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La tentación continua

Los días siguientes fueron una mezcla de normalidad y tensión sexual no resuelta. Mi suegra, Sofia, actuaba como si nada hubiera pasado, pero sus miradas y sonrisas pícaras delataban que ella también estaba pensando en esa noche. Mi mujer, Alicia, parecía haber olvidado los detalles más escabrosos de nuestra noche de pasión, atribuyéndolos a la borrachera, pero yo sabía que algo había cambiado en nuestra dinámica.

Una noche, unos días después, Alicia salió con unas amigas y me dejó a solas con Sofia en el departamento. Mi suegra estaba en la cocina, preparando la cena, y yo no pude evitar acercarme a ella por detrás, rodeándola con mis brazos y susurrándole al oído: “¿Sabes en qué he estado pensando toda la semana, suegra?”. Ella se giró lentamente, sus ojos brillando con una mezcla de deseo y desafío.

“¿En qué has estado pensando, yerno?”, preguntó, su voz suave pero firme.

“En ti”, respondí, acercándome aún más. “En esa noche y en lo que me prometiste. Quiero que me des todo eso que me prometiste”.

Sofia sonrió y me tomó de la mano, llevándome al sofá. “Yo también he estado pensando en ti”, admitió. “Pero esta vez, las cosas serán diferentes. Te voy a coger como nunca antes”.

Nos sentamos, y antes de que pudiera reaccionar, ella se subió a horcajadas sobre mí, sus piernas rodeándome con firmeza. Podía sentir su calor a través de la ropa, y mi excitación creció instantáneamente. Empezó a moverse lentamente, restregándose contra mí, sus manos explorando mi pecho y mi cuello.

“Te he deseado desde que te vi bailar con mi hija”, confesó, su voz un susurro seductor. “Y ahora, te quiero a ti, solo a ti. Quiero que me cojas como un animal”.

La tomé por la cintura, mis manos recorriendo su cuerpo con urgencia. La besé profundamente, nuestras lenguas enredándose en un baile pasional. La levanté ligeramente para poder quitarle la ropa, y ella hizo lo mismo conmigo. En cuestión de minutos, estábamos desnudos, nuestros cuerpos entrelazados en un abrazo ardiente.

Sofia me guiñó un ojo y se levantó, tomándome de la mano y llevándome a su habitación. “Esta vez, quiero que me des todo”, dijo, su voz llena de promesas. “Quiero que me cojas como si no hubiera un mañana”.

En su cuarto, me empujó suavemente hacia la cama y se subió sobre mí, sus movimientos lentos y sensuales. Me tocó, me besó y me llevó al límite del placer, sabiendo exactamente qué hacer para mantenerme al borde. Cuando finalmente la penetré, fue una explosión de sensaciones. Sentí cada centímetro de ella envolviéndome, apretándome, invitándome a moverme más profundo. Nos movimos juntos, nuestras respiraciones sincronizadas, nuestros cuerpos sudorosos y entrelazados, en un ritmo primario y primitivo.

“Te sientes jodidamente increíble”, le susurré, mis manos explorando cada curva de su cuerpo, apretando sus nalgas, guiándola en un baile erótico sobre mí.

“Y tú también”, respondió, sus uñas clavándose suavemente en mi espalda, marcándome, reclamándome. “No te detengas, por favor. Cógeme más fuerte. Quiero sentirte entero”.

Perdimos la noción del tiempo, nuestros cuerpos moviéndose en un ritmo frenético y descontrolado. El sonido de nuestra respiración entrecortada y de nuestros cuerpos chocando llenaba la habitación. Cuando finalmente llegamos al clímax, fue un éxtasis compartido, un momento de pura conexión y placer. Me derramé dentro de ella, sintiendo cada espasmo de su placer alrededor de mi verga, prolongando nuestro éxtasis hasta que ambos colapsamos, exhaustos y saciados.

“Joder, ha sido increíble”, dije, tratando de recuperar el aliento, mi pecho subiendo y bajando con esfuerzo.

“Y esto fue solo el comienzo”, me dijo, su voz suave pero decidida. “Ahora, sé mío. Quiero que me cojas todas las noches. Quiero ser tu puta, tu zorra, tu todo”.

Asentí, sabiendo que había cruzado una línea de la que no había retorno. Pero en ese momento, no me importaba. Solo quería más de ella, más de nosotros.

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