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Compendio III
EL REGALO III
Quedamos un rato en silencio, tratando de recuperar el aliento. Violeta seguía mirando mi erección a media asta, su mano todavía enterrada en su tanguita negra, mientras que Marisol tomaba las riendas. La visión de su hermana más joven tocándose con tal intensidad era irresistiblemente excitante. Mi ruiseñor sentía su propia excitación creciendo, su respiración entrecortada con sus candentes pechos contrayéndose mientras la miraba.
Fue entonces que los ojos de Violeta vieron el hambre en los ojos de mi esposa, casi haciéndole venirse. Marisol, con una voz firme y autoritaria, empujó suavemente a su hermana por la espalda.
+¡Dóblate! – le ordenó con un gruñido que le dio un escalofrío en su cuerpo.
Los ojos de Violeta se veían aterrados…
•Pero Mari… es demasiado grande… - protestó con debilidad en su voz.
Y sorprendiéndonos a los dos, mi ruiseñor mostró su lado tierno.
+¡Lo sé! – confesó Marisol con un tono de nostalgia y dulzura. – La primera vez, también me dio susto… pero me habría encantado que él te hubiese desflorado primero...
Las palabras de mi tierno ruiseñor nos volvieron a dejar helados…
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Tras bambalinas, era una conversación que salía a menudo en la familia de Marisol. Tanto a Amelia como a mi esposa estaban de acuerdo con la idea: haber perdido la virginidad conmigo fue algo que las marcó de por vida. En el caso de Amelia y como también le pasó muchas veces a Verónica, les tocó experimentar con sujetos más egoístas que no velaban porque ellas experimentaran placer. Y si bien, la experiencia de sentirse dominadas emocionalmente era refrescante, el éxtasis era mucho más efímero comparado con pasar la noche con alguien que buscaba más allá de un buen polvo y de sus propias necesidades individuales.
Sin embargo, Verónica comprendía mi postura. Como mencioné anteriormente, tanto a mi padre como a mi hermano se les van los ojos por las curvas de Amelia. Pero mi padre traza la línea cuando se trata de Violeta.

Al igual que me pasó a mí cuando me fui del país (Y como me pasa ahora con Karen y Lily, las hijas de Emma e Izzie respectivamente), veía a Violeta como mi primera hija. Y mi papá se hizo cargo de su crianza en mi lugar. Mi viejo la vio crecer y desarrollarse, ignorando las bondades que la adolescencia regaló a Violeta. Por lo que, aunque mi papá entendía a mi hermano, no podía unirse al morbo al contemplar a Violeta.

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Pero la obsesión de Marisol era más fuerte que nosotros. Nos contemplaba con ganas y ambición mientras ella misma me ubicaba detrás de su hermana. Apreciar la redondez de sus formas me sacó del letargo. La toqué, deslizando mi mano sobre la curva de su cola, palpando la hendidura entre sus nalgas. Violeta soltó un pequeño chillido, su cuerpo tensándose con anticipación.
Al ver que todo salía acorde a sus planes, Marisol sentía sus propios deseos buscando atención. Se colocó junto a mí, su mano deslizándose para acariciar el sexo de su hermana con libertad.

La sensación para Violeta era fuera de este mundo. Habiendo explorado su propia sexualidad junto a Amelia años atrás, para mi ruiseñor ya no le resultaba incómodo. La humedad que encontró en mi cuñada era palpable y el golpe de poder que sintió al acariciar la piel sensible de su hermana. Violeta soltó un gemido sensual, sus caderas meneándose en busca de mi hombría.
Marisol sonrió y arrodillándose, me dio una última lamida profunda que me llevó a los cielos, para luego tomar mi glande y guiarla a la entrada expectante de su hermana. Con un meneo suave, empujé hacia dentro, llenándola con mi grosor. Violeta se tensó, un grito ahogado por la almohada mientras trataba de acomodarse a mi tamaño. Sin lugar a duda, yo era el más grueso que había tenido, estirándola a un punto que casi empezó a sentir dolor. Marisol nos miraba sonriendo, sus esmeraldas perdiéndose en la nostalgia de nuestra primera vez, su mano estimulando su botón al notar los temblores de placer de Violeta.

El dormitorio se volvió un torbellino de placer a medida que los tres nos íbamos moviendo, nuestros cuerpos plasmando un desenfreno de placer. Los pechos de Violeta se meneaban con cada embestida, una visión que a Marisol hacía salivar. Se inclinó hacia su hermana, sus dientes mordisqueando suavemente su hombro, alentando a su hermana con susurros, mientras que las manos de mi ruiseñor gravitaban sobre la tierna hendidura de su hermana. La respiración de mi cuñada salió entrecortada, sus caderas meneándose con mayor fuerza para encontrar mi ritmo castigador.
Al igual que pasó con sus hermanas, Violeta nunca se había sentido tan estirada. A medida que gemía en sincronización con nuestros movimientos, empezó a entender la obsesión de Marisol de hacer el amor conmigo. La sensación era asombrosa y si Marisol era capaz de recibir mi verga cada noche, Violeta creía que su hermana era la mujer más suertuda con vida.
Pero a pesar de todo, Marisol sintió una pizca de celos al apreciar el gozo de su hermana, que fue rápidamente olvidado por su propia calentura. Se inclinó, besando el cuello de Violeta, sus dientes rozando su piel sensible mientras que su mano estimulaba incesante el botón de su hermana. El cuerpo de Violeta reaccionó al instante, sus gemidos volviéndose más fuertes, sus caderas moviéndose a un ritmo frenético que igualaba la frecuencia de mis embestidas.

Mi ruiseñor me miraba tanto con orgullo, amor y lujuria. Para ella, yo había sido el primero en todas sus experiencias: su primer amigo, su pololo amoroso, su comprometido esposo. Nadie le había creído al principio cuando dijo que yo era bueno en la cama, puesto que siempre trato de mostrarme discreto y educado. Pero a medida que otras mujeres estuvieron conmigo y se dieron cuenta que Marisol no mentía, esos celos se fueron deshaciendo rápidamente.
Ahora, esa misma excitación sentía mi ruiseñor mientras yo tomaba a su hermana más joven. La manera que el cuerpo de su hermana respondía al mío era toda una visión. La forma en que se meneaba y empujaba su culo para que la metiera más adentro le recordaba a Marisol a una gata en celo suplicando por su recompensa. Era una sexualidad cruda, sin filtro en su máxima expresión y mi esposa se sentía orgullosa de ser la maestra de ceremonias.
Pero mientras iba empujando más y más profundo en la vulva de Violeta, haciéndola gemir y gritar, sentí un poco de culpa. A pesar de todo, Marisol seguía siendo la única mujer de mi vida. Y es que a pesar de que he compartido la cama con otras mujeres, todavía me siento culpable por fallarle en su fidelidad. Pero, por alguna razón que todavía no entiendo bien, a Marisol le encanta cuando lo hago, el sexo volviéndose más adictivo e intenso cuando ella sabe que he dormido con otra mujer. Es por esa razón que soy arcilla en las manos de mi ruiseñor, ya que la mayoría de las veces es ella quien escoge a la mujer con la que le voy a ser infiel.
La apretada conchita de Violeta se cerró sobre mi pene, sus músculos internos tensándose mientras se iba acostumbrando a mi tamaño. El sonido de nuestros cuerpos azotándose mutuamente rompían el silencio a razón que subía el ritmo, mis caderas meneándose como un pistón. Marisol nos miraba enviciada, su mano siguiendo sensualmente nuestros movimientos deslizándose sobre su sedoso y rozado sexo, su pulgar jugueteando circularmente al pulso que hacíamos el amor. A mi ruiseñor le faltaba poco, su cuerpo tensándose como un resorte listo para liberarse.

Y para sorpresa de mi esposa y mi cuñada, saqué mi pene de Violeta, mi verga brillando con sus jugos. Me eché para atrás, mi esposa contemplando mi glande como si fuese un diamante. En esos momentos, sentí un golpe de calentura, un deseo salvaje por hacerlas mías a ambas.
En esos momentos, Violeta me contemplaba con una mezcla de emociones, frustración, calentura y asombro siendo las más intensas. Para su sorpresa, se dio cuenta que podía controlar mi orgasmo bastante bien, habiendo castigado intensamente la joven conchita de Violeta hasta el cansancio, haciéndole venir al menos tres veces. Y, aun así, estaba dispuesto a castigar a mi mujer también.
Cuando metí la punta de mi glande en mi amada, la besé con suavidad, mostrándole lo mucho que la amo. Para Marisol, el gesto era casi como si le hubiese regalado flores y chocolates, sus jugos desbordándose por la pasión de ese beso y la sensación de mi insaciable pene, mancillado por los jugos de su hermana, que parecía acudir al rescate de su tierna conchita en aquellas horas desesperadas.

A mi ruiseñor se le entrecerraron los ojos al sentir mi pene entrando en ella. Lo recibió sin siquiera dudarlo, su tesoro estirándose para recibir todo mi grosor. Violeta nos contemplaba agotada desde su lado de la cama, su propia mano aplacando el fuego descontrolado de su botón cuando ella veía a su cuñado penetrando a su esposa. La escena era tanto impactante como increíblemente excitante, y empezó a sentir otro orgasmo dentro de ella.
Mi pene parecía derretirse en el calor de mi ruiseñor. Pero, aunque quería desfogarme de la calentura que tanto ella como mi cuñada me habían causado, necesitaba de mi esposa. Por lo tanto, tras un beso suave en los labios de mi esposa, empecé a meterla y sacarla suavemente de mi esposa.
Marisol gemía por mi pene, la sensación de sentir a los jugos de su hermana entremezclarse con los suyos haciéndole sentirse más ansiosa. Me miró, sus esmeraldas contemplándome con deseo y me susurró:
+¡Culéame rico, mi amor!
Sus palabras soeces me encendieron, empezando a bombearla con más fuerza, ya sudando tras mi encuentro con Violeta. Marisol gimió más fuerte, tomando posesión de lo que era ya suyo como los millares de veces que lo hizo antes. Mi ruiseñor sabía que yo era su hombre. Su dueño. El único capaz de hacerla sentir como la puta y la princesa que ella sabe ser cuando ella le plazca. El único que la hace sentir curiosa de experimentar con otras mujeres y de verlas disfrutar del placer delante de ella.
Violeta nos miraba, su mano brillando con los jugos de su estimulada concha. Se fijaba en cómo le daba duro a su hermana, pero más que todo, ver a Marisol desvanecerse en placer era demasiado para ella. Deslizó su dedo en su humedad, imitando el ritmo que íbamos llevando. En sus ojos verdes, se apreciaba una ninfómana desesperada por una buena verga, al igual que sus hermanas y su madre, insatisfecha con sus propios orgasmos.
Los gemidos de mi ruiseñor se hicieron más fuertes, sus caderas meneándose para recibir mis potentes embestidas. Sus majestuosos pechos rebotaban con cada embate, las elegantes y suaves sábanas quemando su piel. Podía ver cómo su orgasmo iba creciendo, una tormenta de placer que amenazaba con tragársela entera. Estiró su mano, encontrando la de Violeta con un intenso gemido, y las dos empezaron a moverse bajo el mismo ritmo, sus dedos estimulándose los botones en una melodía silenciosa y erótica.
Mis gruñidos se volvieron gruesos y guturales. Le estaba dando fuerte y duro a mi ruiseñor, con la tozudez de no querer venirme antes que ellas alcanzaran el cielo, para demostrarle a ambas hermanas que ahora eran mías.
Las embestidas se volvieron más intensas, sujetando a mi esposa fuertemente de las caderas mientras que ella me tiraba para que se la metiera más adentro. El orgasmo delicioso que ella estaba sintiendo, un manantial de placer que reflejaba el placer que sentía desde el alma, era encantador. Violeta nos miraba, su propia mano meneándose a razón que su propio clímax se aproximaba.
Marisol cerraba los ojos, entregándome completamente su cuerpo bajo éxtasis de mi pene impactando su punto G. Mi esposa podía sentir sus propios tejidos apretándose, su cuerpo suplicando porque me viniera. Con un gemido potente y desesperado, Marisol alcanzó el cielo, su conchita caliente y sedosa contrayéndose con un fuerte y codicioso agarre que buscaba estrujarme de toda mi existencia. Le di todo, sintiendo oleada tras oleada mientras rellenaba a mi cónyuge con mi caliente semilla.
Y al vernos, con su propia mano trabajándose el botón, la respiración de Violeta se entrecortó en acelerados suspiros. La visión de su hermana alcanzando la cima del placer fue demasiado para ella, culminando en su propio orgasmo, su conchita convulsionando sobre sus dedos mientras que ella se mordía los labios para callar sus gemidos.
Quedamos tirados, jadeando, nuestros cuerpos dando testimonio del desenfreno lujurioso experimentado. Marisol fue la primera en moverse, su cuerpo agotado, con sus esmeraldas amplificando la satisfacción de su rostro. Mi pene se salió de ella todavía hinchado, mi semen y sus jugos haciendo que brillara.
La curiosidad de Violeta se tornó irresistible y sin asco ni cuestionamiento, se inclinó sobre mi órgano, su lengua saboreando los remanentes de nuestros jugos. El sabor a sal de mi semen se combinaba con la dulzura de los jugos de Marisol en una combinación suculenta que la hizo gemir suavemente.

Mi respiración empezó a acelerarse al notar a ambas hermanas insaciables gravitar en torno a mi cuerpo. Mi pene empezaba a recuperar el vigor al sentir la adoración de sus lenguas, haciendo a las 2 hermanas sonreír cuando me daban chupones sobre el glande.
+¡Ahora te toca! – Ordenó Marisol, con una voz sedosa y más cálida.
Violeta asintió, sin perderle el ojo a mi pene mientras se movía hacia a mí.
Marisol le cedió espacio a su hermana, su cuerpo todavía hormigueando con placer. Contempló cómo Violeta me fue masajeando para volver a ponerme duro. Aunque al principio, las caricias de mi cuñada eran tímidas, con el paso de los segundos se fueron poniendo más atrevidas. Se inclinó, sus labios jugosos envolviendo la cabeza de mi pene, sus esmeraldas salvajes mirándome ansiosa mientras la metía más en su boca.

Al ver a su hermana atorarse con el pene de su marido, Marisol se sentía desbordar de orgullo y de amor. Para mi ruiseñor, había sido el tipo más cariñoso y tierno en una vida gris y depresiva y contemplar a su hermana disfrutar de un tipo como yo casi la hacía llorar.

A medida que Violeta me fue devorando con mayor gula, el asombro de Marisol fue creciendo. Violeta había sido rápida para aprender y se hacía cargo de la tarea con mayor entusiasmo, sus mejillas contrayéndose mientras que me iba tragando más profundo de antes.
Yo tenía los ojos cerrados, disfrutando del placer, sujetando a Violeta fuerte de sus cabellos mientras ella me iba trabajando.
La curiosidad de mi esposa estaba desatada, sus propias ganas renaciendo mientras nos iba mirando. Se acercó a nosotros, sus manos deslizándose para estrujar el pecho de Violeta, sus pulgares estrujando los pezones de su hermana. El gemido que Violeta soltó fue acallado por mi pene, causándole que su lengua se deschavetara dentro de su boca.
Empecé a moverme más fuerte, mi pene entrando y saliendo de la boca de Violeta con urgencia. La visión de Marisol estrujando el pecho de Violeta y su osadía para introducir sus dedos en el cálido y tierno agujero de su hermana era para volverse loco. Eso, sin mencionar la mirada sedienta que esas tiernas y pervertidas esmeraldas me regalaban.
Para Violeta, la experiencia había trascendido todo. Al igual que con sus hermanas Amelia y Pamela (Nota de Marco: Aunque Pamela es prima de Marisol, es medio hermana de Violeta. Entraré en más detalle en el siguiente relato), Violeta nunca había experimentado la caricia de otra mujer. La conexión entre los tres era eléctrica, una búsqueda insaciable y sigilosa por el placer. Cuando Marisol lamió el cuello de su hermana, Violeta sintió un escalofrío, el cual acalló con una leve mordida de mi pene.
Al contemplarlas a ambas, me sentí afortunado y agradecido. Me prometí a mí mismo darles una noche de placer que no olvidaran jamás. Me doblé de tal manera que encontré el botón de carne de mi cuñada, estimulándolo con mi pulgar en círculos, haciendo que perdiera todo juicio.
La sorpresa de sentirse estimulada tanto por su hermana como por su cuñado hizo que sus gemidos se volvieran tanto intensos como abrumadores, trabajándome incesantemente con su boca. Mi cuñada nunca había sentido el tabú de las caricias de su hermana, su propia mano sucumbiendo a la curiosidad de explorar la jugosa oquedad de mi esposa.
En la intensa cacofonía de movimientos, gemidos y suspiros, Marisol no despegó los labios del cuello de su hermana, sus besos alentando a Violeta al ver su boca estirarse, tratando de tragarme entero. Era una mezcolanza de lujuria y amor que nos tenía a los tres enfrascados en una burbuja de constante placer.
Podía apreciar en los ojos de Violeta cuánto gozaba del masaje en sus pechos de parte de Marisol. Por mi parte, la sensación de mi pulgar en su botón era exquisita, haciendo que la presión en su cuerpo se incrementara ante este inesperado orgasmo. Ella podía sentir su piel erizarse al sentir la ardiente respiración de mi esposa sobre su cuello, su propia mano explorando más profundo la cavidad de su hermana, guiada por el mismo ritmo que le retribuía.
El espectáculo me tenía latiendo, no pudiendo aguantar más. La saqué casi a la fuerza de la boca de Violeta, más dura y brillante gracias a su saliva.
-¡Acuéstate! – ordené desesperado.
Las hermanas me miraron sorprendidas, pero obedecieron, desenredando la maraña de caricias y deseo que sus cuerpos envolvían.
Marisol se acostó al lado de su hermana, sus piernas abiertas como una invitación discreta. Los ojos de Violeta estaban pegados al sexo de su hermana, su propia conchita picando de las ganas. Y sin que ni yo ni Marisol le dijéramos algo, instintivamente lamió los labios inferiores de mi esposa, como si se tratase de una caravana deliciosa de placer, su mirada perdida en el goce de Marisol. Las ganas me estaban matando, mi pene se sentía pesado con cada movimiento, deseando buscar alivio en cualquiera de las dos.
Tomé a Violeta por la cintura y empecé a metérsela. Violeta se tensó, todavía no acostumbrándose del todo a mi tamaño, pero poco a poco, empezó a entrar. El sexo de mi cuñada me recibió con calidez, a medida que la iba llenando hasta el fondo. La sensación de esos momentos era indescriptible, una mezcla de amor, calentura y poder que me hacía sentir invencible.
Marisol entrecerraba los ojos al verme follar a su hermana con ganas, con estocadas largas y profundas. Se agarraba sus enormes pechos, que se apreciaban como poderosas montañas, mientras que la implacable lengua de Violeta la acariciaba.
Los gemidos de Marisol se volvieron más intensos, su cuerpo contorsionándose con cada estocada que le daba a su hermana. Y de la misma manera que hice yo, Marisol acarició la cabeza de Violeta, marcándole el ritmo que a mi esposa le encanta.
La cama entera se sacudía sin ton ni son, con un aroma marcado y denso a sexo descontrolado. Marisol me diría después que Violeta era increíble comiéndole su conchita, mojándose con solo recordar cómo la mordía suavemente sobre su tierno botoncito. Sus dientes rozaban delicadamente su tierna piel.
Llegó a tal punto que Marisol sentía ahogarse en placer, perdiendo todo control de su cuerpo. Mi esposa se volvió el recipiente de nuestra calentura compartida, un juguete para nuestros más perversos deseos. Marisol envolvía la cabeza de su hermana con sus piernas, acercándola más a fondo, entregándole todo su cuerpo. La boca de Violeta se movía con una fluidez, haciendo que mi cónyuge se estremeciera de gozo.
Y perdiendo todo respeto, Violeta empezó a dedear a su hermana de una manera impetuosa, impulsiva, que a Marisol casi le hace babear. La sensación para ella era sorprendente. Mucho más intensa que aquellas noches donde Amelia y Marisol exploraban sus cuerpos.
En cambio, yo estaba disfrutando de la visión del culazo de Violeta, que se sacudía como jalea. La manera en que se arqueaba a medida que la penetraba, la forma deliciosa que se mecían sus pechos. Todo eso era una visión que me hacía querer venirme con urgencia.
Marisol también lo sentía, un orgasmo profundo que la sacudiría desde la médula y todo gracias a su hermana más pequeña.
Estaba en las últimas, mi respiración entrecortada sintiendo que la estaba metiendo lo más profundo posible. Podía sentir la estrechez en la conchita de Violeta, una manera que me estrujaba con todas las intenciones de drenarme. Y cuando no pude aguantarme más, sentí un cosquilleo, mi cuerpo apretándose como el arco de una flecha antes de darlo todo.
Con una potente embestida, me vacié en la hermana de mi esposa, rellenándola con mi ardiente corrida que parecía desbordarla a borbotones. Mi esposa no tardó mucho, y su viciosa hermana no dudó en degustar el delicioso néctar de su hermana.
Los tres quedamos muertos en la cama, jadeando por aire. La experiencia había sido una de las más intensas de nuestra vida (razón por la que este posteo ha salido tan largo y espaciado). Cada hermana se acurrucó en uno de mis brazos, una sensación de amor intenso y erotismo permeando el ambiente. Nos acurrucamos juntitos y nos quedamos dormidos.
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A la mañana siguiente, nos despertamos temprano. Aunque a Verónica le era indiferente dónde pasaríamos la noche (al parecer, ella misma pasó la noche con uno de los pasteleros), para mi mamá sí era importante. Por lo que alrededor de las 7, con una Violeta con un hachazo en la cabeza, nos retiramos de regreso a la casa.
Mi mamá me contó que Jacinto pasó una buena noche y me dio las gracias. Pero Marisol le tomó las manos y le agradeció por haberle permitido experimentar una de las mejores noches de su vida.
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