Habían pasado semanas desde aquella noche en la casa abandonada, y aunque la imagen de Caro y Cata en la jaula todavía me perseguía, la vida parecía haber vuelto a una calma engañosa. Hasta que Caro, como siempre, rompió el silencio con un mensaje: “Primito, venite a casa esta noche. Vamos a ver una peli tranqui. Nada de locuras, ¿eh?”. Su tono era sospechosamente inocente, pero con ella nunca se sabía. Acepté, pensando que quizás, por una vez, sería una noche sin sobresaltos.
Llegué a su casa pasadas las nueve. Era un departamento pequeño, desordenado, con olor a incienso y pizza recalentada. Para mi sorpresa, no estábamos solos: Helena, la prima menor de Caro, de apenas 18 años, estaba ahí, tirada en un camastro grande frente a la tele. Helena era flaca, con el pelo negro lacio hasta los hombros, ojos grandes y una timidez que siempre me había parecido más calculada que genuina. Con una remera suelta y unos shorts que parecia que usaba de pijamas. “¡Ey, primito!”, me saludó Caro con una sonrisa traviesa, mientras me señalaba el camastro. “Sentate con nosotras, dale, que ya elegimos la peli.”
Me acomodé en el camastro, quedando en el medio, con Caro a un lado y Helena al otro. Estábamos tan apretados que sentía el calor de sus cuerpos contra el mío. La peli que habían elegido no era ninguna pavada: una de esas europeas llenas de escenas de sexo explícito, con gemidos y primeros planos que hacían que el ambiente se cargara de una tensión rara. Cada vez que aparecía una escena subida de tono, Caro soltaba una risita y murmuraba algo como “qué zarpado”, mientras Helena se quedaba callada, pero notaba que su respiración se aceleraba.
En un momento, el celular de Caro sonó. “Uy, es mi jefa, ya vengo”, dijo, levantándose del camastro y caminando hacia la cocina, que estaba a unos pocos metros. No se fue lejos, y desde donde estaba podía vernos perfectamente si giraba la cabeza. Pero no lo hizo. O al menos, eso parecía.
Helena aprovechó el segundo exacto en que Caro se levantó. Sin decir nada, se acercó más a mí, apoyando su cabeza en mi pecho como si fuera lo más natural del mundo. Sentí su pelo rozándome la barbilla, y su mano, que hasta ese momento estaba quieta en su regazo, empezó a deslizarse lentamente hacia mi pantalón. Me quedé helado, con la mirada fija en la pantalla, donde una pareja se comía a besos en una cama deshecha. “Helena, ¿qué hacés?”, murmuré, con la voz baja, pero ella no respondió. Sus dedos, fríos y rápidos, desabrocharon el botón de mi jean y bajaron el cierre con una precisión que me dejó en claro que esto no era improvisado.
Sacó mi pija, que ya estaba empezando a endurecerse por la tensión del momento y las imágenes de la peli. Helena me miró fijo, con esos ojos grandes que ahora tenían un brillo casi animal. No dijo nada, solo apretó mi pija con su mano, empezando a moverla despacio, arriba y abajo, con una presión que era justo lo necesario para volverme loco. “Shh, no hagas ruido, primito”, susurró finalmente, con una voz tan baja que apenas la escuché. Su mano se movía con ritmo, y cada tanto apretaba la base, haciendo que mi cuerpo se tensara. En la pantalla, la escena se ponía más intensa, con gemidos que llenaban la habitación y hacían que todo fuera más surrealista.
De repente, Helena se inclinó y, sin dudar, se metió mi pija en la boca. Sentí el calor húmedo de su lengua rodeándome, y un escalofrío me recorrió de la nuca a la espalda. Chupaba con una mezcla de torpeza y entusiasmo, como si quisiera demostrar algo. Su cabeza subía y bajaba, y cada tanto me miraba, con los ojos entrecerrados, como midiendo mi reacción. La succionaba con fuerza, haciendo ruiditos húmedos que se mezclaban con los gemidos de la película. Sus labios, suaves y apretados, se deslizaban por toda la longitud, y cuando llegaba a la punta, jugaba con la lengua, dando pequeños golpecitos que me hacían apretar los puños.
Intenté mantener la calma, pero era imposible. Miré de reojo hacia la cocina, donde Caro seguía hablando por teléfono, dándonos la espalda. O eso parecía. Helena, como si supiera que estaba al límite, aceleró el ritmo, chupando más fuerte, metiéndosela hasta la garganta. Sentí su garganta apretándome, y un gemido se me escapó, bajo pero audible. Ella no paró; al contrario, puso una mano en mis bolas, apretándolas suavemente mientras su boca seguía trabajando. “Helena, mierda, vas a hacer que…”, murmuré, pero no terminé la frase. Sentí el orgasmo subiendo como una ola, y antes de que pudiera hacer nada, le llene la boca de leche. Helena no se apartó. Se tragó todo, cada chorro, sin dejar caer una gota. Sus labios seguían apretados alrededor de mi pija, y cuando terminó, lamió la punta lentamente, como asegurándose de no dejar nada. Luego se incorporó, se limpió la boca con el dorso de la mano y volvió a apoyar la cabeza en mi pecho, como si nada hubiera pasado. Su mano seguía en mi regazo, ahora quieta, pero todavía rozando mi pija, que seguía sensible.
En ese momento, Caro volvió al camastro, con una sonrisa que no dejaba claro si había visto algo o no. “Qué peli zarpada, ¿no?”, dijo, sentándose otra vez a mi lado. Helena no se movió, y yo apenas pude asentir, con el corazón todavía latiéndome en la garganta. Caro se acomodó, apretándose contra mí, y puso una mano en mi muslo, peligrosamente cerca de donde Helena había estado segundos antes. “Che, primito, estás re tenso. Relajá, que es solo una peli”, dijo, con un tono que era puro veneno disfrazado de inocencia.
La película siguió, con más escenas de sexo que hacían que el aire se sintiera aún más pesado. Helena no volvió a hacer nada, pero su mano seguía ahí, rozándome cada tanto, como recordándome lo que acababa de pasar. Caro, por su parte, parecía disfrutar de la situación, tirando comentarios subidos de tono sobre la película mientras su mano subía y bajaba por mi pierna. No sabía si las dos estaban confabuladas o si Helena había actuado sola. La pelicula termino sin saber de que trataba. Carolina se disponia a despedirme cuando helena pregunto: " primo, te queres quedar a dormir?"
Llegué a su casa pasadas las nueve. Era un departamento pequeño, desordenado, con olor a incienso y pizza recalentada. Para mi sorpresa, no estábamos solos: Helena, la prima menor de Caro, de apenas 18 años, estaba ahí, tirada en un camastro grande frente a la tele. Helena era flaca, con el pelo negro lacio hasta los hombros, ojos grandes y una timidez que siempre me había parecido más calculada que genuina. Con una remera suelta y unos shorts que parecia que usaba de pijamas. “¡Ey, primito!”, me saludó Caro con una sonrisa traviesa, mientras me señalaba el camastro. “Sentate con nosotras, dale, que ya elegimos la peli.”
Me acomodé en el camastro, quedando en el medio, con Caro a un lado y Helena al otro. Estábamos tan apretados que sentía el calor de sus cuerpos contra el mío. La peli que habían elegido no era ninguna pavada: una de esas europeas llenas de escenas de sexo explícito, con gemidos y primeros planos que hacían que el ambiente se cargara de una tensión rara. Cada vez que aparecía una escena subida de tono, Caro soltaba una risita y murmuraba algo como “qué zarpado”, mientras Helena se quedaba callada, pero notaba que su respiración se aceleraba.
En un momento, el celular de Caro sonó. “Uy, es mi jefa, ya vengo”, dijo, levantándose del camastro y caminando hacia la cocina, que estaba a unos pocos metros. No se fue lejos, y desde donde estaba podía vernos perfectamente si giraba la cabeza. Pero no lo hizo. O al menos, eso parecía.
Helena aprovechó el segundo exacto en que Caro se levantó. Sin decir nada, se acercó más a mí, apoyando su cabeza en mi pecho como si fuera lo más natural del mundo. Sentí su pelo rozándome la barbilla, y su mano, que hasta ese momento estaba quieta en su regazo, empezó a deslizarse lentamente hacia mi pantalón. Me quedé helado, con la mirada fija en la pantalla, donde una pareja se comía a besos en una cama deshecha. “Helena, ¿qué hacés?”, murmuré, con la voz baja, pero ella no respondió. Sus dedos, fríos y rápidos, desabrocharon el botón de mi jean y bajaron el cierre con una precisión que me dejó en claro que esto no era improvisado.
Sacó mi pija, que ya estaba empezando a endurecerse por la tensión del momento y las imágenes de la peli. Helena me miró fijo, con esos ojos grandes que ahora tenían un brillo casi animal. No dijo nada, solo apretó mi pija con su mano, empezando a moverla despacio, arriba y abajo, con una presión que era justo lo necesario para volverme loco. “Shh, no hagas ruido, primito”, susurró finalmente, con una voz tan baja que apenas la escuché. Su mano se movía con ritmo, y cada tanto apretaba la base, haciendo que mi cuerpo se tensara. En la pantalla, la escena se ponía más intensa, con gemidos que llenaban la habitación y hacían que todo fuera más surrealista.
De repente, Helena se inclinó y, sin dudar, se metió mi pija en la boca. Sentí el calor húmedo de su lengua rodeándome, y un escalofrío me recorrió de la nuca a la espalda. Chupaba con una mezcla de torpeza y entusiasmo, como si quisiera demostrar algo. Su cabeza subía y bajaba, y cada tanto me miraba, con los ojos entrecerrados, como midiendo mi reacción. La succionaba con fuerza, haciendo ruiditos húmedos que se mezclaban con los gemidos de la película. Sus labios, suaves y apretados, se deslizaban por toda la longitud, y cuando llegaba a la punta, jugaba con la lengua, dando pequeños golpecitos que me hacían apretar los puños.
Intenté mantener la calma, pero era imposible. Miré de reojo hacia la cocina, donde Caro seguía hablando por teléfono, dándonos la espalda. O eso parecía. Helena, como si supiera que estaba al límite, aceleró el ritmo, chupando más fuerte, metiéndosela hasta la garganta. Sentí su garganta apretándome, y un gemido se me escapó, bajo pero audible. Ella no paró; al contrario, puso una mano en mis bolas, apretándolas suavemente mientras su boca seguía trabajando. “Helena, mierda, vas a hacer que…”, murmuré, pero no terminé la frase. Sentí el orgasmo subiendo como una ola, y antes de que pudiera hacer nada, le llene la boca de leche. Helena no se apartó. Se tragó todo, cada chorro, sin dejar caer una gota. Sus labios seguían apretados alrededor de mi pija, y cuando terminó, lamió la punta lentamente, como asegurándose de no dejar nada. Luego se incorporó, se limpió la boca con el dorso de la mano y volvió a apoyar la cabeza en mi pecho, como si nada hubiera pasado. Su mano seguía en mi regazo, ahora quieta, pero todavía rozando mi pija, que seguía sensible.
En ese momento, Caro volvió al camastro, con una sonrisa que no dejaba claro si había visto algo o no. “Qué peli zarpada, ¿no?”, dijo, sentándose otra vez a mi lado. Helena no se movió, y yo apenas pude asentir, con el corazón todavía latiéndome en la garganta. Caro se acomodó, apretándose contra mí, y puso una mano en mi muslo, peligrosamente cerca de donde Helena había estado segundos antes. “Che, primito, estás re tenso. Relajá, que es solo una peli”, dijo, con un tono que era puro veneno disfrazado de inocencia.
La película siguió, con más escenas de sexo que hacían que el aire se sintiera aún más pesado. Helena no volvió a hacer nada, pero su mano seguía ahí, rozándome cada tanto, como recordándome lo que acababa de pasar. Caro, por su parte, parecía disfrutar de la situación, tirando comentarios subidos de tono sobre la película mientras su mano subía y bajaba por mi pierna. No sabía si las dos estaban confabuladas o si Helena había actuado sola. La pelicula termino sin saber de que trataba. Carolina se disponia a despedirme cuando helena pregunto: " primo, te queres quedar a dormir?"
1 comentarios - putita la prima 15