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Soltero de verano (Final): ¡Hannah! (IV)




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Compendio III


DÍA 4

Esa mañana empezó con Hannah dándome una mamada. Es un ritual que Marisol constantemente hace. Ella dice que mi corrida matinal es más eficiente que cualquier desayuno, calentando su estómago y dejándola satisfecha. Hannah, tan competitiva con mi esposa, no quería ser menos y le dio su mejor esfuerzo.

Soltero de verano (Final): ¡Hannah! (IV)

Sus ojos chispeaban con malicia mientras me miraba y sabía que yo estaba pensando en Marisol. Ella siempre tuvo una manera de hacerme sentir como el rey del mundo cuando hacía esto, como si tuviese a dos reinas peleando por mi semilla. Y aunque sabía que estaba mal, me sentía completamente vivo, como si fuera joven e invencible.

Una vez que me dejaba en ascuas, se trepó encima de mí, su cuerpo pequeño montándome por la cintura. Siempre estaba en control cuando ella iba arriba. Era un juego de poder, una declaración silenciosa de supremacía en el dormitorio. Se azotaba sobre mi pene, su conchita apretada recibiéndome de una pasada. No podía evitar gemir por mis labios y ella se reía, sus diamantes brillando con la victoria.

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Nuestros cuerpos se movían con una sincronía pulida a través de los años, de los dos saber exactamente lo que el otro deseaba. Yo le afirmaba de los pechos, jugando con sus pezones hasta que la hacía gemir y cabalgarme como una mujer poseída. Podía sentir su cuerpo apretándose en torno mío y sabía que le faltaba poco. La azotaba hacia arriba, encontrando su embestida hacia abajo con la mía, llevándola al limite de nuevo hasta que terminase gritando su orgasmo.

Era salvaje, real y todo lo que los dos necesitábamos. Mientras reposábamos ahí, empapados de sudor y sin poder respirar bien, no pude evitar sentirme satisfecho. Esta era la Hannah que yo conocía, la mujer que me podía poner de rodillas con una mirada.

Lo gracioso fue que Hannah me llevó al baño tomándome de la mano y sonriendo.

Bajo la ducha, ella me lavó, sus manos jabonosas deslizándose sobre mi cuerpo como si lo estuviera redescubriendo. Nos besamos bajo el chorro tibio, las burbujas de jabón reventando entre nosotros como pequeñas explosiones de pasión.

Y cuando mi erección se alzó de nuevo, me sonrió deliciosamente, como si hubiese encontrado su juguete favorito de nuevo.

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Su mano lo envolvió, sacudiéndolo suavemente y no pude evitar seguirle el ritmo. Nuestros ojos estaban fijos, y en esos momentos, yo sabía que lo volveríamos a hacer. Era inevitable. Habíamos cruzado una línea de la cual no podríamos regresar.

El agua nos limpiaba el jabón de nuestros cuerpos mientras nos besábamos, nuestras manos exploraban con completa libertad, reconociéndonos mutuamente con cada curva y músculo. Nunca fuimos tímidos sobre nuestros cuerpos y ahora, con años de abstinencia liberada, éramos como quinceañeros, descubriendo nuestros cuerpos por primera vez.

Mientras Hannah me estrujaba el pene, yo deslizaba la mano para estimular su botón, sintiendo su escalofrío y gemir apoyándose en mí. Era una sinfonía de placer, un baile que llevamos a cabo un montón de veces. Los dos habíamos cambiado desde esos días en la cabaña, pero la química permaneció intacta a través del tiempo

Salimos de la ducha, envolviéndonos en toallas y fuimos al dormitorio. Las cortinas estaban abiertas, permitiendo la luz solar entrar, pintando el dormitorio con un brillo acogedor. Ni siquiera hablamos, el aire denso con palabras discretas y deseos. La acosté en la cama, mis ojos deleitándose de su cuerpo desnudo. Sus pechos se notaban más llenos, su cuerpo más curvilíneo, pero en el fondo seguía siendo la misma Hannah de la que me enamoré.

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Nos besamos profundamente, nuestras lenguas explorando nuestras bocas como si fuera la primera vez. Sus piernas me envolvían por la cintura, acercándome a ella, como si quisiera volver a fusionarse conmigo. La metí en su interior, sintiendo su calidez y humedad rodearme. Era como deslizarse dentro de un abrazo tibio, una sensación que no había experimentado por un buen rato.

Sus gemidos se hicieron fuertes y otra vez, supe que le faltaba poco. Subí el ritmo, metiéndola con un hambre que había crecido con los años. Sus uñas me rasguñaban la espalda, dejándome un rastro de calor en su pasar. Podía sentirla apretándose de nuevo, sus músculos contrayéndose y liberándose en un ritmo delicioso que igualaba al mío.

Nuestros cuerpos estaban húmedos con sudor y agua, moviéndose juntos en perfecta armonía. Parecía que el tiempo no había pasado: nuestros cuerpos se recordaban mutuamente, recordaban la manera que encajábamos con tanta perfección.

Yo mismo sentía que me faltaba poco y no quería que terminara. Pero las uñas de Hannah se enterraron en mis hombros y se dobló, su orgasmo dándole como si fuera una ola. Le seguí al poco rato, mi propio orgasmo caliente e intenso, llenándola un poco más.

Nos quedamos ahí, jadeando y enredados, el sol del mediodía trazando sombras sobre nuestros cuerpos. El dormitorio permanecía en silencio aparte de nuestros corazones sincronizados. Era un momento de placer absoluto. Un momento que hacía todo lo demás en el mundo verse tan lejano.

Nuestro almuerzo fue un poquito silencioso. Su boleto estaba reservado para las 8 PM, y aunque los dos queríamos que se quedara, Marisol y mis niñas venían volando en camino para llegar al día siguiente.

Los dos sabíamos que era algo temporal, un pequeño escape de la realidad y que la realidad nos iba a dar una fuerte cachetada.

Fuimos a nuestro dormitorio de nuevo. Mi humilde hogar, que durante los primeros días parecía tan lejano para Hannah, se había combinado perfectamente con ella. Ahora, no le intimidaban los dibujos de mis niñas o las fotos de Marisol. Ella sabía que, si por algún milagro, nos hubiésemos quedado juntos, Hannah habría compartido una vida muy parecida a esta.

Su cuerpo desnudo, con su colita perfecta sacudiéndose, era un enorme contraste a la calma de la casa. Ya no nos molestábamos en vestirnos. Nos volvimos completos nudistas.

El dormitorio se había vuelto nuestro campo de batalla, un lugar donde luchábamos nuestros deseos y nuestras culpas. Pero en esos momentos, los deseos estaban ganando. Ella me cabalgó, sus pechos rebotando mientras me montaba como si estuviera compitiendo para ganar una copa. Le agarré el trasero, sintiendo esos músculos tensarse con cada caída.

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Nuestros ojos se volvieron a encontrar y noté algo en ella que no había visto en un buen tiempo. Era una mezcla de placer y de dolor, un recordatorio de lo que habíamos perdido y encontrado de nuevo. Sabía que pensaba en el tonto de Douglas, sobre la vida que pudimos haber tenido si hubiese tomado otra decisión. Pero ella estaba ahí, conmigo, y era todo lo que importaba.

Sus movimientos se volvieron más rápidos y desesperados, por lo que sabía que le faltaba poco. Alcé mis manos para pellizcar sus pezones y ella gimió, su conchita apretándose alrededor de mi pene. Era todo lo que yo necesitaba para venirme y la llené con mi semen, viendo cómo su rostro se contorsionaba de placer al venirse de nuevo.

Colapsamos en la cama, nuestros cuerpos enredados como un ovillo. El dormitorio estaba caliente, el aire denso con el aroma a sexo y la promesa de más por venir. El repiqueteo del reloj en mi velador era un recordatorio constante del poco tiempo que nos quedaba, pero lo ignoramos, disfrutando el momento.

Cuando le di vuelta y empecé a toquetear su trasero, Hannah no protestó. Habiéndola conocido, lo más seguro es que solamente yo he tenido sexo anal con ella, como si todavía guardase lo mejor para mí.

Sus nalgas se separaron con facilidad y me deslicé en su interior, sus gemidos llenando el dormitorio. La visión de ver su colita tragar mi pene es algo que nunca me va a aburrir. Su cuerpo entero era un lienzo, y yo era el artista, pintándola con mi propia calentura.

Nuestro ritmo se puso más intenso, el sonido de nuestra piel chocando, expandiéndose por toda la casa. La cabecera azotándose contra la pared, y los dos sabíamos que estábamos dejando marcas (tanto emocionales como físicas) que nunca se iban a desvanecer.

Soltero de verano (Final): ¡Hannah! (IV)

Sus ojos lagrimeaban, pero no me pidió que me detuviera. Al contrario, echó su cuerpo hacia atrás, metiéndome más adentro. El dolor era un recordatorio de nuestro pasado, un memento de que no debíamos estar haciendo esto. Pero el placer lo superaba todo, y los dos lo disfrutábamos.

La tomé por detrás, azotándola como si fuera la última vez que lo iba a hacer. La cama crujía debajo de nosotros, la cabecera golpeteando la pared siguiendo el ruido de nuestros corazones.

•¡Oh, Marco! ¡Oh, Marco! – gimió apasionada, su voz entremezclada con placer y dolor. - ¡No puedo!... ¡No puedo!

Pero ella podía y sí pudo. Su cuerpo me recibió completamente y lo disfrutó cada segundo. Parecíamos animales en celo, incapaces de tener suficiente uno del otro. Contemplé su rostro contorsionarse de placer mientras alcanzaba su botón para estimularlo, haciendo que pusiera los ojos en blanco.

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Los azotes de la cama contra la pared se hicieron más potentes y yo sabía que estábamos dejando un desastre que sería la comidilla de los vecinos. Pero por el momento, no me importaba. Todo lo que me interesaba era Hannah, su colita apretada sujetándome fuertemente, sus gemidos escandalosos miel para mis oídos.

El orgasmo que sintió le pegó con todo, gritando mi nombre, su cuerpo sacudiéndose dada la intensidad. Yo le seguí, mi pene pulsando en su ardiente interior a medida que le llenaba la colita con semen. Era un momento de éxtasis puro, un momento que parecía durar para siempre.

No tuvimos mucho tiempo para reposar. Hannah se duchó sola esta vez, mientras que yo abría las ventanas y limpiaba la cama. Sabía que a mi ruiseñor no le habría importado la esencia de otra mujer (de hecho, la habría puesto en celo), pero no soy el tipo de imbécil que va exponer a nuestras pequeñitas a mis perversiones.

Mientras Hannah se arreglaba, me di cuenta de su incomodidad por la manera graciosa en la que caminaba. Empacó su maleta y su computadora en silencio.

Mientras acarreaba sus cosas a la puerta, nos besamos otra vez. Ella sabía que, para mí, no era un amorío temporal. Hannah sabía que la amaba genuinamente y que no se trataba de un romance a escondidas para cada vez que Marisol me dejase a solas. Hannah sabía que, para mí, ella era mucho más que eso.

Aun así, su partida fue triste para los dos. La idea de que los dos estuviéramos juntos y compartiéramos una familia era bonita, pero era un sueño temporal. No hay manera que me divorcie de Marisol o abandone a mis niñas. Y Hannah me habría odiado si lo hubiese hecho.

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Por lo que la llevé al aeropuerto y lloramos mientras compartíamos nuestro último beso. Para el mundo exterior, debimos parecer como cualquier pareja de amantes despidiéndose. Y en cierta forma, lo éramos. Pero cualquier chispa que compartimos era fatua: un breve romance que nos mantuvo unidos por algo tan pequeño y volátil como un isótopo radioactivo del tamaño de una moneda (que tras 12 días de infructuosa búsqueda, fue encontrado): potente, inestable y destinado a decaer.


1 comentarios - Soltero de verano (Final): ¡Hannah! (IV)

nukissy4836
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