa se amplió maliciosa.

• Pensaba que lo sabías todo sobre minería.

- Sé mucho, pero eso no significa que no pueda aprender más o que lo recuerdo todo. - dije, cogiendo el libro de sus manos y devolviéndolo a la estantería.

Maddie se enfadó, pero sus ojos seguían siendo juguetones. Giró en mi silla, tal y como había dicho, y se sentó en ella, balanceándose hacia adelante y hacia atrás. La silla chirrió bajo su peso y el sonido resonó en la silenciosa habitación. Miró a su alrededor y su mirada se detuvo en las fotos enmarcadas de mi familia.

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• ¿Te gusta tu escritorio? - preguntó, tratando de hacerse la tímida.

Suspiré y la miré por encima de mis lentes.

- ¿Qué quieres decir con eso? Es un escritorio. Sirve para guardar cosas.

• ¿Y el ordenador? - preguntó, haciendo clic con el ratón.

Casi me da un infarto. Estaba revisando tres proyectos al mismo tiempo y el software no es tan fácil de usar como para que lo maneje una rubia despampanante de Recursos Humanos.

Maddie se inclinó hacia delante, con los dedos volando sobre el teclado.

• He visto que no estás utilizando la última versión del software de programación de calendarios. Tiene unas funciones fantásticas.

04: Satisfacción de empleado

- ¡Sí! ¡Pero, por favor, no cierres ninguna de mis ventanas! - le supliqué desesperado.

Parecía disfrutar con mi sufrimiento.

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• ¡Está bien, está bien! ¡Dejaré tus juguetes en paz! - dijo levantando las manos. - Pero deberías plantearte renovar la decoración de tu oficina, Marco. Es un poco... industrial para mi gusto. Además... esta silla. No me convence mucho. Me resulta un poco dura para el trasero y la espalda.

- ¿De qué estás hablando? Soy mucho más alto y musculoso que tú. - le respondí, defendiendo mi fiel silla.

• ¡Ya me he dado cuenta! - sonrió con picardía. - Quiero decir... Quizás sea la ergonomía. Podría estar causándote... problemas. Quizás deberíamos cambiarla.

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- No, gracias. Estoy contento con mi silla. - Le respondí queriendo ya correrla.

• Ah, Marco. No te preocupes. Ya casi he terminado.

Se levantó y yo la seguí, ya nervioso por lo que podría tomar a continuación.

• ¿Y el aislamiento acústico? - dijo, mirando alrededor de la habitación como si no lo hubiera notado antes. - Se supone que es de primera calidad.

- Bueno, en realidad sí. - respondí, un poco más aliviado. - Los jefes de operaciones suelen decir muchas groserías y sé que eso puede ofender a la gente que trabaja aquí.

• ¿En serio? - Maddie se mostró sorprendida.

- Sí. Son bastante crudos. - Asentí con la cabeza, fijándome en la extraña forma en que me miraba. Su mirada se detuvo en mi pecho y mis brazos. - Esos tipos son mineros duros y dicen palabrotas como marineros.

Maddie se tocó el labio con el bolígrafo.

• ¿Sabes?, he estado pensando en probarlo. - dijo, bajando la voz hasta convertirla en un murmullo. -Se supone que es la mejor aislación del edificio.

- ¿Probarlo? - repetí, confundido.

Maddie asintió con un brillo travieso en los ojos.

• Ya sabes, para asegurarnos de que es realmente insonorizado. Por... razones profesionales, claro.

Sentí un nudo en el estómago. Su tono y mirada definitivamente no tenían que ver con la acústica del lugar de trabajo…

- ¿Cómo propones que lo probemos? - pregunté con poco convencimiento.

Maddie se acercó, con los ojos brillantes.

• Bueno, podríamos probarlo juntos. Ya sabes, ver si podemos hacer algún... ruido sin que nos oigan.

Tragué saliva, con el corazón acelerado. ¿De verdad estaba sugiriendo lo que yo pensaba? Eché un vistazo a la puerta cerrada, el pasillo exterior estaba inquietantemente silencioso.

- Maddie, no deberíamos hacer esto. Estamos en mitad de la jornada laboral, en una oficina corporativa. No podemos simplemente...

Pero ella me interrumpió con un beso increíble. No pude resistirme. Aunque está a punto de cumplir 40 años, no podía decirle que no a una secretaria rubia, voluptuosa, con el pelo rizado, caderas estrechas, un trasero bien redondeado y unos pechos atléticos del tamaño de melones.

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Maddie se apoyó contra el escritorio, con las manos en mis hombros y su cuerpo presionando contra el mío. La carpeta cayó al suelo, olvidada. Su beso fue firme, exigente. Era un beso que se había estado gestando durante meses, desde que volví de mis vacaciones.

La rodeé con mis brazos, acercándola más a mí. Sabía a menta y a algo dulce, probablemente por los caramelos que guardaba en su escritorio. Su cuerpo se amoldó al mío y sentí su calor a través de la tela de nuestra ropa.

• ¿Sabes una cosa? - me preguntó mientras recuperábamos el aliento. -Creo que fue una idea genial pedir una oficina más pequeña. La idea de que estuviéramos tan íntimos y nos vieran desde fuera nos habría metido en un buen lío.

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Sus palabras me dejaron helado y me di cuenta de que había estado probando el aislamiento acústico todo el tiempo. El significado de sus palabras me golpeó como un puñetazo en el estómago. No era solo una broma, estaba dando un paso audaz.

Ella agarró la base de mi miembro con una sonrisa maliciosa.

• A ver si eres capaz de hacerme gemir...

Su tacto me provocó una sacudida y, por un momento, lo único que pude hacer fue asentir. Estábamos jugando a un juego peligroso y yo no tenía intención de parar. Maddie se recostó sobre mi escritorio, separando ligeramente las piernas, invitándome a acercarme.

- Maddie, yo...

Pero ella me silenció con otro beso, esta vez más profundo. Su mano se deslizó por mi pecho, sus uñas arañando ligeramente la tela de mi camisa. La tensión en la habitación se intensificó, creando un crescendo silencioso entre nosotros.

Al parecer, a ninguno de los dos nos importaban los condones, que era lo que yo iba a decirle. Pero cuando la vi con esa lencería sexy asomando, todas mis precauciones se fueron al traste.

Su mano se deslizó hasta mi entrepierna, apretándome suavemente a través de los pantalones. Gemí en su boca, sintiendo cómo mi erección se tensaba contra la tela. Ella se rió contra mis labios, rompiendo el beso para susurrar:

• Alguien está muy feliz de verme...

Antes de que pudiera responder, me desabrochó el cinturón y me bajó la cremallera de los pantalones. Me los saqué y mi pene quedó libre. Ella la tomó en su mano y comenzó a acariciarla, sin apartar los ojos de los míos. Era como si estuviera tratando de evaluar mi respuesta, para ver hasta dónde podía llegar.

04: Satisfacción de empleado

No la decepcioné. Ahora respiraba entrecortadamente, con la mente acelerada por la pura audacia de lo que estábamos haciendo. Pero no podía parar. Su mano era cálida y firme, sus movimientos seguros. Sabía exactamente lo que estaba haciendo, y eso me estaba volviendo loco.

Maddie retiró su mano, dejándome con ganas de más. Se empezó a quitar la camisa, dejando al descubierto un menudo sostén rojo que sujetaba la base de sus generosos pechos. Sus dedos se dirigieron a los botones, uno por uno, hasta que se abrió de par en par. La visión de ella con ese sujetador rojo de encaje era hipnótica, y me acerqué, incapaz de resistirme.

Extendí la mano y rocé con el pulgar la tela que cubría su pezón. Se puso duro al instante y ella jadeó.

•¡Marco! —murmuró con voz seductora.

- Necesito saborearte —susurré, perdiendo el control.

Maddie se echó hacia atrás, con la respiración entrecortada.

• Adelante. - accedió, arqueando una ceja.

Le quité la camisa de los hombros, dejando al descubierto su sujetador. Sus pechos se derramaron y no pude resistirme a tomar uno en mi boca. Ella gimió, el sonido amortiguado por la suave tela de su sujetador. Sentí su mano en mi cabello, instándome a acercarme más, sus uñas clavándose ligeramente en mi cuero cabelludo. El sabor de su piel era embriagador y supe que estábamos cruzando una línea que no se podía volver atrás.

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Maddie se agachó, desabrochó mi camisa y deslizó sus manos sobre mi pecho. Su tacto era ligero como una pluma, pero me provocó una descarga de adrenalina por todo el cuerpo. Me quitó la camisa de los hombros, con los ojos oscuros por el deseo.

• Te toca. - murmuró, y supe que ya no se refería al aislamiento acústico.

Mis manos encontraron la cremallera de su falda y la bajé. Ella salió de ella, quedando solo en bragas y sujetador. Sus piernas eran suaves y tonificadas, y la visión de su piel desnuda me excitó aún más. Deslicé mi mano por su muslo, sintiendo el calor entre sus piernas. Ella las abrió más, invitándome en silencio a acercarme.

La mano de Maddie se dirigió a la cintura de sus bragas y las bajó. Se las quitó y pude ver su humedad brillando bajo la luz fluorescente de la oficina.

• ¿Te gusta lo que ves? - susurró, con la voz cargada de deseo.

No encontré palabras para responder, así que se lo demostré. Besé su cuerpo, recorriendo con la lengua el camino que habían seguido mis manos. Cuando llegué a su sexo, la lamí suavemente. Ella jadeó, agarrando el borde del escritorio con las manos. Sentí una emoción de poder, de deseo, mientras la saboreaba.

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Las piernas de Maddie comenzaron a temblar y se acercó más a mi boca. Deslicé dos dedos dentro de ella, sintiendo su estrechez, su humedad. Estaba tan caliente, tan lista para mí. Comencé a chuparle el clítoris y ella gimió, el sonido resonando en la sala insonorizada. Era como si estuviéramos en nuestro propio pequeño mundo, un lugar donde solo existía el placer.

Sus caderas se balanceaban contra mi cara y sentí que se acercaba al límite. Aceleré el ritmo, mi lengua bailaba sobre su clítoris mientras mis dedos entraban y salían de ella. Estaba cerca, muy cerca. El aroma de su excitación llenaba el aire y podía sentir cómo se aceleraba su pulso.

Maddie apretó con fuerza el escritorio, sus nudillos se pusieron blancos.

• Marco... ¡Oh, rayos!... - gimió con voz tensa.

Sentí cómo aumentaba la tensión en su cuerpo, cómo los músculos de sus muslos se tensaban alrededor de mi cabeza. Su respiración se volvió entrecortada y empezó a jadear. Sabía que estaba cerca, así que no cejé en mi empeño, ansioso por oírla gritar mi nombre.

Los gemidos de Maddie se hicieron más fuertes y empezó a empujar contra mi boca. Sus caderas se balanceaban a un ritmo frenético y podía sentir cómo se acercaba su orgasmo como una avalancha. Chupé con más fuerza su clítoris, mis dedos se curvaron dentro de ella y se derrumbó. Su cuerpo se puso rígido y gritó, su voz resonando en las paredes insonorizadas.

Sus piernas se doblaron y yo la cogí, sosteniéndola mientras ella cabalgaba las olas del placer. Sus ojos se pusieron en blanco y jadeaba pesadamente. Verla así, perdida en el éxtasis, era casi demasiado para mí.

Pero el juego aún no había terminado. Ella dio la vuelta a la tortilla, empujándome hacia atrás hasta que me senté en mi silla. Se subió a mi regazo, a horcajadas sobre mí. La humedad de su sexo estaba caliente contra mi piel, y podía sentir la punta de mi polla rozándola.

Maddie me tomó el rostro entre las manos y me besó de nuevo, deslizando su lengua dentro de mi boca. Podía saborearme en ella, y era embriagador. Ella se colocó entre nosotros y me guió hacia su entrada, y yo me deslice con facilidad. Estaba tan húmeda, tan dispuesta para mí.

Nuestros cuerpos se movían al unísono, la silla chirriaba al ritmo de nuestras embestidas. El sonido era como un metrónomo, marcando el ritmo de nuestro encuentro ilícito. La tensión entre nosotros era palpable, el peligro de que nos descubrieran añadía una emoción que ninguno de los dos podía ignorar.

Los pechos de Maddie rebotaban con cada movimiento, y no pude evitar apretarlos, sintiendo cómo se endurecían sus pezones bajo mi tacto. Ella gimió en mi cuello, sus dientes rozando mi piel. Sus caderas se movían de una forma que era a la vez agonizante y exquisita, enviándome ondas de choque con cada movimiento.

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Nuestro ritmo se aceleró y la silla chirriaba con más insistencia. Podía sentir cómo se acercaba mi clímax, mis testículos se tensaban.

- ¡Maddie! —jadeé, con la voz tensa por el esfuerzo—. Voy a ... voy a...

Y nos besamos. Parecía que ninguno de los dos quería poner a prueba nuestro orgasmo contra el aislamiento acústico. Pero fue increíble. Espectacular.

Los pechos de Maddie se agitaban con cada respiración, su mirada pendiente de mí mientras me cabalgaba. La silla protestaba con cada embestida, pero no nos importaba. Era nuestro secreto, nuestro momento robado en medio de la jungla corporativa.

Bombeé y bombeé, mientras ambos gemíamos en silencio. Podía sentir cómo ella derramaba nuestros fluidos desde su sexo caliente y ardiente.

Maddie se echó hacia atrás, con los ojos vidriosos de placer.

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• ¡Maldición, Marco! - susurró, con una voz apenas audible por encima del chirrido de la silla. - Ha sido increíble.

Nos quedamos allí, pegados durante un rato, besándonos, abrazándonos y acariciándonos. Luego, nos vestimos.

Maddie recogió su portapapeles del suelo y fingió garabatear algunas notas.

04: Satisfacción de empleado

• Bueno, parece que estás bastante satisfecho con la configuración actual de la oficina. - dijo con un guiño. - Aunque no me importaría venir a comprobar tu satisfacción de vez en cuando.

No pude evitar reírme a pesar de la incomodidad que se había apoderado de nosotros.

-¡Maddie, no puedes venir cada vez que quieras!

Pero la prueba de Maddie fue exitosa. Sería la primera de varias negociaciones con mis compañeras de la junta.


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