LlovÃa con fuerza. La autopista estaba vacÃa, oscura y helada. Hugo, camionero de ruta larga, llevaba ocho horas sin parar, café frÃo en el termo y música vieja de rock nacional en la radio.
Fue entonces cuando la vio.
Una figura femenina bajo la lluvia, mojada, con una mochila . Hizo señas con las manos. ParecÃa asustada. O desesperada.
Frenó el camión con un chirrido.
—¿Estás bien? —preguntó al bajar un poco la ventanilla.
—Mi auto murió… y no tengo señal. ¿Podés llevarme?
La miró mejor: joven, unos veintidós, pelo mojado, tetas firmes marcados por la tela, labios entreabiertos por el frÃo.
—Subite —dijo.
Ella trepó a la cabina. Se sacó la campera mojada, quedando con una musculosa blanca completamente transparente. No llevaba corpiño.
—¿Querés café? —preguntó él, nervioso.
—Solo si me calentás otra cosa también —dijo ella, sonriendo con picardÃa.
Hugo tragó saliva. Ella se inclinó y le puso la mano en la entrepierna. Lo notó duro. Muy duro.
—¿Sabés? Siempre tuve fantasÃas con camioneros.
Y sin esperar respuesta, le bajó el cierre, sacó su pija erecta y se la metió a la boca. La mamaba con ansias, como si se estuviera muriendo de hambre. Mojada, resbalosa, tragando hasta el fondo mientras él apretaba el volante.
—Pará —dijo—. Me voy a venir…
—Quiero que te vengas en mi boca. Y después me empomes como un animal.
Él no pudo resistir las mamadas. Se corrió entre gemidos, agarrándole el pelo. Ella lo tragó todo, lamiendo hasta dejarlo limpio.
Minutos después, pararon en un área de descanso vacÃa. Ella se subió al asiento del acompañante, abrió las piernas, se quitó la tanga, mostrandele su concha húmeda… y se sentó sobre él .
Brincaba sobre su pija con fuerza, gimiendo, mojándolo todo, mientras las ventanas se empañaban. El trailer se balanceaba con cada embestida.

Luego él la puso boca abajo sobre el tablero… y se la metió por atrás. Por el culo. Ella gritaba de placer.
—¡Más fuerte! ¡Dame todo!
Y asà lo hizo. Hasta que ambos terminaron jadeando, sudados, envueltos por el sonido de la lluvia.
Él le preguntó como se llamaba.
—Camila —respondió—. Pero eso no importa. Lo que hicimos sÃ.
Viajaron en silencio un rato, la lluvia bajando de intensidad. Hugo la miraba de reojo, aún incrédulo. TenÃa el sabor de su boca en la piel y el olor de su concha en los dedos.
—¿A dónde te llevo, Cami?
—Al pueblo que viene… el camping del rÃo.
Unos treinta minutos después, llegaron al desvÃo de tierra. Paró el camión justo en la entrada del predio.
—Gracias por todo, Hugo.
—De nada —respondió, sin saber si besarla o soltarla.
Pero ella no le dio opción. Se desabrochó el pantalón, se inclinó hacia él, y le susurró:
—No me voy sin una última cojida.
Se bajó del asiento, lo empujó hacia atrás, se montó sobre su pija ya endurecida otra vez y empezó a cabalgarlo como si fuera la despedida de su vida. Sus tetas rebotaban, mojadas de sudor, mientras él le agarraba la cintura y le mordÃa los pezones.
—¡Dame más, camionero! ¡Quiero que me acabes adentro!
 Él se vino , como si el motor del camión estallara. Ella tembló sobre él, dejándole la piel marcada de uñas.
Se vistió sin apuro, bajó del camión… y justo antes de cerrar la puerta, colgó su tanguita negra en el retrovisor.
—Para que no te olvides de mà —dijo, guiñándole un ojo.
Hugo arrancó el motor con una sonrisa en la boca, la tanga flameando en el vidrio. Y en su cabeza, la promesa silenciosa: si la volvÃa a cruzar, no iba a dejarla bajar tan fácil.Â
Hugo llevaba semanas con la tanga colgada del retrovisor. Cada vez que la veÃa ondear al ritmo del viento, se le endurecÃa el bulto en los jeans. Camila era una especie de fantasma caliente que no podÃa sacarse de la cabeza. No sabÃa su apellido. Ni si la volverÃa a ver.
Pero una tarde, entrando a una estación de servicio al borde de la ruta, la vio.
Ahà estaba. Camila. Campera de jean, short corto, tomando un helado junto al surtidor. Y esa sonrisa ladeada…
—¿Hugo? —dijo, alzando las cejas.
Él frenó en seco. Bajó del camión sin dudar y fue hacia ella.
—¿Otra vez varada? —preguntó él, sin quitarle los ojos de encima.
—No, esta vez estoy esperando algo mejor… como tu trailer —dijo, mordiéndose el labio.
Minutos después, estaban en la cabina, estacionados detrás de la estación. Nadie los veÃa. El motor apagado. Pero los cuerpos, encendidos como llamas.
Ella se trepó sobre él, Solo se sacó el short y la tangaÂ
—¿TodavÃa colgás mi tanga? —preguntó, mientras se deslizaba lentamente sobre su pija dura, mojada ya de anticipación.
—Todos los dÃas la miro y me acuerdo de cómo me la dejaste goteando.
—Entonces hoy te la voy a dejar temblando.
Brincaba sobre pene, los asientos crujÃan, el trailer se sacudÃa. Se desnudó por completo y le restregó las tetas en la cara mientras lo cabalgaba con gemidos profundos, feroces.
—¡Tomá! ¡Tomá toda mi concha, camionero! ¡Dale!
Él la tomó de la cintura, se paró con ella encima, y la apoyó contra la puerta. La cogió parado, duro, hasta hacerla gritar. Luego la giró, la apoyó boca abajo sobre el volante y le metió la pija por el culo sin aviso. Ella soltó un alarido de placer.
—¡SÃ, ahÃ! ¡Me encanta que me cojas asÃ!
La embistió como un toro. Ella se venÃa una y otra vez, mojando el asiento, la piel, los vidrios.
Cuando Hugo se vino, lo hizo dentro de su culo, fuerte, largo, hasta quedarse sin aliento.
Camila se puso la ropa, bajó la ventana… y le colgó otra tanga, esta vez roja, junto a la negra.
—Te debo la tercera.
Y bajó del camión, caminando con las piernas temblorosas.
Hugo volvió a la ruta… con otra tanga más colgando y una sonrisa de hijo de puta.
Fue entonces cuando la vio.
Una figura femenina bajo la lluvia, mojada, con una mochila . Hizo señas con las manos. ParecÃa asustada. O desesperada.
Frenó el camión con un chirrido.
—¿Estás bien? —preguntó al bajar un poco la ventanilla.
—Mi auto murió… y no tengo señal. ¿Podés llevarme?
La miró mejor: joven, unos veintidós, pelo mojado, tetas firmes marcados por la tela, labios entreabiertos por el frÃo.
—Subite —dijo.
Ella trepó a la cabina. Se sacó la campera mojada, quedando con una musculosa blanca completamente transparente. No llevaba corpiño.
—¿Querés café? —preguntó él, nervioso.
—Solo si me calentás otra cosa también —dijo ella, sonriendo con picardÃa.
Hugo tragó saliva. Ella se inclinó y le puso la mano en la entrepierna. Lo notó duro. Muy duro.
—¿Sabés? Siempre tuve fantasÃas con camioneros.
Y sin esperar respuesta, le bajó el cierre, sacó su pija erecta y se la metió a la boca. La mamaba con ansias, como si se estuviera muriendo de hambre. Mojada, resbalosa, tragando hasta el fondo mientras él apretaba el volante.
—Pará —dijo—. Me voy a venir…
—Quiero que te vengas en mi boca. Y después me empomes como un animal.
Él no pudo resistir las mamadas. Se corrió entre gemidos, agarrándole el pelo. Ella lo tragó todo, lamiendo hasta dejarlo limpio.
Minutos después, pararon en un área de descanso vacÃa. Ella se subió al asiento del acompañante, abrió las piernas, se quitó la tanga, mostrandele su concha húmeda… y se sentó sobre él .
Brincaba sobre su pija con fuerza, gimiendo, mojándolo todo, mientras las ventanas se empañaban. El trailer se balanceaba con cada embestida.

Luego él la puso boca abajo sobre el tablero… y se la metió por atrás. Por el culo. Ella gritaba de placer.
—¡Más fuerte! ¡Dame todo!
Y asà lo hizo. Hasta que ambos terminaron jadeando, sudados, envueltos por el sonido de la lluvia.
Él le preguntó como se llamaba.
—Camila —respondió—. Pero eso no importa. Lo que hicimos sÃ.
Viajaron en silencio un rato, la lluvia bajando de intensidad. Hugo la miraba de reojo, aún incrédulo. TenÃa el sabor de su boca en la piel y el olor de su concha en los dedos.
—¿A dónde te llevo, Cami?
—Al pueblo que viene… el camping del rÃo.
Unos treinta minutos después, llegaron al desvÃo de tierra. Paró el camión justo en la entrada del predio.
—Gracias por todo, Hugo.
—De nada —respondió, sin saber si besarla o soltarla.
Pero ella no le dio opción. Se desabrochó el pantalón, se inclinó hacia él, y le susurró:
—No me voy sin una última cojida.
Se bajó del asiento, lo empujó hacia atrás, se montó sobre su pija ya endurecida otra vez y empezó a cabalgarlo como si fuera la despedida de su vida. Sus tetas rebotaban, mojadas de sudor, mientras él le agarraba la cintura y le mordÃa los pezones.
—¡Dame más, camionero! ¡Quiero que me acabes adentro!
 Él se vino , como si el motor del camión estallara. Ella tembló sobre él, dejándole la piel marcada de uñas.
Se vistió sin apuro, bajó del camión… y justo antes de cerrar la puerta, colgó su tanguita negra en el retrovisor.
—Para que no te olvides de mà —dijo, guiñándole un ojo.
Hugo arrancó el motor con una sonrisa en la boca, la tanga flameando en el vidrio. Y en su cabeza, la promesa silenciosa: si la volvÃa a cruzar, no iba a dejarla bajar tan fácil.Â
Hugo llevaba semanas con la tanga colgada del retrovisor. Cada vez que la veÃa ondear al ritmo del viento, se le endurecÃa el bulto en los jeans. Camila era una especie de fantasma caliente que no podÃa sacarse de la cabeza. No sabÃa su apellido. Ni si la volverÃa a ver.
Pero una tarde, entrando a una estación de servicio al borde de la ruta, la vio.
Ahà estaba. Camila. Campera de jean, short corto, tomando un helado junto al surtidor. Y esa sonrisa ladeada…
—¿Hugo? —dijo, alzando las cejas.
Él frenó en seco. Bajó del camión sin dudar y fue hacia ella.
—¿Otra vez varada? —preguntó él, sin quitarle los ojos de encima.
—No, esta vez estoy esperando algo mejor… como tu trailer —dijo, mordiéndose el labio.
Minutos después, estaban en la cabina, estacionados detrás de la estación. Nadie los veÃa. El motor apagado. Pero los cuerpos, encendidos como llamas.
Ella se trepó sobre él, Solo se sacó el short y la tangaÂ
—¿TodavÃa colgás mi tanga? —preguntó, mientras se deslizaba lentamente sobre su pija dura, mojada ya de anticipación.
—Todos los dÃas la miro y me acuerdo de cómo me la dejaste goteando.
—Entonces hoy te la voy a dejar temblando.
Brincaba sobre pene, los asientos crujÃan, el trailer se sacudÃa. Se desnudó por completo y le restregó las tetas en la cara mientras lo cabalgaba con gemidos profundos, feroces.
—¡Tomá! ¡Tomá toda mi concha, camionero! ¡Dale!
Él la tomó de la cintura, se paró con ella encima, y la apoyó contra la puerta. La cogió parado, duro, hasta hacerla gritar. Luego la giró, la apoyó boca abajo sobre el volante y le metió la pija por el culo sin aviso. Ella soltó un alarido de placer.
—¡SÃ, ahÃ! ¡Me encanta que me cojas asÃ!
La embistió como un toro. Ella se venÃa una y otra vez, mojando el asiento, la piel, los vidrios.
Cuando Hugo se vino, lo hizo dentro de su culo, fuerte, largo, hasta quedarse sin aliento.
Camila se puso la ropa, bajó la ventana… y le colgó otra tanga, esta vez roja, junto a la negra.
—Te debo la tercera.
Y bajó del camión, caminando con las piernas temblorosas.
Hugo volvió a la ruta… con otra tanga más colgando y una sonrisa de hijo de puta.

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