Un nuevo día comenzaba en Miami, era viernes por la mañana y recién hace unas pocas horas que había salido el sol, sin embargo Antonela Roccuzzo se encontraba en la cocina de su lujosa mansión preparándose un café en su costosa máquina mientras que observaba el buen clima por la ventana esperando a que su bebida se termine de preparar.

Ese día en particular, el silencio y la paz reinaban en los amplios salones de la mansión, algo que no era para nada habitual. Resulta que Leo había viajado con el Inter Miami a otra ciudad, algo que pasa bastante seguido, pero lo que no era tan común era que sus queridos hijos tampoco estuvieran en casa. Los chicos se habían ido de campamento con el colegio y pasarían todo el fin de semana fuera, dejando la casa más tranquila de lo normal.
Anto aprovechó para darle el día libre a sus empleados domésticos y así poder aprovechar de unos días en completa soledad disfrutando de no tener que estar haciéndose cargo de nada ni de nadie.
Una vez preparado el café Anto tomó la taza y se fue hacia el enorme living de la mansión donde se sentó en el sillón para desayunar mientras hacía un poco de ocio con su notebook

Los planes de Antonela para el fin de semana no eran nada extravagantes. Tenía pensado desayunar en silencio, ver alguna serie, escuchar música a todo volumen, quizás hacer algo de ejercicio y otras actividades similares. Básicamente, lo mismo que solía hacer habitualmente, pero esta vez disfrutando de la soledad, algo que no había experimentado en años.
Mientras Antonela se relajaba en el living de su casa, el sonido del timbre interrumpió el silencio absoluto que reinaba. Molesta, se preguntó quién podría ser, ya que no esperaba visitas.
—Pero la puta madre, ¿no puedo tener un día tranquila? —murmuró entre quejas.
Se levantó del sillón y se dirigió hacia la puerta. Al abrirla, se encontró con un joven adolescente de 16 años, con una mochila escolar y una sonrisa en el rostro. Era Leandro, el sobrino de Lionel, a quien Antonela conocía desde hacía años, aunque nunca habían sido muy cercanos.
El joven no pudo disimular que su mirada se desvió hacia el escote de Antonela por unos segundos. Y no era para menos: ella llevaba un conjunto para dormir con un escote sugerente y unos pantalones ajustados que resaltaban sus curvas.
—¿Leandro? ¿Qué hacés por acá? ¿Todo bien? —preguntó Antonela, sorprendida.
—Sí, todo bien. Recién vengo del colegio porque suspendieron las clases y pensé en pasar a saludar a mi tío, ya que me quedaba de paso. ¿Vos todo bien?
—Pero tu tío se fue ayer con el equipo a jugar, ¿no sabías?
—Uh, qué boludo. No tenía idea, pasa que no sigo mucho el fútbol, viste ¿Puedo pasar un rato o querés que me vaya? Había comprado facturas, justo —dijo con una risa nerviosa.
—Hmmm… bueno, dale, pasá.
—Dale, gracias. Con permiso, eh.
Aunque Antonela no tenía ganas de recibir visitas, y mucho menos a su sobrino de 16 años, tampoco quería ser descortés. Después de todo, Leandro era parte de la familia. Lo dejó pasar y ambos caminaron juntos hacia el living, donde se sentaron en sillones separados. La conversación fluyó con temas triviales, aunque sin mucho en común entre los dos.

—¿Y tu madre cómo anda? Hace mucho que no viene por acá —preguntó Antonela, intentando mantener una conversación normal.
—Ahí anda, rompiendo los huevos como siempre —respondió Leandro con una sonrisa—. Che, ¿qué silencio, no? ¿Mis primos están durmiendo todavía?
—No, no están. Se fueron de campamento con el colegio por unos días.
—Ahhh, mirá vos, no sabía…
Leandro empezó a sacar unas facturas de la mochila, con una sonrisa pícara que se le dibujó en la cara al confirmar que, efectivamente, Antonela estaba sola por unos días. Obviamente, su visita no era casualidad en lo más mínimo, y por ahora todo le estaba saliendo según lo planeado.
—Tomá, acá traje para desayunar —dijo, extendiendo las facturas—. Compré dos docenas porque pensé que iban a estar todos, pero bueno…
—Ah, bueno, gracias —respondió Antonela, tomando las facturas—. ¿Querés que te prepare un café o algo? Justo yo ya me había preparado uno.
—Sí, dale, si no es mucha molestia.
—Nah, tranquilo. Ahora te preparo uno, ya vengo.
Antonela se levantó y se dirigió hacia la cocina. Mientras caminaba, la mirada de Leandro se desvió rápidamente hacia su culo, apreciando la forma de sus nalgas que se marcaban bajo el ajustado pantalón. El pibe no pudo evitar sonreír para sí mismo, sintiendo que la situación le jugaba a su favor.

El joven, al quedarse solo en el living, rápidamente sacó del bolsillo su celular y abrió una misteriosa aplicación llamada “Mentes Frágiles”.
Se trataba de una aplicación poco conocida que Leandro había descubierto mientras exploraba la deepweb. Su costo era desorbitado, alrededor de 20 mil dólares, pero para Leandro el dinero no era un problema, ya que su familia también era adinerada. Después de comprarla, casi sin esperanzas y creyendo que podría ser una estafa, decidió probarla con una amiga del colegio. Al ver que realmente funcionaba, no dudó ni un segundo en poner como objetivo a su tía Anto, quien siempre le había parecido irresistible.
Sabía que esto no sería fácil, teniendo en cuenta que en la casa de Antonela siempre había gente: su esposo, sus hijos o los empleados domésticos. Por eso, Leandro esperó aproximadamente dos meses, hasta que un día su madre le comentó que Anto iba a estar sola todo un fin de semana. Sin pensarlo dos veces, ideó un plan.
Y finalmente, ahí estaba él, en el salón de la lujosa mansión, configurando la aplicación con una sonrisa pícara en su rostro y un poco de nervios, sabiendo que estaba más cerca que nunca de lograr lo que tanto deseaba.
—Cómo nos vamos a divertir nosotros dos, putita —murmuró Leandro en voz baja, casi susurrando para sí mismo, mientras ajustaba la aplicación en su celular.
Al cabo de unos minutos, Antonela regresó de la cocina y dejó el café en la mesita frente a su sobrino, con una sonrisa cordial.
—Gracias, tía, muy amable —dijo Leandro, tratando de mantener la compostura.
—De nada —respondió Antonela, sentándose de nuevo en el sillón—. Entonces… me estabas contando cómo anda tu mamá.
—Ah, sí, este… qué sé yo, ahí anda. El otro día dijo que iba a venir a comer un asado, no sé si te habló a vos.
Antonela, dándose cuenta de que su café se estaba enfriando, empezó a tomarlo bastante rápido. Mientras tanto, dejaba que su sobrino siguiera hablando, interrumpiendo solo para dar sorbos y contestar brevemente, sin prestar demasiada atención a la conversación.

—Ah, no, no me dijo nada. Igual ella sabe que puede venir cuando quiera, eh —respondió Antonela, tomando otro sorbo de su café.
—Sí, pero ya la conocés, siempre habla y después no sale de casa nunca, jaja —dijo Leandro, riéndose un poco forzadamente.
La conversación continuó unos minutos más, hablando de temas familiares, hasta que Leandro vio la oportunidad que estaba esperando.
—Sí, los chicos quieren un perro, pero no sé… El último que teníamos lo tuvimos que dejar en Barcelona, y es medio un quilombo cuidarlos. Estos chicos hinchan las pelotas, pero después no lo cuidan, ¿viste?
—Ah, justo hablando de eso, mi vieja compró uno, ¿no te contó?
—¿Ah, sí? No, no me dijo nada la yegua. ¿Qué raza es?
—Un ovejero alemán. Mirá, acá tengo unas fotos. A ver, bancame un segundo…
Simulando buscar fotos de un perro que no existía, Leandro aprovechó para presionar "Iniciar" en la aplicación de su celular. Rápidamente, le pasó el teléfono a Antonela con la pantalla boca abajo.
—Tomá, acá tenés, mirá.
—A ver…
Antonela agarró el celular con una sonrisa inocente, pero al girarlo, lo único que vio fue un espiral enorme que ocupaba toda la pantalla.
—¿Eh? ¿Qué es esto?
Al principio, Antonela intentó apartar la vista, sintiendo una extraña incomodidad, pero no podía. Algo en los patrones le resultaba hipnótico, atrapando su mirada con una fuerza misteriosa. Sus ojos se quedaron fijos, siguiendo el movimiento circular de la pantalla. Parpadeaba cada vez menos; sus pupilas se dilataron, y sus labios, antes tensos, comenzaron a aflojarse, dejando su boca entreabierta.
—No… no… entiendo… qué pasa…
—¿Qué pasa, Anto? ¿Te sentís rara? Jajaja —preguntó Leandro, con una sonrisa pícara que no podía disimular.
Antonela sintió cómo sus pensamientos se volvían cada vez más lentos, como si flotaran en el aire antes de desaparecer. El espiral giraba y giraba, llevándola cada vez más profundo, mientras sus párpados caían un poco más con cada vuelta. Su respiración se volvió pausada y pesada, y su cabeza empezó a inclinarse hacia adelante.
Intentó mover la mano, cambiar de posición, pero era como si su cuerpo no respondiera. Estaba atrapada, pegada a la pantalla, y cada intento de liberarse era más débil que el anterior. Sus ojos, ahora completamente vidriosos, no mostraban ningún rastro de conciencia, fijos en el centro del espiral que giraba sin cesar.
Leandro observaba con una mezcla de fascinación y satisfacción, sabiendo que la aplicación estaba funcionando exactamente como esperaba. La respiración de Antonela se volvió aún más lenta, casi imperceptible, y su cuerpo se relajó por completo, como si estuviera suspendido en un estado entre el sueño y la vigilia.
—Tranquila, Anto —dijo Leandro en un tono suave, casi burlón—. Solo relájate y déjate llevar…
Antonela no respondió. Su mente estaba ahora completamente sumergida en el efecto hipnótico del espiral, incapaz de resistirse o de entender lo que estaba sucediendo. Leandro sonrió, sabiendo que tenía el control total de la situación.
Leandro, con una felicidad inmensa, se puso de pie y se acercó a su tía sin prisa alguna. Con calma, le quitó el celular de las manos.
—Permiso, esto es mío… —dijo, guardando el dispositivo en el bolsillo de su pantalón.
Luego, se quedó contemplando el cuerpo de Antonela, que permanecía completamente quieto, como si el tiempo se hubiera detenido. Se frotó las manos, disfrutando del momento.
—A ver, ¿por dónde voy a empezar con vos? —murmuró, pensativo—. Ponete de pie, Anto.
—Sí, maestro… —respondió Antonela con una voz tenue y calmada, sin ningún rastro de expresión en su tono.
Inmediatamente, se levantó del sofá, quedando de pie con el cuerpo rígido y la mirada fija hacia adelante. Leandro, que estaba a su lado, se colocó frente a ella, apreciando su rostro inexpresivo. El simple morbo de verla con la mente completamente desconectada, totalmente indefensa, le provocó una erección instantánea.
Sin poder contenerse, Leandro se acercó aún más y comenzó a besarla apasionadamente, aprovechando la situación para satisfacer sus deseos más oscuros. Antonela, en su estado hipnótico, no opuso resistencia, permaneciendo completamente sumisa bajo el control de su sobrino.
Con unas ganas tremendas, Leandro le comía la boca, intercambiando saliva y metiendo su lengua lo más profundo que podía. Su mano, casi temblorosa por la excitación, bajó rápidamente hasta el enorme y firme culo de su tía. La mano de Leandro no alcanzaba a cubrirlo por completo, pero eso no lo detuvo: apretaba y manoseaba con desesperación, como si no hubiera un mañana.
Antonela, en su estado hipnótico, no ofrecía resistencia. Su cuerpo respondía mecánicamente a los movimientos de Leandro, pero su mente permanecía completamente desconectada, sumisa y vulnerable. Leandro, cada vez más excitado, continuaba explorando su cuerpo.


El culo de Antonela se sentía firme, duro y era extremadamente placentero de tocar, por lo que Leandro no tardó en usar ambas manos en lugar de una. Volaba de placer con cada manoseada que le daba, mientras seguía besándola con una pasión y lujuria que crecían por segundos. Sin lugar a dudas, el culo de su tía era el mejor que había tocado en su vida, aunque tampoco era muy difícil de superar, teniendo en cuenta su temprana edad.
Dejándole la boca llena de saliva, Leandro dio un paso hacia atrás para quitarse la camiseta. Con una voz entrecortada por la excitación, le dio otra orden a Antonela:
—Sacate el pantalón y ponete en cuatro en el sillón. ¡Dale, rápido!
—Sí, maestro… —respondió Antonela con voz tenue, cumpliendo la orden aunque sus movimientos eran lentos y un poco torpes.
Leandro, que estaba con una calentura insoportable, se terminó de desvestir, quedando únicamente en ropa interior. Luego, impaciente, comenzó a ayudar a Antonela.
—Dale, pelotuda… —murmuró, casi empujándola.
Antonela quedó en cuatro sobre el sillón, con su culo en tanga apuntando directamente hacia su sobrino, regalándole una imagen que nunca olvidaría.
—Dios, la cantidad de veces que soñé con este momento… No te hacés una idea de cómo voy a disfrutar este culo, puta —dijo Leandro, mientras sus manos no podían dejar de tocar, apretar, masajear y cachetear el culo de Antonela una y otra vez.
No podía creer lo afortunado que era. Desde que tenía uso de razón, siempre había fantaseado con el culo de su tía, por más incorrecto que fuera moralmente. Especialmente en esos días en que Antonela usaba jeans ajustados durante las cenas familiares que se organizaban de vez en cuando.
—¿Cómo te gustaba calentar, eh, putita? —preguntó retóricamente, mientras las nalgas de Antonela recibían cachetazos uno tras otro, sonando por todo el salón.
Pero no importaba qué tan fuertes fueran los golpes, Antonela no se quejaba. Permaneecía callada, con la mente en blanco, completamente sumisa y entregada al control de su sobrino.

Al cabo de unos pocos segundos, las nalgas de Antonela ya tenían un color rojizo, marcadas por las manos de su sobrino, quien no mostraba ni un ápice de piedad.
Envuelto en una pasión desenfrenada, Leandro le quitó la tanga negra que apenas cubría sus partes íntimas. Sin perder un segundo, enterró toda su cara en el ojete de su tía, restregando su rostro con avidez mientras le chupaba el ano y la concha con una mezcla de lujuria y desesperación.
Leandro sentía que podía quedarse a vivir tranquilamente entre las nalgas de Antonela, pero la idea de penetrarla era mucho más tentadora. Poniéndose de pie, se quitó la única prenda que le quedaba, dejando al descubierto su verga erecta.
A pesar de su corta edad, el chico tenía una verga bastante grande y larga, aunque su tía no estaba consciente para ser testigo de lo dotado que era su sobrino.
La punta de su verga se colocó en la entrada de su ano, y con ambas manos en su cintura, empezó a empujar. Rápidamente se dio cuenta de lo cerrada que tenía el culo.
—Hija de puta, cómo aprieta… ¿El tío no te hace el orto? Bueno, yo voy a tratar este culo como se lo merece, no te preocupés —murmuró entre dientes, mientras seguía empujando.
Leandro hacía fuerza con su cintura hacia adelante, agarrándola de la cadera con firmeza. Poco a poco, notaba cómo su verga se abría paso a través de su ano, hasta que finalmente logró meterla por completo.
Con la verga lo más profunda posible y teniendo a Antonela en cuatro sobre el sofá, Leandro se quedó unos segundos contemplando la hermosa situación que estaba viviendo. Haber fantaseado tanto tiempo con su ejercitado culo y estar ahora con su verga enterrada en él le dio un morbo terrible, lo que desató toda su pasión. Empezó a cogerla rápidamente, sin contenerse.
Las nalgas de Antonela rebotaban como gelatina cada vez que recibían el impacto brusco de la cadera de Leandro. El sonido de los golpes se mezclaba con los gemidos del joven, que se movía lo más rápido posible, sin importarle nada más.
—Tomá, trola… ¿Te gusta, eh? ¿Te gusta cómo tu sobrino te hace el orto? Puta de mierda… —decía Leandro entre gemidos, disfrutando cada segundo de la situación.

Leandro aprovechaba que Antonela no estaba consciente para garchársela lo más fuerte posible, dándole nalgadas, tirándole del pelo y agarrándola de la nuca sin ningún tipo de consideración.
Ver a la mismísima Antonela Roccuzzo, esa madre de familia millonaria y famosa, siendo usada por su sobrino de 16 años como si fuera un juguete, era algo increíble de presenciar, aunque el único testigo de eso era el propio chico.
Los minutos pasaban y Leandro no dejaba de embestir con fuerza el culo de Antonela. Para ese momento, ya estaba bastante sudado, y el cuerpo de Anto tenía un tono rojizo, especialmente en la zona de los glúteos, marcados por las bofetadas que le había dado.
Cogerse ese culo era tan placentero que el joven no quería parar nunca, pero estaba agotado y no podía aguantar más las ganas de acabar. Así que la agarró de los brazos para tener mejor impulso, aceleró aún más el ritmo de las embestidas.


—¡Uff, dios! ¡Prepárate, que te voy a llenar el orto de leche, puta!
Finalmente, dio las tres últimas embestidas, cada una más fuerte que la anterior, y en la tercera hundió su verga lo más profundo posible dentro de ella. Con un gemido de placer y satisfacción, comenzó a soltar chorros y chorros de leche.
—¡Ahhhhhhhh! ¡Sí! ¡Uffff!
Su verga estaba tan adentro que Leandro prácticamente estaba montado sobre su espalda, sin parar de largar chorro tras chorro. Incluso hacía pequeñas embestidas mientras se aseguraba de dejar hasta la última gota en su interior.
Después de unos 6 o 7 disparos de semen, sintió cómo se vaciaba por completo. Con la respiración agitada, se apartó del cuerpo de su tía y se sentó a su lado para descansar un poco.
Anto quedó en el sillón, boca abajo, con su cuerpo inerte y el rostro inexpresivo, mientras unas gotas de leche se derramaban de su ano. Leandro la observaba, riéndose un poco y admirando cómo la había dejado.
—Cómo voy a disfrutar de estos días, por favor…
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Más tarde ese mismo día…
—Sí, ma… sí… ya te dije que me quedo hasta el lunes en lo de Gastón, y de ahí vamos al colegio. El lunes, después de la escuela, voy para casa, así que no te preocupes —dijo Leandro, su voz relajada pero con un tono de impaciencia apenas disimulado.
Era de noche, alrededor de las 23:00, y Leandro estaba acostado en una cama matrimonial, hablando por teléfono. La habitación estaba sumida en la penumbra, solo iluminada por el resplandor tenue del televisor, que tenía de fondo el partido del Inter de Miami.
—¿Qué estamos haciendo? Nada… jugando a la Play un rato, ¿por? —mintió con naturalidad, mientras sentía cómo Anto, completamente desnuda al igual que él, le chupaba la pija lentamente, tal como él se lo había ordenado.


—Bueno, má, después hablamos, ¿sabes? Ahora voy a seguir jugando un rato y ya me voy a dormir. Chau, nos vemos —dijo Leandro, colgando el teléfono con un suspiro de alivio.
Nada más cortar la llamada, su actitud cambió por completo. Con una sonrisa de satisfacción, comenzó a acariciarle la cabeza a Anto como si fuera un perro, sus dedos enredándose en su cabello mientras dejaba escapar suspiros de placer. Sentía cómo ella envolvía la punta de su verga con la lengua y los labios, cada movimiento lento pero preciso, como si estuviera completamente sumisa a sus órdenes.
La verga de Leandro lucía un aspecto entre colorado y rojizo, una clara señal de que probablemente había estado garchando durante todo el día. Aun así, no parecía tener intenciones de detenerse.
—Este va a ser nuestro secretito, ¿no, Anto? —murmuró, su voz baja pero cargada de dominación—. Quédate tranquila que nadie se va a enterar de esto.
Anto no respondía. Simplemente seguía chupando una y otra vez, sus ojos desviados y la mirada perdida, como si estuviera en un trance del que no podía escapar. De fondo, se escuchaba levemente al relator celebrar un gol de Messi con el Inter de Miami.
Mientras observaba a Anto, Leandro no podía evitar preguntarse qué clase de tecnología tendría la aplicación para mantener hipnotizada a una persona durante tanto tiempo. Fuera como fuese, estaba encantado de que existiera un invento así.
—Bueno, vamos a echar el último polvo antes de dormir, ¿no? —dijo Leandro, su voz llena de deseo y dominación—. Vení, subite arriba mío y cabalgame.
—Sí, amo… —respondió Anto, sumisa y con voz apenas audible.
Sin perder un segundo, Anto dejó de chuparle la pija, sacándosela de la boca con un sonido húmedo, y se subió encima de su sobrino. Con un movimiento rápido y decidido, se metió su verga en la concha, comenzando a saltar sobre él de inmediato, como si no pudiera resistir más la necesidad de sentirla dentro de ella.Leandro la observaba con los ojos llenos de lujuria, disfrutando de cómo las tetas de Anto rebotaban con cada movimiento. Sus propias manos estaban entrelazadas detrás de su nuca, dejando que su tía hiciera todo el trabajo mientras él se relajaba y se entregaba al placer.
—Quiero que gimas como si estuvieras garchando con tu marido, Anto —le ordenó, su voz firme y llena de deseo—. Empezá a gemir como una perra en celo.
El rostro de Anto experimentó una transformación abrupta al mirar a su sobrino, como si hubiera recuperado momentáneamente la conciencia. Sin embargo, no era más que una ilusión, pues en su interior permanecía completamente sumida en un trance. Sus expresiones faciales adoptaron la personalidad de una mujer desinhibida y provocativa.
—¡Ayyyy, siii! ¡Dame más! ¡Asii! ¡Ahhhh! —Antonela gemía con un tono de voz ligeramente forzado.
Para su sobrino, era más que suficiente. Ni en sus más vívidos sueños habría imaginado semejante escena. Escuchar a su tía gemir mientras lo cabalgaba se convertía, sin duda, en el momento más impactante y memorable de su vida.
—¡Dale, trola! ¡Seguí gimiendo! ¿Te encanta la pija, no? —exclamó el chico, su voz cargada de deseo y adrenalina.
A medida que los segundos pasaban, la calentura del pibe crecía de manera imparable. Sus manos, firmes y ávidas, se aferraron a la cintura de su tía, marcando su ritmo y acompañando cada movimiento de Anto con embestidas profundas y precisas.
—¡Ahhh!! ¡Hmmmm!! ¡Siii!! ¡Asii!!—Antonela gemía, pero su voz sonaba forzada, como si estuviera interpretando un papel en lugar de expresar un placer genuino.
—¡Más rápido! ¡Quiero verte saltar sobre mi pija, putita! —ordenó el chico, su tono entre exigente y excitado, mientras observaba cómo ella se movía con una intensidad calculada.
Antonela, siguiendo las indicaciones, aceleró el ritmo de sus caderas. El sonido de su culo chocando contra las piernas del chico resonaba en la habitación, un golpeteo constante que marcaba el ritmo de su encuentro. La cama, incapaz de soportar la fuerza de sus movimientos, comenzó a rechinar de manera estridente, añadiendo una banda sonora caótica al momento.
—¡Por dios, cómo te movés, hija de puta! —exclamó el chico soltandole un cachetazo de la emoción.
—Vení, inclinate un poco, tráeme esas tetas —dijo Leandro, con la voz cargada de deseo.
Antonela, sin resistencia, se inclinó hacia adelante, permitiendo que su sobrino llevara su boca a uno de sus pechos. Con un gesto lleno de morbosidad y pasión, comenzó a chupar con fuerza, dejando un rastro de saliva que brillaba sobre sus pezones. La piel de su teta ya empezaba a verse marcada por la intensidad con la que Leandro succionaba, como si quisiera dejar huella.
La calentura lo dominaba por completo. Sin poder contenerse, llevó sus dos manos al culo de Antonela, abriéndole las nalgas para que su pija entrara con más facilidad. Con cada sentón de su tía, sentía cómo su verga se hundía más y más, profundizando en un ritmo que lo llevaba al borde del éxtasis. Los gemidos constantes de Antonela, mientras lo cabalgaba con una de sus tetas en la boca, lo volvían loco de deseo. Sabía que no aguantaría mucho más con semejante trola encima suya.

—Te voy a llenar de leche, pedime que te llene toda, quiero escucharte pedir leche como una trola —dijo, sacándose la teta de la boca por un momento, con la voz entrecortada.
—¡Ayy! ¡Sí! ¡Dame leche! ¡La quiero toda, por favor! ¡Lléname la concha de leche! —gritó Antonela con un tono agudo, sin dejar de cabalgar sobre él.
Escuchar a su tía hablar así era algo que lo sacaba de quicio. Había un contraste enorme con la Antonela madre de familia que él conocía. Ahora parecía una persona completamente distinta, entregada a la lujuria sin ningún tipo de inhibición. Leandro la inclinó un poco más, tomándola de la cabeza, y unió sus labios en un beso morboso, explorando su boca con la lengua sin parar.
Los movimientos de ambos se volvían cada vez más intensos y rápidos. Leandro acompañaba los saltos de Antonela, buscando llegar al clímax, aunque no le resultaba fácil. A lo largo del día, probablemente ya había acabado varias veces.


Unos pocos minutos de embestidas intensas bastaron para que Leandro empezara a eyacular dentro de Antonela, sin soltarle la boca mientras la besaba apasionadamente.
—¡Hmmmmmn! ¡Hmmmm! —gruñó, con los labios pegados a los de su tía, mientras sentía cómo la pija le descargaba dentro de ella.
Antonela seguía moviéndose en un ritmo automático, sin darse cuenta de que la estaban llenando de leche. Leandro, cuando sintió que ya no le quedaba nada, le ordenó que parara, casi sin aliento.
—Para, Anto, para… no doy más…
La apartó con un movimiento firme y la dejó tendida boca arriba, quieta y callada, con las piernas abiertas.
Leandro se recostó a su lado, mirando al techo mientras jadeaba. Las piernas le temblaban y la pija le ardía de tanto garchar, pero no podía negar que estaba satisfecho.
Cuando la calentura empezó a bajar, miró a Anto y por un segundo le dio un poco de remordimiento, pero enseguida se sacudió la culpa. “Si nadie se entera, no pasa nada”, pensó, mientras se acomodaba para descansar un rato.
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La mañana siguiente…
Antonela se encontraba nuevamente en la cocina, a primera hora de la mañana, preparando el desayuno para su sobrino. Su mirada estaba perdida, fija en la nada, y sus movimientos eran algo torpes, como si estuviera en piloto automático. En esta ocasión, llevaba puesto un traje de lencería negro que Leandro había encontrado mientras revisaba sus cosas. El traje, de encaje fino y ajustado, resaltaba sus curvas de manera provocativa, y lo complementaba con unos tacones altos que combinaban a la perfección. Antonela parecía una bailarina de striptease, con su culo bien marcado por la tanga diminuta que formaba parte del conjunto.
En medio del silencio de la mañana, Leandro apareció por detrás y le dio una nalgada que resonó en toda la cocina, haciendo temblar su nalga.
—¿Y? ¿Cómo va mi trolita? ¿Falta mucho? —preguntó con tono burlón.
—No, amo… ya termino… —respondió Antonela con voz sumisa, sin siquiera voltear a mirarlo.
—Perfecto, así me gusta —dijo Leandro, alejándose hacia el salón para sentarse en el sofá, dejando a Antonela sola en la cocina mientras terminaba de preparar todo.
Al rato, Leandro escuchó a sus espaldas el sonido de los tacones acercándose con cada pisada. Se acomodó en el sofá, bajando las patas de la mesa para hacer espacio, y entonces apareció Antonela con una bandeja, trayendo el desayuno con cuidado para no derramar nada.
—Acá está su desayuno, amo… —dijo con voz suave, inclinándose ligeramente hacia adelante.
—Dejalo en la mesa y alcanzame el café —ordenó Leandro, sin apartar la mirada de ella.
Leandro sonreía mientras observaba a Antonela sosteniendo la bandeja con delicadeza en sus manos. Los tacones altos y el traje de lencería le daban una apariencia que mezclaba la elegancia de una sirvienta con la provocación de una puta de lujo.
Antonela se inclinó aún más hacia adelante, dándole a su sobrino una vista perfecta de su culo bien marcado por la tanga, y dejó la bandeja en la mesita. Acto seguido, tomó la taza de café y se dio vuelta, entregándosela en la mano con sumisión.
—Su café, amo… —murmuró, manteniendo la mirada baja.
—Muchas gracias, muy amable —respondió Leandro con ironía, llevándose la taza a los labios para darle los primeros sorbos.
Antonela se quedó de pie frente a él, sin decir nada, tapándole la vista de la televisión. Leandro la miró con una sonrisa burlona antes de hablar.
—Pero córrete, boluda… bueno, no. Mejor, hacé una cosa: sentate acá en mi verga y bailame un rato. Quiero que me muevas el orto, dale —ordenó, acomodándose en el sofá.
—Entendido, amo… —respondió Antonela sin dudar.
Se giró y se sentó sobre Leandro, apoyando su culo directamente sobre su bulto, que apenas estaba cubierto por un calzoncillo. Enseguida, empezó a moverse con un baile lento y sensual, restregándole todo el orto contra su entrepierna.

—Eso, putita… paráme la pija de nuevo —gruñó Leandro, disfrutando cada movimiento mientras su cuerpo respondía al ritmo de Antonela.
Mientras seguía dándole sorbos al café, Leandro le acariciaba el culo con una mano, disfrutando del show que Antonela le ofrecía. Cada movimiento de sus caderas, cada roce de su piel contra su entrepierna, era mucho más estimulante que cualquier cosa que pudiera estar pasando en la televisión.
En medio del baile, el sonido del celular de Antonela interrumpió el ambiente. El tono de notificación resonó en la habitación, llamando la atención de Leandro. Con un gesto rápido, estiró su mano y tomó el teléfono, desbloqueándolo sin dificultad. En la pantalla apareció un mensaje de Leo.
El mensaje era simple: "Buenos días, amor", acompañado de un emoji de corazón. Leandro lo leyó con una expresión de fastidio. No tenía muchas ganas de contestar, pero sabía que si no lo hacía, podría levantar sospechas. Con un suspiro, comenzó a teclear una respuesta breve, mientras Antonela seguía moviéndose sobre él, ajena a lo que estaba sucediendo.

—La estoy cuidando bien, tío, no te hagas drama jaja —decía en voz alta, riéndose mientras chateaba un rato con él, haciéndose pasar por Antonela. Luego de unos pocos intercambios de mensajes, parecía que Leo no jodía más, así que tiró el celular a un lado.
—Listo, ya está. ¿Dónde estábamos? —preguntó, volviendo su atención a Antonela.
Ella seguía restregándole el orto con movimientos sensuales, sintiendo cómo su bulto erecto se metía entre sus nalgas, provocando una sensación que hacía que Leandro cerrara los ojos y disfrutara cada segundo.
—Qué ganas de romperte el orto de nuevo, Dios… pero vamos a dejarlo para más tarde. Ahora quiero llevarme un recuerdito de esto —dijo Leandro, tomando su propio celular y preparando la cámara mientras dejaba la taza de café vacía a un lado.
—Anto, arrodíllate y anda lamiendo mi entrepierna. Vamos a hacer un video —ordenó con una sonrisa burlona, sosteniendo el teléfono en posición para grabar.
—Sí, amo… —respondió Antonela con voz sumisa, arrodillándose entre sus piernas sin dudarlo.
Comenzó a pasar su lengua lentamente por el bulto erecto de su sobrino, que apenas estaba cubierto por el calzoncillo. La sensación de su lengua caliente a través de la tela hizo que Leandro se estremeciera, pero mantuvo la cámara firme, enfocando cada detalle.
—Mira a la cámara, Anto. No le quites la vista —instruyó, asegurándose de capturar cada momento.
Desde la perspectiva de la cámara, el plano era perfecto. Se veía claramente a la famosa Antonela Roccuzzo, con su rostro serio y sus ojos fijos en el lente, mientras su lengua se movía con lentitud y provocación sobre el bulto de su sobrino. Era una imagen que Leandro sabía que atesoraría por mucho tiempo.


—Estás saliendo divina, tía. Ahora chupame la pija de a poco y no quites la mirada de la cámara —ordenó Leandro, sosteniendo el teléfono con una mano mientras la otra descansaba sobre el sofá.
—Entendido, amo… —respondió Antonela, deteniéndose con las lamidas y ajustándose frente a él.
Con movimientos lentos y precisos, Antonela le bajó los calzoncillos usando las manos, y la verga dura de Leandro salió disparada, pegándole suavemente en el rostro. Sin esperar un segundo, la agarró con firmeza y empezó a chupar la punta, manteniendo sus ojos fijos en la cámara.
Sus movimientos eran meticulosos: cada pocos segundos bajaba hasta la base de su pija, casi rozando sus huevos, y pasaba toda la lengua a lo largo del tronco. Una vez que llegaba a la cabeza de la chota, volvía a chupar con suavidad, manteniendo el contacto visual en todo momento.
—Ahh, sí… así… —gruñó Leandro, disfrutando cada segundo de la chupada que Antonela le daba.
A medida que pasaban los segundos, el video estaba quedando perfecto. Los movimientos de Antonela eran los de una petera profesional, y su mirada se mantenía fija en la cámara de manera que, si alguien veía el video, sería imposible darse cuenta de que había sido hipnotizada. Leandro sabía que tenía que tener cuidado; ese video en las redes sociales, sin dudas, revolucionaría todo.
—Trágatela un poco, dale —dijo Leandro, empujándole la cabeza hacia abajo con una mano, guiándola con firmeza pero sin brusquedad.
La verga del joven era tan grande que, incluso en completo trance, Antonela tuvo dificultades para tragársela por completo. Apenas llevaba la mitad de la chota en su boca y ya sentía cómo su pija le chocaba en la garganta, pero su estado hipnótico evitaba cualquier tipo de arcada o reacción natural.
La ligera presión que ejercía sobre su cabeza no era suficiente para lograr que Antonela se tragara todo, así que dejó de filmar y rápidamente soltó el celular para agarrar su cabeza con las dos manos.
—A ver, puta inútil, tanto te va a costar —dijo con tono burlón pero firme.
Con ambas manos en su cabeza, empezó a empujar hacia abajo con bastante fuerza, sintiendo cómo su garganta iba cediendo y su pija se abría paso a través de ella. Con algo de esfuerzo, lo consiguió, y el rostro de Antonela quedó completamente hundido contra su cuerpo.
—Ahh, ahora sí… —gruñó Leandro, disfrutando de la sensación de su garganta apretada alrededor de su miembro, mientras Antonela permanecía sumisa, sin resistencia, cumpliendo con su tarea.
La sensación era tan placentera que la calentura lo invadió otra vez, moviendo la cabeza de Antonela hacia arriba y abajo rápidamente sin piedad.
Su pija empezó a chocar contra la garganta de su tía fuertemente, y la saliva le empezaba a caer de la boca, dejando su verga completamente empapada.
Antonela no tenía arcadas gracias al profundo trance, pero se podía escuchar claramente el sonido de su verga haciendo estragos en su garganta.
—Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup!!!
—¡Sí! ¡Atragántate con mi pija, hasta el fondo, putita! —gritó Leandro, disfrutando cada segundo de la sensación de su garganta apretada alrededor de su miembro, mientras continuaba moviendo su cabeza con fuerza.


Leandro, sin sacar su miembro de la garganta de Antonela y aún sosteniéndola firmemente con ambas manos, se puso de pie para embestirla con mayor comodidad, buscando penetrar su garganta con la mayor rapidez posible.
Antonela no estaba arrodillada, sino de pie, pero con su espalda completamente inclinada hacia adelante, dejando su cara a la altura de la cintura de Leandro.
—¡Dios, te la voy a meter hasta el esófago!
Con un movimiento enérgico, comenzó a mover su cintura hacia adelante y hacia atrás. La cabeza de Antonela salía disparada hacia atrás por la fuerza de las embestidas, pero con sus manos, Leandro se aseguraba de que no se moviera demasiado.
La verga entraba tan profundamente que el contorno de su miembro se marcaba claramente en la garganta de Antonela, mostrando hasta dónde llegaba. Su nariz no dejaba de clavarse contra el abdomen de Leandro con cada empujón, intensificando la crudeza del momento.


El rostro de Antonela, aunque inexpresivo por el estado hipnótico en el que se encontraba, no podía ocultar las señales físicas de la brutal garchada de garganta que estaba recibiendo. Su piel se había enrojecido, los ojos le lagrimeaban sin control y de su nariz y boca caían hilos de saliva, mezclándose con los fluidos que ya cubrían la pija de Leandro.
Leandro, consciente de que ella no podía sentir nada en ese estado, aprovechaba al máximo la situación, moviéndose con una fuerza y profundidad que buscaban llegar hasta el límite. Sabía que era una oportunidad única, una experiencia que probablemente nunca se repetiría. Sus huevos chocaban contra el mentón de Antonela con cada embestida, y los sonidos de su garganta siendo penetrada eran cada vez más fuertes, más húmedos, más crudos. Cualquier otra persona, en plena conciencia, probablemente ya habría vomitado, pero Antonela, bajo el hechizo, permanecía sumisa.
—Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup!!!
—¡La cantidad de veces que soñé con esto, hija de puta! ¡Traga… traga… traga! —gritó Leandro, su voz entrecortada por el placer y la intensidad del momento.
Leandro cerró los ojos, concentrándose en las embestidas mientras su mente no dejaba de recrear la situación en la que se encontraba. Su tía, la misma mujer con la que había fantaseado durante tantos años, estaba ahora misma recibiendo su verga entera en la garganta. Ese pensamiento lo llevó al límite, y no pudo aguantar más. Sintió cómo su miembro comenzó a palpitar, una señal inconfundible de que estaba a punto de explotar.
Su cintura se detuvo bruscamente, manteniendo su verga lo más profundo posible dentro de la garganta de Antonela. En ese instante, sintió cómo todo su cuerpo se tensaba y, con un gemido gutural, comenzó a eyacular fuertemente, chorro tras chorro, sin parar.
—¡Ahhhfgfgggg! ¡Siiii! —gritó Leandro, su voz entrecortada por el intenso placer que lo invadía.
La cantidad de semen que salía de su miembro era abrumadora. Cada chorro iba directo a la garganta de Antonela, pero era tanto que un poco se escapaba, escurriéndose por sus labios y mezclándose con la saliva que ya cubría su rostro.
Los segundos parecieron alargarse mientras Leandro se descargaba por completo, vaciando hasta la última gota. Cuando finalmente terminó, comenzó a retirar su verga lentamente, dejando un hilo de saliva y semen que conectaba su miembro con la boca de Antonela.
Sin duda, había sido la mejor eyaculación de su vida. El joven respiró profundamente, saboreando el momento, consciente de que había vivido algo que solo había imaginado en sus sueños más oscuros.
—Eso… eso fue increíble… —murmuró Leandro, todavía en shock, con la respiración agitada y el cuerpo tembloroso por la intensidad del momento.
Antonela, en cambio, seguía inexpresiva, como si nada hubiera pasado. Pero su rostro decía todo lo contrario. Alrededor de su boca se acumulaba una mezcla de saliva y semen, y toda su cara estaba húmeda, colorada y marcada por la crudeza de lo que acababa de pasar. La boca le quedó abierta, y de ahí caían lentamente restos de semen y saliva, como si fuera una canilla que gotea sin parar.
Leandro la miraba con una expresión morbosa, contemplando el resultado de lo que había logrado. En ese momento, su tía no se habia convertido en su depósito de semen… al menos por un fin de semana.
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La luz de un nuevo amanecer entró por la ventana y, de a poco, los ojos de Antonela se fueron abriendo. Al despertar, notó que estaba acostada en su cama, completamente desnuda. Su visión estaba un poco borrosa y todo le daba vueltas. Se llevó la mano a la frente, sintiendo una pesadez y un dolor en el cuerpo, como si la hubiera atropellado un camión. Pero lo que más le dolía era la cabeza, como si tuviera una resaca de aquellas.
—Uff, la puta madre… ¡Qué dolor de cabeza! —murmuró, quejándose mientras intentaba sentarse en la cama.
Se levantó lentamente, con más quejidos por los dolores que la invadían, y agarró su celular para ver qué hora era. Al desbloquearlo, se encontró con que era lunes por la mañana.
—¿Qué? ¿Qué carajo pasó? ¿Ya es lunes? ¿Cómo? Pero si… —balbuceó, completamente desconcertada.
El último recuerdo que tenía era del viernes por la mañana. Lo único que recordaba era que estaba en su salón desayunando y, en un cerrar y abrir de ojos, ya era lunes. ¿Cómo era posible? Se preguntaba en su cabeza, tratando de entender qué había sucedido en esos días que parecían haber desaparecido de su memoria.
Al echar un vistazo por el dormitorio, se dio cuenta de que había bastante ropa suya tirada por el suelo, lo cual le llamó la atención. Antonela, aún más confundida, empezó a vestirse mientras intentaba recordar qué carajo había pasado. Pero entre el dolor de cabeza, la pesadez y la falta de recuerdos, todo parecía un enigma imposible de resolver.
A medida que empezaba a moverse, Antonela sintió un ardor en el culo que no supo a qué atribuir. Además, notó un dolor en la garganta, como si tuviera un catarro, lo que solo añadía más confusión a su estado.
Bajó por las escaleras lentamente, aún con el cuerpo adolorido, y al llegar al salón, se encontró con un caos total. Había platos sucios encima de la mesa, más ropa tirada por el piso, incluyendo tangas y corpiños, y algunas manchas en el suelo que no sabía identificar.
Antonela, cada vez más desconcertada, intentó buscar una explicación lógica.
—¿Qué mierda pasó? ¿Hice una joda? ¿Le metí los cuernos a mi marido? No… no lo creo… —pensó en su mente, descartando rápidamente esas ideas.
Todas las hipótesis que pasaban por su cabeza estaban muy lejos de lo que realmente había ocurrido. El vacío en su memoria y el estado de su casa solo aumentaban su confusión, dejándola con más preguntas que respuestas. Mientras intentaba ordenar sus pensamientos, no podía evitar sentir que algo muy extraño había sucedido durante esos días que no recordaba.
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Tres meses después.
Con el tiempo, todo quedó en la nada. Antonela, por las dudas, decidió no contarle nada a nadie por miedo a mandarse alguna cagada. Después de todo, tampoco estaba segura al 100% si había sido infiel. Ella se afirmaba a sí misma que nunca sería capaz de algo así, pero esa laguna mental le hacía dudar.
Mientras tanto, Leandro estaba en su habitación, acostado, pajereándose mientras veía un video en su celular. En el video se podía apreciar un primer plano de Antonela chupando una pija como si fuera una actriz porno.
—¡Qué buenos recuerdos, lpm! —decía en voz alta para sí mismo, disfrutando del momento y reviviendo aquella experiencia que nunca olvidaría.
Luego de unas horas, decidió bajar al comedor de su casa para buscar algo de comer. Allí se encontró con su vieja, sonriendo como boba mientras miraba su celular.
—¿Qué pasó, ma? ¿Y esa sonrisa? Jaja —preguntó Leandro, intentando sonar casual.
—No te enteraste? Tus tíos van a ser padres de nuevo. Anto está embarazada —respondió su madre, con una sonrisa de oreja a oreja.
Los ojos de Leandro se abrieron bien grande al escuchar esa noticia, y un escalofrío le recorrió la espalda.
—Ahh, sí… qué… qué… bueno… —balbuceó, tratando de mantener la compostura mientras su mente empezaba a dar vueltas a mil por hora.
La noticia lo dejó helado, y aunque intentó no demostrarlo, no podía evitar preguntarse si él tenía algo que ver con ese embarazo.
Fin.

Ese día en particular, el silencio y la paz reinaban en los amplios salones de la mansión, algo que no era para nada habitual. Resulta que Leo había viajado con el Inter Miami a otra ciudad, algo que pasa bastante seguido, pero lo que no era tan común era que sus queridos hijos tampoco estuvieran en casa. Los chicos se habían ido de campamento con el colegio y pasarían todo el fin de semana fuera, dejando la casa más tranquila de lo normal.
Anto aprovechó para darle el día libre a sus empleados domésticos y así poder aprovechar de unos días en completa soledad disfrutando de no tener que estar haciéndose cargo de nada ni de nadie.
Una vez preparado el café Anto tomó la taza y se fue hacia el enorme living de la mansión donde se sentó en el sillón para desayunar mientras hacía un poco de ocio con su notebook

Los planes de Antonela para el fin de semana no eran nada extravagantes. Tenía pensado desayunar en silencio, ver alguna serie, escuchar música a todo volumen, quizás hacer algo de ejercicio y otras actividades similares. Básicamente, lo mismo que solía hacer habitualmente, pero esta vez disfrutando de la soledad, algo que no había experimentado en años.
Mientras Antonela se relajaba en el living de su casa, el sonido del timbre interrumpió el silencio absoluto que reinaba. Molesta, se preguntó quién podría ser, ya que no esperaba visitas.
—Pero la puta madre, ¿no puedo tener un día tranquila? —murmuró entre quejas.
Se levantó del sillón y se dirigió hacia la puerta. Al abrirla, se encontró con un joven adolescente de 16 años, con una mochila escolar y una sonrisa en el rostro. Era Leandro, el sobrino de Lionel, a quien Antonela conocía desde hacía años, aunque nunca habían sido muy cercanos.
El joven no pudo disimular que su mirada se desvió hacia el escote de Antonela por unos segundos. Y no era para menos: ella llevaba un conjunto para dormir con un escote sugerente y unos pantalones ajustados que resaltaban sus curvas.
—¿Leandro? ¿Qué hacés por acá? ¿Todo bien? —preguntó Antonela, sorprendida.
—Sí, todo bien. Recién vengo del colegio porque suspendieron las clases y pensé en pasar a saludar a mi tío, ya que me quedaba de paso. ¿Vos todo bien?
—Pero tu tío se fue ayer con el equipo a jugar, ¿no sabías?
—Uh, qué boludo. No tenía idea, pasa que no sigo mucho el fútbol, viste ¿Puedo pasar un rato o querés que me vaya? Había comprado facturas, justo —dijo con una risa nerviosa.
—Hmmm… bueno, dale, pasá.
—Dale, gracias. Con permiso, eh.
Aunque Antonela no tenía ganas de recibir visitas, y mucho menos a su sobrino de 16 años, tampoco quería ser descortés. Después de todo, Leandro era parte de la familia. Lo dejó pasar y ambos caminaron juntos hacia el living, donde se sentaron en sillones separados. La conversación fluyó con temas triviales, aunque sin mucho en común entre los dos.

—¿Y tu madre cómo anda? Hace mucho que no viene por acá —preguntó Antonela, intentando mantener una conversación normal.
—Ahí anda, rompiendo los huevos como siempre —respondió Leandro con una sonrisa—. Che, ¿qué silencio, no? ¿Mis primos están durmiendo todavía?
—No, no están. Se fueron de campamento con el colegio por unos días.
—Ahhh, mirá vos, no sabía…
Leandro empezó a sacar unas facturas de la mochila, con una sonrisa pícara que se le dibujó en la cara al confirmar que, efectivamente, Antonela estaba sola por unos días. Obviamente, su visita no era casualidad en lo más mínimo, y por ahora todo le estaba saliendo según lo planeado.
—Tomá, acá traje para desayunar —dijo, extendiendo las facturas—. Compré dos docenas porque pensé que iban a estar todos, pero bueno…
—Ah, bueno, gracias —respondió Antonela, tomando las facturas—. ¿Querés que te prepare un café o algo? Justo yo ya me había preparado uno.
—Sí, dale, si no es mucha molestia.
—Nah, tranquilo. Ahora te preparo uno, ya vengo.
Antonela se levantó y se dirigió hacia la cocina. Mientras caminaba, la mirada de Leandro se desvió rápidamente hacia su culo, apreciando la forma de sus nalgas que se marcaban bajo el ajustado pantalón. El pibe no pudo evitar sonreír para sí mismo, sintiendo que la situación le jugaba a su favor.

El joven, al quedarse solo en el living, rápidamente sacó del bolsillo su celular y abrió una misteriosa aplicación llamada “Mentes Frágiles”.
Se trataba de una aplicación poco conocida que Leandro había descubierto mientras exploraba la deepweb. Su costo era desorbitado, alrededor de 20 mil dólares, pero para Leandro el dinero no era un problema, ya que su familia también era adinerada. Después de comprarla, casi sin esperanzas y creyendo que podría ser una estafa, decidió probarla con una amiga del colegio. Al ver que realmente funcionaba, no dudó ni un segundo en poner como objetivo a su tía Anto, quien siempre le había parecido irresistible.
Sabía que esto no sería fácil, teniendo en cuenta que en la casa de Antonela siempre había gente: su esposo, sus hijos o los empleados domésticos. Por eso, Leandro esperó aproximadamente dos meses, hasta que un día su madre le comentó que Anto iba a estar sola todo un fin de semana. Sin pensarlo dos veces, ideó un plan.
Y finalmente, ahí estaba él, en el salón de la lujosa mansión, configurando la aplicación con una sonrisa pícara en su rostro y un poco de nervios, sabiendo que estaba más cerca que nunca de lograr lo que tanto deseaba.
—Cómo nos vamos a divertir nosotros dos, putita —murmuró Leandro en voz baja, casi susurrando para sí mismo, mientras ajustaba la aplicación en su celular.
Al cabo de unos minutos, Antonela regresó de la cocina y dejó el café en la mesita frente a su sobrino, con una sonrisa cordial.
—Gracias, tía, muy amable —dijo Leandro, tratando de mantener la compostura.
—De nada —respondió Antonela, sentándose de nuevo en el sillón—. Entonces… me estabas contando cómo anda tu mamá.
—Ah, sí, este… qué sé yo, ahí anda. El otro día dijo que iba a venir a comer un asado, no sé si te habló a vos.
Antonela, dándose cuenta de que su café se estaba enfriando, empezó a tomarlo bastante rápido. Mientras tanto, dejaba que su sobrino siguiera hablando, interrumpiendo solo para dar sorbos y contestar brevemente, sin prestar demasiada atención a la conversación.

—Ah, no, no me dijo nada. Igual ella sabe que puede venir cuando quiera, eh —respondió Antonela, tomando otro sorbo de su café.
—Sí, pero ya la conocés, siempre habla y después no sale de casa nunca, jaja —dijo Leandro, riéndose un poco forzadamente.
La conversación continuó unos minutos más, hablando de temas familiares, hasta que Leandro vio la oportunidad que estaba esperando.
—Sí, los chicos quieren un perro, pero no sé… El último que teníamos lo tuvimos que dejar en Barcelona, y es medio un quilombo cuidarlos. Estos chicos hinchan las pelotas, pero después no lo cuidan, ¿viste?
—Ah, justo hablando de eso, mi vieja compró uno, ¿no te contó?
—¿Ah, sí? No, no me dijo nada la yegua. ¿Qué raza es?
—Un ovejero alemán. Mirá, acá tengo unas fotos. A ver, bancame un segundo…
Simulando buscar fotos de un perro que no existía, Leandro aprovechó para presionar "Iniciar" en la aplicación de su celular. Rápidamente, le pasó el teléfono a Antonela con la pantalla boca abajo.
—Tomá, acá tenés, mirá.
—A ver…
Antonela agarró el celular con una sonrisa inocente, pero al girarlo, lo único que vio fue un espiral enorme que ocupaba toda la pantalla.
—¿Eh? ¿Qué es esto?
Al principio, Antonela intentó apartar la vista, sintiendo una extraña incomodidad, pero no podía. Algo en los patrones le resultaba hipnótico, atrapando su mirada con una fuerza misteriosa. Sus ojos se quedaron fijos, siguiendo el movimiento circular de la pantalla. Parpadeaba cada vez menos; sus pupilas se dilataron, y sus labios, antes tensos, comenzaron a aflojarse, dejando su boca entreabierta.
—No… no… entiendo… qué pasa…
—¿Qué pasa, Anto? ¿Te sentís rara? Jajaja —preguntó Leandro, con una sonrisa pícara que no podía disimular.
Antonela sintió cómo sus pensamientos se volvían cada vez más lentos, como si flotaran en el aire antes de desaparecer. El espiral giraba y giraba, llevándola cada vez más profundo, mientras sus párpados caían un poco más con cada vuelta. Su respiración se volvió pausada y pesada, y su cabeza empezó a inclinarse hacia adelante.
Intentó mover la mano, cambiar de posición, pero era como si su cuerpo no respondiera. Estaba atrapada, pegada a la pantalla, y cada intento de liberarse era más débil que el anterior. Sus ojos, ahora completamente vidriosos, no mostraban ningún rastro de conciencia, fijos en el centro del espiral que giraba sin cesar.
Leandro observaba con una mezcla de fascinación y satisfacción, sabiendo que la aplicación estaba funcionando exactamente como esperaba. La respiración de Antonela se volvió aún más lenta, casi imperceptible, y su cuerpo se relajó por completo, como si estuviera suspendido en un estado entre el sueño y la vigilia.
—Tranquila, Anto —dijo Leandro en un tono suave, casi burlón—. Solo relájate y déjate llevar…
Antonela no respondió. Su mente estaba ahora completamente sumergida en el efecto hipnótico del espiral, incapaz de resistirse o de entender lo que estaba sucediendo. Leandro sonrió, sabiendo que tenía el control total de la situación.
Leandro, con una felicidad inmensa, se puso de pie y se acercó a su tía sin prisa alguna. Con calma, le quitó el celular de las manos.
—Permiso, esto es mío… —dijo, guardando el dispositivo en el bolsillo de su pantalón.
Luego, se quedó contemplando el cuerpo de Antonela, que permanecía completamente quieto, como si el tiempo se hubiera detenido. Se frotó las manos, disfrutando del momento.
—A ver, ¿por dónde voy a empezar con vos? —murmuró, pensativo—. Ponete de pie, Anto.
—Sí, maestro… —respondió Antonela con una voz tenue y calmada, sin ningún rastro de expresión en su tono.
Inmediatamente, se levantó del sofá, quedando de pie con el cuerpo rígido y la mirada fija hacia adelante. Leandro, que estaba a su lado, se colocó frente a ella, apreciando su rostro inexpresivo. El simple morbo de verla con la mente completamente desconectada, totalmente indefensa, le provocó una erección instantánea.
Sin poder contenerse, Leandro se acercó aún más y comenzó a besarla apasionadamente, aprovechando la situación para satisfacer sus deseos más oscuros. Antonela, en su estado hipnótico, no opuso resistencia, permaneciendo completamente sumisa bajo el control de su sobrino.
Con unas ganas tremendas, Leandro le comía la boca, intercambiando saliva y metiendo su lengua lo más profundo que podía. Su mano, casi temblorosa por la excitación, bajó rápidamente hasta el enorme y firme culo de su tía. La mano de Leandro no alcanzaba a cubrirlo por completo, pero eso no lo detuvo: apretaba y manoseaba con desesperación, como si no hubiera un mañana.
Antonela, en su estado hipnótico, no ofrecía resistencia. Su cuerpo respondía mecánicamente a los movimientos de Leandro, pero su mente permanecía completamente desconectada, sumisa y vulnerable. Leandro, cada vez más excitado, continuaba explorando su cuerpo.


El culo de Antonela se sentía firme, duro y era extremadamente placentero de tocar, por lo que Leandro no tardó en usar ambas manos en lugar de una. Volaba de placer con cada manoseada que le daba, mientras seguía besándola con una pasión y lujuria que crecían por segundos. Sin lugar a dudas, el culo de su tía era el mejor que había tocado en su vida, aunque tampoco era muy difícil de superar, teniendo en cuenta su temprana edad.
Dejándole la boca llena de saliva, Leandro dio un paso hacia atrás para quitarse la camiseta. Con una voz entrecortada por la excitación, le dio otra orden a Antonela:
—Sacate el pantalón y ponete en cuatro en el sillón. ¡Dale, rápido!
—Sí, maestro… —respondió Antonela con voz tenue, cumpliendo la orden aunque sus movimientos eran lentos y un poco torpes.
Leandro, que estaba con una calentura insoportable, se terminó de desvestir, quedando únicamente en ropa interior. Luego, impaciente, comenzó a ayudar a Antonela.
—Dale, pelotuda… —murmuró, casi empujándola.
Antonela quedó en cuatro sobre el sillón, con su culo en tanga apuntando directamente hacia su sobrino, regalándole una imagen que nunca olvidaría.
—Dios, la cantidad de veces que soñé con este momento… No te hacés una idea de cómo voy a disfrutar este culo, puta —dijo Leandro, mientras sus manos no podían dejar de tocar, apretar, masajear y cachetear el culo de Antonela una y otra vez.
No podía creer lo afortunado que era. Desde que tenía uso de razón, siempre había fantaseado con el culo de su tía, por más incorrecto que fuera moralmente. Especialmente en esos días en que Antonela usaba jeans ajustados durante las cenas familiares que se organizaban de vez en cuando.
—¿Cómo te gustaba calentar, eh, putita? —preguntó retóricamente, mientras las nalgas de Antonela recibían cachetazos uno tras otro, sonando por todo el salón.
Pero no importaba qué tan fuertes fueran los golpes, Antonela no se quejaba. Permaneecía callada, con la mente en blanco, completamente sumisa y entregada al control de su sobrino.

Al cabo de unos pocos segundos, las nalgas de Antonela ya tenían un color rojizo, marcadas por las manos de su sobrino, quien no mostraba ni un ápice de piedad.
Envuelto en una pasión desenfrenada, Leandro le quitó la tanga negra que apenas cubría sus partes íntimas. Sin perder un segundo, enterró toda su cara en el ojete de su tía, restregando su rostro con avidez mientras le chupaba el ano y la concha con una mezcla de lujuria y desesperación.
Leandro sentía que podía quedarse a vivir tranquilamente entre las nalgas de Antonela, pero la idea de penetrarla era mucho más tentadora. Poniéndose de pie, se quitó la única prenda que le quedaba, dejando al descubierto su verga erecta.
A pesar de su corta edad, el chico tenía una verga bastante grande y larga, aunque su tía no estaba consciente para ser testigo de lo dotado que era su sobrino.
La punta de su verga se colocó en la entrada de su ano, y con ambas manos en su cintura, empezó a empujar. Rápidamente se dio cuenta de lo cerrada que tenía el culo.
—Hija de puta, cómo aprieta… ¿El tío no te hace el orto? Bueno, yo voy a tratar este culo como se lo merece, no te preocupés —murmuró entre dientes, mientras seguía empujando.
Leandro hacía fuerza con su cintura hacia adelante, agarrándola de la cadera con firmeza. Poco a poco, notaba cómo su verga se abría paso a través de su ano, hasta que finalmente logró meterla por completo.
Con la verga lo más profunda posible y teniendo a Antonela en cuatro sobre el sofá, Leandro se quedó unos segundos contemplando la hermosa situación que estaba viviendo. Haber fantaseado tanto tiempo con su ejercitado culo y estar ahora con su verga enterrada en él le dio un morbo terrible, lo que desató toda su pasión. Empezó a cogerla rápidamente, sin contenerse.
Las nalgas de Antonela rebotaban como gelatina cada vez que recibían el impacto brusco de la cadera de Leandro. El sonido de los golpes se mezclaba con los gemidos del joven, que se movía lo más rápido posible, sin importarle nada más.
—Tomá, trola… ¿Te gusta, eh? ¿Te gusta cómo tu sobrino te hace el orto? Puta de mierda… —decía Leandro entre gemidos, disfrutando cada segundo de la situación.

Leandro aprovechaba que Antonela no estaba consciente para garchársela lo más fuerte posible, dándole nalgadas, tirándole del pelo y agarrándola de la nuca sin ningún tipo de consideración.
Ver a la mismísima Antonela Roccuzzo, esa madre de familia millonaria y famosa, siendo usada por su sobrino de 16 años como si fuera un juguete, era algo increíble de presenciar, aunque el único testigo de eso era el propio chico.
Los minutos pasaban y Leandro no dejaba de embestir con fuerza el culo de Antonela. Para ese momento, ya estaba bastante sudado, y el cuerpo de Anto tenía un tono rojizo, especialmente en la zona de los glúteos, marcados por las bofetadas que le había dado.
Cogerse ese culo era tan placentero que el joven no quería parar nunca, pero estaba agotado y no podía aguantar más las ganas de acabar. Así que la agarró de los brazos para tener mejor impulso, aceleró aún más el ritmo de las embestidas.


—¡Uff, dios! ¡Prepárate, que te voy a llenar el orto de leche, puta!
Finalmente, dio las tres últimas embestidas, cada una más fuerte que la anterior, y en la tercera hundió su verga lo más profundo posible dentro de ella. Con un gemido de placer y satisfacción, comenzó a soltar chorros y chorros de leche.
—¡Ahhhhhhhh! ¡Sí! ¡Uffff!
Su verga estaba tan adentro que Leandro prácticamente estaba montado sobre su espalda, sin parar de largar chorro tras chorro. Incluso hacía pequeñas embestidas mientras se aseguraba de dejar hasta la última gota en su interior.
Después de unos 6 o 7 disparos de semen, sintió cómo se vaciaba por completo. Con la respiración agitada, se apartó del cuerpo de su tía y se sentó a su lado para descansar un poco.
Anto quedó en el sillón, boca abajo, con su cuerpo inerte y el rostro inexpresivo, mientras unas gotas de leche se derramaban de su ano. Leandro la observaba, riéndose un poco y admirando cómo la había dejado.
—Cómo voy a disfrutar de estos días, por favor…
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Más tarde ese mismo día…
—Sí, ma… sí… ya te dije que me quedo hasta el lunes en lo de Gastón, y de ahí vamos al colegio. El lunes, después de la escuela, voy para casa, así que no te preocupes —dijo Leandro, su voz relajada pero con un tono de impaciencia apenas disimulado.
Era de noche, alrededor de las 23:00, y Leandro estaba acostado en una cama matrimonial, hablando por teléfono. La habitación estaba sumida en la penumbra, solo iluminada por el resplandor tenue del televisor, que tenía de fondo el partido del Inter de Miami.
—¿Qué estamos haciendo? Nada… jugando a la Play un rato, ¿por? —mintió con naturalidad, mientras sentía cómo Anto, completamente desnuda al igual que él, le chupaba la pija lentamente, tal como él se lo había ordenado.


—Bueno, má, después hablamos, ¿sabes? Ahora voy a seguir jugando un rato y ya me voy a dormir. Chau, nos vemos —dijo Leandro, colgando el teléfono con un suspiro de alivio.
Nada más cortar la llamada, su actitud cambió por completo. Con una sonrisa de satisfacción, comenzó a acariciarle la cabeza a Anto como si fuera un perro, sus dedos enredándose en su cabello mientras dejaba escapar suspiros de placer. Sentía cómo ella envolvía la punta de su verga con la lengua y los labios, cada movimiento lento pero preciso, como si estuviera completamente sumisa a sus órdenes.
La verga de Leandro lucía un aspecto entre colorado y rojizo, una clara señal de que probablemente había estado garchando durante todo el día. Aun así, no parecía tener intenciones de detenerse.
—Este va a ser nuestro secretito, ¿no, Anto? —murmuró, su voz baja pero cargada de dominación—. Quédate tranquila que nadie se va a enterar de esto.
Anto no respondía. Simplemente seguía chupando una y otra vez, sus ojos desviados y la mirada perdida, como si estuviera en un trance del que no podía escapar. De fondo, se escuchaba levemente al relator celebrar un gol de Messi con el Inter de Miami.
Mientras observaba a Anto, Leandro no podía evitar preguntarse qué clase de tecnología tendría la aplicación para mantener hipnotizada a una persona durante tanto tiempo. Fuera como fuese, estaba encantado de que existiera un invento así.
—Bueno, vamos a echar el último polvo antes de dormir, ¿no? —dijo Leandro, su voz llena de deseo y dominación—. Vení, subite arriba mío y cabalgame.
—Sí, amo… —respondió Anto, sumisa y con voz apenas audible.
Sin perder un segundo, Anto dejó de chuparle la pija, sacándosela de la boca con un sonido húmedo, y se subió encima de su sobrino. Con un movimiento rápido y decidido, se metió su verga en la concha, comenzando a saltar sobre él de inmediato, como si no pudiera resistir más la necesidad de sentirla dentro de ella.Leandro la observaba con los ojos llenos de lujuria, disfrutando de cómo las tetas de Anto rebotaban con cada movimiento. Sus propias manos estaban entrelazadas detrás de su nuca, dejando que su tía hiciera todo el trabajo mientras él se relajaba y se entregaba al placer.
—Quiero que gimas como si estuvieras garchando con tu marido, Anto —le ordenó, su voz firme y llena de deseo—. Empezá a gemir como una perra en celo.
El rostro de Anto experimentó una transformación abrupta al mirar a su sobrino, como si hubiera recuperado momentáneamente la conciencia. Sin embargo, no era más que una ilusión, pues en su interior permanecía completamente sumida en un trance. Sus expresiones faciales adoptaron la personalidad de una mujer desinhibida y provocativa.
—¡Ayyyy, siii! ¡Dame más! ¡Asii! ¡Ahhhh! —Antonela gemía con un tono de voz ligeramente forzado.
Para su sobrino, era más que suficiente. Ni en sus más vívidos sueños habría imaginado semejante escena. Escuchar a su tía gemir mientras lo cabalgaba se convertía, sin duda, en el momento más impactante y memorable de su vida.
—¡Dale, trola! ¡Seguí gimiendo! ¿Te encanta la pija, no? —exclamó el chico, su voz cargada de deseo y adrenalina.
A medida que los segundos pasaban, la calentura del pibe crecía de manera imparable. Sus manos, firmes y ávidas, se aferraron a la cintura de su tía, marcando su ritmo y acompañando cada movimiento de Anto con embestidas profundas y precisas.
—¡Ahhh!! ¡Hmmmm!! ¡Siii!! ¡Asii!!—Antonela gemía, pero su voz sonaba forzada, como si estuviera interpretando un papel en lugar de expresar un placer genuino.
—¡Más rápido! ¡Quiero verte saltar sobre mi pija, putita! —ordenó el chico, su tono entre exigente y excitado, mientras observaba cómo ella se movía con una intensidad calculada.
Antonela, siguiendo las indicaciones, aceleró el ritmo de sus caderas. El sonido de su culo chocando contra las piernas del chico resonaba en la habitación, un golpeteo constante que marcaba el ritmo de su encuentro. La cama, incapaz de soportar la fuerza de sus movimientos, comenzó a rechinar de manera estridente, añadiendo una banda sonora caótica al momento.
—¡Por dios, cómo te movés, hija de puta! —exclamó el chico soltandole un cachetazo de la emoción.
—Vení, inclinate un poco, tráeme esas tetas —dijo Leandro, con la voz cargada de deseo.
Antonela, sin resistencia, se inclinó hacia adelante, permitiendo que su sobrino llevara su boca a uno de sus pechos. Con un gesto lleno de morbosidad y pasión, comenzó a chupar con fuerza, dejando un rastro de saliva que brillaba sobre sus pezones. La piel de su teta ya empezaba a verse marcada por la intensidad con la que Leandro succionaba, como si quisiera dejar huella.
La calentura lo dominaba por completo. Sin poder contenerse, llevó sus dos manos al culo de Antonela, abriéndole las nalgas para que su pija entrara con más facilidad. Con cada sentón de su tía, sentía cómo su verga se hundía más y más, profundizando en un ritmo que lo llevaba al borde del éxtasis. Los gemidos constantes de Antonela, mientras lo cabalgaba con una de sus tetas en la boca, lo volvían loco de deseo. Sabía que no aguantaría mucho más con semejante trola encima suya.

—Te voy a llenar de leche, pedime que te llene toda, quiero escucharte pedir leche como una trola —dijo, sacándose la teta de la boca por un momento, con la voz entrecortada.
—¡Ayy! ¡Sí! ¡Dame leche! ¡La quiero toda, por favor! ¡Lléname la concha de leche! —gritó Antonela con un tono agudo, sin dejar de cabalgar sobre él.
Escuchar a su tía hablar así era algo que lo sacaba de quicio. Había un contraste enorme con la Antonela madre de familia que él conocía. Ahora parecía una persona completamente distinta, entregada a la lujuria sin ningún tipo de inhibición. Leandro la inclinó un poco más, tomándola de la cabeza, y unió sus labios en un beso morboso, explorando su boca con la lengua sin parar.
Los movimientos de ambos se volvían cada vez más intensos y rápidos. Leandro acompañaba los saltos de Antonela, buscando llegar al clímax, aunque no le resultaba fácil. A lo largo del día, probablemente ya había acabado varias veces.


Unos pocos minutos de embestidas intensas bastaron para que Leandro empezara a eyacular dentro de Antonela, sin soltarle la boca mientras la besaba apasionadamente.
—¡Hmmmmmn! ¡Hmmmm! —gruñó, con los labios pegados a los de su tía, mientras sentía cómo la pija le descargaba dentro de ella.
Antonela seguía moviéndose en un ritmo automático, sin darse cuenta de que la estaban llenando de leche. Leandro, cuando sintió que ya no le quedaba nada, le ordenó que parara, casi sin aliento.
—Para, Anto, para… no doy más…
La apartó con un movimiento firme y la dejó tendida boca arriba, quieta y callada, con las piernas abiertas.
Leandro se recostó a su lado, mirando al techo mientras jadeaba. Las piernas le temblaban y la pija le ardía de tanto garchar, pero no podía negar que estaba satisfecho.
Cuando la calentura empezó a bajar, miró a Anto y por un segundo le dio un poco de remordimiento, pero enseguida se sacudió la culpa. “Si nadie se entera, no pasa nada”, pensó, mientras se acomodaba para descansar un rato.
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La mañana siguiente…
Antonela se encontraba nuevamente en la cocina, a primera hora de la mañana, preparando el desayuno para su sobrino. Su mirada estaba perdida, fija en la nada, y sus movimientos eran algo torpes, como si estuviera en piloto automático. En esta ocasión, llevaba puesto un traje de lencería negro que Leandro había encontrado mientras revisaba sus cosas. El traje, de encaje fino y ajustado, resaltaba sus curvas de manera provocativa, y lo complementaba con unos tacones altos que combinaban a la perfección. Antonela parecía una bailarina de striptease, con su culo bien marcado por la tanga diminuta que formaba parte del conjunto.
En medio del silencio de la mañana, Leandro apareció por detrás y le dio una nalgada que resonó en toda la cocina, haciendo temblar su nalga.
—¿Y? ¿Cómo va mi trolita? ¿Falta mucho? —preguntó con tono burlón.
—No, amo… ya termino… —respondió Antonela con voz sumisa, sin siquiera voltear a mirarlo.
—Perfecto, así me gusta —dijo Leandro, alejándose hacia el salón para sentarse en el sofá, dejando a Antonela sola en la cocina mientras terminaba de preparar todo.
Al rato, Leandro escuchó a sus espaldas el sonido de los tacones acercándose con cada pisada. Se acomodó en el sofá, bajando las patas de la mesa para hacer espacio, y entonces apareció Antonela con una bandeja, trayendo el desayuno con cuidado para no derramar nada.
—Acá está su desayuno, amo… —dijo con voz suave, inclinándose ligeramente hacia adelante.
—Dejalo en la mesa y alcanzame el café —ordenó Leandro, sin apartar la mirada de ella.
Leandro sonreía mientras observaba a Antonela sosteniendo la bandeja con delicadeza en sus manos. Los tacones altos y el traje de lencería le daban una apariencia que mezclaba la elegancia de una sirvienta con la provocación de una puta de lujo.
Antonela se inclinó aún más hacia adelante, dándole a su sobrino una vista perfecta de su culo bien marcado por la tanga, y dejó la bandeja en la mesita. Acto seguido, tomó la taza de café y se dio vuelta, entregándosela en la mano con sumisión.
—Su café, amo… —murmuró, manteniendo la mirada baja.
—Muchas gracias, muy amable —respondió Leandro con ironía, llevándose la taza a los labios para darle los primeros sorbos.
Antonela se quedó de pie frente a él, sin decir nada, tapándole la vista de la televisión. Leandro la miró con una sonrisa burlona antes de hablar.
—Pero córrete, boluda… bueno, no. Mejor, hacé una cosa: sentate acá en mi verga y bailame un rato. Quiero que me muevas el orto, dale —ordenó, acomodándose en el sofá.
—Entendido, amo… —respondió Antonela sin dudar.
Se giró y se sentó sobre Leandro, apoyando su culo directamente sobre su bulto, que apenas estaba cubierto por un calzoncillo. Enseguida, empezó a moverse con un baile lento y sensual, restregándole todo el orto contra su entrepierna.

—Eso, putita… paráme la pija de nuevo —gruñó Leandro, disfrutando cada movimiento mientras su cuerpo respondía al ritmo de Antonela.
Mientras seguía dándole sorbos al café, Leandro le acariciaba el culo con una mano, disfrutando del show que Antonela le ofrecía. Cada movimiento de sus caderas, cada roce de su piel contra su entrepierna, era mucho más estimulante que cualquier cosa que pudiera estar pasando en la televisión.
En medio del baile, el sonido del celular de Antonela interrumpió el ambiente. El tono de notificación resonó en la habitación, llamando la atención de Leandro. Con un gesto rápido, estiró su mano y tomó el teléfono, desbloqueándolo sin dificultad. En la pantalla apareció un mensaje de Leo.
El mensaje era simple: "Buenos días, amor", acompañado de un emoji de corazón. Leandro lo leyó con una expresión de fastidio. No tenía muchas ganas de contestar, pero sabía que si no lo hacía, podría levantar sospechas. Con un suspiro, comenzó a teclear una respuesta breve, mientras Antonela seguía moviéndose sobre él, ajena a lo que estaba sucediendo.

—La estoy cuidando bien, tío, no te hagas drama jaja —decía en voz alta, riéndose mientras chateaba un rato con él, haciéndose pasar por Antonela. Luego de unos pocos intercambios de mensajes, parecía que Leo no jodía más, así que tiró el celular a un lado.
—Listo, ya está. ¿Dónde estábamos? —preguntó, volviendo su atención a Antonela.
Ella seguía restregándole el orto con movimientos sensuales, sintiendo cómo su bulto erecto se metía entre sus nalgas, provocando una sensación que hacía que Leandro cerrara los ojos y disfrutara cada segundo.
—Qué ganas de romperte el orto de nuevo, Dios… pero vamos a dejarlo para más tarde. Ahora quiero llevarme un recuerdito de esto —dijo Leandro, tomando su propio celular y preparando la cámara mientras dejaba la taza de café vacía a un lado.
—Anto, arrodíllate y anda lamiendo mi entrepierna. Vamos a hacer un video —ordenó con una sonrisa burlona, sosteniendo el teléfono en posición para grabar.
—Sí, amo… —respondió Antonela con voz sumisa, arrodillándose entre sus piernas sin dudarlo.
Comenzó a pasar su lengua lentamente por el bulto erecto de su sobrino, que apenas estaba cubierto por el calzoncillo. La sensación de su lengua caliente a través de la tela hizo que Leandro se estremeciera, pero mantuvo la cámara firme, enfocando cada detalle.
—Mira a la cámara, Anto. No le quites la vista —instruyó, asegurándose de capturar cada momento.
Desde la perspectiva de la cámara, el plano era perfecto. Se veía claramente a la famosa Antonela Roccuzzo, con su rostro serio y sus ojos fijos en el lente, mientras su lengua se movía con lentitud y provocación sobre el bulto de su sobrino. Era una imagen que Leandro sabía que atesoraría por mucho tiempo.


—Estás saliendo divina, tía. Ahora chupame la pija de a poco y no quites la mirada de la cámara —ordenó Leandro, sosteniendo el teléfono con una mano mientras la otra descansaba sobre el sofá.
—Entendido, amo… —respondió Antonela, deteniéndose con las lamidas y ajustándose frente a él.
Con movimientos lentos y precisos, Antonela le bajó los calzoncillos usando las manos, y la verga dura de Leandro salió disparada, pegándole suavemente en el rostro. Sin esperar un segundo, la agarró con firmeza y empezó a chupar la punta, manteniendo sus ojos fijos en la cámara.
Sus movimientos eran meticulosos: cada pocos segundos bajaba hasta la base de su pija, casi rozando sus huevos, y pasaba toda la lengua a lo largo del tronco. Una vez que llegaba a la cabeza de la chota, volvía a chupar con suavidad, manteniendo el contacto visual en todo momento.
—Ahh, sí… así… —gruñó Leandro, disfrutando cada segundo de la chupada que Antonela le daba.
A medida que pasaban los segundos, el video estaba quedando perfecto. Los movimientos de Antonela eran los de una petera profesional, y su mirada se mantenía fija en la cámara de manera que, si alguien veía el video, sería imposible darse cuenta de que había sido hipnotizada. Leandro sabía que tenía que tener cuidado; ese video en las redes sociales, sin dudas, revolucionaría todo.
—Trágatela un poco, dale —dijo Leandro, empujándole la cabeza hacia abajo con una mano, guiándola con firmeza pero sin brusquedad.
La verga del joven era tan grande que, incluso en completo trance, Antonela tuvo dificultades para tragársela por completo. Apenas llevaba la mitad de la chota en su boca y ya sentía cómo su pija le chocaba en la garganta, pero su estado hipnótico evitaba cualquier tipo de arcada o reacción natural.
La ligera presión que ejercía sobre su cabeza no era suficiente para lograr que Antonela se tragara todo, así que dejó de filmar y rápidamente soltó el celular para agarrar su cabeza con las dos manos.
—A ver, puta inútil, tanto te va a costar —dijo con tono burlón pero firme.
Con ambas manos en su cabeza, empezó a empujar hacia abajo con bastante fuerza, sintiendo cómo su garganta iba cediendo y su pija se abría paso a través de ella. Con algo de esfuerzo, lo consiguió, y el rostro de Antonela quedó completamente hundido contra su cuerpo.
—Ahh, ahora sí… —gruñó Leandro, disfrutando de la sensación de su garganta apretada alrededor de su miembro, mientras Antonela permanecía sumisa, sin resistencia, cumpliendo con su tarea.
La sensación era tan placentera que la calentura lo invadió otra vez, moviendo la cabeza de Antonela hacia arriba y abajo rápidamente sin piedad.
Su pija empezó a chocar contra la garganta de su tía fuertemente, y la saliva le empezaba a caer de la boca, dejando su verga completamente empapada.
Antonela no tenía arcadas gracias al profundo trance, pero se podía escuchar claramente el sonido de su verga haciendo estragos en su garganta.
—Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup!!!
—¡Sí! ¡Atragántate con mi pija, hasta el fondo, putita! —gritó Leandro, disfrutando cada segundo de la sensación de su garganta apretada alrededor de su miembro, mientras continuaba moviendo su cabeza con fuerza.


Leandro, sin sacar su miembro de la garganta de Antonela y aún sosteniéndola firmemente con ambas manos, se puso de pie para embestirla con mayor comodidad, buscando penetrar su garganta con la mayor rapidez posible.
Antonela no estaba arrodillada, sino de pie, pero con su espalda completamente inclinada hacia adelante, dejando su cara a la altura de la cintura de Leandro.
—¡Dios, te la voy a meter hasta el esófago!
Con un movimiento enérgico, comenzó a mover su cintura hacia adelante y hacia atrás. La cabeza de Antonela salía disparada hacia atrás por la fuerza de las embestidas, pero con sus manos, Leandro se aseguraba de que no se moviera demasiado.
La verga entraba tan profundamente que el contorno de su miembro se marcaba claramente en la garganta de Antonela, mostrando hasta dónde llegaba. Su nariz no dejaba de clavarse contra el abdomen de Leandro con cada empujón, intensificando la crudeza del momento.


El rostro de Antonela, aunque inexpresivo por el estado hipnótico en el que se encontraba, no podía ocultar las señales físicas de la brutal garchada de garganta que estaba recibiendo. Su piel se había enrojecido, los ojos le lagrimeaban sin control y de su nariz y boca caían hilos de saliva, mezclándose con los fluidos que ya cubrían la pija de Leandro.
Leandro, consciente de que ella no podía sentir nada en ese estado, aprovechaba al máximo la situación, moviéndose con una fuerza y profundidad que buscaban llegar hasta el límite. Sabía que era una oportunidad única, una experiencia que probablemente nunca se repetiría. Sus huevos chocaban contra el mentón de Antonela con cada embestida, y los sonidos de su garganta siendo penetrada eran cada vez más fuertes, más húmedos, más crudos. Cualquier otra persona, en plena conciencia, probablemente ya habría vomitado, pero Antonela, bajo el hechizo, permanecía sumisa.
—Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup Glup!!!
—¡La cantidad de veces que soñé con esto, hija de puta! ¡Traga… traga… traga! —gritó Leandro, su voz entrecortada por el placer y la intensidad del momento.
Leandro cerró los ojos, concentrándose en las embestidas mientras su mente no dejaba de recrear la situación en la que se encontraba. Su tía, la misma mujer con la que había fantaseado durante tantos años, estaba ahora misma recibiendo su verga entera en la garganta. Ese pensamiento lo llevó al límite, y no pudo aguantar más. Sintió cómo su miembro comenzó a palpitar, una señal inconfundible de que estaba a punto de explotar.
Su cintura se detuvo bruscamente, manteniendo su verga lo más profundo posible dentro de la garganta de Antonela. En ese instante, sintió cómo todo su cuerpo se tensaba y, con un gemido gutural, comenzó a eyacular fuertemente, chorro tras chorro, sin parar.
—¡Ahhhfgfgggg! ¡Siiii! —gritó Leandro, su voz entrecortada por el intenso placer que lo invadía.
La cantidad de semen que salía de su miembro era abrumadora. Cada chorro iba directo a la garganta de Antonela, pero era tanto que un poco se escapaba, escurriéndose por sus labios y mezclándose con la saliva que ya cubría su rostro.
Los segundos parecieron alargarse mientras Leandro se descargaba por completo, vaciando hasta la última gota. Cuando finalmente terminó, comenzó a retirar su verga lentamente, dejando un hilo de saliva y semen que conectaba su miembro con la boca de Antonela.
Sin duda, había sido la mejor eyaculación de su vida. El joven respiró profundamente, saboreando el momento, consciente de que había vivido algo que solo había imaginado en sus sueños más oscuros.
—Eso… eso fue increíble… —murmuró Leandro, todavía en shock, con la respiración agitada y el cuerpo tembloroso por la intensidad del momento.
Antonela, en cambio, seguía inexpresiva, como si nada hubiera pasado. Pero su rostro decía todo lo contrario. Alrededor de su boca se acumulaba una mezcla de saliva y semen, y toda su cara estaba húmeda, colorada y marcada por la crudeza de lo que acababa de pasar. La boca le quedó abierta, y de ahí caían lentamente restos de semen y saliva, como si fuera una canilla que gotea sin parar.
Leandro la miraba con una expresión morbosa, contemplando el resultado de lo que había logrado. En ese momento, su tía no se habia convertido en su depósito de semen… al menos por un fin de semana.
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La luz de un nuevo amanecer entró por la ventana y, de a poco, los ojos de Antonela se fueron abriendo. Al despertar, notó que estaba acostada en su cama, completamente desnuda. Su visión estaba un poco borrosa y todo le daba vueltas. Se llevó la mano a la frente, sintiendo una pesadez y un dolor en el cuerpo, como si la hubiera atropellado un camión. Pero lo que más le dolía era la cabeza, como si tuviera una resaca de aquellas.
—Uff, la puta madre… ¡Qué dolor de cabeza! —murmuró, quejándose mientras intentaba sentarse en la cama.
Se levantó lentamente, con más quejidos por los dolores que la invadían, y agarró su celular para ver qué hora era. Al desbloquearlo, se encontró con que era lunes por la mañana.
—¿Qué? ¿Qué carajo pasó? ¿Ya es lunes? ¿Cómo? Pero si… —balbuceó, completamente desconcertada.
El último recuerdo que tenía era del viernes por la mañana. Lo único que recordaba era que estaba en su salón desayunando y, en un cerrar y abrir de ojos, ya era lunes. ¿Cómo era posible? Se preguntaba en su cabeza, tratando de entender qué había sucedido en esos días que parecían haber desaparecido de su memoria.
Al echar un vistazo por el dormitorio, se dio cuenta de que había bastante ropa suya tirada por el suelo, lo cual le llamó la atención. Antonela, aún más confundida, empezó a vestirse mientras intentaba recordar qué carajo había pasado. Pero entre el dolor de cabeza, la pesadez y la falta de recuerdos, todo parecía un enigma imposible de resolver.
A medida que empezaba a moverse, Antonela sintió un ardor en el culo que no supo a qué atribuir. Además, notó un dolor en la garganta, como si tuviera un catarro, lo que solo añadía más confusión a su estado.
Bajó por las escaleras lentamente, aún con el cuerpo adolorido, y al llegar al salón, se encontró con un caos total. Había platos sucios encima de la mesa, más ropa tirada por el piso, incluyendo tangas y corpiños, y algunas manchas en el suelo que no sabía identificar.
Antonela, cada vez más desconcertada, intentó buscar una explicación lógica.
—¿Qué mierda pasó? ¿Hice una joda? ¿Le metí los cuernos a mi marido? No… no lo creo… —pensó en su mente, descartando rápidamente esas ideas.
Todas las hipótesis que pasaban por su cabeza estaban muy lejos de lo que realmente había ocurrido. El vacío en su memoria y el estado de su casa solo aumentaban su confusión, dejándola con más preguntas que respuestas. Mientras intentaba ordenar sus pensamientos, no podía evitar sentir que algo muy extraño había sucedido durante esos días que no recordaba.
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Tres meses después.
Con el tiempo, todo quedó en la nada. Antonela, por las dudas, decidió no contarle nada a nadie por miedo a mandarse alguna cagada. Después de todo, tampoco estaba segura al 100% si había sido infiel. Ella se afirmaba a sí misma que nunca sería capaz de algo así, pero esa laguna mental le hacía dudar.
Mientras tanto, Leandro estaba en su habitación, acostado, pajereándose mientras veía un video en su celular. En el video se podía apreciar un primer plano de Antonela chupando una pija como si fuera una actriz porno.
—¡Qué buenos recuerdos, lpm! —decía en voz alta para sí mismo, disfrutando del momento y reviviendo aquella experiencia que nunca olvidaría.
Luego de unas horas, decidió bajar al comedor de su casa para buscar algo de comer. Allí se encontró con su vieja, sonriendo como boba mientras miraba su celular.
—¿Qué pasó, ma? ¿Y esa sonrisa? Jaja —preguntó Leandro, intentando sonar casual.
—No te enteraste? Tus tíos van a ser padres de nuevo. Anto está embarazada —respondió su madre, con una sonrisa de oreja a oreja.
Los ojos de Leandro se abrieron bien grande al escuchar esa noticia, y un escalofrío le recorrió la espalda.
—Ahh, sí… qué… qué… bueno… —balbuceó, tratando de mantener la compostura mientras su mente empezaba a dar vueltas a mil por hora.
La noticia lo dejó helado, y aunque intentó no demostrarlo, no podía evitar preguntarse si él tenía algo que ver con ese embarazo.
Fin.
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