Título: “El permiso” – Parte 1
El hotel tenía esa mezcla perfecta de intimidad y escape. Las cortinas gruesas bloqueaban el mundo, y durante dos días solo existían tus gemidos, tus risas, y el calor de nuestras pieles entrelazadas.
Te miraba mientras salías de la ducha, envuelta apenas en una toalla, la piel húmeda, los ojos brillando de deseo. Me acerqué por detrás, te susurré que te deseaba de nuevo, aunque ya habíamos perdido la cuenta de cuántas veces lo habíamos hecho. Tus caderas se movieron contra mí, suaves, provocadoras. Te encantaba saber que podías volverme loco.
Después de otra ronda intensa, mientras descansábamos desnudos entre las sábanas revueltas, me miraste con esa mezcla de ternura y fuego.
Juana dijo:
—Hay algo que quiero contarte…
Yo dije:
—Contame lo que sea, sabés que podés.
Juana:
—En el ascensor vi a un chico… joven, morocho, con una espalda ancha y esos brazos que te levantan sin esfuerzo. Me miró como si ya supiera cómo me gusta que me toquen. Sentí algo raro. Deseo.
Me encendió la sinceridad. Tu confesión no me provocaba celos, me provocaba otra cosa.
Yo:
—¿Querés hablarle?
Juana:
—¿Puedo?
Yo:
—Sí. Si lo querés… hablale. Si se da… vivilo.
Tus ojos se encendieron más que nunca. La idea de estar con él, con mi permiso, te excitaba. Y a mí también.
---
Días después, ya en casa, los mensajes con el morocho empezaron. Se llamaba Omar, 23 años, vive en un departamento en Villa María. El tono de las charlas subió rápido…
Omar escribió:
—Juana… no dejo de imaginar tus piernas sobre mis hombros.
Juana respondió:
—Me tiembla el cuerpo con solo leer eso.
Omar:
—Cuando vengas, no quiero que hables. Solo que sientas. Quiero escucharte gemir, rendida.
Juana:
—Me vas a tener así. Estoy tan mojada que no sé si llegaré a tu puerta sin tocarme…
El hotel tenía esa mezcla perfecta de intimidad y escape. Las cortinas gruesas bloqueaban el mundo, y durante dos días solo existían tus gemidos, tus risas, y el calor de nuestras pieles entrelazadas.
Te miraba mientras salías de la ducha, envuelta apenas en una toalla, la piel húmeda, los ojos brillando de deseo. Me acerqué por detrás, te susurré que te deseaba de nuevo, aunque ya habíamos perdido la cuenta de cuántas veces lo habíamos hecho. Tus caderas se movieron contra mí, suaves, provocadoras. Te encantaba saber que podías volverme loco.
Después de otra ronda intensa, mientras descansábamos desnudos entre las sábanas revueltas, me miraste con esa mezcla de ternura y fuego.
Juana dijo:
—Hay algo que quiero contarte…
Yo dije:
—Contame lo que sea, sabés que podés.
Juana:
—En el ascensor vi a un chico… joven, morocho, con una espalda ancha y esos brazos que te levantan sin esfuerzo. Me miró como si ya supiera cómo me gusta que me toquen. Sentí algo raro. Deseo.
Me encendió la sinceridad. Tu confesión no me provocaba celos, me provocaba otra cosa.
Yo:
—¿Querés hablarle?
Juana:
—¿Puedo?
Yo:
—Sí. Si lo querés… hablale. Si se da… vivilo.
Tus ojos se encendieron más que nunca. La idea de estar con él, con mi permiso, te excitaba. Y a mí también.
---
Días después, ya en casa, los mensajes con el morocho empezaron. Se llamaba Omar, 23 años, vive en un departamento en Villa María. El tono de las charlas subió rápido…
Omar escribió:
—Juana… no dejo de imaginar tus piernas sobre mis hombros.
Juana respondió:
—Me tiembla el cuerpo con solo leer eso.
Omar:
—Cuando vengas, no quiero que hables. Solo que sientas. Quiero escucharte gemir, rendida.
Juana:
—Me vas a tener así. Estoy tan mojada que no sé si llegaré a tu puerta sin tocarme…
0 comentarios - Primeros pasos de mi novia...