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Amor por lo prohibido

Buscábamos una casa más grande. Mi pareja decía que era por los perros, que necesitaban jardín, espacio para correr, para no vivir apretados en nuestro departamento. Pero, aunque tenía razón, había algo más que me mantenía motivado en cada visita inmobiliaria: Martina.

La agente que nos mostraba las propiedades era algo más que eficiente. Cada vez que nos recibía con esa blusa entallada y ese perfume tenue pero embriagador, algo en mí se activaba. Tenía una forma de mirar que no era casual. No era profesional. Era calculada, suave, con una chispa de provocación apenas contenida. Y yo… yo la deseaba más de lo que quería admitir.

Pero siempre estaba mi esposa. Caminando junto a mí, preguntando por los materiales, la orientación del sol, el espacio para los caniles. Y yo, sonriendo, asentía, fingiendo que no notaba cómo Martina jugaba con su pelo o se inclinaba más de lo necesario para mostrar planos o abrir puertas.

Hasta ese día.

“Mi esposa no va a poder venir”, le dije al llegar a la visita. Martina alzó una ceja, esa sonrisa ladina apareciendo en sus labios. “Entonces… es solo para vos hoy”, dijo, bajando la voz apenas.

La casa estaba vacía. Una construcción nueva, sin muebles, sin vida, como si esperara que algo ocurriera ahí por primera vez. Martina me guió por las habitaciones con calma, pero su cercanía era diferente. El roce de sus dedos cuando me entregaba las llaves, su risa baja al comentar sobre la vista desde el balcón. Hasta que en el salón principal, se detuvo.

“¿Te gusta la casa?”, preguntó, pero su mirada ya no estaba en las paredes. Estaba en mis labios.

“No tanto como a vos”, respondí.

No sé quién se movió primero. Solo sé que, en un instante, sus manos estaban en mi camisa y las mías en su cintura. Me besó con una mezcla de rabia y deseo que me dejó sin aliento. Su lengua exigente, sus labios húmedos, los gemidos suaves que escapaban entre cada roce. Me empujó contra una de las paredes aún sin pintar y, sin dejar de besarme, llevó mi mano a su muslo. La piel caliente, temblorosa. No llevaba ropa interior.

“Hace semanas que te quiero así”, me susurró al oído, antes de arrodillarse.

La mirada que me lanzó desde abajo fue una mezcla de triunfo y hambre. Me desabrochó el pantalón sin dejar de sostenerme la vista. Tenía una sonrisa traviesa en los labios, como si todo esto hubiese sido parte de un juego que finalmente podía ganar. Su lengua fue firme y lenta, y yo tuve que cerrar los ojos para no perder el control demasiado pronto. Me miraba mientras lo hacía, con una entrega absoluta, como si supiera exactamente qué parte de mí necesitaba más atención.

Cuando se levantó, me besó con labios mojados, y sin decir nada, se giró, apoyando las manos contra la pared.

“Tomame ahora”, dijo. “Acá, como lo imaginamos cada vez que venías con ella”.

La penetré con una urgencia brutal, el sonido de nuestros cuerpos chocando llenando el espacio vacío. Gemía mi nombre, mordía su brazo para no gritar. El ritmo se volvió más salvaje, más crudo. Su cuerpo temblaba, y el mío no tardó en seguirlo. Cuando llegamos al final, fue como si todo lo contenido durante semanas se liberara de golpe.

Nos quedamos en silencio, respirando agitados, aún pegados el uno al otro. Martina se giró, con el cabello alborotado, los labios hinchados y esa sonrisa que me perseguiría mucho después de salir de esa casa.

Y supe que esa propiedad… jamás sería para los perros.

1 comentarios - Amor por lo prohibido

DnIncubus
Buen relato 😊👍
DnIncubus
@coctelboy hay continuación?
coctelboy
@DnIncubus próximo encuentro les cuento un poco más
DnIncubus
@coctelboy ok toca esperar 👍