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entregada con un cliente de la agencia

Somos cuatro matrimonios amigos, , que nos reunimos con frecuencia; la relación entre las cuatro parejas es fruto de la suerte, porque es raro que el cimiento esté en los varones,los hombres traíamos esa amistad desde los tiempos del secundario.
Las cuatro se asociaron en una agencia de publicidad y, con inmensa suerte, les va bien.
La relación entre mi mujer y yo es buena aunque es muy linda, y no solo de cara, pues su cuerpo proporcionado posee todas las curvas compatibles con su delgadez, donde los pechos medianos resaltan y son un imán para cualquier hombre.


Un día, minutos antes del almuerzo llega mi esposa con expresión particularmente alegre y me da el consabido beso algo más largo.
-“Hoy llegás con más alegría que otros días”.
-“Es que sin buscar ni ofrecer nos llamó un cliente poderoso interesado en saber sobre la agencia, tiene varias empresas y podría generar buenos ingresos”.
-“Y cómo llegó a ustedes”.
-“Simplemente la suerte, nos dijo que andaba buscando agencias, y entre ellas estaba la nuestra, de la cual algunos trabajos le habían gustado, por otro lado era la única a cargo de mujeres y que eso lo había decidido, pues, según él, somos menos especuladoras y más pasionales lo cual redunda en mayor entrega al trabajo”.
-“¿Ya está decidido?”
-“No, mañana iremos a verlo pues quiere conocernos y saber cómo solemos trabajar”.
A la tarde del día siguiente estaba por salir para mi trabajo  llegaron a buscarla a mi mujer sus compañeras Beatriz, Lorena y Paula, pues iban a reunirse con el probable cliente; las recién llegadas estaban primorosamente vestidas y, sin ser exageradas, como para atraer miradas masculinas sobre piernas y escotes, pues tanto blusas como faldas podían enseñar algo si había un descuido; mi pareja  salió vestida y arreglada como de costumbre, las miró haciendo un gesto de perplejidad y se fueron.
Cuando nos juntamos nuevamente, antes de la cena, le pregunté sobre el resultado de la entrevista.
-“Creo que nos fue bien a juzgar por los comentarios que hizo, aunque estuvo más pendiente de mis tres socias”.
-“¿A vos te ignoró?”
-“De ninguna manera, me prestó suma atención a lo que le decía, pues las otras estuvieron más pendientes de mostrar lo menos posible por esa vestimenta que eligieron, en cambio yo tuve que atender nada más que a la conversación”.
-“O sea que esta experiencia te da una vez más la razón en cuanto a atuendo”.
-“Totalmente, además creo que es un pícaro, el despacho es enorme, calculo que en él entra cómodamente nuestro estudio y, en ese espacio, hay tres juegos de sillones, mesa para una docena de asistentes, su propio escritorio, etc.; sin embargo, nos llevó al juego que tenía los asientos más bajos, lo cual obligó a las tres mujeres a ejecutar malabarismos para impedir que las respectivas bombachas estuvieran a la vista del anfitrión”.
-“¿Y cómo es su aspecto?”
-“Un cuarentón muy bien conservado, alto, físico y vestimenta muy cuidadas y ciertamente pintón; no le vi alianza, pero eso, hoy día, nada significa”.


Unas semanas más tarde mi pareja  volvió del trabajo muy contenta, la prueba de publicidad para el nuevo cliente había sido aprobada
Unos días después me sorprendió, cuando para ir al trabajo, eligió un vestido a media pierna, holgado según su costumbre y un escote ligeramente mayor a lo habitual, por lo cual la felicité pues, siendo hermosa, hoy lo estaba más.


Y esa rutina se verificaba solo una vez por semana, cosa lógica pues era introducir una modificación en un hábito ya arraigado.




Al llegar a la primera reunión llevando vestido, después de mirarme detenidamente, me saludó con un beso en la mejilla, no solo más largo de lo común, sino que posó los labios ligeramente entreabiertos para juntarlos teniendo entre ellos un pedacito de mi piel, para luego decirme con voz queda.
-“Estás preciosa”.
Ese contacto y el susurro apenas audible me produjeron un escalofrío que hizo tambalear mi habitual aplomo en el desempeño propiamente laboral, lo que no me impidió percibir un cambio en el despacho, ya no estaba la mesa de trabajo anterior sino una redonda para cuatro personas y con superficie de vidrio transparente. Al sentarnos se ubicó de manera que la parte inferior de mi cuerpo fuera bien visible para él. Luego de un rato de trabajo, en que nada pudo ver, hicimos un intervalo para tomar algo y estirar las piernas; ahí volvió a la carga sobre mi atuendo.
-“Ese vestido es demasiado largo, pienso que debiera llegar apenas por encima de las rodillas”.
-“Si así fuera, al sentarme el ruedo estaría a medio muslo, y en lugar de trabajar tranquila, tendría que estar pendiente de no dejar a la vista la bombacha; además a vos no te conviene que decline mi atención sobre la tarea por la cual estás pagando”.


Iba a contestar algo cuando, en el reflejo del vidrio, lo veo mirando fijamente mis nalgas; aunque el comentario hizo crecer mi ego, no debía reconocerlo, así que me guardé la sonrisa de satisfacción que pugnaba por salir y, girando empecé a caminar hacia la mesa de trabajo.
-“Bueno, se acabó la vagancia, a continuar en lo que estábamos pues los términos hay que respetarlos”.
Había dado dos pasos cuando me frenó, él sentado en un sillón y yo de espaldas al ventanal.
-“Por favor, ¿cumplirías un deseo que me come por dentro desde que llegaste?”
-“Primero tendría que saber cuál es”.
-“Ciertamente algo sencillo y casi infantil, ¿levantarías tu vestido más arriba de las rodillas? así resuelvo la incógnita de la belleza de tus piernas”.
El pedido en cierto modo me paralizó, aunque estaba en línea con su actitud general de admirar mi cuerpo, cosa que íntimamente me agradaba, y ahí permanecí inmóvil pero seria, sabiendo que él estaba enfocado en mi silueta que la fuerte luz exterior mostraba a través del vestido.
-“Lo voy a hacer solo para darte algo de tranquilidad y así enfocarnos en lo que tenemos pendiente”.
Con espontánea lentitud tomé el vuelo desde la mitad y empecé a subirlo para frenar habiendo superado las rodillas; él estaba mirando esa parte de mi cuerpo, mordiéndose el labio inferior con la expresión de quien está frente a un tesoro; al percibir la detención habló con voz suave a modo de ruego.
-“Un poquito más, por favor”.
Yo, aunque por fuera pareciera insensible a su patente excitación, me había contagiado, y le di en el gusto hasta que me di cuenta que había llegado a medio muslo; solté de golpe la tela y fui a sentarme; por supuesto que el intento de ambos por retomar el trabajo fue infructuoso, el impacto del momento vivido seguía presente y hacía inútiles los esfuerzos por sobreponernos al nivel de excitación alcanzado.
Ante eso le dije que necesitaba retirarme y disculpándome me comprometí a compensar el tiempo perdido; me acompañó hasta la puerta donde hizo el ademán del beso habitual de despedida, pero no fue así, pues tomándome de la cintura con una mano, con la otra inmovilizó mi cara cubriendo con sus labios los míos; mi inicial parálisis se transformó en aceptación y permití que su lengua ingresara a entrelazarse con la mía y mansamente dejé que su miembro presionara mi vulva, hasta que sus manos, apretando desde mis nalgas intentando subir el vuelo del vestido, me hicieron recapacitar sobre lo que estaba haciendo; ahí me separé y salí sin decir una palabra.




Después de la reunión donde nos besamos con Jeremías me sentí tan mal que inventé una excusa y, en lugar de regresar al estudio,
En los siete días que pasaron, hasta la nueva reunión semanal con el empresario, de manera pausada, sin pensar ni buscar, fui transitando de la culpa a la tranquilidad, luego al entusiasmo por la tarea y por último a la ansiosa espera de que llegara el momento.
El día para la prevista reunión semanal de coordinación, después de vestirme, caí en cuenta que inconscientemente, había elegido cada prenda en función de esa cita; la blusa abotonada que permitía graduar el escote, la falda con elástico en la cintura que podía subir o bajar a gusto, zapatos de taco medio cómodos para moverme y también la ropa interior, un hermoso conjunto transparente regalo de David.


Esa mañana cuando llegué al estudio, apenas me vio Paula me llevó a su despacho, cerrando la puerta para hablar en privado.
-“Amiga, hace años que nos conocemos, y hay indicios apuntando a que estás en peligro”.
-“¿Por qué decís eso?”.
-“Porque pareciera que, transgrediendo la vieja costumbre de vestirte extremadamente recatada, has hecho un cambio notable coincidiendo con las veces que te toca ir a verlo a Jeremías; y no solo eso, sino que lentamente vas avanzando en mostrar más. Te lo digo porque no quiero que salgan perjudicados tanto vos como David; la pendiente, cuando es suave, te lleva al fondo sin que te des cuenta”.
-“Ya te entendí, voy a volver a lo viejo, gracias”.
Miré el reloj cuando entraba a la secretaría, faltaba un minuto para la hora convenida y al verme la joven que atendía hizo una seña de saludo y me anunció; estaba terminando de hablar cuando se abrió la puerta apareciendo en el marco el hombre que buscaba; daba la sensación de haberme estado esperando del otro lado de la hoja de madera lustrada. Ambos serios nos miramos y él, movió el brazo dándome paso para después cerrar.
-“Temía que no quisieras volver”.
-“Este es un trabajo, y mis compañeras no tienen la culpa de lo sucedido”.
-“Te agradezco esa disposición y que nuevamente hayas optado por la vestimenta que me encanta y, por supuesto, la que hace justicia a tu belleza”.
-“Gracias”.
Los dos, veladamente, pues no lo decíamos con palabras, estábamos haciéndole saber al otro la excitación que llevábamos a cuesta, y probablemente sucedía por el temor que anidaba en él de avanzar más rápido de lo esperado, mientras yo pretendía conservar un mínimo de dignidad; mi concha aplaudía de ganas pero no lo podía reconocer.
Con paso no del todo firme fui hasta el lugar de costumbre ocupando el sillón giratorio. No quería darle la oportunidad de pegarme a su cuerpo, pues eso me llevaría a una segura claudicación. Igualmente se ubicó a mis espaldas mirándome desde arriba.
-“Recién me dijiste que esto es un trabajo y como tal estás decidida a realizarlo; me encantaría saber si además viniste porque te resulta placentero”.
-“Sí, también fue por eso”.
La vergüenza de aceptarlo me llevó a hablar con cabeza y voz baja, pareciendo que ese era el aviso esperado para continuar el asedio, porque puso las manos sobre mis hombros presionándolos suavemente, luego bajó a soltar dos botones de la blusa dejando a la vista el corpiño.
-“Qué preciosura lo que veo, pero solo a modo de anticipo”.
Y soltó dos más.
-“Ahora sí están a la vista dos maravillas, aunque todavía cubiertas, pero ya lo arreglamos”.
Y deslizó la blusa hacia arriba sacando los faldones para dejar todo el pecho al aire. Inmóvil, sin oposición, con la mente en blanco, deseando solamente gozar en manos de ese hombre, cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás apoyando el cuello en el borde del respaldo; ahí fue cuando deslizó los breteles hacia los brazos y fácilmente bajó el corpiño dejando los pechos desnudos para apretarlos con fuerza y retorcer los pezones.
Mi quejido, respondiendo a esa mezcla de dolor-placer, lo calló con su boca que empezó comer la mía mientras continuaba con la caricia-tortura de mis tetas; terminado el beso, su voz me llevó a abrir los ojos.
-“Hoy comenzó lo bueno putita, y vas a recordar por mucho tiempo el placer que viniste a buscar y te vas a llevar, arremanga lentamente la falda hasta que llegue a la cintura, perfecto, preciosa esa transparencia, ahora hay que hacerla a un lado; impecable esa almejita rodeada de vellos castaños, solo falta separar los labios para que pueda apreciar el tesoro completo”.
-“Madre mía, no puedo creer lo que estoy haciendo para darte en el gusto”.
-“Sin duda debo agradecer al inventor del sillón giratorio, ya que con una simple rotación de noventa grados tengo a centímetros de mi boca el manjar que, esta antigua esposa recatada, me ofrece para hacer progresar los cuernos que ya porta el esposo”.
La tarea de labios y lengua me llevaron rápidamente a un estado de enajenación, donde lo único que quería, y se lo hacía saber, era correrme; sin embargo el muy infame, cada vez que me veía al borde del orgasmo frenaba y sostenía mis manos para que no lo sepultara en mi vagina; por eso la acabada fue muy intensa dejándome exánime durante unos minutos; volví a mis cabales cuando lo escuché.
-“Ahora vas a recibir la ración de pija que viniste buscando”.
-“¡No, eso no, por lo que más quieras!, dejalo para más adelante, hace unos días deje de tomar anticonceptivos, no me puedo arriesgar, te pajeo, te la chupo, pero no me la metas”.
-“No solo me la vas a chupar sino que te vas a tragar todo lo que salga; esta vez te salvás pero la próxima vas a recibir carne del derecho y del revés. Por ahora tu marido es cornudo al diez por ciento por el beso, apoyada y tocada de culo del otro día; hoy mamada con leche bebida es un treinta por ciento más, así que te queda sesenta por completar, treinta de concha y treinta de culo, vení que no quiero correrme de pie”.
Y me llevó casi a la rastra, se desnudó de la cintura para abajo y me dijo.
-“Te quiero solo con la falda arrollada en el medio de tu cuerpo, arrodíllate sobre el sillón de manera que, mientras chupas mi pija, yo pueda meterte mano por detrás y ver el trabajo de labios y lengua”.
En cierto modo fue una tortura, porque había momentos en que me apretaba la cabeza provocándome arcadas, pero compensaba con dos dedos que entraban rítmicamente en mi concha mientras el pulgar traveseaba en mi culito; así llegué a correrme mientras tragaba la leche depositada en mi boca.
Con el maxilar bañado en esperma y el flujo empapando mi entrepierna quedé tendida y laxa sobre el sillón; una dama, generalmente cuidadosa de su aspecto, recatada en el vestir, pudorosa en sus posturas y digna en sus actitudes, ahora se mostraba despatarrada, las nalgas en el borde del asiento, la falda en la cintura, mostrando la vulva mojada en la unión de las piernas abiertas, la cabeza ladeada con los ojos cerrados y los labios entreabiertos largando saliva y esperma por una de las comisuras.
Esa fue la imagen que tomó el celular de mi seductor, y me la mostró cuando recuperé la cordura al entregarme unos pañuelos descartables para secar un poco los líquidos, pues hubiera resultado desagradable caminar hacia el baño dejando el reguero de cremas resbaladizas.
El trabajo había brillado por su ausencia y, ya repuestos después de aplacar la urgencia del deseo ciego, volvió a la carga mi conciencia con una embestida salvaje.

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1 comentarios - entregada con un cliente de la agencia

nukissy3073
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