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Las tangas de mi cuñada (parte 5)

 Parte 5: Entre el morbo y la locura
Pasaron los días.
Pero Nico no podía sacarse de la cabeza esa última frase de Julieta:
“Hay tangas que se dejan encontrar…
y otras que hay que ganarse.”

Desde entonces, cada movimiento de ella lo enloquecía.
Pero sin poder probar nada.

¿Era real?
¿Lo hacía a propósito?
¿O era él el que estaba demasiado alzado?
Una tarde, llegó al departamento antes que Mariana.
Julieta estaba sola, en el living, corrigiendo unos parciales.
Lentes puestos.
Camisa blanca.
Pelo atado.
Y un vaso de vino a medio tomar.

—¿Ya llegaste? —preguntó, sin levantar la mirada.
—Sí… me adelanté un poco.
Ella asintió.
Siguió escribiendo con una lapicera roja.
Nico fue a la cocina.
Abrió la heladera.
Y cuando volvió al living con una lata de cerveza en la mano, la vio cruzada de piernas…
y la pollera apenas subida.

No lo suficiente para mostrar nada.
Pero lo justo para imaginarlo todo.
Ella no se movió.
No se acomodó.
¿Lo hacía a propósito?
¿Sabía que la estaba mirando?

—¿Todo bien con Mariana? —preguntó Julieta, sin levantar la vista.
—Sí, sí…
todo tranquilo.
Ella sonrió apenas.
Y ahí, sin dejar de mirar los papeles, dijo:
—Ah… hoy lavé ropa.
Por si veías tangas nuevas en el baño.
Nico casi se atraganta con la cerveza.
La miró.
Ella no lo miraba.
Pero la frase…
la frase lo hizo mierda.

¿Era una provocación?
¿Una prueba?
¿Una simple mención casual?
Pasó al baño más tarde.
Y ahí estaban.
Una negra con encaje.
Una blanca con transparencias.
Y una roja, tan diminuta que parecía de juguete.

¿Las dejó ahí para él?
¿O estaba delirando?
Esa noche, se pajeó pensando en ella.
Pero no con culpa.
Con dudas.
Con la mente partida.

¿Y si lo estaba tentando de verdad?
¿Y si quería que él se quiebre?
¿Y si… ya era parte del juego?

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