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Once años después… (XI)




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Compendio III


LA PROMESA I

A partir del cumpleaños de Marisol, mi relación con Violeta se hizo mucho más intensa, en el sentido que cuando veíamos Netflix, terminaba con mi pene metido en su suave conejito y agarrándola de los pechos. No siempre nos echábamos un polvo, pero al igual que mi esposa, a partir de entonces, Violeta empezó a usar más minifaldas.

Pero como les mencioné anteriormente, la estrella de esta entrega es otra.

Cuando Pamela era joven, tenía un encanto irresistible: piel morena siempre bronceada, unos ojos negros vivos e intensos, un par de pechos magnéticos, una cintura exquisita y una cola de primera eran sus cartas de presentación. Luego estaba su personalidad arrogante de mierda, bordeando en la misandria y su sensual acento español, encantos que eran aumentados con su tentadora vestimenta gótica. Ese atractivo, combinada con su mirada perspicaz y calculadora, le confería un atractivo letal, de esos que hacen saltar todas las alarmas en los hombres, pero que la calentura termina motivando a perseguirla de todos modos.

Once años después… (XI)

En el fondo, era una contradicción andante: distante pero seductora a la vez, desdeñosa pero cautivante. El tipo de mujer que jugaba con sus amantes como piezas de ajedrez, orgullosa de ir siempre 2 pasos adelante.

Mi ruiseñor, por otra parte, era completamente diferente.

tetona

Cuando se conocieron por primera vez, Marisol seguía siendo una niña cálida, respetuosa y amorosa. Todavía jugaba con muñecas y peluches, dibujaba esquelas románticas en sus cuadernos y veía el mundo con inocencia.

Pamela, en contraste, veía las cosas de una manera más gris. Gracias al enorme pedazo de mierda de su padre (que también es el padre de Violeta), ya sabía cómo pensaban los hombres. Había aprendido a manipularlos a su antojo, a pesar de tener la misma edad que mi esposa. Pero, así y todo, se adoraban mutuamente. Eran primas de sangre, pero hermanas en espíritu.

Cuando yo entré a la escena, Pamela fue la primera en quejarse. Para ella, era un problema típico: un universitario fracasado, que pasaba “mucho tiempo” junto a su dulce y tierna prima. No creía que yo tuviera buenas intenciones, sus experiencias previas siendo su guía. Para Pamela, todos los hombres éramos mentirosos guiados por una sola cosa, y Marisol, su dulce, confiada y tierna Marisol, era una víctima fácil. Pamela creía que yo la estaba engañando, engatusándola con las intenciones de llevarla a la cama, cuando en realidad, ni siquiera me daba cuenta de los sentimientos de Marisol. Éramos buenos amigos. Hablábamos de animé, libros, música. Yo solamente era el tipo tímido, inseguro y nerd que le encantaba pasar el tiempo conversando.

esposa

Pero Pamela no atendía razones. En su distorsionada manera de proteger a Marisol, Pamela intentó seducirme usando sus coqueteos que habían resultado con todos los tipos que había manipulado: siempre escotada, tratando de llamar la atención, con miradas raras y misteriosas, acercándose más de la cuenta, su sonrisa cautivante y traviesa, entre otras cosas. Quería demostrarle a Marisol que estaba equivocada. Que yo era igual al resto y que sucumbiría a mis instintos, como lo hicieron otros.

prima puta

Pero eso nunca pasó.

En ese tiempo, era tímido, reservado para mis cosas y honestamente, la presencia de Pamela me incomodaba. Le encantaba llamar la atención, mientras que yo no buscaba destacar.

Cuando se unía a nosotros con Marisol, nuestra dinámica cambiaba. Dominaba la conversación, conversando abiertamente y deslenguada de sus experiencias con otros tipos y de su activa vida sexual, rompiendo el ambiente y enfocando nuestra atención en ella. De repente, nuestras conversaciones tranquilas entre amigos se volvían raros monólogos de Pamela, donde ni Marisol ni yo nos sentíamos cómodos de participar ni de cortar. Pamela nos hacía un mal tercio, no porque no la quisiéramos, pero porque ella no entendía el ritmo de la relación que Marisol y yo compartíamos.

Y de a poco, todos sus prejuicios y resentimientos se fueron deshaciendo, al ver que sus tonterías no resultaban, dándonos espacio para conformar nuestra relación.

Empezó a prestarnos atención, a cómo actuábamos y se percató que yo no actuaba como los tipos con los que Pamela siempre salía. Nunca pedí algo a cambio de Marisol. Nunca la usé, ni la ignoré, ni mucho menos la menosprecié. Siempre presté oído a sus pensamientos, me reía con sus ocurrencias y vivencias. Era cariñoso y constante. La trataba con respeto y gentileza. Y lo que indignaba más: nunca dejé que la belleza de Pamela opacara mi atención por mi ruiseñor.

infidelidad consentida

Aunque en ese tiempo, Pamela era la mujer más bonita y sensual que conocía, del tipo que hacía voltear las miradas al caminar, nunca me fijé en ella cuando estaba con Marisol, porque Pamela no me interesaba.

Fue difícil cuando Marisol y yo empezamos a vivir juntos. Aunque yo vivía a tres casas de mis viejos, era como si estuviésemos solos en el mundo. A pesar de que mis padres querían ayudarnos, yo me rehusaba porque sentía que era mi responsabilidad proveer para mi ruiseñor.

Curiosamente, aunque nunca se lo había comentado en ese entonces, mi corazón ya sabía que quería casarme con ella. Quería tener hijos con Marisol y era mi responsabilidad ganarme ese futuro, sin tener que heredarlo de mis padres.

Éramos pobres, arreglándonos con las clases, sus becas universitarias y mis turnos agotadores. Estaba sacando mi magister y trabajando al mismo tiempo y mi ruiseñor estaba estudiando para volverse la excelente profesora que hoy en día ella es. Todavía recuerdo las duchas frías que yo me daba, solo para que ella pudiera bañarse con agua caliente y para tener gas suficiente para cocinar. Y a pesar de todo, éramos felices en nuestra pobreza: las noches frías nos hacía dormir más acurrucados. Cada obstáculo, nos acercaba más y más.

Once años después… (XI)

Y de un momento a otro, Pamela se mudó con nosotros: una pelea con su madre y Marisol se vio obligada a recibirla. A mí no me hacía gracia, ya que Pamela seguía siendo una perra de mierda, con una tropa interminable de tipos desfilando entre sus piernas cada semana que me hacía sentir incómodo de tener que dejar a Marisol para ir a trabajar al norte en faena. Aun así, la sonrisa de mi ruiseñor me derretía y no podía rehusarme.

tetona

Y entonces, Pamela se fracturó el brazo y la pierna. Marisol estaba hasta el cuello con los exámenes de final de semestre y alguien tenía que cuidar a Pamela. Esa persona tuve que ser yo, en vista que estaba en mi semana libre. Y al principio, lo hice de mala gana, no por despecho, pero por sentirme incómodo. Para que me entiendan, en esos tiempos, Pamela me trataba de “Pervertido” y “Picha floja” cuando era cariñosa y ya había arruinado mi amistad con mis compañeros de universidad, haciendo que mis estudios se volvieran cuesta arriba cuando me titulé como ingeniero, por lo que ella no me simpatizaba en lo absoluto. Pero se encontraba indefensa, necesitando ayuda para todo: comer, moverse, ir al baño…

Y la cercanía forzada gestó el cambio. Ya no me miraba con arrogancia ni comentarios hirientes. Me preguntaba por qué no la miraba como los otros tipos. Si acaso la odiaba tanto. Y le confesé que no la odiaba, pero sí estaba molesto que se hubiese acostado con mis compañeros de universidad solo para irritarme. Que me complicaba su personalidad llamativa, opacando la presencia de mi ruiseñor. Y que estaba enamorado como loco de su prima.

Pamela no me discutió. Admitió que tenía envidia de su prima. Que de todos los tipos con los que había salido, a Pamela nunca la habían tratado como yo lo hacía con Marisol.

Y fue entre esas confesiones que algo nació entre nosotros. No precisamente un romance, porque los dos queríamos a Marisol. Pero sí hubo besos, abrazos y sexo anal. Pamela fue la primera mujer a la que le di por el culo y yo fui el primero en desflorarla analmente. Nos deseábamos, ganas reprimidas por tanto tiempo que no podíamos controlarnos.

esposa

A pesar de todo, sentíamos remordimientos por hacerlo a espaldas de Marisol. Hasta que el pedazo de mierda de Diego hizo nuevamente su aparición…

El padre de Pamela y Violeta, un mastodonte de 1.90, con troncos como brazos, había sido el responsable de las fracturas de su hija. Y quería llevársela a la fuerza. Marisol y yo intentamos resistirnos, pero nos dio una golpiza tremenda, de la cual milagrosamente logré botarlo con un buen puñetazo en la mandíbula. Llegó la policía, se lo llevaron y procesaron, y Pamela y yo le confesamos a mi ruiseñor de nuestro pecado.

En esos momentos, yo esperaba lo peor: que me pateara por haberle roto el corazón, sus lágrimas, su enojo. Pero Marisol nos sorprendió. Nos escuchó a ambos con calma y nos regaló una sonrisa. Esa maravillosa y cautivante sonrisa que esconde el lunar en su mejilla, diciéndonos que siempre supo que Pamela cargaba una enorme tristeza escondida bajo esa arrogancia y que, de alguna manera, esperaba que Pamela conociera a alguien como yo, que viera más allá de lo que la vista puede ofrecer.

Ante nuestro asombro, Marisol nos dijo que no se sentía herida. Al contrario, se sentía halagada al saber que las mismas cosas que mi ruiseñor ama de mí hicieran eco con Pamela. Por supuesto, me disculpé, admitiendo que le había fallado en su confianza. Pero ella, tomando mi mano, me calmó diciéndome que no le había fallado. Que “probablemente, era incapaz de serle infiel y que la única manera que lo fuera sería porque una mujer se me tira encima”.

Y fue entonces que empezamos a vivir los tres juntos. Aunque teníamos el permiso de Marisol para hacer el amor, Pamela y yo seguíamos sintiéndonos incómodos. Esos tiempos eran exquisitos, no voy a negarlo, porque a pesar de ya estar acostándome con Verónica y con Amelia cuando me iba a la faena (y tiempo después, con mi amiga Sonia), en casa me esperaban Marisol y la sexy Pamela.

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Y nunca esperamos que Pamela cambiara. Años atrás, mi “Amazona española” se había retirado de la escuela y empezó a trabajar en un bar de mala muerte, donde el dinero y los hombres llegaban con mayor facilidad. Pero tras vivir un tiempo con nosotros, rodeada de libros, intensas sesiones de estudio durante la noche y nuestro apoyo mutuo entre Marisol y yo durante las evaluaciones, Pamela empezó a cuestionarse si pudiese juntarse con nosotros en este nuevo mundo académico.

Marisol no desperdició la oportunidad que me encargara de su prima. Ni Pamela ni yo compartíamos su optimismo, dado que cada oportunidad que teníamos a solas, terminábamos entrelazados un cuerpo con el otro. Pero de alguna manera, nos las arreglamos y descubrimos algo que ni la misma Pamela se había dado cuenta: Debajo de esa máscara arrogante y sensual, Pamela tenía un talento innato para las matemáticas y la ciencia. Cuando se lo consulté, me dijo que siempre había tenido una buena cabeza para los gastos y los números. Un aspecto que nadie, ni ella misma, se habían percatado.

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Esa chispa de reconocimiento encendió algo en ella. No voy a obviar que durante esos tiempos hicimos el amor hasta pedir un descanso. Pero su confianza creció de manera exponencial. Estudió con ese ímpetu saleroso con el que la conocía. Y empezamos a enamorarnos de verdad. Más allá de la lujuria de nuestros cuerpos, pero hacia algo más conciso, con mayor fundamento. Contemplé sus virtudes y le fui sincero: debería estudiar ingeniería en minas, como lo hice yo. Tenía mucho más talento que el que yo tenía en ese entonces y para esas alturas, Pamela ya sabía que la veía mucho más allá que un rico par de tetas y un culazo de primera.

Ahora, Pamela tiene 30 años. Y si antes creía que Pamela podía ser la novia o la amante de un futbolista, pues ahora esa idea se queda corta.

Once años después… (XI)

El tiempo, la confianza, el profesionalismo y el propósito la han esculpido en una mujer que hace girar cabezas sin esfuerzo. Ya no se viste para seducir, pero con un cuerpo como el suyo, al que solo basta ponerse un saco de papas y verse atractiva, se las arregla para manejarse bastante bien en el ambiente masculino, de hombres rudos que existe en la faena, donde su personalidad arisca le otorga la belleza de espejismo en el desierto: una diabla sexy, con aplomo, poder y belleza sin complejos.

Incluso Sonia y yo nos hemos enterado de ella en Australia, al trabajar en otro circuito de nuestra compañía. Es prácticamente imbatible en ventas, trabajando como ingeniera analista de proyectos, recorriendo todo el circuito de Latinoamérica. No porque cautive con su atractivo, pero por su inteligencia. Sus sugerencias son astutas y elocuentes. Se destaca del resto como una fuerza de la naturaleza. Los hombres ya no la miran como un pedazo de carne. Quedan cautivos, inseguros si admirarla, tenerle respeto o las dos cosas. Y Pamela lo sabe bastante bien. Les da lo suficiente: una sonrisa, un coqueteo fatuo y con algo de suerte, una risita tierna para el pobre diablo que se atreva a coquetearla, sabiendo bastante bien cómo mantenerlos a raya.

Había pasado semana y media del cumpleaños de Marisol y de nuestro aniversario de matrimonio. Apareció un sábado por la mañana, luciendo desesperada por perderse la celebración de su prima.

•¡Discúlpame, Mari, que no haya venido antes! – Le rogaba prácticamente de rodillas a Marisol, como si le hubiese fallado. – Que me han mandado unos tíos de mierda al culo del mundo, solo porque unos gilipollas se rehúsan a soltar la plata y cambiar sus equipos de porquería.

Marisol, en cambio, solo se reía.

+¡Ay, prima, no seas rara! – le decía mi ruiseñor, acariciando sus cabellos con dulzura. - ¿Yo cuántos cumpleaños tuyos me he perdido y no me deprimo? Lo importante es que estás bien y viniste a verme. Eso es todo.

Con decirle eso, Pamela se recompuso y finalmente, se dio cuenta que yo estaba en la cocina.

•¡Que al fin has venido, malnacido! - Me recibió mi “Amazona española” abrazándome con fuerza. - ¿Cómo has estado, guarrete? ¿Aun babeando por las tetas de mi prima, pichón?

Ese día, Pamela vestía una blusa veraniega blanca con cuello redondo que no tenía escote, pero sus blandos y esponjosos pechos parecían salidos de una nube y unos jeans de mezclilla que se ajustaban a su cintura como si fuera un guante.

tetona

-No pensé que pudieras verte más bonita, Pamela. – le confesé, abrazándola de la cintura y besándola en la mejilla.

Al instante, mi “Amazona” se cohibió avergonzada.

•Pues yo tampoco creí que te pudieras volver un guaperas, pero aquí estás, galán. -replicó con picardía.

Tras escuchar el alboroto, Violeta se nos unió al desayuno.

esposa

•¡Violetica, cariño! ¡No dejes que este guarro te mire las tetas! - Saludó Pamela cordialmente a su hermana que venía en su revelador pijama veraniego.

Violeta enrojeció.

<3Pues… a mí no me molesta. – respondió mi cuñada.

+Ven conmigo, Pamela, ¡Para que conozcas a Jacintito! – Le instó Marisol, sin darle tiempo para procesar la respuesta de su hermana.

Durante ese día, lo pasamos en casa de Verónica. Creo que, para mis hijas, una de sus “tías favoritas” es Pamela, dado que ella inspiró el nombre de una de nuestras gemelas.

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Con Verónica, preparamos una lasaña para el almuerzo y compartimos una tarde bastante amena. Y aunque no lo demostrábamos abiertamente, Pamela y yo nos dábamos miradas sutiles que, bajo la tensión de ser sorprendido por mis hijas, mi esposa y mi familia política, igual mostraban parte de la ardiente atracción mutua que compartíamos. Al atardecer, a mis hijas les bajó el sueño y las ganas de volver donde mis padres, mientras que nosotros terminábamos la once. Verónica debía ir a la pastelería, a supervisar la preparación de unos postres, por lo que luego de leer el cuento para dormir a las pequeñas, y mientras Violeta estaba viendo Netflix en el living, me encontré a Marisol y Pamela compartiendo una taza de café en la cocina.

Es curioso ahora que lo recuerdo, pero cuando las dos me vieron, pusieron la misma expresión que hacen las gemelas cuando las sorprendo mintiendo o escondiendo una travesura, como la vez que tomaron mis herramientas y quedaron con sus manos cubiertas de grasa: ambas se congelaron a mitad de palabra, se tensaron y al instante, bajaron la mirada, labios apretados en un puchero culpable. Incluso podría asegurar que aguantaron la respiración unos segundos, dejándome en claro que lo que estaban conversando no querían que yo lo supiera.

Y como podrán esperar, me puse curioso. Es decir, son pocas las oportunidades en donde ves mujeres bonitas de 30 años actuando como colegialas guardando un secreto.

-¿Pasa algo? – Les pregunté con una enorme sonrisa en los labios.

•No… Nada… Nada… -respondió Pamela.

Lo que no contaba era la radiante sonrisa discreta que Marisol me daba, instándome a seguir preguntando.

-Si quieren, las puedo dejar tranquilas. – sugerí, siguiéndole el juego a mi esposa.

Pamela estaba accediendo, cuando un poco discreto codazo de mi ruiseñor la interrumpió.

•¡Ush, Mari, joder! – se quejó mi “Amazona española”, mirando a su prima enojada. - ¡Está bien!

Pamela me miró a los ojos, pudiendo ver su corazón acelerado. Era algo que quería preguntarme por varios años, desde el tiempo que Marisol y las pequeñas la habían visitado ese verano que tuve que quedarme trabajando en Melbourne.

Tomó un suspiro profundo, sus pechos alzándose y cayendo bajo ese intrigante chaleco blanco y me miró a los ojos, insegura y llena de timidez.

•¿Recuerdas… mhm… recuerdas cuando yo… estaba comprometida con Juan? – me preguntó, inesperadamente tensa.

Y déjeme decirle, estimado lector, que Pamela, en sus años mozos, era una mujer que no se avergonzaba si se le escapaba un pecho del bikini cuando iba a la piscina, por lo que, tanto para mí como para mi ruiseñor, la escena era prácticamente ver a la luna chocar con un cometa.

-Claro que lo recuerdo. – Le respondí, todavía confundido. - Afortunadamente, no te casaste con él.

Al instante, mi “Amazona española” hizo un acto de presencia.

•¡Claro, porque el gilipollas era un calzonudo que seguía casado! – replicó salerosa como siempre, para frenarse al instante. – Pero ese no es el punto…

La miré como forzándola para que siguiera hablando, pero a la vez, deleitándome, porque créanme que no todos los días se ve a una mujer con el temple de Pamela cortándose mientras habla.

•¿Te acuerdas… por qué quería casarme con él? – me preguntó, queriendo no mirarme a los ojos.

Y le iba a responder, pero en esos precisos momentos, tuve un flashback del pasado…

********************************************

Había pasado un tiempo desde que Pamela regresó a nuestro país. Marisol es mucho más social tanto con mi familia como con la suya y mientras Pamela se descargaba su frustración porque Juan se echó para atrás en su compromiso para matrimonio, escuché claramente la voz de la “Amazona española” por el altavoz del teléfono:

•¡Coño, Mari! ¡Que, si llego a los treinta y no me caso con un tío, que tomo a tu marido y que me haga un crio, joder!

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Sentía palpitaciones en la cabeza y ese espinazo en la espalda, mala compañera que no sentía desde 11 años, me rasguñaba con sus frías garras…

Pamela, con solo verme así de pálido, supo que sabía de qué me hablaba.

•Con Mari, lo hemos estado hablando… y quería pedirte si me hacías el favor… como lo hiciste con Sonia.

Y como si el espinazo en la espalda evolucionara en un glaciar:

<3¿Quién es Sonia? – Preguntó Violeta, entrando en la cocina.



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2 comentarios - Once años después… (XI)

nukissy3156
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lenguafacil
Sigo diciendo que hacen megor telenovela que la rosa de guadalupe