Tener un amigo Alfa es raro: te humilla un poco, pero también te excita. En mi caso, es fácil entender por qué. Crecí sin padre, con una madre sumisa y hermanas que no disimulan su gusto por los hombres dominantes.
¿Cómo sé que él es un Alfa? Simple: tiene la mandíbula cuadrada, el pecho peludo y… bueno, digamos que su verga sobresale incluso en shorts.

Lo conocí en la secundaria (él venía de un pueblo sin escuela) y desde entonces me fascinó su seguridad. Yo soy lo opuesto: flaco, lampiño y sin nada impresionante.
En la universidad, le ofrecí mudarse a mi casa, ya que el no podía costearse un departamento. Además, mi casa es relativamente grande: mi madre tiene un cuarto, mis hermanas otros dos, y él comparte el mío. Su presencia en la casa se ha notado bastante. Para empezar, mi rol como "hombre del hogar" cambió rápidamente. Pero también he notado las miradas de mis hermanas… e incluso de mi madre… hacia su entrepierna. Y no las culpo. Tanta virilidad no se oculta fácil.

Él y yo tenemos horarios distintos en la universidad. Yo salgo más tarde porque me quedo en tutorías. No es que me vaya mal, solo me gusta mejorar y aprender más (sí, un poco mamón de mi parte). Él sale más temprano, y al principio era fastidioso, pero ya me acostumbré. Aunque a veces me gusta faltar a tutorías para salir antes.
Un día, decidí hacerlo. Llegué a casa un poco más temprano de lo normal. Mis hermanas estaban con mi padre, así que la casa estaría tranquila. Entré y… vi algo que cambiaría mi vida.No fue mucho, pero fue la base de lo que vendría después. Era mi amigo con mi madre en la cocina. Ella estaba lavando los platos mientras él se restregaba contra su culo, agarrándole la cintura. Llevaba unos shorts que parecían a punto de rasgarse. Su verga se marcaba demasiado. Sin duda, mi madre podía sentirla. Esa cosa palpitaba. Era una escena de película porno.

Me quité rápido de ahí, me dirigí a la puerta y la golpeé fuerte. "¡Ya llegué!", dije con voz firme pero sin exagerar. Desde la cocina, mi madre me gritó: "¡Bienvenido, hijo! ¿Cómo te fue?" Me acerqué y, al asomarme, vi a mi amigo sentado en una silla de madera, tratando de disimular su terrible erección. Pero eso no dejaba de palpitar.
Ese día fue extraño. Una mezcla de emociones me invadió: excitación, lujuria y rabia. En la ducha, me la jalé como un desquiciado, pensando en lo que había visto. Pero había algo más dentro de mí… quería ver más. Un deseo intenso de ver esa verga palpitante penetrar a mi madre sumisa.

Por más que me corrí, no pude calmarme. Al día siguiente, traté de actuar normal, pero no podía dejar de pensar en eso. ¿Ya habían intimado? ¿O solo estaban empezando a coquetear? Sea cual fuera la respuesta, no iba a perderme el espectáculo.
¿Cómo sé que él es un Alfa? Simple: tiene la mandíbula cuadrada, el pecho peludo y… bueno, digamos que su verga sobresale incluso en shorts.

Lo conocí en la secundaria (él venía de un pueblo sin escuela) y desde entonces me fascinó su seguridad. Yo soy lo opuesto: flaco, lampiño y sin nada impresionante.
En la universidad, le ofrecí mudarse a mi casa, ya que el no podía costearse un departamento. Además, mi casa es relativamente grande: mi madre tiene un cuarto, mis hermanas otros dos, y él comparte el mío. Su presencia en la casa se ha notado bastante. Para empezar, mi rol como "hombre del hogar" cambió rápidamente. Pero también he notado las miradas de mis hermanas… e incluso de mi madre… hacia su entrepierna. Y no las culpo. Tanta virilidad no se oculta fácil.

Él y yo tenemos horarios distintos en la universidad. Yo salgo más tarde porque me quedo en tutorías. No es que me vaya mal, solo me gusta mejorar y aprender más (sí, un poco mamón de mi parte). Él sale más temprano, y al principio era fastidioso, pero ya me acostumbré. Aunque a veces me gusta faltar a tutorías para salir antes.
Un día, decidí hacerlo. Llegué a casa un poco más temprano de lo normal. Mis hermanas estaban con mi padre, así que la casa estaría tranquila. Entré y… vi algo que cambiaría mi vida.No fue mucho, pero fue la base de lo que vendría después. Era mi amigo con mi madre en la cocina. Ella estaba lavando los platos mientras él se restregaba contra su culo, agarrándole la cintura. Llevaba unos shorts que parecían a punto de rasgarse. Su verga se marcaba demasiado. Sin duda, mi madre podía sentirla. Esa cosa palpitaba. Era una escena de película porno.

Me quité rápido de ahí, me dirigí a la puerta y la golpeé fuerte. "¡Ya llegué!", dije con voz firme pero sin exagerar. Desde la cocina, mi madre me gritó: "¡Bienvenido, hijo! ¿Cómo te fue?" Me acerqué y, al asomarme, vi a mi amigo sentado en una silla de madera, tratando de disimular su terrible erección. Pero eso no dejaba de palpitar.
Ese día fue extraño. Una mezcla de emociones me invadió: excitación, lujuria y rabia. En la ducha, me la jalé como un desquiciado, pensando en lo que había visto. Pero había algo más dentro de mí… quería ver más. Un deseo intenso de ver esa verga palpitante penetrar a mi madre sumisa.

Por más que me corrí, no pude calmarme. Al día siguiente, traté de actuar normal, pero no podía dejar de pensar en eso. ¿Ya habían intimado? ¿O solo estaban empezando a coquetear? Sea cual fuera la respuesta, no iba a perderme el espectáculo.
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