Isabel nació en Toledo hace ya veintidós años. Su padre murió en un accidente cuando ella tenía solo diez años, y como tenía cuatro hermanos más pequeños perdió gran parte de su infancia haciendo de niñera. No había podido estudiar y el único anhelo que buscaba cuando llegó a la mayoría de edad fue independizarse. Por fortuna, para entonces el segundo mayor de los hermanos pudo sustituirla en sus deberes y ella decidió echar tierra de por medio hasta la capital en busca de una vida mejor. Rápidamente descubrió que la vida, sola, era tan complicada que con exceso de compañía. Pero entonces conoció a José. Con él descubrió lo que era la conexión, la confianza, el amor. Y se sorprendió lo cómoda que se había sentido con él desde el principio. Era su compañero y palparlo la hacía sentir amada y deseada. Al menos había sido así hasta ese momento.
Era casi medianoche. José había llegado, varias horas atrás, con un regalo para Isabel. Lencería sexi de color rojo. Era su modo de disculparse ante su mujer, a la que había descuidado sexualmente en la última semana. Tan pronto José se ducho y se vistió salieron de la casa a un buen restaurante a cenar.
José se había puesto su traje más selecto, pero sin corbata para no parecer tan formal. Isabel había usado su vestido más elegante. Un vestido negro de noche que dejaba sus hombros, su escote, y buena parte de sus piernas al descubierto. Evidentemente no había usado la lencería con el traje, pues este habría destacado en exceso, pero lo había reservado en el baño para cuando llegasen. Isabel llevaba el pelo suelto, de un castaño claro brillante, y con una gruesa trenza atrás. Bien peinada, con los labios pintados de rojo y el maquillaje justo para deslumbrar a cualquiera. Y vaya que sí lo había conseguido. José tuvo que pasar por alto las continuas, y poco discretas, miradas de todo hombre que pasara a diez metros a la redonda de ella.
Tras cenar con champán decidieron dar una vuelta por los alrededores a la luz de las estrellas. Poco duraron en ese planificado paseo por las afueras de Madrid de la mano, ya que no pararon de detenerse para besarse y manosearse. Dieron la vuelta antes de completar una tercera parte de lo previsto y volvieron a casa para rematar la noche. Durante el trayecto en coche Isabel, aun yendo de copiloto, usó bastante una de las palancas de cambios, y José lo agradeció, pues no paró de hacer eses todo el trayecto.
Una vez en casa fueron derechos al dormitorio. Isabel ni siquiera se molestó en ponerse la lencería sexi que le había regalado. Al contrario, todo lo que deseaba en ese momento era quitarse ropa. Sin dejar de besarse y tocarse cayeron en la cama como si estuvieran fusionados en uno solo. A Isabel le resultó complicado desabrocharle los botones de la camisa a José a la vez que lo besaba intensamente, por lo que lanzó una risita traviesa por ese hecho. Mientras, José intentaba quitar el vestido de su mujer con suma delicadeza. Tanta que estaba afectando al ambiente de pasión que se había creado. José siempre había sido muy gentil y considerado, así que no era de extrañar que, a pesar del contexto, pensase en que debía cuidar el vestido de su mujer tanto como a ella. Isabel, sin embargo, rompió los últimos botones de la camisa de José y luego retiró su propio vestido con celeridad y poco tacto. No iba a dejar que simple ropa le estropease el momento. Esto excitó aún más a José que rápidamente se bajó los pantalones y los calzoncillos, y avanzó con su pene erecto. Isabel ya estaba muy cachonda por lo que se recostó boca arriba y no le puso ningún impedimento a sus intenciones.
Isabel vio el miembro de su marido avanzar y, sin quererlo, le vino a la mente el de su suegro, más grueso y grande. E Isabel se preguntó porque José no había heredado el miembro viril de su padre. Extrañamente eso nunca le había supuesto un problema antes, y ella se preguntó por qué había pensado en eso ahora. Expulsó esos pensamientos de su mente y con sus manos acarició los muslos de su marido que ya comenzaba a penetrarla. Isabel suspiró de éxtasis y apretó con sus manos las nalgas de José. Sin embargo, mientras apretaba el culo de su marido, él se corrió. Isabel reconoció el gemido y los característicos espasmos en él, y entonces lo miró a la cara sin poder creérselo.
—¿Has terminado? —le susurró.
José la miró un momento sin contestar nada, y finalmente asintió algo avergonzado.
—Dame un minuto y volvemos otra vez. Esto no ha terminado cariño —le aseguró él.
Isabel le sonrió conforme y le dio un beso en la boca. Él se lo devolvió y acto seguido recostó su cabeza extasiado. Isabel no pudo evitar llevarse la mano izquierda al coño. Seguía muy cachonda y tenía ganas de correr un sprint de doscientos metros, tal era la energía que seguía acumulada en su cuerpo. Isabel se masajeó el clítoris de un lado a otro y notó como el placer la embriagaba, poco a poco fue creciendo, así como su necesidad. Se metió los dedos dentro de su vagina y notó el semen de su marido dentro. Se metió los dedos más a fondo extendiendo la leche por todo el interior de su coño aposta. Eso la excitó sobremanera y no paró de hacerlo hasta que sintió la imperiosa necesidad de recibir algo más contundente entre sus piernas. Entonces extrajo tres de sus dedos con una buena cantidad de semen en ellos. Luego los alzó para ponerlos a su vista. Vio como el semen caía viscoso de su mano a su vientre y sintió un enorme deseo por lamerlos. Ella se extrañó porque siempre le había resultado asqueroso, pero en ese momento le apetecía mucho. Entonces José giró la cabeza y ella apartó los dedos, avergonzada. En ese momento Isabel se dio cuenta de que su marido tenía los ojos cerrados.
—José —susurró ella para despertarlo, sin éxito. Entonces insistió más alto —. ¡José!
Él se despertó y miró a su mujer solo con un ojo, para luego balbucear.
—Solo dame un minuto, un minuto y estoy contigo.
Isabel asintió sin demasiado convencimiento. Luego puso la palma de su mano sobre su clítoris y frotó con fuerza y mucha energía. Gimió, pero la misma sensación de insaciabilidad la invadió y quería que la penetraran ya. Miró el pene parcialmente erecto de su marido y bajó en su busca. Se lo metió en su boca y lo primero que sintió fue la capa de semen que aún lo cubría. Pero descubrió que eso no la desagradaba en absoluto, al contrario. Siguió lamiendo sin parar extrayendo todo el sabor, pero ella tuvo la impresión que el miembro de José se estaba haciendo más pequeño a cada momento. Como si de una confirmación se tratara el primer ronquido de su marido llegó justo cuando apenas podía ya mantener en su boca el pene de lo pequeño y arrugado que se había puesto.
—José —dijo ella una vez más, y luego otras dos. Pero esta vez su marido no reaccionó.
Isabel seguía sintiendo fuego en su interior y no quería saciarlo solo con sus manos. Sin pensárselo se levantó de la cama y salió al pasillo completamente desnuda y descalza. Isabel ni siquiera percibía el frío en sus pies. El chocho le chorreaba mientras recorría el pasillo. Le era imposible dejar de pensar en la polla de su suegro, venosa, gruesa, grande. Sabía que estaba cometiendo un gran error, pero su mente expulsó esos pensamientos como si fueran suciedad en esos momentos. De hecho, Isabel se apresuró, como si temiera echarse para atrás si tardaba demasiado en llegar.
Isabel abrió la puerta del dormitorio donde dormía Manuel y entró en él sin ser invitada. La amplia ventana del dormitorio estaba abierta de par en par y la gran luna que tenían esa noche daba abundante luz a la habitación. Eso implicó que hubiera algo de frío, pero a ella no le importó. Su suegro estaba en la cama ya durmiendo, con la cabeza ladeada y sin roncar. No se escuchaba nada más que el propio corazón de Isabel bombear a mil por hora. Con pequeños y cortos pasos ella se fue acercando y su excitación no hacía más que crecer. Entonces vio una de sus bragas en el margen izquierdo de la cama. Eran las bragas que él le había asegurado que había puesto a lavar. Extrañamente a ella no le importó lo más mínimo. En su lugar cogió las sábanas y las apartó dejando a Manuel sin nada que lo tapara. Él estaba también completamente desnudo en la cama, y su olor característico a viejo la embriagó. Lejos de desagradarle, eso pareció excitarla todavía más. Y entonces él se despertó.
Manuel abrió los ojos instantáneamente y vio frente a él a su nuera completamente desnuda. Al principio estaba demasiado confuso, pero se repuso en un instante y observó cómo la luz de la luna bañaba toda la piel de Isabel. Su pecho subía y bajaba por la rápida respiración. Lo que mostraba en todo su esplendor sus senos, realmente perfectos. Ni demasiado grandes ni caídos, ni tan pequeños que no tuviera nada que agarrar. Los pezones de ella estaban tan erguidos que podrían pinchar un globo. La vulva de Isabel se veía más sombreada porque la pierna derecha la tenía ligeramente adelantada. Pero las mismas largas piernas le daban un aire de sensualidad exagerado. El rostro de Isabel lo miraba con nerviosismo, pero con mucho deseo. Su melena suelta cubría parte del rostro y entonces su cabeza giró en dirección hacia el miembro, completamente erecto, de Manuel. El cabezón le vibraba, se levantaba y bajaba como si estuviera haciendo flexiones.
Isabel se subió a la cama y se montó directamente sobre su suegro. No quería más besos ni caricias. Solo quería que la follaran bien de una vez, y apagar así sus ansias. La excitada nuera se posicionó encima y frotó su pubis con el pene de él. Entonces Manuel la agarró por el culo con sus viejas y grandes manos. Estiró las nalgas de ella como si estuviera amasando harina, de un lado a otro, lo que pareció incrementar la excitación de Isabel de forma vertiginosa. Luego levantó las nalgas lo suficiente en peso como para hacer coincidir de lleno su pene con su vagina. Un gemido de éxtasis de Isabel reveló el éxito del acoplamiento, y como si de un motor de locomotora que empezara a ponerse en marcha se tratara, ella comenzó a cabalgar cada vez con más energía. El pene de su suegro llegaba hasta el fondo de su interior e Isabel aceleraba como si no parase de echarle carbón al motor de su locomotora. Manuel la seguía ayudando en el esfuerzo mientras la agarraba por las nalgas, y las estiraba a conveniencia.
Isabel tenía el culo rojo pero lo último que quería era que su suegro dejara de manoseárselo con sus lascivas manos. Se sentía completamente invadida, ultrajada y penetrada, y le estaba encantando. Ahora era ella la que estaba llegando al clímax antes de tiempo. Sintió la oleada de placer embriagándola en cada centímetro de su piel. Lanzó varios gemidos altivos antes de recordar que su marido estaba en la casa. Detuvo su aliento y las venas del cuello se le marcaron por contener tamaño éxtasis. Poco a poco la locomotora fue deteniendo su marcha, ante espasmos de placer incontrolables.
Manuel, en un arranque de vitalidad, volteó a Isabel y la colocó a su lado para luego ponerse encima de ella. Completamente sumisa, Isabel solo jadeaba en silencio, y no se resistió cuando su suegro metió su lengua en su boca. Sin desacoplarse en ningún momento Manuel saboreó la lengua de su nuera como un jabalí hambriento. A su vez palpó la espalda de ella con firmeza y cierta brusquedad, pero Isabel se contrajo de gusto ante el roce. Acto seguido Manuel extrajo su lengua y un sonido gelatinoso se escuchó cuando sus bocas se separaron, para luego bajar ligeramente hasta sus pechos y meterse en la boca todo el seno izquierdo de ella al completo. Él lamió con efusividad el pezón, e intercambió ambos pechos cada veinte segundos. Isabel disfrutaba como una niña y atenazó con sus piernas a su suegro mientras palpaba la espalda de él con deseo.
Tras varios minutos Manuel siguió bajando hasta el coño, el cual devoró sin miramientos. Isabel sintió como la lengua de su suegro lamía sus labios inferiores, su clítoris, y finalmente la invadió muy adentro. El coño de Isabel estaba lleno con sus jugos y estos se desparramaron como una fuente rebosante. Ante tremendo placer ella se fue evadiendo cada vez más.
Isabel había perdido la virginidad con José. El sexo siempre le había parecido algo complementario en una relación, como viajar o ir al cine. Hasta que conoció a Manuel. Con él estaba descubriendo la parte más lasciva y morbosa de su ser. Una parte que no sabía que existía, de la que se avergonzaba, pero que la dominaba completamente en estos momentos.
El corazón de Isabel bombeaba con fuerza cuando su suegro dejó de practicarle la felación para luego volver a alzarse hasta el rostro de ella. Mientras lo hacía colocó su pene y comenzó a penetrarla. Para cuando el rostro de ambos se encontró él ya la había penetrado hasta el fondo. Manuel la besó en los labios y en la barbilla mientras no dejaba de metérsela. A Isabel le venían a la cabeza cortas sensaciones de arrepentimiento, pero eran ahogadas de inmediato por el placer. Su suegro la estaba follando a pelo mientras su marido dormía en la misma casa, pero ella no pudo más que darle la bienvenida mientras abría sus piernas y estiraba sus brazos en señal de sumisión.
Manuel continuó penetrándola cada vez con más fuerza, disfrutando de cada segundo y de cada embestida. No quería que el momento terminase por lo que evitó varias veces llegar al clímax a base de fuerza de voluntad. Pero cuando sintió como el cuerpo de Isabel se contraía más de lo normal, como comenzaron a escapársele algunos gemidos incontrolables, supo que estaba teniendo otro orgasmo, y ni toda su experiencia pudieron prepararlo para eso. Manuel sintió un cosquilleo recorrer todo su cuerpo y un instante después se corrió dentro de ella por completo. Sintió como su leche salía desbordante como un géiser milenario, y los alientos de ambos colapsaron entre ellos mientras se miraban.
Isabel supo que su suegro se había corrido dentro de ella. Eso le había producido mucho placer, pero ahora una oleada de arrepentimiento la azotaba como un capataz esclavista. Sus miradas se cruzaron, pero ella no sabía que podía decir en ese momento. No podía reprocharle nada pues había sido ella la que había acudido a él, pero tampoco podía mostrarse complacida porque sus remordimientos se lo impedían.
—Tengo que irme ya —susurró finalmente.
Manuel asintió y se apartó de encima de su nuera. Cuando él extrajo su miembro de dentro de ella se escuchó un sonido viscoso como el de un desagüe cuando es desatascado. Ella sabía que toda su vagina estaba llena de semen, y aun habiendo disfrutado de la sensación de ser llenada quería reprochárselo de algún modo. Por fortuna Isabel siempre se tomaba la píldora como un reloj, pero él no lo sabía y le disgustaba que ni siquiera preguntara. Aun así, Isabel estaba sin palabras y solo quería marcharse. Se levantó de la cama y, sin despedirse, se fue en dirección al baño.
Manuel la vio marcharse. Tenía el culo enrojecido y por todas las piernas resbalaba su semen y los propios jugos de ella. Era realmente hermosa, sin duda la mujer más bella con la que se había acostado. Su corazón siguió bombeando a un ritmo altísimo un buen rato.
Podéis acceder de forma gratuita al libro completo en mi patreon: patreon.com/JTyCC
Era casi medianoche. José había llegado, varias horas atrás, con un regalo para Isabel. Lencería sexi de color rojo. Era su modo de disculparse ante su mujer, a la que había descuidado sexualmente en la última semana. Tan pronto José se ducho y se vistió salieron de la casa a un buen restaurante a cenar.
José se había puesto su traje más selecto, pero sin corbata para no parecer tan formal. Isabel había usado su vestido más elegante. Un vestido negro de noche que dejaba sus hombros, su escote, y buena parte de sus piernas al descubierto. Evidentemente no había usado la lencería con el traje, pues este habría destacado en exceso, pero lo había reservado en el baño para cuando llegasen. Isabel llevaba el pelo suelto, de un castaño claro brillante, y con una gruesa trenza atrás. Bien peinada, con los labios pintados de rojo y el maquillaje justo para deslumbrar a cualquiera. Y vaya que sí lo había conseguido. José tuvo que pasar por alto las continuas, y poco discretas, miradas de todo hombre que pasara a diez metros a la redonda de ella.
Tras cenar con champán decidieron dar una vuelta por los alrededores a la luz de las estrellas. Poco duraron en ese planificado paseo por las afueras de Madrid de la mano, ya que no pararon de detenerse para besarse y manosearse. Dieron la vuelta antes de completar una tercera parte de lo previsto y volvieron a casa para rematar la noche. Durante el trayecto en coche Isabel, aun yendo de copiloto, usó bastante una de las palancas de cambios, y José lo agradeció, pues no paró de hacer eses todo el trayecto.
Una vez en casa fueron derechos al dormitorio. Isabel ni siquiera se molestó en ponerse la lencería sexi que le había regalado. Al contrario, todo lo que deseaba en ese momento era quitarse ropa. Sin dejar de besarse y tocarse cayeron en la cama como si estuvieran fusionados en uno solo. A Isabel le resultó complicado desabrocharle los botones de la camisa a José a la vez que lo besaba intensamente, por lo que lanzó una risita traviesa por ese hecho. Mientras, José intentaba quitar el vestido de su mujer con suma delicadeza. Tanta que estaba afectando al ambiente de pasión que se había creado. José siempre había sido muy gentil y considerado, así que no era de extrañar que, a pesar del contexto, pensase en que debía cuidar el vestido de su mujer tanto como a ella. Isabel, sin embargo, rompió los últimos botones de la camisa de José y luego retiró su propio vestido con celeridad y poco tacto. No iba a dejar que simple ropa le estropease el momento. Esto excitó aún más a José que rápidamente se bajó los pantalones y los calzoncillos, y avanzó con su pene erecto. Isabel ya estaba muy cachonda por lo que se recostó boca arriba y no le puso ningún impedimento a sus intenciones.
Isabel vio el miembro de su marido avanzar y, sin quererlo, le vino a la mente el de su suegro, más grueso y grande. E Isabel se preguntó porque José no había heredado el miembro viril de su padre. Extrañamente eso nunca le había supuesto un problema antes, y ella se preguntó por qué había pensado en eso ahora. Expulsó esos pensamientos de su mente y con sus manos acarició los muslos de su marido que ya comenzaba a penetrarla. Isabel suspiró de éxtasis y apretó con sus manos las nalgas de José. Sin embargo, mientras apretaba el culo de su marido, él se corrió. Isabel reconoció el gemido y los característicos espasmos en él, y entonces lo miró a la cara sin poder creérselo.
—¿Has terminado? —le susurró.
José la miró un momento sin contestar nada, y finalmente asintió algo avergonzado.
—Dame un minuto y volvemos otra vez. Esto no ha terminado cariño —le aseguró él.
Isabel le sonrió conforme y le dio un beso en la boca. Él se lo devolvió y acto seguido recostó su cabeza extasiado. Isabel no pudo evitar llevarse la mano izquierda al coño. Seguía muy cachonda y tenía ganas de correr un sprint de doscientos metros, tal era la energía que seguía acumulada en su cuerpo. Isabel se masajeó el clítoris de un lado a otro y notó como el placer la embriagaba, poco a poco fue creciendo, así como su necesidad. Se metió los dedos dentro de su vagina y notó el semen de su marido dentro. Se metió los dedos más a fondo extendiendo la leche por todo el interior de su coño aposta. Eso la excitó sobremanera y no paró de hacerlo hasta que sintió la imperiosa necesidad de recibir algo más contundente entre sus piernas. Entonces extrajo tres de sus dedos con una buena cantidad de semen en ellos. Luego los alzó para ponerlos a su vista. Vio como el semen caía viscoso de su mano a su vientre y sintió un enorme deseo por lamerlos. Ella se extrañó porque siempre le había resultado asqueroso, pero en ese momento le apetecía mucho. Entonces José giró la cabeza y ella apartó los dedos, avergonzada. En ese momento Isabel se dio cuenta de que su marido tenía los ojos cerrados.
—José —susurró ella para despertarlo, sin éxito. Entonces insistió más alto —. ¡José!
Él se despertó y miró a su mujer solo con un ojo, para luego balbucear.
—Solo dame un minuto, un minuto y estoy contigo.
Isabel asintió sin demasiado convencimiento. Luego puso la palma de su mano sobre su clítoris y frotó con fuerza y mucha energía. Gimió, pero la misma sensación de insaciabilidad la invadió y quería que la penetraran ya. Miró el pene parcialmente erecto de su marido y bajó en su busca. Se lo metió en su boca y lo primero que sintió fue la capa de semen que aún lo cubría. Pero descubrió que eso no la desagradaba en absoluto, al contrario. Siguió lamiendo sin parar extrayendo todo el sabor, pero ella tuvo la impresión que el miembro de José se estaba haciendo más pequeño a cada momento. Como si de una confirmación se tratara el primer ronquido de su marido llegó justo cuando apenas podía ya mantener en su boca el pene de lo pequeño y arrugado que se había puesto.
—José —dijo ella una vez más, y luego otras dos. Pero esta vez su marido no reaccionó.
Isabel seguía sintiendo fuego en su interior y no quería saciarlo solo con sus manos. Sin pensárselo se levantó de la cama y salió al pasillo completamente desnuda y descalza. Isabel ni siquiera percibía el frío en sus pies. El chocho le chorreaba mientras recorría el pasillo. Le era imposible dejar de pensar en la polla de su suegro, venosa, gruesa, grande. Sabía que estaba cometiendo un gran error, pero su mente expulsó esos pensamientos como si fueran suciedad en esos momentos. De hecho, Isabel se apresuró, como si temiera echarse para atrás si tardaba demasiado en llegar.
Isabel abrió la puerta del dormitorio donde dormía Manuel y entró en él sin ser invitada. La amplia ventana del dormitorio estaba abierta de par en par y la gran luna que tenían esa noche daba abundante luz a la habitación. Eso implicó que hubiera algo de frío, pero a ella no le importó. Su suegro estaba en la cama ya durmiendo, con la cabeza ladeada y sin roncar. No se escuchaba nada más que el propio corazón de Isabel bombear a mil por hora. Con pequeños y cortos pasos ella se fue acercando y su excitación no hacía más que crecer. Entonces vio una de sus bragas en el margen izquierdo de la cama. Eran las bragas que él le había asegurado que había puesto a lavar. Extrañamente a ella no le importó lo más mínimo. En su lugar cogió las sábanas y las apartó dejando a Manuel sin nada que lo tapara. Él estaba también completamente desnudo en la cama, y su olor característico a viejo la embriagó. Lejos de desagradarle, eso pareció excitarla todavía más. Y entonces él se despertó.
Manuel abrió los ojos instantáneamente y vio frente a él a su nuera completamente desnuda. Al principio estaba demasiado confuso, pero se repuso en un instante y observó cómo la luz de la luna bañaba toda la piel de Isabel. Su pecho subía y bajaba por la rápida respiración. Lo que mostraba en todo su esplendor sus senos, realmente perfectos. Ni demasiado grandes ni caídos, ni tan pequeños que no tuviera nada que agarrar. Los pezones de ella estaban tan erguidos que podrían pinchar un globo. La vulva de Isabel se veía más sombreada porque la pierna derecha la tenía ligeramente adelantada. Pero las mismas largas piernas le daban un aire de sensualidad exagerado. El rostro de Isabel lo miraba con nerviosismo, pero con mucho deseo. Su melena suelta cubría parte del rostro y entonces su cabeza giró en dirección hacia el miembro, completamente erecto, de Manuel. El cabezón le vibraba, se levantaba y bajaba como si estuviera haciendo flexiones.
Isabel se subió a la cama y se montó directamente sobre su suegro. No quería más besos ni caricias. Solo quería que la follaran bien de una vez, y apagar así sus ansias. La excitada nuera se posicionó encima y frotó su pubis con el pene de él. Entonces Manuel la agarró por el culo con sus viejas y grandes manos. Estiró las nalgas de ella como si estuviera amasando harina, de un lado a otro, lo que pareció incrementar la excitación de Isabel de forma vertiginosa. Luego levantó las nalgas lo suficiente en peso como para hacer coincidir de lleno su pene con su vagina. Un gemido de éxtasis de Isabel reveló el éxito del acoplamiento, y como si de un motor de locomotora que empezara a ponerse en marcha se tratara, ella comenzó a cabalgar cada vez con más energía. El pene de su suegro llegaba hasta el fondo de su interior e Isabel aceleraba como si no parase de echarle carbón al motor de su locomotora. Manuel la seguía ayudando en el esfuerzo mientras la agarraba por las nalgas, y las estiraba a conveniencia.
Isabel tenía el culo rojo pero lo último que quería era que su suegro dejara de manoseárselo con sus lascivas manos. Se sentía completamente invadida, ultrajada y penetrada, y le estaba encantando. Ahora era ella la que estaba llegando al clímax antes de tiempo. Sintió la oleada de placer embriagándola en cada centímetro de su piel. Lanzó varios gemidos altivos antes de recordar que su marido estaba en la casa. Detuvo su aliento y las venas del cuello se le marcaron por contener tamaño éxtasis. Poco a poco la locomotora fue deteniendo su marcha, ante espasmos de placer incontrolables.
Manuel, en un arranque de vitalidad, volteó a Isabel y la colocó a su lado para luego ponerse encima de ella. Completamente sumisa, Isabel solo jadeaba en silencio, y no se resistió cuando su suegro metió su lengua en su boca. Sin desacoplarse en ningún momento Manuel saboreó la lengua de su nuera como un jabalí hambriento. A su vez palpó la espalda de ella con firmeza y cierta brusquedad, pero Isabel se contrajo de gusto ante el roce. Acto seguido Manuel extrajo su lengua y un sonido gelatinoso se escuchó cuando sus bocas se separaron, para luego bajar ligeramente hasta sus pechos y meterse en la boca todo el seno izquierdo de ella al completo. Él lamió con efusividad el pezón, e intercambió ambos pechos cada veinte segundos. Isabel disfrutaba como una niña y atenazó con sus piernas a su suegro mientras palpaba la espalda de él con deseo.
Tras varios minutos Manuel siguió bajando hasta el coño, el cual devoró sin miramientos. Isabel sintió como la lengua de su suegro lamía sus labios inferiores, su clítoris, y finalmente la invadió muy adentro. El coño de Isabel estaba lleno con sus jugos y estos se desparramaron como una fuente rebosante. Ante tremendo placer ella se fue evadiendo cada vez más.
Isabel había perdido la virginidad con José. El sexo siempre le había parecido algo complementario en una relación, como viajar o ir al cine. Hasta que conoció a Manuel. Con él estaba descubriendo la parte más lasciva y morbosa de su ser. Una parte que no sabía que existía, de la que se avergonzaba, pero que la dominaba completamente en estos momentos.
El corazón de Isabel bombeaba con fuerza cuando su suegro dejó de practicarle la felación para luego volver a alzarse hasta el rostro de ella. Mientras lo hacía colocó su pene y comenzó a penetrarla. Para cuando el rostro de ambos se encontró él ya la había penetrado hasta el fondo. Manuel la besó en los labios y en la barbilla mientras no dejaba de metérsela. A Isabel le venían a la cabeza cortas sensaciones de arrepentimiento, pero eran ahogadas de inmediato por el placer. Su suegro la estaba follando a pelo mientras su marido dormía en la misma casa, pero ella no pudo más que darle la bienvenida mientras abría sus piernas y estiraba sus brazos en señal de sumisión.
Manuel continuó penetrándola cada vez con más fuerza, disfrutando de cada segundo y de cada embestida. No quería que el momento terminase por lo que evitó varias veces llegar al clímax a base de fuerza de voluntad. Pero cuando sintió como el cuerpo de Isabel se contraía más de lo normal, como comenzaron a escapársele algunos gemidos incontrolables, supo que estaba teniendo otro orgasmo, y ni toda su experiencia pudieron prepararlo para eso. Manuel sintió un cosquilleo recorrer todo su cuerpo y un instante después se corrió dentro de ella por completo. Sintió como su leche salía desbordante como un géiser milenario, y los alientos de ambos colapsaron entre ellos mientras se miraban.
Isabel supo que su suegro se había corrido dentro de ella. Eso le había producido mucho placer, pero ahora una oleada de arrepentimiento la azotaba como un capataz esclavista. Sus miradas se cruzaron, pero ella no sabía que podía decir en ese momento. No podía reprocharle nada pues había sido ella la que había acudido a él, pero tampoco podía mostrarse complacida porque sus remordimientos se lo impedían.
—Tengo que irme ya —susurró finalmente.
Manuel asintió y se apartó de encima de su nuera. Cuando él extrajo su miembro de dentro de ella se escuchó un sonido viscoso como el de un desagüe cuando es desatascado. Ella sabía que toda su vagina estaba llena de semen, y aun habiendo disfrutado de la sensación de ser llenada quería reprochárselo de algún modo. Por fortuna Isabel siempre se tomaba la píldora como un reloj, pero él no lo sabía y le disgustaba que ni siquiera preguntara. Aun así, Isabel estaba sin palabras y solo quería marcharse. Se levantó de la cama y, sin despedirse, se fue en dirección al baño.
Manuel la vio marcharse. Tenía el culo enrojecido y por todas las piernas resbalaba su semen y los propios jugos de ella. Era realmente hermosa, sin duda la mujer más bella con la que se había acostado. Su corazón siguió bombeando a un ritmo altísimo un buen rato.
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