"Entre Botellas y Secretos"
Hola a todos.
Después de tantos años (y tantas pajas mentales compartidas con esta comunidad), por fin me animo a contar una de mis aventuras más calientes. Esto pasó cuando tenía 29, en plena pandemia, cuando el encierro y el calor nos volvían a todos un poco más… atrevidos.
Mi mejor amigo y yo abrimos una botillería con delivery para sobrevivir a esos meses de cuarentena en pandemia. Él se encargaba de los repartos, su novia, Valeria, manejaba los pedidos por teléfono, y yo me quedaba en el local, organizando todo. Los tres éramos cercanos—de esos amigos que comparten hasta los trapos sucios—pero con el tiempo, las cosas empezaron a tomar un giro mucho más interesante.
Un poco de contexto:
Valeria y mi amigo se conocieron en la universidad, en un electivo random. Ella estudiaba Enfermería; él, Ingeniería. Cuando empezó la pandemia y las clases se volvieron virtuales. y con mas tiempo comenzó todo.
Después de cerrar el local, siempre nos quedábamos tomando algo, riendo y contando historias. Con el alcohol de por medio, las conversaciones se volvían cada vez más íntimas: experiencias sexuales, fantasías, confesiones. Nada fuera de lo normal entre amigos… hasta que sí lo fue.
La tensión que se cocinaba a fuego lento:
Con el tiempo, Valeria y yo empezamos a tener más confianza, me buscaba para hablar de sus problemas, sus inseguridades, incluso cosas de su relación. Yo la escuchaba, le daba consejos, pero siempre con respeto—nunca quise cruzar esa línea.
Al menos no al principio.
Porque luego, cada vez que mi amigo salía a repartir, algo cambiaba. Valeria empezó a vestirse diferente: calzas ajustadas que marcaban cada curva, faldas cortas que se le subían cuando se sentaba frente a mí, blusas escotadas que dejaban poco a la imaginación. Yo me hacía el weón, claro, pero notaba cómo buscaba mi mirada,

imagen de referencia
el localElestaba en silencio, solo el zumbido del refrigerador y el ocasional sonido de botellas chocando mientras organizaba el stock. Valeria estaba sentada en el taburete alto junto al mostrador, balanceando una pierna con esa lentitud calculada que hacía imposible no mirar. Llevaba esas calzas negras que sabía que la hacían ver irresistible, y una blusa holgada que se corría con cada movimiento, dejando al descubierto el borde fino de su sostén de encaje.

—"Oye, ¿te acuerdas de esa vez que nos contaste lo de esa chica que conociste en el sur?" —preguntó de pronto, jugueteando con el hielo de su vaso.
—"¿Cuál? He contado como tres historias del sur" —respondí, fingiendo concentrarme en revisar una factura.
—"La que te siguió hasta el baño del hostel…" —dijo, bajando la voz como si alguien más pudiera escucharnos—. "Nunca terminaste de contar qué pasó después."
Me reí, pasando un dedo por el borde de mi vaso. "Ah, esa. Nada, solo un buen rato."
Ella hizo un gesto de falsa decepción. "Qué poca gracia tienes para contar historias."
—"No es como si fueran para contarlas completas" —respondí, mirándola de reojo.
Valeria se mordió el labio, como si mi respuesta la hubiera intrigado más. Se bajó del taburete y se acercó, pasando tan cerca que su cadera rozó el mostrador donde yo estaba apoyado. Un roce mínimo, pero suficiente para que el aire se volviera más denso.
—"Siempre te haces el misterioso" —dijo, hojeando el cuaderno de pedidos sin verdadero interés—. "Seguro exageras."
—"O tal vez solo me guardo los mejores detalles" —contesté, sosteniendo su mirada.
Ella sonrió, como si le gustara el juego. Se inclinó un poco hacia adelante, dejando que su escote hiciera el trabajo por ella. "¿Y qué tipo de detalles te guardas?"
Me encogí de hombros, tratando de mantener la compostura. "Cosas que no se cuentan… a menos que haya un interés real."
Valeria soltó una risa suave, como si mi evasión la divirtiera. "Qué conveniente."
Se alejó unos pasos, pero no lo suficiente como para romper la tensión. Cada movimiento suyo era estudiado: cómo se ajustaba el pelo detrás de la oreja, cómo se humedecía los labios antes de hablar, cómo sus dedos trazaban círculos lentos sobre el mostrador.
—"Oye, ¿tú crees que la gente puede ser infiel sin remordimientos?" —preguntó de pronto, como si hablara del clima.
El cambio de tema me tomó por sorpresa. "Depende… ¿por qué lo preguntas?"
—"No sé, solo pensando en voz alta" —dijo, encogiéndose de hombros—. "A veces la gente quiere cosas que no debería, ¿no?"
—"Todos tenemos tentaciones" —respondí, eligiendo las palabras con cuidado—. "Pero no todos las seguimos."
Ella asintió, como si mi respuesta confirmara algo. "Claro… aunque a veces la tentación es demasiado fuerte."
Se acercó de nuevo, esta vez deteniéndose justo al lado mío. Su perfume, algo dulce y embriagador, me envolvió. Podía sentir el calor de su cuerpo, apenas a unos centímetros de distancia.
—"¿Y tú?" —susurró—. "¿Eres bueno resistiendo tentaciones?"
El doble sentido flotaba en el aire, pesado y caliente. Por un segundo, consideré seguir el juego, pero en lugar de eso, me aparté con una sonrisa.
—"Depende de qué tan bueno sea el premio."
Valeria rio, baja, como si mi respuesta la hubiera complacido. "Qué respuesta más cómoda."
—"Soy un hombre práctico."
Ella me miró un segundo más de lo necesario, como si estuviera decidiendo algo. Luego, con un movimiento deliberadamente lento, estiró el brazo para alcanzar una botella en el estante detrás de mí, rozando su pecho contra mi espalda en el proceso.
—"Perdón" —murmuró, sin sonar arrepentida en lo más mínimo.
—"No hay problema" —respondí, aunque mi pulso acelerado decía lo contrario.
El sonido de una moto acercándose nos hizo separarnos de golpe. Valeria retrocedió, arreglándose el pelo como si nada hubiera pasado.
—"Creo que es tu amigo" —dijo, pero su sonrisa era traviesa, como si ya estuviera planeando el siguiente movimiento.
Y yo, por primera vez, me di cuenta de que esto ya no era un juego inocente.
Era solo cuestión de tiempo antes de que uno de los dos cediera.
al otro dia llegue antes, para ordenar unas cosas
El timbre de la puerta sonó cuando Valeria entró al local con ese aire fresco que siempre traía consigo. Daniel había salido a repartir un pedido urgente al otro lado del barrio, y nos habíamos quedado solos otra vez.
—"Hace un calor insoportable" —dijo, pasándose una mano por el cuello húmedo mientras dejaba su bolso sobre el mostrador.
Yo asentí sin mirarla directamente. Desde que empezaron esos juegos, era mejor no tentar al destino. Pero ella, como siempre, tenía otros planes.
—"Oye, ¿me prestas tu notebook un rato?" —preguntó de pronto, mordiendo distraídamente el borde de su labio inferior—. "Tengo que revisar unos documentos de la universidad y el celular no me deja editar bien."
—"Claro, ahí está" —respondí, señalando hacia la pequeña oficina al fondo del local.
Valeria tomó la laptop con una sonrisa y desapareció unos minutos. Cuando volvió, traía un brillo particular en los ojos.
—"Listo, ya terminé" —dijo, deslizando el dispositivo hacia mí—. "Aunque creo que se me olvidó cerrar mi WhatsApp Web... sería terrible si alguien lo viera, ¿no?"
El doble sentido flotó en el aire como un desafío.
La Tentación en Pantalla
La pantalla del notebook aún mostraba la conversación abierta entre Valeria y Daniel.
"Valeria: ¿Vas a llegar tarde hoy?"
"Daniel: No creo, pero quién sabe..."
Nada fuera de lo común. Hasta que, de repente, un nuevo mensaje entró.
[Foto]
La miniatura era borrosa, pero suficiente para hacer que mi pulso se disparara.
Valeria, que se había quedado cerca del mostrador fingiendo revisar unos papeles, lanzó una risa suave al ver mi reacción.
—"Parece que alguien está recibiendo mensajes interesantes" —comentó sin mirarme, jugueteando con un mechón de pelo—. "Qué peligro tener las cosas abiertas, ¿no?"
No respondí. Pero el cursor sobre esa miniatura era una tentación imposible de ignorar.
Un clic.
Y ahí estaba ella.
En el espejo de su baño, con esa blusa que siempre usaba los días que sabía que estaríamos solos. El escote, la curva de su cintura, esa mirada que sabía exactamente lo que provocaba.

No era explícita. Pero tampoco inocente.
—"Todo bien por ahí?" —preguntó Valeria con voz dulce, como si no supiera exactamente lo que estaba pasando.
Cerré la ventana con rapidez.
—"Sí, solo revisando unos números" —mentí, mientras ella sonreía con esa complicidad que nos estaba llevando al borde del precipicio.
La Llamada que lo Cambió Todo
Esa noche, ya en casa, mi teléfono vibró.
Un mensaje de Valeria.
[Foto]
Esta vez no había duda alguna.
Ella, recostada en su cama, con las sábanas apenas cubriendo lo esencial. La luz tenue acariciando cada curva.

"Valeria: Se me olvidó preguntarte antes... ¿te gustó lo que viste en mi chat?"
El siguiente mensaje llegó antes de que pudiera responder:
"O mejor... ¿qué hubieras hecho si Daniel no llegaba tan rápido hoy?"
Y así, con una simple foto y una pregunta cargada de malicia, Valeria convirtió nuestro juego peligroso en algo mucho más real.
Con el tiempo negocio se derrumbó como un castillo de naipes. Daniel y yo discutíamos cada vez más: él quería mantener todo como estaba, yo insistía en modernizarnos con un sistema de pedidos online. Valeria, irónicamente, siempre tomaba mi lado en esas discusiones, pero no solo por lo nuestro. Ella también creía que debíamos crecer.
Los celos de Daniel se volvieron evidentes. Cada vez que Valeria apoyaba mis ideas, su mirada se oscurecía. "¿Por qué siempre le haces caso a él?", le espetó una vez frente a mí. La tensión ya no era solo sexual, sino una bomba de tiempo a punto de explotar.
Hasta que un día, todo terminó.
Un año después
despues de la disco , seguí en un after conocido en la ciudad, el after olía a alcohol barato y perfume caro. Estaba con Camila, una chica que conocí hacía poco, cuando de pronto vi esa silueta familiar entre la multitud.
Valeria.
Con un vestido negro que se le pegaba al cuerpo como una segunda piel, riendo con sus amigas. Nuestras miradas se encontraron y, como si el tiempo no hubiera pasado, sonrió.
—"Hace siglos" —dijo al acercarse, ignorando por completo a Camila—. "Te ves bien."
—"Tú mejor" —respondí, sintiendo ese viejo voltaje recorriéndome la espalda.
Hablamos de trivialidades mientras Camila, incómoda, se alejó "a buscar a sus amigas". Valeria no disimuló su victoria.
—"Extrañé esto" —susurró, rozando mi pierna con la suya bajo la mesa.
—"¿El qué?"
—"Que alguien me entienda sin hablar."
"Un año sin vernos y sigues mirándome como si me quisieras devorar", murmuró Valeria al acercarse, sus labios rozando mi oreja mientras el calor de su cuerpo se pegaba al mío.
—"Porque es exactamente lo que quiero hacer", le respondí, sintiendo cómo su mano bajaba hasta mi entrepierna, encontrándome ya duro bajo el jean.
Ella sonrió, maliciosa.
—"Tu departamento queda cerca, ¿no?"
La Noche que Nunca Olvidaré
No llegamos ni a cerrar bien la puerta. Valeria me empujó contra la pared, sus uñas clavándose en mi cuello mientras su boca se sellaba contra la mía con un hambre que solo el tiempo acumulado podía explicar.
—"Te extrañé, maldito hijo de puta", jadeó entre besos, mientras mis manos le arrancaban el vestido, dejándola solo en lencería negra.
La levanté en brazos y la llevé a la cama, donde caímos en un torbellino de piel, sudor y desesperación. Sus piernas se abrieron como si llevaran meses esperándome, y yo no perdí tiempo: le arranqué la tanga con los dientes antes de hundir mi cara entre sus muslos.
Y ahí estaba.
Su concha empapada, hinchada de deseo, con ese aroma dulzón y adictivo que recordaba demasiado bien. La primera lengüetada la hizo arquearse violentamente, sus manos aferrándose a las sábanas.
—"¡Ah, mierda, sí! Justo ahí, no pares—"
No tenía intención de hacerlo.
La devoré como un hombre sediento en el desierto, bebiendo cada gemido, cada contracción de sus muslos alrededor de mi cabeza. Sus gritos se volvieron más agudos cuando introduje dos dedos dentro de ella, encontrando esa pared interna que la hacía retorcerse.
—"Vas a chorrearme toda la cama, ¿verdad?", gruñí contra su piel, sintiendo cómo sus fluidos ya empapaban las sábanas.
Ella solo respondió con un quejido largo cuando la llevé al primer orgasmo, su cuerpo convulsionando bajo mi boca. Pero no le di tregua. Seguí lamiéndola, más lento ahora, saboreando cada gota mientras sus piernas temblaban.
—"No puedo— ¡Es demasiado!", gritó, pero sus manos me apretaban la cabeza, pidiendo más.
Fue entonces cuando me subí sobre ella, alineando mi verga dura y pulsante con su entrada.
—"Mírame", ordené, y cuando sus ojos oscuros, llenos de lujuria, se encontraron con los míos, la empujé dentro de ella de una embestida brutal.
El gemido que soltó rasgó el aire.
Tres Horas de Pecado
No hubo descanso. La tomé en cada posición imaginable:
Contra la pared del balcón, donde sus gritos se mezclaron con el ruido de la calle mientras sus uñas me marcaban la espalda.
Sobre el sillón, con ella montándome como si quisiera vaciarme hasta la última gota, sus pechos rebotando frente a mi cara.
De perrito en la cama, donde le agarraba las nalgas con fuerza, escuchando cómo su concha goteaba cada vez que la embestía.

—"Dime que no lo hace así contigo", le gruñí al oído, sintiéndola apretarse alrededor de mi verga como si intentara retenerme para siempre.
—"Nunca— ¡Nunca como tú!", gimió, antes de correrse otra vez, mojándome hasta las rodillas.
Cuando por fin llegó mi turno, la obligué a ponerse de rodillas frente al espejo.
—"Mírate", ordené, agarrando sus pelos mientras mi otra mano le apretaba un pecho. "Mírate cómo me necesitas."
Y entonces, con un gemido gutural, la llené hasta el borde, viendo en el reflejo cómo su cara se distorsionaba de placer.

El Regreso a la Realidad
Las tres horas pasaron en un suspiro. Valeria se vistió en silencio, cada movimiento lento, como si su cuerpo aún no se recuperara.
—"Daniel cree que estoy con mis amigas", dijo por fin, ajustándose el vestido frente al espero.
Yo no pregunté si se sentía culpable. Sabía la respuesta.
Antes de irse, se detuvo en la puerta.
—"Esto no vuelve a pasar", murmuró, pero sus ojos decían lo contrario.
—"Claro que no", mentí, sabiendo que ambos guardaríamos este recuerdo hasta la próxima vez que el destino nos cruzara.
La puerta se cerró.
Y en la cama, solo quedó el aroma a sexo y las manchas húmedas de lo que nadie más sabría.
Fin.
espero que hayan disfrutado del relato, tanto como yo me calenté escribiendo y recordando, lamento las fotos pero no tengo registro, son de referencias, si les gusta puedo seguir con otras.
Hola a todos.
Después de tantos años (y tantas pajas mentales compartidas con esta comunidad), por fin me animo a contar una de mis aventuras más calientes. Esto pasó cuando tenía 29, en plena pandemia, cuando el encierro y el calor nos volvían a todos un poco más… atrevidos.
Mi mejor amigo y yo abrimos una botillería con delivery para sobrevivir a esos meses de cuarentena en pandemia. Él se encargaba de los repartos, su novia, Valeria, manejaba los pedidos por teléfono, y yo me quedaba en el local, organizando todo. Los tres éramos cercanos—de esos amigos que comparten hasta los trapos sucios—pero con el tiempo, las cosas empezaron a tomar un giro mucho más interesante.
Un poco de contexto:
Valeria y mi amigo se conocieron en la universidad, en un electivo random. Ella estudiaba Enfermería; él, Ingeniería. Cuando empezó la pandemia y las clases se volvieron virtuales. y con mas tiempo comenzó todo.
Después de cerrar el local, siempre nos quedábamos tomando algo, riendo y contando historias. Con el alcohol de por medio, las conversaciones se volvían cada vez más íntimas: experiencias sexuales, fantasías, confesiones. Nada fuera de lo normal entre amigos… hasta que sí lo fue.
La tensión que se cocinaba a fuego lento:
Con el tiempo, Valeria y yo empezamos a tener más confianza, me buscaba para hablar de sus problemas, sus inseguridades, incluso cosas de su relación. Yo la escuchaba, le daba consejos, pero siempre con respeto—nunca quise cruzar esa línea.
Al menos no al principio.
Porque luego, cada vez que mi amigo salía a repartir, algo cambiaba. Valeria empezó a vestirse diferente: calzas ajustadas que marcaban cada curva, faldas cortas que se le subían cuando se sentaba frente a mí, blusas escotadas que dejaban poco a la imaginación. Yo me hacía el weón, claro, pero notaba cómo buscaba mi mirada,

imagen de referencia
el localElestaba en silencio, solo el zumbido del refrigerador y el ocasional sonido de botellas chocando mientras organizaba el stock. Valeria estaba sentada en el taburete alto junto al mostrador, balanceando una pierna con esa lentitud calculada que hacía imposible no mirar. Llevaba esas calzas negras que sabía que la hacían ver irresistible, y una blusa holgada que se corría con cada movimiento, dejando al descubierto el borde fino de su sostén de encaje.

—"Oye, ¿te acuerdas de esa vez que nos contaste lo de esa chica que conociste en el sur?" —preguntó de pronto, jugueteando con el hielo de su vaso.
—"¿Cuál? He contado como tres historias del sur" —respondí, fingiendo concentrarme en revisar una factura.
—"La que te siguió hasta el baño del hostel…" —dijo, bajando la voz como si alguien más pudiera escucharnos—. "Nunca terminaste de contar qué pasó después."
Me reí, pasando un dedo por el borde de mi vaso. "Ah, esa. Nada, solo un buen rato."
Ella hizo un gesto de falsa decepción. "Qué poca gracia tienes para contar historias."
—"No es como si fueran para contarlas completas" —respondí, mirándola de reojo.
Valeria se mordió el labio, como si mi respuesta la hubiera intrigado más. Se bajó del taburete y se acercó, pasando tan cerca que su cadera rozó el mostrador donde yo estaba apoyado. Un roce mínimo, pero suficiente para que el aire se volviera más denso.
—"Siempre te haces el misterioso" —dijo, hojeando el cuaderno de pedidos sin verdadero interés—. "Seguro exageras."
—"O tal vez solo me guardo los mejores detalles" —contesté, sosteniendo su mirada.
Ella sonrió, como si le gustara el juego. Se inclinó un poco hacia adelante, dejando que su escote hiciera el trabajo por ella. "¿Y qué tipo de detalles te guardas?"
Me encogí de hombros, tratando de mantener la compostura. "Cosas que no se cuentan… a menos que haya un interés real."
Valeria soltó una risa suave, como si mi evasión la divirtiera. "Qué conveniente."
Se alejó unos pasos, pero no lo suficiente como para romper la tensión. Cada movimiento suyo era estudiado: cómo se ajustaba el pelo detrás de la oreja, cómo se humedecía los labios antes de hablar, cómo sus dedos trazaban círculos lentos sobre el mostrador.
—"Oye, ¿tú crees que la gente puede ser infiel sin remordimientos?" —preguntó de pronto, como si hablara del clima.
El cambio de tema me tomó por sorpresa. "Depende… ¿por qué lo preguntas?"
—"No sé, solo pensando en voz alta" —dijo, encogiéndose de hombros—. "A veces la gente quiere cosas que no debería, ¿no?"
—"Todos tenemos tentaciones" —respondí, eligiendo las palabras con cuidado—. "Pero no todos las seguimos."
Ella asintió, como si mi respuesta confirmara algo. "Claro… aunque a veces la tentación es demasiado fuerte."
Se acercó de nuevo, esta vez deteniéndose justo al lado mío. Su perfume, algo dulce y embriagador, me envolvió. Podía sentir el calor de su cuerpo, apenas a unos centímetros de distancia.
—"¿Y tú?" —susurró—. "¿Eres bueno resistiendo tentaciones?"
El doble sentido flotaba en el aire, pesado y caliente. Por un segundo, consideré seguir el juego, pero en lugar de eso, me aparté con una sonrisa.
—"Depende de qué tan bueno sea el premio."
Valeria rio, baja, como si mi respuesta la hubiera complacido. "Qué respuesta más cómoda."
—"Soy un hombre práctico."
Ella me miró un segundo más de lo necesario, como si estuviera decidiendo algo. Luego, con un movimiento deliberadamente lento, estiró el brazo para alcanzar una botella en el estante detrás de mí, rozando su pecho contra mi espalda en el proceso.
—"Perdón" —murmuró, sin sonar arrepentida en lo más mínimo.
—"No hay problema" —respondí, aunque mi pulso acelerado decía lo contrario.
El sonido de una moto acercándose nos hizo separarnos de golpe. Valeria retrocedió, arreglándose el pelo como si nada hubiera pasado.
—"Creo que es tu amigo" —dijo, pero su sonrisa era traviesa, como si ya estuviera planeando el siguiente movimiento.
Y yo, por primera vez, me di cuenta de que esto ya no era un juego inocente.
Era solo cuestión de tiempo antes de que uno de los dos cediera.
al otro dia llegue antes, para ordenar unas cosas
El timbre de la puerta sonó cuando Valeria entró al local con ese aire fresco que siempre traía consigo. Daniel había salido a repartir un pedido urgente al otro lado del barrio, y nos habíamos quedado solos otra vez.
—"Hace un calor insoportable" —dijo, pasándose una mano por el cuello húmedo mientras dejaba su bolso sobre el mostrador.
Yo asentí sin mirarla directamente. Desde que empezaron esos juegos, era mejor no tentar al destino. Pero ella, como siempre, tenía otros planes.
—"Oye, ¿me prestas tu notebook un rato?" —preguntó de pronto, mordiendo distraídamente el borde de su labio inferior—. "Tengo que revisar unos documentos de la universidad y el celular no me deja editar bien."
—"Claro, ahí está" —respondí, señalando hacia la pequeña oficina al fondo del local.
Valeria tomó la laptop con una sonrisa y desapareció unos minutos. Cuando volvió, traía un brillo particular en los ojos.
—"Listo, ya terminé" —dijo, deslizando el dispositivo hacia mí—. "Aunque creo que se me olvidó cerrar mi WhatsApp Web... sería terrible si alguien lo viera, ¿no?"
El doble sentido flotó en el aire como un desafío.
La Tentación en Pantalla
La pantalla del notebook aún mostraba la conversación abierta entre Valeria y Daniel.
"Valeria: ¿Vas a llegar tarde hoy?"
"Daniel: No creo, pero quién sabe..."
Nada fuera de lo común. Hasta que, de repente, un nuevo mensaje entró.
[Foto]
La miniatura era borrosa, pero suficiente para hacer que mi pulso se disparara.
Valeria, que se había quedado cerca del mostrador fingiendo revisar unos papeles, lanzó una risa suave al ver mi reacción.
—"Parece que alguien está recibiendo mensajes interesantes" —comentó sin mirarme, jugueteando con un mechón de pelo—. "Qué peligro tener las cosas abiertas, ¿no?"
No respondí. Pero el cursor sobre esa miniatura era una tentación imposible de ignorar.
Un clic.
Y ahí estaba ella.
En el espejo de su baño, con esa blusa que siempre usaba los días que sabía que estaríamos solos. El escote, la curva de su cintura, esa mirada que sabía exactamente lo que provocaba.

No era explícita. Pero tampoco inocente.
—"Todo bien por ahí?" —preguntó Valeria con voz dulce, como si no supiera exactamente lo que estaba pasando.
Cerré la ventana con rapidez.
—"Sí, solo revisando unos números" —mentí, mientras ella sonreía con esa complicidad que nos estaba llevando al borde del precipicio.
La Llamada que lo Cambió Todo
Esa noche, ya en casa, mi teléfono vibró.
Un mensaje de Valeria.
[Foto]
Esta vez no había duda alguna.
Ella, recostada en su cama, con las sábanas apenas cubriendo lo esencial. La luz tenue acariciando cada curva.

"Valeria: Se me olvidó preguntarte antes... ¿te gustó lo que viste en mi chat?"
El siguiente mensaje llegó antes de que pudiera responder:
"O mejor... ¿qué hubieras hecho si Daniel no llegaba tan rápido hoy?"
Y así, con una simple foto y una pregunta cargada de malicia, Valeria convirtió nuestro juego peligroso en algo mucho más real.
Con el tiempo negocio se derrumbó como un castillo de naipes. Daniel y yo discutíamos cada vez más: él quería mantener todo como estaba, yo insistía en modernizarnos con un sistema de pedidos online. Valeria, irónicamente, siempre tomaba mi lado en esas discusiones, pero no solo por lo nuestro. Ella también creía que debíamos crecer.
Los celos de Daniel se volvieron evidentes. Cada vez que Valeria apoyaba mis ideas, su mirada se oscurecía. "¿Por qué siempre le haces caso a él?", le espetó una vez frente a mí. La tensión ya no era solo sexual, sino una bomba de tiempo a punto de explotar.
Hasta que un día, todo terminó.
Un año después
despues de la disco , seguí en un after conocido en la ciudad, el after olía a alcohol barato y perfume caro. Estaba con Camila, una chica que conocí hacía poco, cuando de pronto vi esa silueta familiar entre la multitud.
Valeria.
Con un vestido negro que se le pegaba al cuerpo como una segunda piel, riendo con sus amigas. Nuestras miradas se encontraron y, como si el tiempo no hubiera pasado, sonrió.
—"Hace siglos" —dijo al acercarse, ignorando por completo a Camila—. "Te ves bien."
—"Tú mejor" —respondí, sintiendo ese viejo voltaje recorriéndome la espalda.
Hablamos de trivialidades mientras Camila, incómoda, se alejó "a buscar a sus amigas". Valeria no disimuló su victoria.
—"Extrañé esto" —susurró, rozando mi pierna con la suya bajo la mesa.
—"¿El qué?"
—"Que alguien me entienda sin hablar."
"Un año sin vernos y sigues mirándome como si me quisieras devorar", murmuró Valeria al acercarse, sus labios rozando mi oreja mientras el calor de su cuerpo se pegaba al mío.
—"Porque es exactamente lo que quiero hacer", le respondí, sintiendo cómo su mano bajaba hasta mi entrepierna, encontrándome ya duro bajo el jean.
Ella sonrió, maliciosa.
—"Tu departamento queda cerca, ¿no?"
La Noche que Nunca Olvidaré
No llegamos ni a cerrar bien la puerta. Valeria me empujó contra la pared, sus uñas clavándose en mi cuello mientras su boca se sellaba contra la mía con un hambre que solo el tiempo acumulado podía explicar.
—"Te extrañé, maldito hijo de puta", jadeó entre besos, mientras mis manos le arrancaban el vestido, dejándola solo en lencería negra.
La levanté en brazos y la llevé a la cama, donde caímos en un torbellino de piel, sudor y desesperación. Sus piernas se abrieron como si llevaran meses esperándome, y yo no perdí tiempo: le arranqué la tanga con los dientes antes de hundir mi cara entre sus muslos.
Y ahí estaba.
Su concha empapada, hinchada de deseo, con ese aroma dulzón y adictivo que recordaba demasiado bien. La primera lengüetada la hizo arquearse violentamente, sus manos aferrándose a las sábanas.
—"¡Ah, mierda, sí! Justo ahí, no pares—"
No tenía intención de hacerlo.
La devoré como un hombre sediento en el desierto, bebiendo cada gemido, cada contracción de sus muslos alrededor de mi cabeza. Sus gritos se volvieron más agudos cuando introduje dos dedos dentro de ella, encontrando esa pared interna que la hacía retorcerse.
—"Vas a chorrearme toda la cama, ¿verdad?", gruñí contra su piel, sintiendo cómo sus fluidos ya empapaban las sábanas.
Ella solo respondió con un quejido largo cuando la llevé al primer orgasmo, su cuerpo convulsionando bajo mi boca. Pero no le di tregua. Seguí lamiéndola, más lento ahora, saboreando cada gota mientras sus piernas temblaban.
—"No puedo— ¡Es demasiado!", gritó, pero sus manos me apretaban la cabeza, pidiendo más.
Fue entonces cuando me subí sobre ella, alineando mi verga dura y pulsante con su entrada.
—"Mírame", ordené, y cuando sus ojos oscuros, llenos de lujuria, se encontraron con los míos, la empujé dentro de ella de una embestida brutal.
El gemido que soltó rasgó el aire.
Tres Horas de Pecado
No hubo descanso. La tomé en cada posición imaginable:
Contra la pared del balcón, donde sus gritos se mezclaron con el ruido de la calle mientras sus uñas me marcaban la espalda.
Sobre el sillón, con ella montándome como si quisiera vaciarme hasta la última gota, sus pechos rebotando frente a mi cara.
De perrito en la cama, donde le agarraba las nalgas con fuerza, escuchando cómo su concha goteaba cada vez que la embestía.

—"Dime que no lo hace así contigo", le gruñí al oído, sintiéndola apretarse alrededor de mi verga como si intentara retenerme para siempre.
—"Nunca— ¡Nunca como tú!", gimió, antes de correrse otra vez, mojándome hasta las rodillas.
Cuando por fin llegó mi turno, la obligué a ponerse de rodillas frente al espejo.
—"Mírate", ordené, agarrando sus pelos mientras mi otra mano le apretaba un pecho. "Mírate cómo me necesitas."
Y entonces, con un gemido gutural, la llené hasta el borde, viendo en el reflejo cómo su cara se distorsionaba de placer.

El Regreso a la Realidad
Las tres horas pasaron en un suspiro. Valeria se vistió en silencio, cada movimiento lento, como si su cuerpo aún no se recuperara.
—"Daniel cree que estoy con mis amigas", dijo por fin, ajustándose el vestido frente al espero.
Yo no pregunté si se sentía culpable. Sabía la respuesta.
Antes de irse, se detuvo en la puerta.
—"Esto no vuelve a pasar", murmuró, pero sus ojos decían lo contrario.
—"Claro que no", mentí, sabiendo que ambos guardaríamos este recuerdo hasta la próxima vez que el destino nos cruzara.
La puerta se cerró.
Y en la cama, solo quedó el aroma a sexo y las manchas húmedas de lo que nadie más sabría.
Fin.
espero que hayan disfrutado del relato, tanto como yo me calenté escribiendo y recordando, lamento las fotos pero no tengo registro, son de referencias, si les gusta puedo seguir con otras.
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