You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

mi noche en Palermo dentro un boliche



mi noche en Palermo dentro un boliche




El calor de la noche porteña me pegaba como un cachetazo mientras caminaba por una callejuela rota de Palermo, lejos de mi San Fernando querido. A mis 25 años, con mi 1,60 m de pura actitud y una pija de 18 cm, cabezona, gorda y venosa, apretando el jean como si quisiera romperlo, estaba en llamas.


Vivo en Zona Norte, San Fer, donde todo el mundo se conoce, pero esta noche me mandé a la city a cazar lo que más me calienta: maricones sissies, de esos bien afeminados, con culitos apretados, pitos chicos goteando y esa vibra de putitas sumisas que me hacen volar la cabeza. Con mi pinta de pibe dominante, la remera ajustada marcando el gym y una mirada que no pide permiso, sabía que iba a romperla.


palermo
Llegué a un boliche clandestino, de esos que no aparecen en Google Maps pero que los que saben, saben. Era un sótano con paredes húmedas, luces violetas parpadeando y un olor a perfume barato mezclado con alcohol y sudor. La música electrónica retumbaba como un corazón acelerado, y el aire estaba cargado de promesas guarras. Me abrí paso entre la gente, sintiendo miradas clavadas en mí, pero mis ojos ya habían enganchado lo que buscaba: dos femboys que parecían sacados de mis fantasías más zarpadas.


relato
El primero, al que bauticé “Luli”, era un pibito flaco, con pelo teñido de rosa chicle, labios pintados de rojo fuego y un short de lycra tan apretado que se le marcaba todo. La tanguita negra asomando por la cintura era una invitación directa, y sus ojitos de zorra me miraban como si ya supiera lo que le iba a dar. El segundo, “Mica”, era más descarado: pelo negro lacio hasta los hombros, pestañas postizas, un top de red que dejaba ver sus pezones y un culo redondo que parecía gritar “tocame”. Los dos se movían en la pista, rozándose entre ellos, como si supieran que este pibe de San Fer estaba a punto de entrar en su juego.


Me apoyé en la barra, pedí un fernet con Coca y dejé que el ambiente me envolviera. Luli fue el primero en acercarse, con esa caminadita provocadora que tienen los maricones que saben lo que valen. “¿Qué hacés tan lejos de Zona Norte, papi?” me tiró, mordiéndose el labio y apoyando una mano con uñas largas en mi brazo. Su voz era suave, pero tenía un filo de calentura que me hizo apretar el vaso. Mica no se quedó atrás: se pegó a mi otro lado, rozándome con el culo mientras pedía un trago. “Un pibe de San Fer en Palermo… Esto se pone interesante”, me dijo, guiñándome un ojo.


—Lejos de casa, pero justo donde tengo que estar, putitos —les contesté, con una sonrisa de lobo—. Ustedes dos parecen estar pidiendo un macho que les baje los humos. ¿O me equivoco?


Luli se rió, nervioso, pero sus ojos brillaban como si ya estuviera imaginando cosas. Mica, más atrevido, se acercó hasta que sentí su aliento en mi cuello. “No te equivocás, pero vas a tener que mostrar que un pibe de 1,60 puede con nosotros”, me desafió, mientras sus dedos jugaban con el borde de mi remera. Mi pija, cabezona y venosa, estaba a punto de reventar el jean.


Estos dos sissies eran puro fuego, y este pibe de San Fernando no iba a dejar que se le escaparan.


—Vengan conmigo, maricones, que este pibe de 25 te va a enseñar lo que es un hombre de verdad —les dije, y los agarré de la mano, llevándolos a un pasillo oscuro al fondo del boliche. El lugar era un laberinto de sombras, con paredes pegajosas y el eco de la música retumbando. Encontramos un rincón donde nadie nos jodía, y la cosa se puso seria.


Luli se puso de rodillas sin que se lo pidiera, mirándome desde abajo con esos ojitos de perra en celo. “¿Es tan grande como dicen en San Fer, papi?” susurró, mientras sus manos temblorosas buscaban mi cinturón. Noté el bultito chiquito bajo su short, ese pito corto que no tiene hombría, y eso me prendió todavía más. Mica, mientras tanto, se pegó a mi espalda, sus manos recorriendo mi pecho y sus labios rozándome el cuello. “Sos chiquito pero zarpado, ¿no?


Queremos ver cuánto aguantás”, me dijo, con una risita que era puro desafío.
La cosa escaló rápido. Luli, con su boquita pintada, se dedicó a volverme loco, mientras Mica me susurraba cosas morbosas al oído, de esas que no se repiten en la mesa familiar de San Fer. Yo, con mi pija de 18 cm dominando la escena, los tenía a los dos comiendo de mi mano. Los maricones estos sabían cómo jugar, pero este pibe de Zona Norte era el que mandaba. Cada gemido suyo, cada roce de sus cuerpos afeminados, me hacía sentir como el rey de ese tugurio de mierda. Luli, con su tanguita ahora a medio bajar, se retorcía de ansiedad, y Mica, con ese culo respingón, no paraba de provocarme, apretándose contra mí como si quisiera fundirse.
El calor del momento era insoportable.


El boliche seguía vibrando con la música, pero para mí solo existían esos dos putitos sissies, sus cuerpos flacos y calientes, sus voces suplicando más. En un momento, Luli se atrevió a hablar: “Papi, no nos dejes así, queremos todo de vos”. Mica, más zarpado, agregó: “Danos duro, que para eso vinimos desde lejos”. Yo, con una sonrisa, les hice entender que este pibe de San Fer no se achica, por más que mida 1,60.


Nos movimos a una habitación al fondo del boliche, un reservado con un sillón gastado y una cortina rota que apenas daba privacidad. Ahí, con las luces violetas colándose por las rendijas, la cosa se puso todavía más intensa. Luli y Mica se turnaban para complacerme, cada uno con su estilo: Luli más sumiso, ansioso por agradar; Mica más atrevido, desafiándome con cada movimiento.


Boliche
Mi pija, gruesa y venosa, era el centro de su mundo, y ellos no tenían problema en demostrarlo. El aire estaba cargado de gemidos, risas nerviosas y el crujido del sillón bajo nuestro peso. Cada tanto, me acordaba de San Fer, de las noches tranquis en el barrio, y me reía pensando lo lejos que estaba de eso ahora.
trio
La cosa se estiró hasta que no dio para más. Los tres terminamos exhaustos, con el sudor pegado a la piel y el olor del boliche metido en la ropa. Luli y Mica, todavía jadeando, me miraban con una mezcla de adoración y cansancio. “Sos una bestia, pibe de San Fer”, me dijo Luli, mientras se acomodaba el short con manos temblorosas. Mica, con una sonrisa pícara, agregó: “Esto no termina acá, ¿eh? Queremos revancha en Zona Norte”.


Yo, con la pija todavía latiendo y una satisfacción que no se explica, les tiré un guiño y les pasé mi número. “Cuando quieran, maricones. Pero preparense, porque en San Fer la cosa va a ser peor”.


Salí del antro cuando el cielo ya empezaba a aclarar, con el bondi esperando en la esquina y el celular vibrando con mensajes de Luli y Mica, rogándome por otra noche. Me subí, me puse los auriculares y me reí solo, pensando en lo que había sido esa locura. De San Fernando a Palermo, este pibe de 25 años y 1,60 m había dejado la vara alta. Esto, loco, no se olvida.
trans

1 comentarios - mi noche en Palermo dentro un boliche