You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Once años después… (Final)




Post anterior
Compendio III


LA PARTIDA IV

Once años después… (Final)

Me desperté alrededor de las nueve. Y me odié a mí mismo: mi erección matinal estaba dura como palo.

Violeta seguía durmiendo y a pesar que su cuerpo se veía tan sexy como siempre, sería un desgraciado si me aprovechaba de ella.

Afortunadamente, mientras me escabullía del dormitorio, me encontré con mi esposa, Marisol. Al parecer, tenía problemas para dormir. Quizás eran ansias por volar. Quién sabe. Pero ella estaba ahí.

Cuando nos vimos, nos congelamos.

polvo

-¡Hola! – Nos saludamos mutuamente, nuestros tonos tensos como si hubiésemos roto un plato.

+Uhm… ¿Qué tal estuvo anoche? – me preguntó tensa.

Y sí, a Marisol le habría encantado verme acostándome con su hermana. Pero el problema es que amo a mi esposa y cuando está alrededor mío, me prende como toro en temporada de celo y no me gusta cuando se queda al margen.

-Pues… estuvo bien. – Le respondí tan tenso como ella. – Aunque apenas pudo aguantar dos veces… y para cuando le rompí la cola, estaba agotada.

+¡Ya veo! - Comentó con sorpresa.

Empezó a juguetear con los dedos. Marisol entendió a lo que me refería. Cuando te acuestas con un tipo que desarrolla obsesiones compulsivas por más de una década, realmente te cambia y nos es difícil salirnos de la rutina.

-Y ahora… estoy así. – Le señalé mi erección matinal.

A mi ruiseñor se le hizo literalmente agua la boca.

+¿Y tú… no la despertaste… para aliviarte de eso? – preguntó mi ruiseñor, embelesada por mi virilidad.

-Todavía está durmiendo… y sabes que soy completamente inútil cuando ando así. – le respondí.

Saltamos a la ducha. Vaya que su conchita resultó refrescante.

tetona caliente

Mientras embestía a mi amada, inmovilizándola contra la pared, besándola con locura, no hacía más que reafirmarme lo que he sabido durante años: Marisol es la única mujer para mí.

Sus gemidos eran como música para los oídos. Era como si nada me importara en el mundo. El ruido del agua chapoteando y su voz era todo lo que necesitaba.

Además, sus pechos se sentían diferentes. Gracias a la leche materna de nuestro pequeño Jacinto, sus pechos se sentían más pesados y el sabor de su leche me enloquecía.

No puedo entender lo que me pasó: me tiré a Violeta sin parar. Pero mi tiempo con Marisol fue completamente refrescante. Como si mi esposa me hubiera recuperado algo dentro de mí.

Sus ojitos color esmeralda no me perdían de vista mientras la iba metiendo en su interior, sus uñas clavándose en mis hombros con firmeza. Estaba tensa, tan apretada, como si hubiese sido ella la que no hubiese hecho el amor por semanas.

Y no pude aguantar más: el cuerpo de Marisol me enloquece, sus pechos vibraban descontrolados y a diferencia de Violeta, a Marisol le podía dar como caja sin siquiera inmutarse.

Le di hasta el fondo, llenando a mi mujer con mi crema caliente y húmeda. Me sentí como un tren descarrilándose: montones y montones de semen rellenaban el sexo de mi esposa y ella, gimiendo como ambulancia.

Hasta me flaquearon las rodillas, con mi pene temblando en el interior de la mujer que verdaderamente amo. Por su parte, mi ruiseñor parecía haber resistido una bomba, lo cual no estaba lejos de la realidad: su respiración era agitada, su cuerpo estaba exhausto. Apoyó la cabeza en mi pecho, como si tratase de encontrar paz mientras escuchaba mi corazón acelerado.

Nos vestimos y fuimos donde mis padres para nuestro último almuerzo juntos. Mi mamá se dio cuenta del cansancio de Marisol y del mío, por lo que les expliqué que aprovechamos al máximo la última noche sin las niñas, comentario que hizo reír a mi padre y a mi hermano.

Pero por la tarde, regresé a la casa de Verónica. Marisol se quedó a ayudar a las niñas a guardar las cosas. Aunque para mí, significaba de pegarme un último revolcón con Verónica.

Marisol y yo dejamos las maletas hechas la noche anterior a mi encuentro con Violeta, por lo que no tenía excusa para no compartir la cama una vez más con mi suegra.

infidelidad consentida

Apenas perdimos tiempo. Verónica me recibió con un beso en los labios, nuestras ropas desparramadas hasta llegar a su dormitorio, donde hacía apenas unas horas, hice que Violeta se volviera toda una mujer.

Hablando de ella, Violeta se sintió triste de vernos partir, por lo que fue a visitar a su medio hermana Pamela, significando que Verónica y yo teníamos la casa para nosotros.

Una vez en el dormitorio, empezó a desnudarme, sus ojos brillaban con la misma hambre que encendía nuestros encuentros anteriores. Las manos de Verónica me traían recuerdos, aunque todavía me estremecía el cuerpo cuando sus dedos palpaban mis abdominales, bajando a mi creciente erección.

suegra y yerno

A pesar de ser doce años mayor que yo, Verónica todavía mantiene la figura que me calentaba cuando salía con Marisol. Aunque sus pechos estén un poco más caídos y blandos que los de sus hijas, siguen siendo más carnosos que los de Marisol, además de más sensibles, al punto que no le es difícil alcanzar un orgasmo al pellizcarle los pezones.

Su piel, aunque un poco más desgastada por el tiempo, se sentía terciopelada bajo mis dedos. Definitivamente, no se avergüenza de su edad. Tiene la confianza de una mujer que sabe lo que quiere y no tiene miedo de tomarlo.

No teníamos mucho tiempo. Dos horas, estirándolas a tres como mucho, no es suficiente. Como mencioné, la familia de Marisol está llena de putas.

Y Verónica… tal vez sea la más grande.

Sus ojos brillaban de calentura mientras me iba besando el pecho y empezaba a lamer los pezones, con la lengua revoloteando en torno a mis tetillas. Mi pene se ponía más duro y tieso con el movimiento de su lengua.

No aguantó demasiado y me la empezó a chupar. Está a otro nivel. Si bien, Marisol se ocupa a diario de mi erección matutina con la boca, Verónica todavía podía darle unas cuantas lecciones a su hija.

Once años después… (Final)

Su boca era un encanto y sus habilidades inigualables. Era como la fusión entre el amor con el hambre. Y mientras me daba una garganta profunda, no pude evitar recordar la primera vez que lo hicimos.

En esos tiempos, yo era inocente. Nunca a le había sido infiel a Marisol y ni siquiera me daba cuenta de que la tenía grande o gruesa.

Pero Verónica estaba desesperada: la verga de Sergio era la mitad que la mía y se iba cortado en menos de tres minutos.

polvo

Yo era joven, me mantenía en forma y andaba caliente constantemente. Cuando vio mi erección matinal por primera vez, sus instintos de puta despertaron y empezó nuestra infidelidad.

Me enseñó todo, desde hacerme mamadas increíbles hasta cómo hacerle la cola. De hecho, la primera vez que hicimos el amor, lo hicimos a palo, siendo que con Marisol siempre lo hacíamos con condones.

Por eso pienso que Verónica incluso me quitó la virginidad.

Y aunque ahora ella es dueña de una panadería y se tira sus jóvenes y adolescentes empleados, al parecer nadie da la talla que Guillermo, la pareja actual de Verónica y yo le damos.

tetona caliente

Estaba tan desesperada como yo. Verónica necesitaba que alguien le diera verga y yo necesitaba ver sus maravillosos pechos rebotar, por lo que parecía habernos unido el destino.

Su mano bajó hasta su propio sexo y sus dedos se deslizaron entre sus húmedos, ardientes pliegues mientras ella se iba acariciando al ritmo de sus embestidas. Sus gemidos se volvieron más fuertes y demandantes y sabía que le faltaba poco.

Teníamos poco tiempo para cortesías. Nos besamos y comimos la boca por un rato, pero nuestro objetivo principal era darnos duro y rápido.

Tenía los ojos vidriosos mientras la penetraba a lo perrito y sus pechos se balanceaban como globos con agua con cada embestida. Estaba mojada como una cascada y apretada como una adolescente.

infidelidad consentida

Pueden creer que no me quedaban ganas. Pero el vuelo a Sydney dura más de doce horas, más otras dos horas hasta Melbourne. Por lo que sí: doce horas sin sexo para mí es un período de sequía.

Por lo que cuando Verónica me suplicó que le diera por la cola, no podía negarme. Sabía que ella lo disfrutaba tanto como sus hijas y estaba ansiosa por conseguir lo que hacía tiempo no le daban.

En cierta forma, era el arregla perfecto: Yo quería vaciarme los testículos todo lo que pudiera y Verónica estaba ansiosa de vaciármelas a más no poder.

Tenía la cola apretada y caliente. Al igual que Violeta, lo buscaba con ganas, pero a diferencia de ella, no necesitaba calentamiento previo. Estaba lista, toda una profesional.

Como Marisol, no necesitaba lubricante. Recuerden, estábamos justos de tiempo y había que apurarse, sexo anal incluido.

El cuerpo de Verónica seguía tan tenso como siempre, su cola apretándome como un bozal. Empujaba contra mí viciosa, deseosa de más y sus gemidos retumbaban por toda la casa.

suegra y yerno

Para estas alturas, las cosas se caían de su velador. La cabecera de la cama se azotaba incluso más fuerte, como si un tren de carga atravesara por el dormitorio de Verónica.

Su ano estaba tan apretado, que parecía como si me estuviera tirando a una virgen primeriza. Los dos sabíamos que sería una despedida memorable. Y ella le estaba dando con todo.

•¡Marco, sí! ¡Sí! – Gritaba alocada, su cuerpo sacudiéndose mientras la pistoneaba por detrás.

Mi verga se vino como manguera. Litros y litros de semen rellenaron el culo desesperado de mi suegra. Estábamos cubiertos de sudor, exhaustos. Había pasado hora y media.

Nos tiramos en la cama, jadeando agotados. Verónica tenía una sonrisita radiante que era una mezcla de satisfacción y arrogancia. Sabía que le habían dado como caja con la mejor verga que había tenido en su vida. Y también sabía que no la volvería a tener.

O al menos, por un tiempo.

Mi verga seguía hinchada, apretada dentro de su culo. Por eso soy su yerno favorito. El delgado pene de Ramiro ni siquiera se compara con el mío.

La saqué y Verónica saltó instantáneamente sobre ella. Al igual que a Marisol, mi suegra disfruta tener un buen pene en la boca.

•¡Voy a echarte de menos! – Me dijo sorbiéndolo con tristeza. – Los cabros de la panadería no la tienen tan grande y no me llenan tan rico tampoco… además, todavía tengo que esperar una semana entera sin Guillermo. Apuesto que lleva dos meses aguantándose.

Sus palabras me sonaron dulces y un poco amargas a la vez. Pero al mirarme, sabía que compartíamos algo especial que nos acompañaría para siempre.

Pero me llamaba la atención la forma en que hablaba de Guillermo, revelando sentimientos profundos. Como digo, puede que él no sea ni el más atractivo ni el más varonil. Pero al menos trata bien a Verónica. Aunque claro, mi suegra tiene sus amantes, pero parece querer a Guillermo de verdad y tal vez, le sería más fiel si él no tuviese que trabajar tanto.

De cualquier manera, nos metimos juntos a la ducha. La misma ducha donde le hice el amor a Marisol horas antes. Pero esta vez, no cogimos. O para ser más exacto, no me la cogí.

Once años después… (Final)

Lo que quiero decir es que sí la manoseé, le metí mis dedos, le devoré la concha mientras nos duchábamos. Verónica estaba agradecida. Ella lo necesitaba.

Incluso le metí algunos dedos por la cola, hasta el punto de hacerle temblar las piernas.

A cambio, cuando nos secamos, volvió a chuparme el pene. Suavemente. Con dulzura. Quería probar mi semen de nuevo. No se lo impedí.

Su boca se sentía de lo mejor mientras me iba tragando hasta el fondo de la garganta, sus ojos llorosos, pero sin parar de mirarme. Yo sabía que me extrañaría tanto como yo a ella.

Para cuando la ahogué por el fondo de la garganta y la alimenté con mi corrida, ya era hora. Ella se vistió, al igual que yo y nos besamos una última vez, más como amantes que suegra y yerno.

En casa de mis padres, las maletas estaban listas y mis hijas llorando. Iban a echar de menos a su “Tata” y a su “Abu”, pero así es la vida.

Mi viejo me abrazó fraternalmente y me dijo que me cuidara, mientras mi mamá, con los ojos llorosos, me pedía que me portara bien. Quizás no tenga la idea completa de los tejemanejes que me pasan en casa de Verónica, pero a lo mejor lo está averiguando.

Llegamos al aeropuerto. Abordamos nuestro vuelo.

Mientras el avión rodaba por la pista, comprendí mejor la razón por la que hui once años atrás:
La única forma en que estilo de vida podría haber funcionado habría sido si yo no tuviese hijos.

Porque podría tirarme a Marisol, Violeta y Verónica en casa de mi suegra. Podría acostarme con Amelia al mediodía, mientras Ramiro trabaja y sus hijos están en la escuela. Podría ir a casa de Pamela y acostarme con ella sin miramientos.

Pero lo único que me lo impide ahora es que soy un papá. Y sí, el sexo es maravilloso y acostarse con cualquiera también. Sin embargo, yo quería ser papá desde hace mucho. Y cuando me di cuenta de que Marisol podía convertirse en una excelente mamá, todas las otras mujeres perdieron el significado.

Como les digo, hoy en día parece que las mujeres me saltan encima. Pero no es porque las persiga ni las seduzca. Solo intento ser amable y práctico. Dar una mano.

Empiezo a creer las palabras de mi ruiseñor cuando dice que soy atractivo y que mis ojos son encantadores y sinceros. Pero no siento que me salga de la norma. Me mantengo en forma, pero solo para seguirle el ritmo a Marisol. Gano buen dinero, pero ni me preocupo ni presumo de ello. Soy educado, porque creo que todo el mundo merece ser escuchado.

Y de alguna manera, esa constante exposición conmigo se traduce a que las mujeres me inviten a tomar café. abrazos, besos, toqueteos y finalmente, terminando ya sea en un motel o en el dormitorio de alguien.

No lo persigo, pero tampoco lo rechazo.


0 comentarios - Once años después… (Final)