Parte 7: El hallazgo
Esa mañana, Nico salió apurado.
Mariana seguía dormida, y él tenía una reunión temprano.
La mochila al hombro.
Auriculares puestos.
La mente nublada.
Entre mails, pendientes… y la imagen de Julieta cruzando las piernas en el sillón.
Otra vez.
Se subió al subte.
Asiento vacío.
Se acomodó.
Y entonces, buscando una birome en el bolsillo principal,
lo sintió.
Tela suave.
Diminuta.
Con encaje.
Frunció el ceño.
Sacó la mano.
Y ahí estaba.
Una tanga.
Color bordó.
Con encaje fino y un pequeño moñito en el frente.
Delicada.
Imposible de confundir.
Era de Julieta.
Lo sabía.
La había visto en la ropa sucia.
La había soñado.
Abajo, doblado en cuatro,
un cartelito manuscrito.
En papel de libreta.
Con letra cursiva, prolija.
De profe.
Decía:
“No hace falta tocar para dejar marca.
No te la devuelvas a Mariana.
Es mía.
Y es para vos.”
Nico se quedó quieto.
Mirando la tanga sobre sus piernas.
El subte avanzaba.
La gente subía y bajaba.
Y él,
en otra realidad.
Con la pija dura.
Y el corazón bombeando.
Ya sin dudas.
Ya sin escapatoria.
Julieta sabía todo.
Y había decidido jugar.
Sin decirlo.
Sin mostrarlo.
Pero sin esconder nada.
Esa mañana, Nico salió apurado.
Mariana seguía dormida, y él tenía una reunión temprano.
La mochila al hombro.
Auriculares puestos.
La mente nublada.
Entre mails, pendientes… y la imagen de Julieta cruzando las piernas en el sillón.
Otra vez.
Se subió al subte.
Asiento vacío.
Se acomodó.
Y entonces, buscando una birome en el bolsillo principal,
lo sintió.
Tela suave.
Diminuta.
Con encaje.
Frunció el ceño.
Sacó la mano.
Y ahí estaba.
Una tanga.
Color bordó.
Con encaje fino y un pequeño moñito en el frente.
Delicada.
Imposible de confundir.
Era de Julieta.
Lo sabía.
La había visto en la ropa sucia.
La había soñado.
Abajo, doblado en cuatro,
un cartelito manuscrito.
En papel de libreta.
Con letra cursiva, prolija.
De profe.
Decía:
“No hace falta tocar para dejar marca.
No te la devuelvas a Mariana.
Es mía.
Y es para vos.”
Nico se quedó quieto.
Mirando la tanga sobre sus piernas.
El subte avanzaba.
La gente subía y bajaba.
Y él,
en otra realidad.
Con la pija dura.
Y el corazón bombeando.
Ya sin dudas.
Ya sin escapatoria.
Julieta sabía todo.
Y había decidido jugar.
Sin decirlo.
Sin mostrarlo.
Pero sin esconder nada.
3 comentarios - Las tangas de mi cuñada (parte 7)
No cambies nunca jaja
Te voy a ir mandando para que hagas relatos a pedido. Tengo varios empezados pero no puedo terminarlos