La fiesta estaba en su punto más alto. Mi esposo Carlos, y sus amigos Javier, Luis, Diego y Miguel estaban borrachos, riéndose de tonterías. Yo también había bebido lo suficiente para sentirme atrevida, mi cuerpo relajado y mi mente llena de curiosidad.
Fue entonces cuando surgió el reto: "A ver, ¿crees que podrías reconocer a Carlos solo con tus manos y tu boca? Entre los cinco, sin ver…"
La idea me provocó un escalofrío. No era solo el alcohol, era el morbo, la posibilidad de tocar, de saborear, de comparar sin que ellos supieran lo que realmente ocurría en mi cabeza.
¿Qué tal, mi amor? ¿Te animas? Carlos me retó, con una sonrisa confiada.
Yo, con una mirada traviesa, asentí.
Me vendaron los ojos. El primer hombre se acercó.
1. Javier – Sus manos eran ásperas, de constructor. Me agarró con firmeza, sin rodeos. Su piel olía a tabaco y cerveza. Cuando me obligó a abrir la boca, sentí que dominaba el ritmo, empujando sin delicadeza. "¿Es Carlos?" No… Carlos nunca era tan brusco. Pero había algo excitante en esa falta de control, en cómo usaba mi boca como si fuera suya.
2. Luis – Todo lo contrario. Sus dedos eran largos, suaves, casi femeninos. Jugueteó conmigo, haciéndome esperar, trazando círculos en mis labios antes de dejarme probarlo. Era más delgado, más… elástico. Sabía cómo mover las caderas para hacerme esforzar. Mi mente voló: "¿Carlos alguna vez me ha hecho sentir así?"
3. Diego – El más callado del grupo. Pero su cuerpo no mentía. Ancho, musculoso, con un aroma a sudor y colonia barata. Cuando lo tomé en mi boca, noté que era más grueso que Carlos. Mi corazón latió fuerte. "Dios, ¿cómo no notarlo?" Tragué más de lo que debía, sintiendo cómo mis labios se estiraban.
4. Miguel – El más joven. Juguetón. Se rió cuando lo lamí, como si supiera que yo estaba disfrutando esto más de lo debido. Tenía un sabor salado, distinto. Y su ritmo… "Carlos nunca ha movido las caderas así", pensé, sintiendo cómo me usaba con una energía que me hizo gemir.
5. Carlos (mi esposo)– Lo reconocí al instante. Su tacto familiar, su ritmo predecible. Pero esta vez… no quise admitirlo.
La primera ronda había dejado mi cuerpo tembloroso, mi boca húmeda y mi mente nublada por el deseo. Sabía que Carlos esperaba que, esta vez, lo reconociera al instante para salvar su orgullo. Pero yo… yo ya no quería jugar limpio.
—Otra vez— dije, con una voz más baja, más cargada de intención de lo que jamás había usado con él.
Los hombres intercambiaron miradas cómplices. Javier resopló, Luis se ajustó el cinturón, Diego se pasó la lengua por los labios y Mateo… Dios, Mateo, ese maldito hijo de puta, solo sonrió como si ya supiera lo que yo estaba pensando.
Javier – Volvió a ser brutal, como si quisiera castigarme por no haberlo elegido antes. Me agarró del pelo y empujó mi cara contra él sin aviso. "Abre, puta", gruñó. Y lo hice, sintiendo cómo me llenaba la garganta, cómo me hacía lagrimear. Sabía que no era Carlos, pero por un segundo, imaginé que sí, solo para excitar más la humillación, me hizo sentir como una puta barata.
Luis – Jugó sucio. Sus dedos acariciaron mi cuello antes de guiarme hacia él, haciéndome creer que tal vez esta vez sería Carlos. Pero no. Era demasiado suave, demasiado calculador. Cuando lo tomé en mi boca, usó esa técnica de moverse justo como a mí me gustaba. "Carlos nunca se ha molestado en aprender esto", pensé, tragando con más ganas de las necesarias como una amante secreta.
Diego – El más imponente. No tuve que hacer nada; él tomó control, empujando hacia adentro con esa grosura que ya recordaba demasiado bien. Me obligó a mirar "hacia arriba" (aunque con los ojos vendados, solo veía oscuridad), como si quisiera que sintiera lo pequeño que era Carlos en comparación. Y lo hice. Dios, cómo lo hice me sentí como una esclava sumisa.
Carlos – Mi esposo. Lo reconocí en el primer roce de sus manos, temblorosas, inseguras. Quise reír. ¿En serio no se da cuenta de que es él? Su sabor, su tamaño, su ritmo apresurado… todo era tan predecible. Pero esta vez, deliberadamente, me hice la tonta. Dejé que mis labios lo exploraran como si fuera un extraño, como si no lo hubiera chupado cientos de veces antes. Jugué con él, lamiéndolo más lento, como si dudara… y luego retirándome, como si no fuera suficiente.
Miguel – El último. Y el que ya había decidido que ganaría.
Cuando me tocó a Miguel, supe que sería mi elección… sin importar qué.
Él no dijo nada. No necesitaba hacerlo. Solo puso sus manos en mis hombros y me guió hacia él con una confianza que me derritió. No olía a Carlos. No sabía a Carlos. No se movía como Carlos.
Pero cuando sus dedos se enredaron en mi pelo y me obligaron a tomarlo más profundo, más rápido… supe que quería que fuera él.
—Tranquila, princesa… no te ahogues— susurró, burlón, mientras yo jadeaba alrededor de su longitud.
Y entonces, decidí fallar.
Cuando me quitaron la venda, todos estaban sonriendo. Carlos, pálido, esperaba mi respuesta.
—Fue el quinto— dije, mirándolo directamente a los ojos.
—¿¡Otra vez!?— gritó Carlos, incrédulo.
Los otros rieron, golpeándole el hombro. "¡Tu mujer ni te reconoce, cabrón!"
Pero Miguel… Miguel no se rió.
Me miró fijamente, como si supiera exactamente lo que había hecho. Como si leyera en mi rostro el morbo, la traición, el deseo de que fuera él.
—Parece que tu esposa tiene… mejor memoria para ciertas cosas— dijo, con un tono que hizo que mi estómago se revolviera.
Carlos se quedó callado. Y yo… yo me mojé al ver su cara de derrota.
Fue entonces cuando surgió el reto: "A ver, ¿crees que podrías reconocer a Carlos solo con tus manos y tu boca? Entre los cinco, sin ver…"
La idea me provocó un escalofrío. No era solo el alcohol, era el morbo, la posibilidad de tocar, de saborear, de comparar sin que ellos supieran lo que realmente ocurría en mi cabeza.
¿Qué tal, mi amor? ¿Te animas? Carlos me retó, con una sonrisa confiada.
Yo, con una mirada traviesa, asentí.
Me vendaron los ojos. El primer hombre se acercó.
1. Javier – Sus manos eran ásperas, de constructor. Me agarró con firmeza, sin rodeos. Su piel olía a tabaco y cerveza. Cuando me obligó a abrir la boca, sentí que dominaba el ritmo, empujando sin delicadeza. "¿Es Carlos?" No… Carlos nunca era tan brusco. Pero había algo excitante en esa falta de control, en cómo usaba mi boca como si fuera suya.
2. Luis – Todo lo contrario. Sus dedos eran largos, suaves, casi femeninos. Jugueteó conmigo, haciéndome esperar, trazando círculos en mis labios antes de dejarme probarlo. Era más delgado, más… elástico. Sabía cómo mover las caderas para hacerme esforzar. Mi mente voló: "¿Carlos alguna vez me ha hecho sentir así?"
3. Diego – El más callado del grupo. Pero su cuerpo no mentía. Ancho, musculoso, con un aroma a sudor y colonia barata. Cuando lo tomé en mi boca, noté que era más grueso que Carlos. Mi corazón latió fuerte. "Dios, ¿cómo no notarlo?" Tragué más de lo que debía, sintiendo cómo mis labios se estiraban.
4. Miguel – El más joven. Juguetón. Se rió cuando lo lamí, como si supiera que yo estaba disfrutando esto más de lo debido. Tenía un sabor salado, distinto. Y su ritmo… "Carlos nunca ha movido las caderas así", pensé, sintiendo cómo me usaba con una energía que me hizo gemir.
5. Carlos (mi esposo)– Lo reconocí al instante. Su tacto familiar, su ritmo predecible. Pero esta vez… no quise admitirlo.
La primera ronda había dejado mi cuerpo tembloroso, mi boca húmeda y mi mente nublada por el deseo. Sabía que Carlos esperaba que, esta vez, lo reconociera al instante para salvar su orgullo. Pero yo… yo ya no quería jugar limpio.
—Otra vez— dije, con una voz más baja, más cargada de intención de lo que jamás había usado con él.
Los hombres intercambiaron miradas cómplices. Javier resopló, Luis se ajustó el cinturón, Diego se pasó la lengua por los labios y Mateo… Dios, Mateo, ese maldito hijo de puta, solo sonrió como si ya supiera lo que yo estaba pensando.
Javier – Volvió a ser brutal, como si quisiera castigarme por no haberlo elegido antes. Me agarró del pelo y empujó mi cara contra él sin aviso. "Abre, puta", gruñó. Y lo hice, sintiendo cómo me llenaba la garganta, cómo me hacía lagrimear. Sabía que no era Carlos, pero por un segundo, imaginé que sí, solo para excitar más la humillación, me hizo sentir como una puta barata.
Luis – Jugó sucio. Sus dedos acariciaron mi cuello antes de guiarme hacia él, haciéndome creer que tal vez esta vez sería Carlos. Pero no. Era demasiado suave, demasiado calculador. Cuando lo tomé en mi boca, usó esa técnica de moverse justo como a mí me gustaba. "Carlos nunca se ha molestado en aprender esto", pensé, tragando con más ganas de las necesarias como una amante secreta.
Diego – El más imponente. No tuve que hacer nada; él tomó control, empujando hacia adentro con esa grosura que ya recordaba demasiado bien. Me obligó a mirar "hacia arriba" (aunque con los ojos vendados, solo veía oscuridad), como si quisiera que sintiera lo pequeño que era Carlos en comparación. Y lo hice. Dios, cómo lo hice me sentí como una esclava sumisa.
Carlos – Mi esposo. Lo reconocí en el primer roce de sus manos, temblorosas, inseguras. Quise reír. ¿En serio no se da cuenta de que es él? Su sabor, su tamaño, su ritmo apresurado… todo era tan predecible. Pero esta vez, deliberadamente, me hice la tonta. Dejé que mis labios lo exploraran como si fuera un extraño, como si no lo hubiera chupado cientos de veces antes. Jugué con él, lamiéndolo más lento, como si dudara… y luego retirándome, como si no fuera suficiente.
Miguel – El último. Y el que ya había decidido que ganaría.
Cuando me tocó a Miguel, supe que sería mi elección… sin importar qué.
Él no dijo nada. No necesitaba hacerlo. Solo puso sus manos en mis hombros y me guió hacia él con una confianza que me derritió. No olía a Carlos. No sabía a Carlos. No se movía como Carlos.
Pero cuando sus dedos se enredaron en mi pelo y me obligaron a tomarlo más profundo, más rápido… supe que quería que fuera él.
—Tranquila, princesa… no te ahogues— susurró, burlón, mientras yo jadeaba alrededor de su longitud.
Y entonces, decidí fallar.
Cuando me quitaron la venda, todos estaban sonriendo. Carlos, pálido, esperaba mi respuesta.
—Fue el quinto— dije, mirándolo directamente a los ojos.
—¿¡Otra vez!?— gritó Carlos, incrédulo.
Los otros rieron, golpeándole el hombro. "¡Tu mujer ni te reconoce, cabrón!"
Pero Miguel… Miguel no se rió.
Me miró fijamente, como si supiera exactamente lo que había hecho. Como si leyera en mi rostro el morbo, la traición, el deseo de que fuera él.
—Parece que tu esposa tiene… mejor memoria para ciertas cosas— dijo, con un tono que hizo que mi estómago se revolviera.
Carlos se quedó callado. Y yo… yo me mojé al ver su cara de derrota.
0 comentarios - El Juego de los sentidos