Me desperté con una mezcla de calor y ansiedad recorriéndome el cuerpo. No tenía prisa por levantarme, pero sí quería buscar una reacción por parte de mi hermano, que notara cada movimiento mío.
Salí en pijama, sin sostén, con una camiseta vieja que apenas me cubría y unas bragas pequeñas. Me estiré frente a él exagerando cada movimiento. Se quedó observando, como siempre, y luego fingió seguir cocinando. Me acerqué por detrás, como si fuera casual, y rocé su brazo con mis pechos al intentar alcanzar un vaso.
Después de la escuela, me instalé en el sofá con un libro en la mano, sin prestar mucha atención a lo que hacía. La falda que llevaba estaba algo corta y, en la posición en que estaba, se me veía todo: las bragas apenas cubrían lo justo, y la piel entre la tela y mi muslo se asomaba clara y tentadora. No me molestó que mi hermano se quedara mirándome, con su mirada fija y sin disimular.
Más tarde, en la habitación, llevaba puestos unos shorts demasiado pequeños para mí, tan ajustados que no solo me marcaban el culo sino que, al no llevar ropa interior, se notaba claramente cada curva y cada línea. Estaba recostada en la cama, enfocada en mi libro, cuando él se tumbó en su cama. Pude sentir sus ojos recorriéndome, clavados en mi culo, sin apartar la vista.
Ya de noche, me acosté como siempre: sin ropa interior, solo con una camiseta larga. Lo suficiente para que viera todo si quería.
Me hice la dormida cuando lo escuché levantarse de su cama. Lo sentí quedarse quieto por un momento, tal vez observándome. Luego, lentamente, comenzó. Respiración pesada. El sonido típico de su paja. Estaba cerca, muy cerca. Me destapó con cuidado, me quitó la camiseta y dejó mis tetas al aire. Los acarició, primero suave, luego lo hizo más fuerte y empezó a jugar con mis pezones.
Se acercó a mi cara, apoyó su pene contra mis labios. Estaba tan cerca que podía olerlo, un olor fuerte y algo desagradable, pero que me excitaba al mismo tiempo. De repente, me metió la pija en la boca. Sentí cómo rozaba mis labios antes de entrar y la recibí con la boca cerrada, fingiendo seguir dormida.
Al principio sus movimientos fueron suaves, casi cuidadosos, pero pronto se apresuró, sin importarle si yo despertaba o no. Yo seguí ahí, tragando cada embestida, dejándome llevar por una extraña mezcla de sorpresa, nervios y excitación. Cuando terminó, el sabor era amargo y dulce, espeso y pegajoso, y aunque me costaba tragarlo, lo hice. La leche se desbordó por mis labios y cayó en mi pecho. No me limpió ni borró la evidencia, solamente me tapó.
Esta fue la última vez que fingí estar dormida. La próxima, esperaba atraparlo en el acto.
Gracias por todo el apoyo, esta fue la última parte en la que me hago la dormida, para la próxima haré otra cosa.
Salí en pijama, sin sostén, con una camiseta vieja que apenas me cubría y unas bragas pequeñas. Me estiré frente a él exagerando cada movimiento. Se quedó observando, como siempre, y luego fingió seguir cocinando. Me acerqué por detrás, como si fuera casual, y rocé su brazo con mis pechos al intentar alcanzar un vaso.
Después de la escuela, me instalé en el sofá con un libro en la mano, sin prestar mucha atención a lo que hacía. La falda que llevaba estaba algo corta y, en la posición en que estaba, se me veía todo: las bragas apenas cubrían lo justo, y la piel entre la tela y mi muslo se asomaba clara y tentadora. No me molestó que mi hermano se quedara mirándome, con su mirada fija y sin disimular.
Más tarde, en la habitación, llevaba puestos unos shorts demasiado pequeños para mí, tan ajustados que no solo me marcaban el culo sino que, al no llevar ropa interior, se notaba claramente cada curva y cada línea. Estaba recostada en la cama, enfocada en mi libro, cuando él se tumbó en su cama. Pude sentir sus ojos recorriéndome, clavados en mi culo, sin apartar la vista.
Ya de noche, me acosté como siempre: sin ropa interior, solo con una camiseta larga. Lo suficiente para que viera todo si quería.
Me hice la dormida cuando lo escuché levantarse de su cama. Lo sentí quedarse quieto por un momento, tal vez observándome. Luego, lentamente, comenzó. Respiración pesada. El sonido típico de su paja. Estaba cerca, muy cerca. Me destapó con cuidado, me quitó la camiseta y dejó mis tetas al aire. Los acarició, primero suave, luego lo hizo más fuerte y empezó a jugar con mis pezones.
Se acercó a mi cara, apoyó su pene contra mis labios. Estaba tan cerca que podía olerlo, un olor fuerte y algo desagradable, pero que me excitaba al mismo tiempo. De repente, me metió la pija en la boca. Sentí cómo rozaba mis labios antes de entrar y la recibí con la boca cerrada, fingiendo seguir dormida.
Al principio sus movimientos fueron suaves, casi cuidadosos, pero pronto se apresuró, sin importarle si yo despertaba o no. Yo seguí ahí, tragando cada embestida, dejándome llevar por una extraña mezcla de sorpresa, nervios y excitación. Cuando terminó, el sabor era amargo y dulce, espeso y pegajoso, y aunque me costaba tragarlo, lo hice. La leche se desbordó por mis labios y cayó en mi pecho. No me limpió ni borró la evidencia, solamente me tapó.
Esta fue la última vez que fingí estar dormida. La próxima, esperaba atraparlo en el acto.
Gracias por todo el apoyo, esta fue la última parte en la que me hago la dormida, para la próxima haré otra cosa.

10 comentarios - Mi hermano me usa para masturbarse 3 (última parte)