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Compendio III
LA JUNTA 01: LA NUEVA VOCERA
Acababa de volver de mis vacaciones con mi ruiseñor y nuestros retoños cuando Maddie y Edith ya estaban planeando dónde estaría mi nueva oficina. Sonia simplemente se rió mientras Maddie seguía y seguía hablando de cómo esa bonita sala de conferencias sería reemplazada por un escritorio de caoba, alfombras persas, una silla ergonómica sólo para hacerme sentir bienvenido como nuevo miembro de la junta.
-Sí… no. – Les respondí para el horror de Maddie y la sorpresa de Edith. Sonia soltó una carcajada. – Este lugar es demasiado grande para mí. Además, esta vista me distrae. ¿No puedo mudarme a algo más simple?
A Edith, nuestra CEO, parecía que le iba a estallar una arteria.
> Marco, esta va a ser una oficina conforme a tu cargo. No puedes negarte.
Por suerte, Sonia intervino.
* Sabía que esto no iba a funcionar. – me defendió mi vieja amiga. – Edith, entiendo que Marco es un poco raro en ese sentido, pero tienes que confiar en él. No es como nosotras. A él no le interesa una oficina elegante o que tenga vista. Él es un ingeniero de minas al que le importa más el trabajo.
La habitación se quedó en silencio y casi podía escuchar los engranajes girando en la cabeza de Edith. Respiró profundo y accedió.
> De acuerdo, tendré que pensarlo. Pero por el momento, tenemos que presentarte formalmente al resto de la junta. – Me respondió tratando de recuperar la compostura.

Maddie me miró con ganas de matarme, pero Sonia tenía razón: una oficina más grande me complica. En mi última oficina, me costaba adornar las paredes y tampoco necesitaba ni una mesa de centro ni sillones ni sofá si no iba a recibir invitados (de hecho, solo los ocupaba cuando me acostaba con Marisol y con Gloria para Halloween). Solo necesitaba un buen computador, un escritorio y un lugar privado para hablar con los jefes de operaciones en las diferentes faenas.
La sala de reuniones es impresionante, con una enorme mesa de caoba rodeada de sillas de cuero con respaldos altos, las paredes repletas de certificados y premios. Tiene un olor raro a perfumes caros y el aroma relajante a café exóticos. Los otros miembros de la junta son una mezcla de rostros mal genios y bronceados, junto con jóvenes entusiastas y ambiciosos, que giraron al instante que entré.

De inmediato, sentí sus miradas frías. Yo no encajaba ahí. Habría cambiado feliz mi puesto con Sonia, pero era Edith la de la idea. Y caerle en gracia no me trae favores. Claro, me gusta y respeto a Edith, pero sé que la mayoría de la junta no está contento conmigo para invitarme a comer.
Maddie se sentó a dos asientos de distancia, dándome una discreta reverencia. Sonia y Nelson ya estaban revisando la agenda. La sonrisa optimista de Gloria animándome en secreto “¡Tú puedes, jefe!”
Pero también estaba la oposición: La mirada extremadamente gélida de Inga; los ojos asesinos de Cristina e Ingrid; El rencor de Horatio, que todavía me guarda rencor porque sacaron las galletas de estas reuniones, entre otros.
Aunque ahora soy parte de la junta, sigo supervisando operaciones de mantenimiento igual que antes… con la diferencia que ahora lo hago con más gente vigilándome.
Cuando salía de la reunión, Tim y Alex, un par de pendejos corporativos que nunca han cambiado una ampolleta en su vida, se acercaron como si fuéramos los mejores amigos.

>Hola, Marco. Queremos presentarte a alguien especial. – Me dijo Alex, sujetándome con firmeza al tiempo que le sonreía a Tim que hizo lo mismo y me arrastraron a la cafetería.
Esos dos tienen la cargante actitud de universitarios ricos y malcriados: vanidosos, molestos y constantemente persiguiendo la siguiente falda. Pero para empeorarme más el día, escogieron al único objetivo que yo ya conocía: Isabella.
Izzie, la nueva vocera de la empresa, se lucía por la cafetería, derramando encanto y atractivo sexual como lo tiene “Yayita” de “Condorito”. Sigue teniendo unos ojos castaños oscuros vivos y traviesos; unos labios carmesíes que pueden hacer pecar a un santo; una cintura delgada que podría competir en un concurso de belleza y unas piernas largas y casi infinitas.
Estaba atrapado, no porque tuvieran más fuerza, sino porque no podía escapar sin armar un espectáculo.
Y para empeorar las cosas, Alex pateó el avispero…
>Como estabas de vacaciones, ¿No conociste al nuevo bombón de la empresa? – Preguntó en tono burlón, justo cuando estaba a su lado.

Por supuesto, la reacción inicial de Izzie fue indignarse en un tierno puchero y lanzar una mirada fulminante que avergonzaría a un rayo láser. Pero cuando me vio, se convirtió en la gatita más dulce…
• ¡Hola, Marco! ¿Qué tal fue tu viaje? -me preguntó con esa voz melosa y sensual, con un timbre parecido al de Marilyn Monroe que ya me he familiarizado bastante bien.
Tim y Alex se helaron al instante. Nunca la habían escuchado hablar así. Pero yo me preparé, sintiendo el familiar nudo en el estómago, sabiendo que las cosas estaban a punto de empeorar.
- Estuvo bien. – le respondí, resignado. – Mis padres están sanos, mis hermanos están bien.
Y como esperaba, Izzie siendo la misma de siempre, tenía que complicarme las cosas…
• ¡Qué bueno! Sigues viéndote tan rico como siempre. – Me dijo en un tono meloso y dándole una mirada agradecida a los muchachos.
(Good! You look as yummy as ever.)
A Tim y Alex parecía que les había caído un rayo, su experimento social fracasando catastróficamente. A pesar de su juventud, músculos, buena apariencia, mejor ropa y dinero, los dos fueron derrotados por un tipo más viejo, canoso, de figura discreta y titulado en ingeniería en minas, sin ningún conocimiento de negocios.
Pero con el paso de los días, Maddie finalmente me asignó una oficina más pequeña y modesta. Estaba más cerca del ascensor e insonorizada. Y a partir de entonces, Izzie empezó a visitarme.
Las primeras veces que golpeaba, me ponía nervioso, esperando una visita sorpresa de Edith o alguien importante. Pero no, solo era Isabella, vestida para matar, luciéndose como si fuera la dueña. Se sentaba en mi escritorio, con las piernas cruzadas y su falda se levantaba un poco, dejándome ver los tesoros que ocultaba.

•¿Me has echado de menos? – Ronroneaba, con una sonrisa cómplice en los labios.
Le seguía el juego, reclinándome en la silla e intentara que la calentura de su presencia no me afectara.
-No mucho. – le respondí, sonando entre bromista y molesto.
Pero ella no se daba por vencida. Con cada visita, empujaba la vara un poco más lejos, siempre pendiente de mi rostro, buscando cualquier señal por si me estaba seduciendo.
Era clarísimo que le encantaba hacer babear a los más jóvenes de la junta y no entendía que a mí me cortaron con otra tijera, por lo que no me quería dejar en paz sin dar la pelea.
Ya para la tercera semana, entró una tarde contoneándose con una sonrisa sensual, sus tacones chasqueando sobre el piso. Dejó caer un documento sobre mi escritorio, el movimiento haciendo que su pecho bailara.

• Marco, necesito tu experiencia con algo.
Levanté una ceja, siguiéndole el juego.
- ¿Qué necesitas, Isabella?
Se inclinó sobre mí, sus pechos presionándose sobre la tela de la blusa.
• Tú sabes de qué se trata, cariño. – Me susurró al oído con su voz de Marilyn otra vez. – Es algo que manejas bastante bien.
(You know what it is, darling. It is something you handle quite well)
Me tenía duro. Ella es un caramelo y lo sabe bien. Aun así, eran horas de oficina y aunque quería jugar conmigo, no podía complacerla.
- ¿Es sobre un nuevo contrato para taladros? – le pregunté, tratando de fijarme en el folleto que me trajo y guiar la conversación hacia el trabajo.
• En realidad, no. – me respondió. – Aunque echo de menos que me taladres el culo.
(Not really, although I do miss you drilling my ass)
Casi se me caía la mandíbula al piso. Estaba siendo directa y yo apenas podía mantener la calma.
- Isabella, sabes que no podemos hacer eso en la oficina. – conseguí murmurar, con el corazón revolucionado.
No puedo decir que no me tentaba. Hacían casi cuatro meses que no estaba con Isabella.
Pero sus palabras quedaron en el aire con tal calor que ni siquiera el aire acondicionado podía enfriarlas. Sentía que mi oficina se hacía más pequeña, el aire más denso y me sentía acorralado.
- ¡Isabella, por favor! – le supliqué con la garganta apretada.
• ¡Ay, vamos, Marco! – exclamó ella con ojos brillando en lujuria. – Sabes muy bien que tarde o temprano acabaremos juntos en la cama.
(You know we're going to end up in bed together sooner or later)
Me hice para atrás en mi silla, dándome un poco de distancia.
- Sí, Isabella. Lo sé. Pero digo que no podemos hacerlo aquí. No mientras estamos trabajando.
(O al menos, eso pensaba en ese tiempo…)
Sus ojos resplandecieron desafiantes.
• ¿Pero dónde está lo divertido en eso? – me susurró, pasándome los dedos en una línea desde mi hombro hasta mis brazos, haciéndome todo el cuerpo estremecer.
Me di una cachetada y suspiré.
- Sé que no es divertido. – respondí, tratando de sonar razonable. – Pero este trabajo nos ayuda a ti y a mí a pagar las cuentas. No podemos darnos el lujo de perderlo.
Isabella hizo un puchero, sus labios carmesíes apretándose de una forma que me daban ganas de besarla con fuerza. Pero me contuve. Ella sabía que me tenía enganchado, pero también sabía que yo tenía mis límites.
- ¿Qué tal si…? - propuse, pensando en negociar, ya que, conociendo a Izzie, me seguiría dejando con los testículos hinchados con las ganas y todavía quedaban muchas horas para desfogarme con Marisol. – fijamos un rato mañana, durante el almuerzo ¿Y vamos a un hotel?
Su mirada se encendió de alegría como luces de navidad y aceptó con entusiasmo.
• Me parece un buen plan. Me apunto.
Y al día siguiente, la mañana se me hizo interminable. El tictac del reloj parecía más fuerte que nunca, un recordatorio constante de nuestra inminente cita. Cuando llegó la hora de almorzar, mi ansiedad era más que evidente.
Fuimos al viejo hotel de siempre. El gerente se sorprendió al vernos. El año pasado íbamos allí una vez a la semana. Aunque en esa época, no era miembro de la junta y trabajaba desde casa e Izzie estaba casada con mucho tiempo libre. Pero ahora, cada minuto contaba.
Cuando entramos, me susurró al oído con esa voz que me vuelve loco por ella y su aliento me recorrió la espalda.
• Había extrañado esto, ¿Sabes?
(I’ve missed this, you know?)
El viaje por ascensor fue eterno, nuestros cuerpos cerca, pero todavía sin poder tocarse. Nuestro silencio iba denso con deseos no expresados y el aire parecía cargado por la excitación. Cuando por fin se abrieron las puertas, avanzamos a la misma habitación que siempre alquilábamos, un santuario de anonimato entre el bullicio de la ciudad.
Isabella no perdió el tiempo y se giró para mirarme con una sonrisa seductora. Se desabrochó lentamente la blusa, dejando al descubierto un sujetador de encaje rojo que apenas contenía sus generosos pechos. Mis ojos siguieron el recorrido de sus dedos por todo su cuerpo, desabrochando el cierre y dejando caer la tela. Su piel era impecable, sus curvas más tentadoras que nunca.

• Sabes lo que quiero. – Murmuró acercándose, sus pechos vibrando con cada paso.
Me desabroché el cinturón y doblé mis pantalones. Sin embargo, mi erección ya se asomaba por salir.
• Ha pasado mucho tiempo, Marco. – me susurró, su mirada hambrienta fijándose en mi erección. Se acercó, su busto rozando mi pecho, y se inclinó para manosearme.
Sus dedos eran electrizantes y podía sentir cómo el control se escapaba como arena entre los dedos.
Con un suspiro, rodeé su lujuriosa cintura entre mis brazos, acercándola más y apretando mi boca contra la suya. Nuestras lenguas bailaron desesperadas y el beso subió de nivel conforme la pasión contenida por meses se iba descargando. Sus manos recorrían mi espalda, rasguñándome como una tigresa y podía sentir cómo su cuerpo reaccionaba a nuestro tacto, su respiración agitándose tanto como la mía.
Pero su trasero me volvía loco. Tal vez, al igual que a Tim y a Alex. Pero Izzie era mía. Siempre lo ha sido.
Nos besamos como si fuese nuestro primer beso, como si no nos hubiésemos visto en una década, sus manos jugueteando con mi pelo, su ardiente cuerpo apegado al mío, sus jugosos senos estrujados contra mi pecho, su falda a medio subir para mostrar el inicio de sus medias. Ella sabía que eso me gustaba.
Empecé a meterle dedos por detrás. Se derritió y suspiró. Yo había sido el primero. Seguramente, el único que lo había usado. Y a ella le encantaba. Al igual que a mi ruiseñor, pienso que Izzie lo disfruta más que el sexo normal. Y solamente, porque la convencí de que era mejor.
La empujé de vuelta a la cama, su falda subiéndose aun más. Ya estaba mojada. Podía sentirlo a través de la tela de su tanga.
“¡Estás ganosa!” pensé para mis adentros, con una sonrisa.
Pero yo sabía lo que quería y ella también. Le di la vuelta, obligándola a ponerse en cuatro. Su trasero sigue siendo una obra de arte. Sus pechos se sacudían y mi verga estaba dura como piedra.
La sujeté por las caderas y moví su tanga, dejando al descubierto su agujero apretado y estrecho. Me miró por encima del hombro, con ojos llenos de deseo y un poco de malicia.
• ¡Has sido un chico malo! – sentenció con esa voz tan sensual.
Sin perder tiempo, deslicé mi verga, palpando el zumo escurriendo entre sus labios, estimulando su sexo. Jadeó, su cuerpo poniéndose rígido por unos breves segundos antes de relajarse y recibirme con un suspiro de pura felicidad.
Empecé a penetrarla y el sonido de nuestra piel chocando fue subiendo de volumen. La sensación era increíble, el calor y la firmeza del culazo de Izzie me apretaban con la elegancia de un guante aterciopelado.

Al principio, sintió el dolor y la quemazón. Su culo estaba apretado y hasta me costaba meterla entera. Pero cuando se acostumbró al ritmo, empezó a disfrutarlo.
•¡Más duro, Marco! ¡Ahh! ¡Más duro! – exhaló, echando el cuerpo para atrás.
La obligué a aumentar el ritmo, sus gemidos creciendo con cada arremetida. Su cuerpo parecía una orquesta de placer, cada gemido y jadeo escapando con una nota que le salía desde el fondo del alma. La fricción era intensa, la estrechez alrededor de mi verga era enloquecedora.
Apreté sus turgentes pechos mientras le acariciaba el botón. Izzie se volvió loca. Es difícil creer que hace un año, el sexo con ella fuese tan dócil: solo sexo normal en la cama y para de contar. Pero ahora, me la he cogido no solo en la cama de su ex, pero también en su auto, en la ducha. Le hecho sexo oral. Me ha dado un sinfín de mamadas. Y todo empezó conmigo, follándole el culito.
Su sexo ahora era el acompañamiento. Su cola, el plato principal. Y a ella, le encantaba.
Sus gemidos se fueron haciendo más fuertes, haciendo eco por toda la habitación del hotel, sus sonidos amplificándose con el rebote en las paredes. Mis embestidas se volvieron más persistentes y mi agarre a sus caderas, mucho más firme. Podía sentir cómo sus músculos empezaban a apretarse a medida que ella se acercaba al orgasmo, cómo poco a poco Izzie iba tocando la luz.
Se la estaba metiendo entera. Me sorprendía lo mucho que puede estirarse su ano para aguantar una verga tan gruesa como la mía.
Le di una palmada en el culo, dejándole una huella roja, ella chilló y sus paredes se apretaron incluso más, enviándome olas de mayor placer a través de la verga.
- Te gusta mucho, ¿Verdad, putita? - Pregunté y ella asintió entusiasmada, su pelo volando mientras gemía.

Nuestro ritmo se volvió más frenético, con nuestros cuerpos alcanzando perfecta sincronía. Sus gemidos se hicieron más fuertes, sus respiros más cortos, hasta que de repente su cuerpo se puso rígido y empezó a convulsionar. Gritó mi nombre a medida que se venía, el sonido ahogado mientras ella mordía una almohada.
Su orgasmo era todo lo que yo necesitaba. Con un poderoso rugido de placer, la azoté una última vez, sintiendo el calor de su clímax mientras yo alcanzaba el mío. Me vine en su culito, llenándola con mi leche calientita y espesa.
Nos quedamos pegados, como es ya costumbre, puesto que mi pene se había hinchado. Luego, la saqué con un chasquido. Ella estuvo tentada a lamerla.
Nos bañamos juntos, pero, aunque estaba durísimo, no tenía tiempo. Puede que ahora sea un miembro de la junta, aunque me gusta mantener intactos mis compromisos laborales. Aun así, Izzie seguía embelesada con mi verga, ya deseando tenerla un poco más.

• ¿Sabes algo? Te he echado de menos, Marco. – Me dijo con la excusa de secarme con la toalla, aunque se preocupaba en acariciarme la verga. - Eres el único que me prende así.
Sus palabras quedaron desafiando silenciosamente a los limites que nos habíamos impuesto. Sabía que yo quería más y las ganas en sus ojos era inconfundible. Pero por mucho que mi cuerpo pidiera a gritos que lo volviéramos a hacer, mi mente procesaba ágilmente la realidad de nuestra situación.
- Izzie, - empecé, intentando mantener la voz firme. – Esto no puede volverse costumbre.
• ¿Por qué no? – hizo un mohín, con las manos aun pegadas a mi pene. – Es solo entre nosotros.
Di un suspiro.
- Porque tenemos familia y ahora, tengo un nuevo cargo en la empresa. No podemos seguir haciendo esto. No es justo ni para ellos ni nosotros.
El rostro de Isabella decayó, pero asintió mostrándome que comprendía.
• ¡Lo sé! ¡Lo sé! – Murmuró con los ojos tristes, aunque todavía estrujando y masajeando mi erección. – Pero me cuesta tanto resistirme
Le sonreí suavemente.
- Créeme, para mí, también es difícil resistirme a tus encantos. – Le confesé, haciéndola sonreír y mover su mano más animada. – Pero tampoco quiero que los demás empiecen a soltar rumores de ti y de mí. Izzie, te conseguí este trabajo porque creo que eres capaz de hacerlo. Y no quiero que los demás piensen que te contrataron solo para que fueras mi amante.
Su sonrisa se volvió triste y su masaje se detuvo, aunque su agarre permaneció firme.
• Pero no soy tu amante, Marco. Soy tu amiga con beneficios. – comentó entristecida.
(But I'm not your mistress, Marco. I'm your friend with benefits.)
Mi pene dio un latido entre su mano y me dedicó una sonrisa pícara.

- Bueno, digamos que no quiero que te acostumbres a saltarte una comida. – Le dije en tono de broma, tratando de desembarazarme.
• Sabes que no como mucho de todas formas. – soltó una risita, dándome un guiño. – Además… tienes mucha carne para que yo coma.
Y mi pene volvió a endurecerse como piedra, haciéndolo casi imposible esconderlo dentro de mis pantalones.
Los dos nos vestimos con los cuerpos todavía agitados por nuestro encuentro. Teníamos que apurarnos para no levantar sospechas. Cuando salimos del hotel, nos dirigimos de inmediato a la oficina, nuestros pasos coordinados como si tuviésemos un acuerdo silencioso para guardar nuestro secreto.
Al menos, mientras se pueda.
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