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Pixel y la fantasía cuckoding de mi mujer. Capitulo 3 ,

Capítulo 3 – “Pixel” (reescrito)
La habitación latía con el peso de la pregunta de María.
—Luis… ¿esto es… lo que estabas viendo? ¿En mi laptop?
Su voz, baja y temblorosa, cortaba el aire como un cuchillo. Sus ojos, grandes y café intenso detrás de sus lentes, brillaban con una mezcla de sorpresa, confusión y algo más que no podía descifrar.
Me quedé congelado, la garganta seca, el corazón golpeándome el pecho como un tambor desbocado. Mi pene, flácido y casi ridículo, colgaba entre mis piernas, expuesta bajo la luz tenue. Los pantalones arrugados en el suelo parecían burlarse de mí.
En la pantalla, un fotograma muestra una mano grande y firme sujetando a un miembro imponente. Detrás, el cuadro capturaba a una mujer arqueada sobre otro hombre, sus cuerpos tan juntos que no hacía falta sonido para adivinar lo que estaba por ocurrir. La tensión de esa imagen congelada me atravesó como un punal invisible.
María, aún de pie junto a la cama, dio un paso hacia la laptop. Sus dedos pequeños, firmes pero temblorosos, tamborilearon contra el borde del escritorio. La piel trigueña de sus mejillas se encendió, un rubor que trepaba desde su cuello hasta sus ojos, que se entrecerraban con nerviosismo.
Juego de presión.
El silencio se rompió con gemidos húmedos y un jadeo grave que llenó la habitación. La voz del hombre, profunda, resonó con autoridad:
—Mira cómo la hago gozar… cómo tu mujer me lo pide.
La cámara se movió, revelando a un hombre pequeño y sumiso, arrodillado junto a la cama, guiando con cuidado aquel miembro hasta la entrada de la mujer. Mis ojos no se apartaban de la unión, fijos, como si mi único propósito fuera de presenciarlo.
María, inclinada hacia la pantalla, tenía una mano cubriendo la boca, pero no apartaba la vista. Su trasero redondo y firme, aún desnudo, se alzaba frente a mí, tentador y cruel a la vez. Sus dedos presionaban sus labios como si intentara contener la respiración, pero sus ojos no pestañeaban. No podía saber si lo que veía en ellos era rechazo… o el mismo deseo que la mujer del video.
“¿Esto es lo que busca cuando yo no estoy? ¿Es lo que desea?”, pensé, con un nudo en la garganta. Sentía el calor de su cuerpo mezclado con el olor dulce de su piel y el eco obsceno que salía de los hablantes. Quería apartarla… y al mismo tiempo, dejar que siguiera mirando. Me sentí avergonzado, expuesto, flácido, como un chiste cruel.
María se giró, apoyándose en el escritorio con un movimiento rápido, su coleta negra oscilando como un péndulo. La camiseta que llevaba se levantó apenas, y mis ojos se hundieron en ese paisaje íntimo que me era tan familiar: el vello púbico, recortado y fino, dibujando un triángulo perfecto sobre su piel trigueña. Un hilo de semen fresco, tibio, descendía perezoso por la curva interior de su muslo, recordándome que, minutos antes, había estado dentro de ella. La luz suave que entraba por la ventana bañaba la zona, haciendo brillar sus labios íntimos, apenas visibles desde mi ángulo. Ese destello, tan real y cercano, contrastaba con la imagen sucia que aún ardía en la pantalla.
Su rostro, ahora frente a mí, era un torbellino de emociones: cejas fruncidas, ojos húmedos, y esa sonrisa pícara borrada, reemplazada por una mueca entre confusión y enojo.
—¿Por qué estás viendo esto, Luis? —preguntó, su voz un susurro, cargada de nerviosismo.
La observé, intentando encontrar algo de calma en ella, pero todo en su cuerpo me gritaba tensión. Sus muslos fuertes, su abdomen plano, el brillo suave de su piel… todo en ella era un contraste brutal con mi inseguridad.
Los gemidos del video seguían, una banda sonora cruel que amplificaba el caos en mi cabeza. “¿Qué digo?”. Ella sabe que vi sus relaciones. Sabe que sé de Marcos.
Alcé la mirada, buscando valor.
—Vi… vi la palabra “cuckolding” en tu buscador —murmuré, mi voz temblando—. Quise saber qué era.
María parpadeó.
—¿Por qué miras mis cosas? —exclamó, su tono subiendo. Sus ojos, húmedos, brillaron más, y dio un paso hacia mí, alzando una mano. El golpe fue un roce en mi pecho, más frustración que furia.
En mi cabeza, como un latigazo, apareció un fragmento de lo que había leído en sus relatos: “Y mientras Marcos me levantaba contra la pared, su bulto apretándose contra mí, apenas podía respirar…”. Las palabras escritas por ella ardían en mi memoria, superponiéndose con la imagen real de María frente a mí.
—¡También leí tus relatos! —escapé, sin poder contenerlo—. Leí los que escribiste sobre Marcos.
El rostro de María se congeló. Sus labios se entreabrieron, y el sonrojo en sus mejillas se intensificó. Retrocedió, chocando contra el escritorio.
—¿Qué? ¿Leíste mis…? —Su voz se quebró, y sus ojos, ahora claramente húmedos, me miraron con una mezcla de asombro y enojo.
—¿Por qué, Luis? ¿Por qué te metes en mis cosas? —repitió, su tono más agudo.
Sentí el calor subiendome a la cara, mis manos pequeñas apretándose contra la sábana. Mi barba abundante no podía ocultar el rubor que me quemaba las mejillas.
Ella se siente descubierta, como yo ahora, desnuda y expuesta.
—Ese día, buscaba unas fotos y vi una carpeta —expliqué, con la voz baja y vacilante—. Me llamó la atención.
Tragué saliva, mis ojos recorriendo el cuerpo de María, su cintura de reloj de arena, antes de volver a su rostro.
—Amor… ¿me eres infiel? —la pregunta salió como un susurro, mi corazón temblando ante la posibilidad.
María abrió los ojos de par en par, transformándose en una máscara de indignación.
—¡¿Qué?! —exclamó, y en un impulso, me dio una cachetada suave, más roce que golpe.
Pero al instante, como si el gesto la hubiera sorprendido a ella misma, retrocedió y se dejó caer en el suelo junto al escritorio. Se abrazó a sí misma, con la camiseta arrugada entre sus manos, encogiéndose hasta apoyar la frente en sus rodillas.
Conocía bien esa postura: María solo se ponía así cuando la ansiedad la sobrepasaba, sobre todo por temas de trabajo. Y siempre, siempre que ocurría, yo era quien iba a recogerla. Me arrodillé a su lado y rodeé sus hombros con mis brazos, sintiendo el calor de su piel temblar bajo mis manos. No era la María segura y dominante de siempre; En ese momento, era mi María frágil, y yo, su apoyo.
Sus dedos apretaron mis cachetes, como en sus momentos más cariñosos, pero ahora con un dejo de desesperación.
El solitario, casi sin pensarlo:
—¿Y por qué esa fantasía?
En mi mente, vi las manos de Marcos sobre ella aquella tarde en el gimnasio, cuando estaba estirada boca abajo en la máquina de extensiones. Él se inclinó, apoyando sus manos en un lugar que no tenía nada que ver con la corrección de postura. Ella solo irritante, como si ese contacto indebido fuera un chiste privado entre ellos.
El audio del video seguía flotando en la habitación, indecente:
“¿Te gusta cómo la hago gozar?” dijo la voz grave del amante.
En mi cabeza, lo escuché casi como una broma directa a mí, y me preguntó si María, si estuviera en ese lugar, respondería que sí.
—No es lo que piensas, Pixel, amor —dijo entonces, acercándose de nuevo, sus muslos fuertes rozando los míos—. Son solo fantasías. Tú sabes que me gusta escribir.
—¿Te gusta Marcos? —pregunté, y mientras las palabras salían, mi cabeza se llenó de otras imágenes: María saliendo de la facultad cada tarde, acompañada de Sofía y de algún chico nuevo distinto cada vez. Siempre riendo, siempre llamando la atención. Tuvo su fama de alocada y de algo más… aun así me eligió a mí.
¿Por qué?
Los gemidos del video seguían, como si fuera el telón de fondo de mis dudas.
María alzó la cara de golpe, mirándome fija, y movió la cabeza con energía, como queriendo sacudirse la pregunta.
—No, no, no… —dijo rápido, aferrándose a mi franela con las dos manos. Sentí el tirón contra mi pecho, el calor de sus dedos atravesando la tela.
—Entonces… ¿por qué la fantasía es con él? —insistí.
Ella dudó. El color le subió a las mejillas y volvió a bajar la cabeza, esquivando mi mirada.
—Pixel… amor… —susurró—. Él es guapo… imponente… y…
…con ese bulto enorme marcando contra tu glúteo, pensé.
—Ay… qué grande… qué rico… ¡uf!… qué rico, dele, ay, hágale, dele, dele…
Los sonidos del video seguían corriendo, persistentes, crueles, colándose en mi pecho como golpes secos.
“Y ahí estabas tú, en mi mente, sin apartarte… disfrutándolo”.
—Que mi cornudito mire… ay… mire cómo me lo da…
El audio lo soltó justo en ese instante, como si respondiera por ti.
—Son solo relatos… —continuó María, la voz con un temblor que intentaba disimular—. Hace tiempo Sofía me regaló un libro… era sobre eso… y se me dio por escribir.
Sus palabras se fueron apagando, y con ellas esa seguridad que siempre llenaba nuestra casa. Se inclinó un poco más; sus muslos rozaron los míos, y me dio un golpe suave en el pecho, casi como una caricia disfrazada, como si quisiera escapar de la tensión que había entre nosotros.
—Me duele, Pixel… eres el chico de mi vida —susurró, sus ojos achinados buscándome. El calor de su piel me envolvía, junto a ese perfume que siempre llevaba cuando quería gustarme.
Saliva tragué. Siempre acepté que atrajeras miradas. Siempre me asombró que te fijaras en mí… más aún en la universidad, cuando siempre estabas rodeada de chicos.
—Pero soy suficiente, ¿amor? —pregunté, con miedo de escuchar la respuesta, apenas dejándola salir de mi garganta—. Sé que antes de mí… tu vida fue más alocada. Saliste con muchos chicos… ¿no te aburriste de mí?
María frunció el ceño, molesta.
—¡No, tonto! ¿Qué te pasa? —exclamó, el tono subiendo. Se enderezó, segura—. Tú eres mi chico. Desde que te vi, supe que eras para mí. ¿No te acuerdas del día que nos conocimos?
Su sonrisa amplia y genuina regresó un instante, marcando sus mejillas. Los dientes blancos brillaron bajo la luz, y por un momento, el peso de todo lo que había dicho parecía desvanecerse. Pero no para mí. Su voz y sus palabras se desvanecieron en mi cabeza, reemplazadas por el eco de sus relatos sobre Marcos. Me senté en el borde de nuestra cama, el nudo de mis miedos e inseguridades cada vez más apretado, mientras la miraba a ella, de pie, su silueta recortada contra la suave luz de la lámpara. La imagen de aquel video de cuckolding me quemaba por dentro, y de repente, mi mente se deslizó hacia atrás, al inicio de todo: aquellos días en el campus.

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