El tren de la línea Sarmiento traqueteaba comosiempre, un vaivén cansino que parecía mecer los pensamientos de todos los queíbamos apretados ahí dentro. Era un martes a la tarde, el vagón estaba hastalas manos, y yo, parado cerca de la puerta, trataba de no pensar en el calorpegajoso que se metía por la ropa. De repente, en una de las estaciones, sesubió ella. Una rubia chiquita, no pasaba el metro y medio, con un vestidoliviano que se le pegaba al cuerpo como si lo hubiera cosido encima. Se abrió pasoentre la gente y, no sé cómo, terminó justo al lado mío, apretada contra mibrazo.
Al principio no le di bola, pero después sentí subrazo rozándome. No era un roce cualquiera. Era como si lo hiciera a propósito,un toque suave pero firme, que me hizo mirarla de reojo. Ella tenía la vistafija en la ventana, pero juro que había una sonrisita en la comisura de suslabios. Mi cabeza empezó a volar. “Me está buscando”, pensé, y el bobo de micorazón se puso a latir más rápido. Me la imaginé provocándome, acercándosemás, sus tetas chiquitas pero firmes rozándome el pecho, su culo redondoapretándose contra mi pija, que ya estaba empezando a despertarse.
En mi mente, la cosa se puso pesada. Me la imaginésusurrándome al oído, con esa voz medio ronca que tienen algunas minas cuandoquieren joderte la cabeza. “¿Qué te pasa, grandote? ¿Te estoy poniendonervioso?”, diría, mientras deslizaba una mano por mi pecho, bajando despacitohasta meterla dentro de mi pantalón. En mi fantasía, yo no me quedaba atrás. Laagarraba de la cintura, la apretaba contra mí y le metía la lengua en la boca,saboreando esa mezcla de perfume de Shampoo Welapon y algo más dulce, comochicle Bazooka de frutas. Le subía el vestido, dejando al aire ese culitoperfecto, y mis dedos se perdían entre sus piernas, encontrando su concha yamojada, caliente, lista para mí. En mi cabeza, la ponía contra la pared delvagón, le corria la tanga y la cogía ahí mismo, con el tren sacudiéndose y losotros pasajeros sin enterarse de nada. Imaginé mi pija entrando y saliendo,dura como palo, mientras ella gemía bajito, pidiéndome más.
La fantasía me tenía tan metido que no me di cuentade que mi pija ya estaba al palo, apretando contra el jean. Volví a la realidadcuando sentí su mano. Sí, su mano, posta. La mina me estaba tocando, primerosuave, como si fuera un accidente, pero después con más ganas, acariciándomepor encima del pantalón. La miré, y ella me clavó los ojos, unos ojos verdesque parecían reírse de mí. No dijo nada, solo siguió, sus dedos apretando justodonde más me dolía de ganas. Mi respiración se fue al carajo, y el calor delvagón se mezcló con el fuego que me subía desde la entrepierna.
El tren seguía su marcha, y ella no paraba. Suscaricias se volvieron más rápidas, más firmes, y yo sentía que iba a explotar.Intenté controlarme, pero era imposible. Su mano se movía como si supieraexactamente lo que hacía, apretando mi pija, que ya estaba a punto de reventar.En un momento, metió la mano dentro de mi cinturón, y sus dedos fríos rozaron lacabeza de mi pija, húmeda de tanta calentura. “Boludo, no puedo más”, pensé,mientras ella me miraba con esa cara de mina que sabe que te tiene en la palmade la mano.
Cuando el tren llegó a Flores, todo se descontroló.El vagón se movió brusco, y ella aprovechó para apretarse más contra mí, sumano volando sobre mi pija, ahora sin disimulo. Sentí el cosquilleo subiendo,ese calor que te quema desde adentro, y no pude más. Acabé como un perrosalvaje, con todo, un orgasmo que me dejó temblando, la pija palpitando dentrodel jean mientras ella seguía apretándome, como si quisiera sacarme hasta laúltima gota de leche. Fue una locura, un flash de cuatro minutos que me dejó lacabeza en blanco.
El tren frenó en la estación, y ella, sin decir unapalabra, se soltó de mí y salió corriendo. La vi perderse entre la gente, suvestido flameando mientras bajaba las escaleras de Flores. Yo me quedé ahí, conla pija todavía dura, el jean mojado y la cabeza hecha un quilombo,preguntándome si todo eso había pasado de verdad o si el Sarmiento habíaentrado por un tubo de Moebius y mi percepcion me había jugado una mala pasada.
Al principio no le di bola, pero después sentí subrazo rozándome. No era un roce cualquiera. Era como si lo hiciera a propósito,un toque suave pero firme, que me hizo mirarla de reojo. Ella tenía la vistafija en la ventana, pero juro que había una sonrisita en la comisura de suslabios. Mi cabeza empezó a volar. “Me está buscando”, pensé, y el bobo de micorazón se puso a latir más rápido. Me la imaginé provocándome, acercándosemás, sus tetas chiquitas pero firmes rozándome el pecho, su culo redondoapretándose contra mi pija, que ya estaba empezando a despertarse.
En mi mente, la cosa se puso pesada. Me la imaginésusurrándome al oído, con esa voz medio ronca que tienen algunas minas cuandoquieren joderte la cabeza. “¿Qué te pasa, grandote? ¿Te estoy poniendonervioso?”, diría, mientras deslizaba una mano por mi pecho, bajando despacitohasta meterla dentro de mi pantalón. En mi fantasía, yo no me quedaba atrás. Laagarraba de la cintura, la apretaba contra mí y le metía la lengua en la boca,saboreando esa mezcla de perfume de Shampoo Welapon y algo más dulce, comochicle Bazooka de frutas. Le subía el vestido, dejando al aire ese culitoperfecto, y mis dedos se perdían entre sus piernas, encontrando su concha yamojada, caliente, lista para mí. En mi cabeza, la ponía contra la pared delvagón, le corria la tanga y la cogía ahí mismo, con el tren sacudiéndose y losotros pasajeros sin enterarse de nada. Imaginé mi pija entrando y saliendo,dura como palo, mientras ella gemía bajito, pidiéndome más.
La fantasía me tenía tan metido que no me di cuentade que mi pija ya estaba al palo, apretando contra el jean. Volví a la realidadcuando sentí su mano. Sí, su mano, posta. La mina me estaba tocando, primerosuave, como si fuera un accidente, pero después con más ganas, acariciándomepor encima del pantalón. La miré, y ella me clavó los ojos, unos ojos verdesque parecían reírse de mí. No dijo nada, solo siguió, sus dedos apretando justodonde más me dolía de ganas. Mi respiración se fue al carajo, y el calor delvagón se mezcló con el fuego que me subía desde la entrepierna.
El tren seguía su marcha, y ella no paraba. Suscaricias se volvieron más rápidas, más firmes, y yo sentía que iba a explotar.Intenté controlarme, pero era imposible. Su mano se movía como si supieraexactamente lo que hacía, apretando mi pija, que ya estaba a punto de reventar.En un momento, metió la mano dentro de mi cinturón, y sus dedos fríos rozaron lacabeza de mi pija, húmeda de tanta calentura. “Boludo, no puedo más”, pensé,mientras ella me miraba con esa cara de mina que sabe que te tiene en la palmade la mano.
Cuando el tren llegó a Flores, todo se descontroló.El vagón se movió brusco, y ella aprovechó para apretarse más contra mí, sumano volando sobre mi pija, ahora sin disimulo. Sentí el cosquilleo subiendo,ese calor que te quema desde adentro, y no pude más. Acabé como un perrosalvaje, con todo, un orgasmo que me dejó temblando, la pija palpitando dentrodel jean mientras ella seguía apretándome, como si quisiera sacarme hasta laúltima gota de leche. Fue una locura, un flash de cuatro minutos que me dejó lacabeza en blanco.
El tren frenó en la estación, y ella, sin decir unapalabra, se soltó de mí y salió corriendo. La vi perderse entre la gente, suvestido flameando mientras bajaba las escaleras de Flores. Yo me quedé ahí, conla pija todavía dura, el jean mojado y la cabeza hecha un quilombo,preguntándome si todo eso había pasado de verdad o si el Sarmiento habíaentrado por un tubo de Moebius y mi percepcion me había jugado una mala pasada.
2 comentarios - un tren llamado fantasia.