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Cinti ajustó el delantal negro sobre su ajustado vestido, asegurándose de que no quedara ni una arruga mientras se preparaba para comenzar su turno en el restaurante de Callao. El local, siempre bullicioso, reflejaba la energía vibrante de Madrid, y ella se movía entre las mesas con una sonrisa luminosa que ocultaba sus secretos más oscuros.
Desde que llegó a la capital con apenas 24 años, Cinti se había dejado envolver por las luces, los sonidos y las promesas de una vida libre. Había dejado atrás su Andalucía natal con el sueño de comerse el mundo, pero pronto descubrió que Madrid no solo te consume, sino que también te devora si no aprendes a bailar a su ritmo.
Ese día, mientras recogía las copas vacías de una mesa, notó las miradas de un grupo de hombres trajeados en la esquina del salón. Sabía cómo les gustaba inclinarse hacia atrás en sus sillas, observándola con descaro mientras ella se inclinaba para limpiar la mesa. El peso de sus ojos recorría sus piernas largas y firmes, se detenía en sus caderas bien marcadas y se deslizaba por su escote, oculto a medias por el delantal. Ella había aprendido a usar esas miradas a su favor.
Tras el turno, Cinti se dirigió al pequeño camerino del restaurante, un espacio improvisado para el personal donde los olores a sudor y perfume barato se mezclaban en el aire. Cerró la puerta tras de sí, se apoyó contra el espejo y sacó su teléfono. Revisó rápidamente las notificaciones, deslizando el dedo por las fotos que le había mandado un fotógrafo con el que solía trabajar. Las imágenes la mostraban desnuda, con su piel bronceada y brillante bajo las luces de un estudio en Lavapiés. Sabía que esas sesiones le pagaban mucho más que las propinas que recibía por servir mesas, pero también alimentaban su adicción.
Se mordió el labio inferior al recordar la última sesión. Había terminado en el loft del fotógrafo, con los dos envueltos en líneas de cocaína y caricias apresuradas que se intensificaron hasta que sus cuerpos se encontraron en un frenesí de deseo y desesperación. Cada vez que inhalaba, sentía como si su corazón se acelerara tanto que podría romperse, pero también como si cada célula de su cuerpo despertara a una nueva realidad, más intensa, más peligrosa.
Esa noche, su novio la esperaba en su pequeño apartamento en Malasaña. Él, un tipo de dinero que jamás podría imaginar la verdadera vida que llevaba Cinti cuando las luces de Madrid se apagaban. Se despidió del restaurante y caminó hacia el metro, sintiendo las miradas que la seguían mientras sus tacones resonaban en las baldosas. Se sentía viva, poderosa, y al mismo tiempo, atrapada en una espiral que cada vez giraba más rápido.
Al llegar al apartamento, se detuvo frente a la puerta para tomar aire. Se miró en el reflejo oscuro de la ventana del vestíbulo. Con una última y profunda inhalación, giró el pomo y entró, dispuesta a seguir ocultando su doble vida por una noche más.
Su novio estaba jugando a la play y como respuesta una de sus más sonrisas siceras.
-¿Muy duro el dia?
Ella se sonrojo ajustándose el pelo rizado y siempre brillante y le beso en la frente. Sin pudor de deshizo de la ropa y ante la mirada incrédula de el se inclinó sobre sus piernas para poner su miembro en sus labios.
-llama a alguna amiga y disfruta.
Tenían la ventana abierta así que puso ver sin problemas como les observaban un grupo de amigos, así que la cogió en brazos, ella a penas media 1,59, la coloco a cuatro patas sobre el sofá ante ellos y la penetró el ano con rabia.
Le excitaba la envidia que provocaba poseer a aquella dulce criatura.
Por si parte cintia entre gemidos trajo a su imagen el sexo con los cinco hombres del restaurante. Desnuda de rodillas ante ellos fue lamiendo sus miembros erectos uno a uno sintiéndose sucia, deseada, diosa, empoderada...
Uno a uno la fueron penetrando sobre la mesa principal con la puerta cerrada lógico. Las embestidas cada una mas animal la transportaban entre la coca, el mdma y el sexo grupal a lugares dopaminicos cada vez más adictivos.
Sentía a tres cabalgando delante, detrás la boca torpemente. Si saliva brotaba por el aire dejándose llevar como un globo desinflándose como un globo de placer.
Cada día, cada noche una orgia mas animal. Fiestas tecnos, raves, fiestas de famosos. Placer, sexo, exhibicionismo.
El hecho de pensar cuantos hombres verían sus retratos, lerian sus historias o la imaginarían en su privacidad masturbandose como simios, soñando con abrirle cualquier agujero sedientos ambos, sudando , la excitaba y daba sentido a su vida.
De vuelta a la realidad le despertó la leche ardiendo en su rostro disparada con ansia por parte de su chico, que gracias a ella se sentía otra vez más un actor porno ante los ojos de los vecinos.
3 comentarios - Cinti mi vecina adicta al placer