Me quedé en shock. Camila me dijo que quería que la viera cogiendo con otro. Siempre habíamos fantaseado con meter a otra mina en la cama, pero esto era nuevo. Nunca me confesó esa perversión de hacerme cornudo en vivo y en directo. Mi cabeza daba vueltas, pero mi pija se puso dura al imaginarla. “¿me vas a ver como me coje otro tipo?”, me dijo, con esa sonrisa de zorra que me calienta. Asentí, medio atontado, y ella organizó todo como ya ya lo hubiera tenido preparado.
Esa noche, llegó a casa con un flaco que parecía sacado de un porno. Alto, musculoso, con una mirada de hijo de puta que ya me ponía nervioso. “Vos quedate quieto ahi”, me ordenó Camila, señalando una silla en la esquina del cuarto. El tipo, sin decir nada, la agarró de la cintura y le saco suavemente la remera. Sus tetas, grandes y perfectas, rebotaron libres, los pezones ya duros como piedras. Me miró fijo mientras el flaco le chupaba los pezones rosados metiendo uno en la boca como si quisiera devorarlo. Gemía fuerte, la muy puta, y yo sentía que de la pija me empezaba a salir esa gotita de leche que sirve para libricar todo lo que viene.
Camila se arrodilló y le bajó el cierre al tipo. El tipo tenua una pija un poco mas grande que la mia. Me dio celos. Ella la miró con hambre, me guiñó un ojo y se la metió en la boca hasta el fondo. La chupaba con ganas, haciendo ruidos húmedos, mientras el flaco le agarraba el pelo y le empujaba la cabeza. La agarraba, la miraba, y la putita se la pasaba por toda la cara. La estaba disfrutando como no me acordaba que disfrutara la mia. “Mirá cómo me la trago, cornudo”, balbuceó entre chupadas, y yo no podía ni parpadear. Mi corazón latía como loco, pero no podía negar que estaba excitado. Mi pija estaba bien dura y me pajeaba mirando la escena. El glande mojado y el tronoco con ansiedad de penetrar a mi putita Camila.
El tipo la levantó como si no pesara nada y la tiró en la cama. Le sacó la tanga como en una con una destreza de un prestidigitador, dejando su concha al aire, brillante de lo mojada que estaba. Se la abrió con los dedos, mostrando el clítoris hinchado, se la miro un rato con cara de degenerado y le dio una lamida larga que la hizo gritar. Le chupó la concha y el culo durante varios minutos. “¡Dame esa verga ya, hijo de puta!”, le suplicó Camila, y el flaco no se hizo rogar. Se la clavó hasta el fondo en un movimiento de gato, y ella arqueó la espalda, gimiendo como poseída. Le daba con fuerza con fuerza, el culo de Camila rebotando con cada empujón, sus tetas saltando descontroladas. “¿Ves cómo me coge, amor? ¡Esto es una verga de verdad!”, me gritó, y yo apretaba los puños, dividido entre la rabia y las ganas de acabar.
El tipo la puso en cuatro, el culo en pompa, y se la metió por atrás, en el culo, sin avisar. Camila chilló, pero enseguida empezó a gemir más fuerte, pidiéndole que no pare. La verga entraba y salía de ese culo apretado, y ella se tocaba la concha frenéticamente, su flujo le chorreaba por los muslos y casi llegaban a las sabanas. “¡Mirá cómo me rompen el orto, hijo de puta. Me gusta que me rompan el orto!”,
El flaco empezó a acabar como un salvaje, se veía en su cara retorcida, llenándole el culo de leche, y Camila se desplomó, temblando, con una sonrisa de satisfacción. Me miró, agitada como terrible putita que es, y me dijo: “Ahora si, vení y cojeme vos.”. Me acerqué, hipnotizado, y mientras ella se lamia la leche del tipo, con la otra mano se abría la concha para que la penetrara bien profundo, hasta el alma.
Esa noche, llegó a casa con un flaco que parecía sacado de un porno. Alto, musculoso, con una mirada de hijo de puta que ya me ponía nervioso. “Vos quedate quieto ahi”, me ordenó Camila, señalando una silla en la esquina del cuarto. El tipo, sin decir nada, la agarró de la cintura y le saco suavemente la remera. Sus tetas, grandes y perfectas, rebotaron libres, los pezones ya duros como piedras. Me miró fijo mientras el flaco le chupaba los pezones rosados metiendo uno en la boca como si quisiera devorarlo. Gemía fuerte, la muy puta, y yo sentía que de la pija me empezaba a salir esa gotita de leche que sirve para libricar todo lo que viene.
Camila se arrodilló y le bajó el cierre al tipo. El tipo tenua una pija un poco mas grande que la mia. Me dio celos. Ella la miró con hambre, me guiñó un ojo y se la metió en la boca hasta el fondo. La chupaba con ganas, haciendo ruidos húmedos, mientras el flaco le agarraba el pelo y le empujaba la cabeza. La agarraba, la miraba, y la putita se la pasaba por toda la cara. La estaba disfrutando como no me acordaba que disfrutara la mia. “Mirá cómo me la trago, cornudo”, balbuceó entre chupadas, y yo no podía ni parpadear. Mi corazón latía como loco, pero no podía negar que estaba excitado. Mi pija estaba bien dura y me pajeaba mirando la escena. El glande mojado y el tronoco con ansiedad de penetrar a mi putita Camila.
El tipo la levantó como si no pesara nada y la tiró en la cama. Le sacó la tanga como en una con una destreza de un prestidigitador, dejando su concha al aire, brillante de lo mojada que estaba. Se la abrió con los dedos, mostrando el clítoris hinchado, se la miro un rato con cara de degenerado y le dio una lamida larga que la hizo gritar. Le chupó la concha y el culo durante varios minutos. “¡Dame esa verga ya, hijo de puta!”, le suplicó Camila, y el flaco no se hizo rogar. Se la clavó hasta el fondo en un movimiento de gato, y ella arqueó la espalda, gimiendo como poseída. Le daba con fuerza con fuerza, el culo de Camila rebotando con cada empujón, sus tetas saltando descontroladas. “¿Ves cómo me coge, amor? ¡Esto es una verga de verdad!”, me gritó, y yo apretaba los puños, dividido entre la rabia y las ganas de acabar.
El tipo la puso en cuatro, el culo en pompa, y se la metió por atrás, en el culo, sin avisar. Camila chilló, pero enseguida empezó a gemir más fuerte, pidiéndole que no pare. La verga entraba y salía de ese culo apretado, y ella se tocaba la concha frenéticamente, su flujo le chorreaba por los muslos y casi llegaban a las sabanas. “¡Mirá cómo me rompen el orto, hijo de puta. Me gusta que me rompan el orto!”,
El flaco empezó a acabar como un salvaje, se veía en su cara retorcida, llenándole el culo de leche, y Camila se desplomó, temblando, con una sonrisa de satisfacción. Me miró, agitada como terrible putita que es, y me dijo: “Ahora si, vení y cojeme vos.”. Me acerqué, hipnotizado, y mientras ella se lamia la leche del tipo, con la otra mano se abría la concha para que la penetrara bien profundo, hasta el alma.
0 comentarios - La putita de Camila.