Voz de hombre

Todo empezó en uno de los perfiles que había abierto sola, sin que Alexis supiera. Era una de esas páginas donde no necesitás mostrar la cara, sólo el cuerpo. Fotos mías con los pezones cubiertos, la cintura arqueada, el culito asomando desde una bombacha mojada. Nada vulgar, pero explícito en lo justo. Erótico. Tentador. Sabía perfectamente lo que generaba.
Y me encantaba leerlo.
Entre los cientos de mensajes idiotas, uno me llamó la atención. No por lo que decía, sino por lo que no decía.
Simplemente: “Conozco tu cuerpo, pero no tu voz. ¿Me dejarías escucharte?”
Me descolocó. Le respondí con ironía, como suelo hacer cuando algo me intriga. Me dijo que no buscaba sexo por cam ni fotos ni videollamadas. Solo hablar.
“Si no te pasa nada, cortás.”
Acepté. Me mandó su número y nos encontramos por Telegram. Puse los auriculares. Tenía el corazón latiendo en la garganta.
Lo llamé.
Su voz fue como una descarga. Grave, suave, sin esfuerzo. No buscaba seducirme con palabras dulces ni piropos baratos. Me hablaba como si ya me conociera.
“Te imaginé muchas veces. No sé tu cara, pero vi cómo abrís las piernas. Sé cómo cae tu pelo por la espalda cuando te montás en alguien. Me excita no saber tu nombre.”
No sabía si responder o simplemente respirar.
Me preguntó dónde estaba, cómo me vestía. Le dije que tenía puesta una remera vieja, sin bombacha. Me reí.
Él suspiró.
“Quiero que te acuestes. Que cierres los ojos. Y que no hables.”
Le obedecí.
La forma en que me hablaba era hipnótica. No era su voz solamente… era el ritmo. Las pausas. Cómo me describía. Cómo decía que me tocaría.
Me dijo que pondría su lengua en mi clítoris, pero sin apurarme. Que no lo haría como los hombres que buscan que acabes rápido, sino como alguien que disfruta el camino.
Sentí que me abría, que me rendía. Sin verlo. Sin tocarlo.
Me dijo: “Ahora meté un dedo. Despacio. Quiero que acabes pensando en que no me viste nunca, pero me tenés adentro igual.”
Lo hice. Lo hice con los ojos cerrados, mordiéndome los labios para no gemir. Estaba caliente de una forma distinta, como si algo adentro mío se fundiera con su voz.
Cuando acabé, lo supe sin decirlo. Mi respiración era suficiente. Me escuchó terminar, quedarse quieta, temblando.
“Acabás como una diosa”, dijo.
“Quiero que me recuerdes cuando te toques otra vez.”
Y cortó.
No me escribió más.
Me quedé en silencio, con los auriculares puestos, sola en la cama. Me miré el cuerpo sudado.
Él no había visto mi cara, pero me había poseído más profundamente que muchos que sí.
Fue antes de todo.
Antes del sobre, antes del árbol en la esquina, antes del hombre que no me gustó pero me hizo acabar igual.
Y sin saberlo, me abrió la puerta.