Capítulo 1 parte 1
—¿Entonces, qué me pongo? ¿La minifalda gris o estos shorts? —preguntó Raquel, mirándose al espejo y girando una vez más. Se evaluaba con esos diminutos shorts de mezclilla que abrazaban cada curva, junto con unos tacones altos que acentuaban sus piernas y hacían que su figura resaltara aún más, cada detalle en su lugar.
—Así vas perfecta, algo informal… —murmuré, incapaz de apartar la vista de ese redondísimo trasero.
—Carlos, tú siempre me ves perfecta —respondió, con una media sonrisa, como si disfrutara de mi admiración.
Lo cierto es que, lleve lo que lleve, Raquel siempre luce impresionante. No es sólo mi opinión; lo veo en las miradas que atrae de cada hombre con el que nos cruzamos en la calle, de mis amigos, de sus colegas en la oficina. La observan con disimulo, intentando no ser tan evidentes, pero no pueden evitarlo. Incluso he escuchado a algunos en el gimnasio, sin que se dieran cuenta de que yo estaba allí, hablando de su cuerpo, fantaseando con lo que sería acostarse con ella. Recuerdo la intensidad de ese instante; apenas oí una frase y ya sentía cómo la excitación me recorría, sabiendo que todos la desean, pero que soy yo quien tiene su cariño, su cuerpo, su devoción. No siento celos; al contrario, me enorgullece, y hasta me excita, pensar en cuántos la codician sin saber que ella es mía.
Raquel, de pie frente al espejo, continuaba maquillándose. Sus dedos delineaban con cuidado sus largas pestañas, y yo no podía evitar fijarme en cada detalle: su pecho, firme y redondeado; su pelo negro azabache, que caía con suavidad sobre sus hombros; sus largas y torneadas piernas, y ese trasero perfecto que parecía hecho para atraer todas las miradas. A veces me siento increíblemente afortunado de ser el único que la disfruta de esa manera, de tener esa exclusividad que muchos sólo sueñan.
Esos labios gruesos, esa lengua juguetona que sabe exactamente cómo hacerme perder el control… A veces, cuando estamos juntos, me parece estar con una diosa, y no es sólo el amor hablándome, es algo que puedo ver objetivamente. Andy, mi amigo fotógrafo, siempre me lo dice: pocas modelos tienen esa presencia que Raquel posee de manera natural. Él mismo ha trabajado con mujeres de ensueño, pero sabe que Raquel, frente a su cámara, sería inigualable.
Lo único que me frustra es que ella siempre rehúsa. Es tan pudorosa, tan reservada en ese sentido… y eso sólo hace que desee aún más verla en ese contexto, verla capturada en una de las fotos de Andy, expuesta en una galería. Imaginarla ahí, su cuerpo desnudo y perfecto, vulnerable y hermoso a la vista de todos… Sería el mayor orgullo para mí, y una visión que sé, quedaría grabada en la mente de cualquiera que la viera.
—Pero si estás preciosa con lo que te pongas —le dije, admirando una vez más esa obviedad que nunca deja de sorprenderme.
—Bueno, tu amigo Andrés es un poco pijo, y además es la inauguración… —respondió Raquel, cambiando su top por una blusa ceñida que realzaba su figura, mientras se miraba de nuevo en el espejo y daba otra vuelta, evaluando cada detalle.
Aqui
—¿Quién, Andy? Pero si él te adora, ya lo sabes desde siempre.
—¡Qué exagerado eres! Andy tiene a todas las mujeres que quiere —respondió, con una sonrisa traviesa, casi como si quisiera ver mi reacción.
—Eso es verdad, cariño, pero sabes que Andy te aprecia mucho… y siempre dice que eres un bombón. Ya sabes que está loco por hacerte una sesión —añadí, observándola con una mezcla de orgullo y deseo.
—Ya sé que a ti te encantaría… pero ya sabes que eso… ni loca —dijo, sacudiendo la cabeza con una mezcla de vergüenza y desafío.
—Bueno, mujer, no insisto. Pero tampoco hace falta ir de punta en blanco para esa galería. Es una exposición informal, y sabes que con él hay confianza —le respondí, notando lo bien que había elegido su maquillaje, como si quisiera impresionar a alguien en especial.
—Pues tú también te has puesto muy guapo, ¿eh? Seguro que quieres impresionar a más de una. ¿No será a la nueva modelo de Andy? —respondió ella, alzando una ceja, con ese toque de celos que sólo ella podía hacer sonar tan dulce y divertido.
Raquel y yo somos opuestos en muchas cosas, y una de ellas es que ella sí tiende a ser celosa, mientras que yo no tengo ese problema. La verdad, tenía razón; inconscientemente me había arreglado más de lo normal: mi camisa negra ajustada y mis jeans favoritos, algo en mí quería lucir bien, quizás para competir un poco con Andy y, por qué no, para captar la atención de Sofía, la modelo que ahora, además, era su novia. A veces me pregunto si es esa fascinación por atraer miradas lo que todos buscamos, incluso cuando ya tenemos a alguien especial.
A decir verdad, sé que Raquel siente cierta atracción por Andy. Lo niega, claro, pero lo veo en esos detalles, en la manera en que siempre termina aceptando acompañarme a sus eventos, aunque en principio se muestre reacia. Nos conocemos desde hace años, Andy y yo, desde el instituto, y nuestra amistad siempre ha sido sincera, incluso ahora que su fama como fotógrafo lo ha elevado. Él siempre ha sido el que destaca, el que consigue lo que quiere y, a veces, tengo la sensación de que su atractivo radica en esa facilidad con la que logra conquistar a los demás.
La exposición de esta noche era un paso más en su carrera. La galería era un espacio prestigioso, y en las imágenes del catálogo que me había enviado se veían fotos en tamaño mural, de 2x2, capturando la sensualidad en cada detalle. Su modelo, Sofía, posaba en lencería diminuta o completamente desnuda, con poses y expresiones tan sugerentes que incluso en papel parecía difícil de soportar. Con Andy, la sensualidad se volvía casi tangible, como si fuera capaz de crear un lenguaje con cada curva, con cada mirada capturada por su lente. Era un privilegio ser amigo de alguien con ese talento, aunque, en el fondo, siempre quedara la pregunta de si algún día Raquel se atrevería a ser su musa.
Verla ahí, en esas imágenes monumentales, sería para mí el clímax de todo ese orgullo y deseo que siento por ella. Pero a pesar de las miradas que atrae y del orgullo que me genera, ella siempre ha sido reservada, reacia a exponerse de esa manera. La idea de ver su cuerpo, hermoso y desnudo, en una galería llena de extraños, de hacerla parte de ese arte que Andy crea tan provocadoramente, me hace arder por dentro. Quizás sea un sueño improbable, pero para mí, sería la muestra más bella de su libertad y su confianza en mí.
No niego que Andy sea un poco pijo, como Raquel comenta siempre. Es apuesto y tiene un estilo sofisticado que llama la atención, algo que sé que no pasa desapercibido para ella. Raquel, siempre tan coqueta, adopta una actitud aún más presumida cuando estamos con él, en un juego sutil de agradar, de capturar esa mirada varonil que Andy proyecta sobre las mujeres. Y, francamente, eso me gusta. Si Raquel es bella, es aún más hermosa cuando busca ensalzar esa belleza; no tiene rival. Tampoco me molesta que Andy la observe con deseo, al contrario, casi me halaga, especialmente viniendo de alguien que tiene el mundo a sus pies y cientos de mujeres entre las que elegir. Supongo que ahí hay algo que me hace sentir superior: la elección de Raquel de estar conmigo. Para Andy, en cambio, ella representa un desafío, una musa que aún no ha conquistado con su cámara.
Cuando me reúno con Andy, suele recordarme detalles sobre Raquel que me son tan familiares que casi los paso por alto. Sin embargo, como buen fotógrafo, sabe apreciar esos matices que a mí a veces se me escapan, y su entusiasmo parece hacerme redescubrirla: habla de la curva de sus muslos, de la perfección de sus labios, el lóbulo redondeado de su oreja o el contorno elegante de su cuello, cayendo hacia sus hombros armoniosos. Cada vez que él menciona esas cosas, siento una mezcla de orgullo y excitación, como si la estuviera viendo a través de sus ojos. Raquel se convierte en una obra de arte en su mirada, en un ideal femenino.
—¿Entonces, qué me pongo? ¿La minifalda gris o estos shorts? —preguntó Raquel, mirándose al espejo y girando una vez más. Se evaluaba con esos diminutos shorts de mezclilla que abrazaban cada curva, junto con unos tacones altos que acentuaban sus piernas y hacían que su figura resaltara aún más, cada detalle en su lugar.
—Así vas perfecta, algo informal… —murmuré, incapaz de apartar la vista de ese redondísimo trasero.
—Carlos, tú siempre me ves perfecta —respondió, con una media sonrisa, como si disfrutara de mi admiración.
Lo cierto es que, lleve lo que lleve, Raquel siempre luce impresionante. No es sólo mi opinión; lo veo en las miradas que atrae de cada hombre con el que nos cruzamos en la calle, de mis amigos, de sus colegas en la oficina. La observan con disimulo, intentando no ser tan evidentes, pero no pueden evitarlo. Incluso he escuchado a algunos en el gimnasio, sin que se dieran cuenta de que yo estaba allí, hablando de su cuerpo, fantaseando con lo que sería acostarse con ella. Recuerdo la intensidad de ese instante; apenas oí una frase y ya sentía cómo la excitación me recorría, sabiendo que todos la desean, pero que soy yo quien tiene su cariño, su cuerpo, su devoción. No siento celos; al contrario, me enorgullece, y hasta me excita, pensar en cuántos la codician sin saber que ella es mía.
Raquel, de pie frente al espejo, continuaba maquillándose. Sus dedos delineaban con cuidado sus largas pestañas, y yo no podía evitar fijarme en cada detalle: su pecho, firme y redondeado; su pelo negro azabache, que caía con suavidad sobre sus hombros; sus largas y torneadas piernas, y ese trasero perfecto que parecía hecho para atraer todas las miradas. A veces me siento increíblemente afortunado de ser el único que la disfruta de esa manera, de tener esa exclusividad que muchos sólo sueñan.
Esos labios gruesos, esa lengua juguetona que sabe exactamente cómo hacerme perder el control… A veces, cuando estamos juntos, me parece estar con una diosa, y no es sólo el amor hablándome, es algo que puedo ver objetivamente. Andy, mi amigo fotógrafo, siempre me lo dice: pocas modelos tienen esa presencia que Raquel posee de manera natural. Él mismo ha trabajado con mujeres de ensueño, pero sabe que Raquel, frente a su cámara, sería inigualable.
Lo único que me frustra es que ella siempre rehúsa. Es tan pudorosa, tan reservada en ese sentido… y eso sólo hace que desee aún más verla en ese contexto, verla capturada en una de las fotos de Andy, expuesta en una galería. Imaginarla ahí, su cuerpo desnudo y perfecto, vulnerable y hermoso a la vista de todos… Sería el mayor orgullo para mí, y una visión que sé, quedaría grabada en la mente de cualquiera que la viera.
—Pero si estás preciosa con lo que te pongas —le dije, admirando una vez más esa obviedad que nunca deja de sorprenderme.
—Bueno, tu amigo Andrés es un poco pijo, y además es la inauguración… —respondió Raquel, cambiando su top por una blusa ceñida que realzaba su figura, mientras se miraba de nuevo en el espejo y daba otra vuelta, evaluando cada detalle.
Aqui
—¿Quién, Andy? Pero si él te adora, ya lo sabes desde siempre.
—¡Qué exagerado eres! Andy tiene a todas las mujeres que quiere —respondió, con una sonrisa traviesa, casi como si quisiera ver mi reacción.
—Eso es verdad, cariño, pero sabes que Andy te aprecia mucho… y siempre dice que eres un bombón. Ya sabes que está loco por hacerte una sesión —añadí, observándola con una mezcla de orgullo y deseo.
—Ya sé que a ti te encantaría… pero ya sabes que eso… ni loca —dijo, sacudiendo la cabeza con una mezcla de vergüenza y desafío.
—Bueno, mujer, no insisto. Pero tampoco hace falta ir de punta en blanco para esa galería. Es una exposición informal, y sabes que con él hay confianza —le respondí, notando lo bien que había elegido su maquillaje, como si quisiera impresionar a alguien en especial.
—Pues tú también te has puesto muy guapo, ¿eh? Seguro que quieres impresionar a más de una. ¿No será a la nueva modelo de Andy? —respondió ella, alzando una ceja, con ese toque de celos que sólo ella podía hacer sonar tan dulce y divertido.
Raquel y yo somos opuestos en muchas cosas, y una de ellas es que ella sí tiende a ser celosa, mientras que yo no tengo ese problema. La verdad, tenía razón; inconscientemente me había arreglado más de lo normal: mi camisa negra ajustada y mis jeans favoritos, algo en mí quería lucir bien, quizás para competir un poco con Andy y, por qué no, para captar la atención de Sofía, la modelo que ahora, además, era su novia. A veces me pregunto si es esa fascinación por atraer miradas lo que todos buscamos, incluso cuando ya tenemos a alguien especial.
A decir verdad, sé que Raquel siente cierta atracción por Andy. Lo niega, claro, pero lo veo en esos detalles, en la manera en que siempre termina aceptando acompañarme a sus eventos, aunque en principio se muestre reacia. Nos conocemos desde hace años, Andy y yo, desde el instituto, y nuestra amistad siempre ha sido sincera, incluso ahora que su fama como fotógrafo lo ha elevado. Él siempre ha sido el que destaca, el que consigue lo que quiere y, a veces, tengo la sensación de que su atractivo radica en esa facilidad con la que logra conquistar a los demás.
La exposición de esta noche era un paso más en su carrera. La galería era un espacio prestigioso, y en las imágenes del catálogo que me había enviado se veían fotos en tamaño mural, de 2x2, capturando la sensualidad en cada detalle. Su modelo, Sofía, posaba en lencería diminuta o completamente desnuda, con poses y expresiones tan sugerentes que incluso en papel parecía difícil de soportar. Con Andy, la sensualidad se volvía casi tangible, como si fuera capaz de crear un lenguaje con cada curva, con cada mirada capturada por su lente. Era un privilegio ser amigo de alguien con ese talento, aunque, en el fondo, siempre quedara la pregunta de si algún día Raquel se atrevería a ser su musa.
Verla ahí, en esas imágenes monumentales, sería para mí el clímax de todo ese orgullo y deseo que siento por ella. Pero a pesar de las miradas que atrae y del orgullo que me genera, ella siempre ha sido reservada, reacia a exponerse de esa manera. La idea de ver su cuerpo, hermoso y desnudo, en una galería llena de extraños, de hacerla parte de ese arte que Andy crea tan provocadoramente, me hace arder por dentro. Quizás sea un sueño improbable, pero para mí, sería la muestra más bella de su libertad y su confianza en mí.
No niego que Andy sea un poco pijo, como Raquel comenta siempre. Es apuesto y tiene un estilo sofisticado que llama la atención, algo que sé que no pasa desapercibido para ella. Raquel, siempre tan coqueta, adopta una actitud aún más presumida cuando estamos con él, en un juego sutil de agradar, de capturar esa mirada varonil que Andy proyecta sobre las mujeres. Y, francamente, eso me gusta. Si Raquel es bella, es aún más hermosa cuando busca ensalzar esa belleza; no tiene rival. Tampoco me molesta que Andy la observe con deseo, al contrario, casi me halaga, especialmente viniendo de alguien que tiene el mundo a sus pies y cientos de mujeres entre las que elegir. Supongo que ahí hay algo que me hace sentir superior: la elección de Raquel de estar conmigo. Para Andy, en cambio, ella representa un desafío, una musa que aún no ha conquistado con su cámara.
Cuando me reúno con Andy, suele recordarme detalles sobre Raquel que me son tan familiares que casi los paso por alto. Sin embargo, como buen fotógrafo, sabe apreciar esos matices que a mí a veces se me escapan, y su entusiasmo parece hacerme redescubrirla: habla de la curva de sus muslos, de la perfección de sus labios, el lóbulo redondeado de su oreja o el contorno elegante de su cuello, cayendo hacia sus hombros armoniosos. Cada vez que él menciona esas cosas, siento una mezcla de orgullo y excitación, como si la estuviera viendo a través de sus ojos. Raquel se convierte en una obra de arte en su mirada, en un ideal femenino.
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