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el diario de una pulga X Katherine Riveros relato clásico 4

Capítulo VI
 

el diario de una pulga X Katherine Riveros relato clásico 4

 
No molestaré allector contándole cómo, un día, me
encontrécómodamente oculta en la persona del buen padre
Clement, ni haréaquí un alto para explicar por qué estaba yo
presente cuandoeste respetable eclesiástico recibió y confesó
a una muyencantadora y elegante damita de unos veinte
años de edad.
 
A raíz de laconversación que sostuvieron ambos, pronto
descubrí que ladama, aunque muy bien relacionada, carecía
de títulonobiliario, y estaba casada con uno de los
terratenientesmás acaudalados del vecindario.
 
Los nombres norevisten aquí ninguna importancia. Por lo
tanto, omito elde esta hermosa penitente.
 
Después de que elconfesor le hubiera dado su bendición y
hubiera concluidoel sacramento merced al cual se convirtió
en depositario delos secretos más selectos de la dama, la
condujo de buenagana desde la nave de la iglesia hasta la
sacristía dereducidas dimensiones en la que Cielo Riveros había
recibido sulección sobre la cópula santificada.
 
Se echó elcerrojo de la puerta, no se perdió ni un
momento, la damase despojó de su vestido, el fornido
confesor se abrióla sotana revelando su enorme arma, el
bálano color derubí se erguía ahora en el aire dilatado y
amenazador. Encuanto la dama percibió esta aparición, se
fijó en elmiembro con el aire de quien no era la primera vez
que cataba eseobjeto de placer.
 
Su primorosa manoacarició con suavidad el enhiesto pilar
de duro músculo,y sus ojos devoraron sus luengas e
hinchadasproporciones.
 
—Me lo meterá pordetrás —señaló la dama—, en levrette,
pero debe tenermucho cuidado, ¡es temiblemente grande!
 
Al padre Clementle brillaron los ojos bajo su abundante
 
 
mata de cabellorojo, y su enorme instrumento dio un
respingo quehubiera levantado una silla.
 
En un segundo, ladamita se había colocado de rodillas en
el asiento, yClement, aproximándose por detrás, le levantó el
blanco y delicadolino y dejó al descubierto un trasero rollizo
y bien torneadobajo el cual, medio escondido por los
rechonchosmuslos, apenas se veían los labios rojos de una
deliciosahendidura, lozanamente sombreada por la extensa
vegetación deexquisito vello castaño que se ensortijaba en
torno a ella.
 
Clement nonecesitaba más incitación; tras escupir sobre
la testa de sugran miembro, llevó el bálano hasta los labios
humedecidos, ycon numerosas acometidas y mucho esfuerzo,
se afanó porhacerla entrar hasta las pelotas.

Penetró más ymás, hasta que dio la impresión de que la
hermosabeneficiaría no tenía posibilidad de albergar nada
más sin peligropara sus partes vitales. Mientras tanto, el
rostro de la damadelataba la extraordinaria emoción que el
gigantesco arietele producía.
 
En breve el padreClement se detuvo. Había entrado hasta
las pelotas. Suvello pelirrojo y ralo se pegaba a las rollizas
nalgas deltrasero de la dama. Ésta tenía alojada la verga en
toda su longitud.A continuación tuvo lugar un acoplamiento
que hizo temblarconsiderablemente el banco y todo el
mobiliario de laestancia.
 
Con sus brazos entorno a la hermosa dama a la que
poseía, elsensual sacerdote se internaba más y más a cada
arremetida, yretiraba su miembro sólo hasta la mitad, para
llevarlo asímejor hasta su objetivo. La dama se estremecía
con lasexquisitas sensaciones que le proporcionaba
dilatación tanvigorosa; luego cerró los ojos, echó la cabeza
hacia atrás yemitió sobre el invasor un cálido borbotón de
esa esencia de lanaturaleza.
 
Entre tanto, elpadre Clement maniobraba en la cálida
vaina, con lo quesu abultada arma se volvía más dura y
fuerte, hastasemejar una barra de hierro macizo.
 
Pero todas lascosas tienen un final, y también lo tuvo el
disfrute del buenpadre, pues tras haber empujado, luchado,
 
 
apretado ygolpeado con su furiosa verga hasta que tampoco
él pudocontenerse más, notó que estaba a punto de
descargar suarma, llevando así la cuestión a su culmen.
 
Se corrió cuando,con un agudo grito de éxtasis, cayó
sobre el cuerpode la dama, su miembro enterrado hasta la
raíz, y derramóun prolífico torrente de leche en su
mismísimo útero.En breve todo había terminado, el último
espasmo habíaquedado atrás, la última gota humeante se
había emitido yClement yacía como muerto.
 
No debe imaginarel lector que el buen padre Clement
había quedadosatisfecho con el único tiento que, con efecto
tan excelente,acababa de propinar; ni que la dama, cuyo
desenfreno tanpoderosamente había sido mitigado, pensaba
abstenerse detoda ulterior diversión. Al contrario, esta
cópula sólo habíareavivado las latentes facultades de ambos
para lasensualidad, y ahora de nuevo buscaban aliviar la
ardiente llama dela lujuria.
 
La dama cayó deespaldas; su membrudo rival se lanzó
sobre ella, eintroduciendo su ariete hasta que el vello de
ambos se juntó,volvió a correrse y colmó su útero con un
torrente viscoso.

Insatisfechostodavía, la desenfrenada pareja continuó con
su excitantepasatiempo.
 
Esta vez Clementse tumbó boca arriba y la dama, al
tiempo quejugueteaba lascivamente con sus enormes
genitales, tomóel voluminoso bálano rojo entre sus labios
sonrosados, ytras estimularlo con enloquecedores toqueteos
hasta que alcanzóuna tensión suprema, provocó con avidez
una descarga desu fecundo flujo, que, espeso y caliente,
entró a chorrosen su hermosa boca y lo engulló.
 
Después la dama,cuyo vicio igualaba al menos al de su
confesor, sesentó a horcajadas sobre su musculoso cuerpo, y
tras obtener otraenorme y resuelta erección, descendió sobre
el palpitanteastil, empalando su hermosa figura sobre la
masa de carne ymúsculo hasta que no quedó nada a la vista,
a excepción delas grandes pelotas que colgaban prietas
debajo del armaenhiesta. De este modo logró de Clement
una cuartadescarga, y envuelta en el aroma de la excesiva
 
 
efusión de semen,así como fatigada a causa de la inusual
duración delentretenimiento, la dama desapareció para
cavilar a placersobre las monstruosas proporciones e
inusitadascapacidades de su gigantesco confesor.
 
 
Capítulo VII
 
 
Cielo Riverostenía una amiga, una damita unos meses mayor que
ella, hija de unacaudalado caballero que vivía cerca de
Mister Verbouc.Julia era, no obstante, de naturaleza menos
voluptuosa ydisposición menos ardiente, y como pronto
descubrió CieloRiveros, no estaba lo bastante madura como para
comprender lossentimientos pasionales ni los intensos
instintos queincitan al goce.
 
Julia era un pocomás alta que su joven amiga, un poco
menos rellena,pero con su figura perfecta y sus exquisitos
rasgos, parecíahaber nacido para deleitar la mirada y
embelesar elcorazón de un artista.
 
Cabría suponerque una pulga no puede describir la
belleza de unapersona, ni siquiera de la de aquellas de
quienes sealimenta. Lo único que sé es que Julia constituía
un placersuculento para mí, y algún día también lo
constituiría paraalguien del sexo masculino, pues tenía una
hechura como paradespertar los deseos de los más
insensibles yseducir con sus gráciles ademanes y su
agradabilísimotalle a los más quisquillosos adoradores de
Venus.
 
El padre de Juliaposeía, como he dicho, holgados
recursos; sumadre era una mujer apagada y bobalicona que
se ocupaba muypoco de su hija; en realidad, no se ocupaba
de nada salvo delos deberes religiosos, a los que dedicaba
una buena partede su tiempo, y de las visitas a las ancianas
devotas delvecindario, que fortalecían aún más sus
inclinaciones.
 
Mister Delmontera relativamente joven. Hombre robusto,
amaba la vida, ypuesto que su piadosa media naranja estaba
demasiado ocupadapara procurarle el solaz matrimonial que
el pobre hombretenía derecho a esperar, acudía a otra parte.
 
 
Mister Delmonttenía una amante: una joven hermosa
que, segúndeduje, se mostraba a su vez mal dispuesta a
contentarse, comosuelen hacer las de su calaña, con su
acaudaladoprotector.
 
Mister Delmont enmodo alguno limitaba sus atenciones a
su amante; suscostumbres eran erráticas y sus gustos
decididamenteeróticos.
 
En estascircunstancias, no era de extrañar que le hubiera
echado el ojo ala hermosa figura en ciernes de la amiga de
su hija, CieloRiveros. Ya había encontrado ocasión de estrechar su
hermosa manoenguantada, de besar —por supuesto de un
modoadecuadamente paternal— la blanca frente, e incluso
de posar la manotrémula —de manera totalmente accidental
— sobre losrollizos muslos.

De hecho, CieloRiveros, más juiciosa y mucho más experimentada
que la mayoría delas muchachas de su tierna edad, estaba al
tanto de que elhombre sólo esperaba una oportunidad para
llevar lacuestión hasta su último extremo.
 
Eso eraprecisamente lo que le hubiera gustado a Cielo Riveros,
pero era objetode una estrecha vigilancia, y la reciente y
vergonzosarelación en la que apenas había empezado a
adentrarseocupaba todos sus pensamientos.
 
El padre Ambrose,en cambio, era del todo consciente de
la necesidad demostrarse cauto, y el buen hombre no dejaba
pasar ocasión,mientras la damita estaba en el confesonario,
de realizarindagaciones directas y pertinentes sobre su
conducta conotros y sobre la conducta de éstos con su
penitente. Fueasí como Cielo Riveros vino a confesar a su guía
espiritual lossentimientos que habían despertado en ella los
avancesrománticos de Mister Delmont.
 
El padre Ambrosele dio buenos consejos y de inmediato
puso a CieloRiveros a la tarea de chuparle el pene.
 
Una vez terminadoeste delicioso episodio, y retirados los
restos del goce,el digno varón, con su astucia habitual,
reflexionó sobrelo que acababa de averiguar. Y no
transcurrió muchotiempo antes de que su sensual y vicioso
cerebroconcibiese un plan audaz y criminal del que yo,
humilde insecto,nunca he conocido igual.
 
 
Por supuesto,había decidido de inmediato que la joven
Julia acabarasiendo suya —eso era lo natural—, pero para
alcanzar este finy divertirse al mismo tiempo con la pasión
que a todas lucesalbergaba Mister Delmont por Cielo Riveros,
aspiraba a unadoble consumación merced a una estratagema
de lo másdesvergonzado y horrible, y que el lector entenderá
a medida queavancemos.
 
Lo primero eracaldear la imaginación de la hermosa Julia
y despertar enella los latentes fuegos de la lujuria.
 
Encomendó el buensacerdote esta noble tarea a Cielo Riveros
quien,debidamente instruida, prometió obediencia de buena
gana.
 
Desde que serompió el hielo en su propio caso, Cielo Riveros, a
decir verdad, nodeseaba nada tanto como convertir a Julia
en alguien tanculpable como ella misma. De modo que puso
manos a la obraen la tarea de corromper a su joven amiga.
En breve veremoshasta qué punto lo consiguió.
 
Apenas habíanpasado unos días desde que la joven Cielo Riveros
se iniciara enlas delicias del crimen incestuoso que ya hemos
relatado, y desdeentonces la joven no había tenido ninguna
otra experiencia,ya que Mister Verbouc había sido reclamado
lejos de suhogar. Al cabo, no obstante, regresó, y Cielo Riveros se
encontró porsegunda vez sola y serena con su tío y el padre
Ambrose.
 
La tarde era fríapero una estufa proporcionaba una
agradable calidezal lujoso aposento, mientras que los
mullidos yelásticos sofás y otomanas con que estaba
amueblada laestancia invitaban a un lánguido reposo. A la
luz brillante deuna lámpara deliciosamente perfumada, los
dos hombressemejaban ostentosos devotos de Baco y Venus,
pues descansabanapenas vestidos y acababan de dar cuenta
de una suntuosacomida.
 
En cuanto a CieloRiveros, se superó a sí misma en belleza.
Ataviada con unencantador salto de cama, medio mostraba,
medio ocultabalas golosinas aún en ciernes de las que bien
podíaenorgullecerse.
 
Los brazosdeliciosamente torneados, las suaves piernas
recubiertas deseda, los senos palpitantes, donde asomaban
 
 
dos pommettesexquisitamente formadas, con las puntas como
fresas, elelegante tobillo y el diminuto pie, calzado en su
ceñido zapatito:éstas y otras hermosuras prestaban sus
diversos encantospara constituir un delicado y cautivador
conjunto quehubiera embriagado a las caprichosas deidades
y del que doslascivos mortales se disponían ahora a gozar.
 
No hizo faltamucho para espolear aún más los infames e
irregularesdeseos de los dos hombres, que ahora, con los ojos
enrojecidos dedeseo, contemplaban a placer el espléndido
ágape que lesaguardaba.
 
Habían dispuestoque nada les interrumpiera, y ambos
buscaban conlascivos attouchements satisfacer las ansias,
concebidas en suimaginación, de manosear lo que veían.
 
Incapaz derefrenar su afán, el sensual tío extendió la
mano, y al tiempoque acercaba hacia sí a su hermosa
sobrina, dejó quesus dedos erraran entre las piernas de ésta.
En cuanto alsacerdote, se apropió de su tierno y lozano busto
y enterró elrostro en él.

Ninguno de ellospermitió que consideración alguna sobre
el recatointerfiriera en su disfrute, y los miembros de los dos
fornidos varonesestaban completamente a la vista y se
mantenían erectosy excitados, los bálanos rojos y relucientes
a Causa de latensión de la sangre y el músculo que
ocultaban.
 
—¡Oh, cómo metocan! —murmuró Cielo Riveros, abriendo
involuntariamentelos muslos blancos a la mano trémula de
su tío mientrasAmbrose casi la ahogaba con sus gruesos
labios al robardeliciosos besos de su boca de rubí.
 
En breve, lacomplacida mano de Cielo Riveros sujetaba en su
cálida palma elmiembro enhiesto del vigoroso sacerdote.
 
—Ah, dulce niña,¿no te parece grande? ¿Y no arde por
derramar susjugos en tu interior? Ay, hija mía, ¡cómo me
excitas! Esamano, esa manita... ¡Ah! Me muero por
hincártelo en esetierno vientre. ¡Bésame, Cielo Riveros! Verbouc,
mire cómo meexcita su sobrina.
 
— ¡Santa madre,qué polla! Mira qué capullo tiene, Cielo Riveros.
Cómo reluce, quélargo y blanco astil, y cómo se curva hacia
arriba, igual queuna serpiente dispuesta a picar a su víctima.
 
 
Mira, CieloRiveros, ya se forma una gota en su punta.

—¡Oh, qué duraestá! ¡Cómo palpita! ¡Cómo se mueve!
Apenas puedosujetarla. Me mata usted con semejantes besos,
me está sorbiendola vida.
 
Mister Verbouc seadelantó al tiempo que mostraba de
nuevo su arma,erecta y de color rojo rubí, con la cabeza
descapuchada yhúmeda.
 
A Cielo Riverosle brillaron los ojos ante la perspectiva.
 
—Debemosorganizar nuestros placeres, Cielo Riveros —dijo su tío
—. Debemos tratarde prolongar nuestros éxtasis tanto como
nos sea posible.Ambrose está ardiendo de deseo; ¡qué
espléndido animaltiene, qué miembro! ¡Está dotado igual
que un asno! ¡Ah,sobrina mía, hija mía, eso dilatará tu rajita,
se hincará en tihasta lo más hondo, y tras un largo proceso
descargará untorrente de leche para tu placer!
 
— ¡Qué dicha!—murmuró Cielo Riveros—. Ansío tenerlo en mi
interior hasta lacintura.
 
—SÍ, sí; noprecipites en exceso el delicioso final; deja que
todos nosocupemos de ello.
 
Ella hubieracontestado, pero en ese momento entró en su
boca el bulbocolorado del asunto de Mister Verbouc.

Cielo Riverosrecibió entre sus labios de coral la cosa rígida y
palpitante consuma avidez, y permitió la entrada de la
cabeza y loslomos hasta donde pudo darles acomodo. Lamió
todo su contornocon la lengua; incluso intentó meter por la
fuerza la puntade ésta en la abertura roja del ápice. Estaba
excitada, fuerade sí. Tenía las mejillas encendidas, respiraba
de manera ansiosay espasmódica. Su mano seguía asiendo el
miembro del salazsacerdote. Su estrecho coñito palpitaba de
placer sólo depensar en lo que vendría a continuación.
 
Podría habercontinuado cosquilleando, frotando y
excitando lahenchida herramienta del lujurioso Ambrose,
pero el dignovarón le hizo señas de que parara.
 
—Espera unmomento, Cielo Riveros —suspiró—. Si sigues así,
harás que fluyala leche.
 
Cielo Riverossoltó el enorme y blanco astil y se recostó para que
su tío pudieramaniobrar a placer entrando y saliendo de su
boca. Mientrastanto, su mirada contemplaba con avidez las
 
 
enormesproporciones de Ambrose.
 
Cielo Riverosnunca había degustado una polla con tanto deleite
como hacía ahoracon la respetable arma de su tío. Por tanto,
aplicaba suslabios a ella con suma apetencia, y succionaba
con glotonería lahumedad que de vez en cuando rezumaba la
punta. MisterVerbouc estaba extasiado con sus
complacientesservicios.
 
El sacerdote sehincó de rodillas, e introduciendo su
cabeza rapadaentre las rodillas de Mister Verbouc, que
estaba de piedelante de su sobrina, abrió los rollizos muslos
de la muchacha, ya la vez que separaba los labios rosados de
su delicadahendidura con los dedos, introdujo la lengua y le
cubrió lasjóvenes y excitadas partes con sus gruesos labios.
 
Cielo Riveros seestremeció de placer: a su tío se le endureció más
y arremetió firmey viciosamente contra su hermosa boca. La
muchacha llevóuna mano a sus pelotas y las estrujó
dulcemente.Descapuchó el caliente astil y lo chupó con
evidente deleite.

—Deje que sederrame —dijo Cielo Riveros, retirando durante un
momento elreluciente capullo de su boca para hablar y
tomar aliento—.Deje que se derrame, tío, me encantaría
saborear laleche.
 
—AsÍ lo harás,querida mía, pero todavía no, no debemos
precipitarnos.
 
—Oh, cómo mechupa, cómo me lame su lengua, padre
Ambrose. Estoyque ardo, ¡me está usted matando!
 
—Ajá, CieloRiveros, ahora no sientes sino placer, te has
reconciliado conlos goces de nuestra incestuosa relación —
añadió MisterVerbouc.
 
—Desde luego quesí, querido tío. Vuelva a meterme la
polla en la boca.
 
—Aún no, CieloRiveros, amor mío.
 
—No me hagaesperar mucho. Me está volviendo loca.
¡Padre, padre!Ay, viene hacia mí, se está preparando para
follarme. ¡Madresanta! ¡Qué polla! ¡Piedad! ¡Me va a partir
en dos!
 
Ambrose,espoleado hasta la furia debido a la deliciosa
tarea que lehabía tenido ocupado, alcanzó una excitación
 
 
excesiva paraquedarse como estaba, y aprovechando que
Mister Verbouc sehabía apartado momentáneamente, se
incorporó ytendió a la hermosa joven sobre el mullido sofá.
 
Verbouc asió elformidable pene del devoto padre y, tras
manosearlo un parde veces, retirar el suave prepucio que
rodeaba el bálanoen forma de huevo y dirigir la ancha y
candente testahacia la hendidura rosada, le urgió a
introducirlo convigor en el vientre de Cielo Riveros, que estaba
tumbada delantede él.
 
La humedad de laspartes de la niña facilitó la inserción
de la cabeza ylos lomos, y el arma del sacerdote quedó
rápidamentesumergida. Se produjeron luego vigorosas
arremetidas, ycon lujuria feroz en su semblante y escasa
piedad por lajuventud de su víctima, Ambrose la folló con
entusiasmo. Laexcitación de Cielo Riveros anuló toda sensación de
dolor, de modoque abrió cuanto pudo sus hermosas piernas
y le permitióregodearse tanto como deseaba.
 
De los labiosentreabiertos de Cielo Riveros escapó un fuerte
gemido de éxtasisal percibir que la enorme arma, dura como
el hierro, leoprimía el útero y la dilataba con su enorme
volumen.
 
Mister Verbouc,de pie cerca de la excitada pareja, y sin
perder detalle dela rijosa escena, colocó su propio miembro,
apenas menosvigoroso, en la mano convulsa de su sobrina.
 
En cuanto Ambrosenotó que se había introducido con
firmeza en elhermoso cuerpo que tenía debajo, refrenó su
ansia, ysolicitando la ayuda de la maravillosa facultad de
dominio de símismo que poseía en tan extraordinario grado,
paseó sus manostrémulas por las caderas de la muchacha, se
retiró el hábitoy dejó al descubierto su barriga velluda, con
la que a cadaprofundo embate restregaba la suave motte de
la joven.
 
Ahora, en efecto,el sacerdote empezó a aplicarse con
fervor. Conacometidas vigorosas y regulares se enterró en la
tierna figura quetenía debajo de sí.  Arremetía
apasionadamente; CieloRiveros le echó los brazos al fornido cuello.
Las pelotas deleclesiástico daban aldabonazos contra el
rollizo traserode ella, su herramienta estaba ensartada hasta
 
 
los pelos, que,negros y crespos, cubrían abundantemente su
voluminosabarriga.
 
—i¡Ya lo haconseguido! Mire a su sobrina, Verbouc.
Observe cómodisfruta de las recomendaciones de la Iglesia.
¡Ah, quéapreturas! ¡Cómo me pellizca con su estrecho coñito
desnudo!

—;¡Ay,queridísimo mío! ¡Ay, buen padre, siga jodiendo,
me corro! Empuje,empuje más. Máteme con ella si le place,
pero sigamoviéndose. ¡Así! Ay, cielos. ¡Ah! ¡Ah! ¡Qué grande
es! ¡Cómo mepenetra usted!
 
El sofá volvió azarandearse considerablemente y a crujir
bajo las rápidasembestidas de Ambrose.
 
—¡Ay, Dios!—gritó Cielo Riveros—, ¡me está matando, esto es
demasiado, deverdad, me muero, me corro! —y con un
chillido ahogadola muchacha estalló y por segunda vez
inundó el gruesomiembro que tan deliciosamente la forjaba
como al hierro.
 
La luenga pollase caldeó y se endureció más aún. La
punta también sehinchó y todo el tremendo asunto parecía
listo parareventar con generosidad. La joven Cielo Riveros gemía
palabrasincoherentes de las cuales la única audible era
«joder».
 
Ambrose, ya deltodo preparado, y percibiendo su enorme
asunto atenazadopor las tiernas partes de la muchacha, no
pudo aguantarmás, y al tiempo que asía el trasero de Cielo Riveros
con ambas manos,se hincó en toda su tremenda longitud y
descargó,lanzando los espesos chorros de flujo, uno tras otro,
en el interior desu compañera de juegos.
 
Dejó escapar unrugido como el de una bestia salvaje al
notar que laleche caliente salía de él a borbotones.
 
—¡Ah, aquí viene!Me está inundando. Lo noto. ¡Ay, qué
delicia!
 
La polla delsacerdote arremetía inexorablemente contra
las entrañas de CieloRiveros, y su bálano hinchado seguía inyectando
la semillanacarada en el joven útero.

—¡Oh, quécantidad me ha dado! —observó Cielo Riveros, al
tiempo que seponía en pie tambaleante y contemplaba el
espeso y cálidoflujo que le corría piernas abajo—. ¡Qué
 
 
blanco yresbaladizo es!
 
Ésa eraexactamente la coyuntura que más ansiaba su tío,
y por tantoprocedió tranquilamente a aprovecharse de ella.
Vio las hermosasmedias de seda empapadas por completo;
metió los dedosentre los sonrosados labios de su tierno coño
y extendió sobresu vientre y muslos lampiños el semen que
rezumaba.
 
Después decolocar convenientemente a su sobrina
delante de sí,Mister Verbouc mostró una vez más su rígido y
velludo campeón,y excitado por las excepcionales
circunstanciascon que tanto se deleitaba, contempló con
ardor apremiantelas tiernas partes de la joven Cielo Riveros,
cubiertas porcompleto como estaban por la descarga del
sacerdote yexudando aún espesas y copiosas gotas de su
fecundo flujo.
 
Cielo Riveros,tal como él le pidió, abrió las piernas al máximo.
Ansioso, su tíose plantó desnudo entre sus jóvenes y rollizos
muslos.

— Aguanta, miquerida sobrina. Mi polla no es tan gruesa
ni tan larga comola del padre Ambrose, pero sé muy bien
cómo follar yluego ya me dirás si la leche de tu tío no es tan
espesa y acrecomo la del eclesiástico. Mira lo tiesa que la
tengo.
 
—¡Ah, cómo mehace usted anhelarla! —dijo Cielo Riveros—. Ya
veo su estimadoaparato esperando su turno; ¡qué rojo está!
Empuje, queridotío, ya estoy preparada de nuevo, y el buen
padre Ambrose halubricado abundantemente el camino para
usted.
 
El miembro, yaduro y con el bálano enrojecido, tocó los
labiosentreabiertos tan resbaladizos como dispuestos; el
bálano entróenseguida, el enorme astil le siguió de
inmediato, y conunos cuantos firmes embates, pronto el
ejemplar parienteestuvo enterrado hasta las pelotas en el
vientre de susobrina y pudo refocilarse en la copiosa
evidencia delprevio goce impío de la joven con el padre
Ambrose.
 
—¡Mi querido tío!—exclamó la muchacha—, ¡recuerde a
quién se folla!No es ninguna desconocida, es la hija de su
 
 
hermano, supropia sobrina. ¡Jódame pues, tío! ¡Ensárteme
toda su fuertepolla! ¡Jódame! Ah, sí, joda, joda hasta que su
incestuosasustancia se derrame en mi interior... ¡Ah, ah!
¡Oh! —Y subyugadapor las salaces ideas que evocaba, Cielo Riveros,
para gran dichade su tío, dio rienda suelta a la sensualidad
más desbocada.
 
El tenaz varón,feliz de poder satisfacer sus placeres
favoritos,prodigaba embates rápidos e intensos. A pesar de
que la hendidurade su hermosa adversaria estaba anegada,
era no obstantetan pequeña y estrecha por naturaleza que se
vio atenazado delmodo más delicioso por la ceñida abertura,
y su placeraumentó rápidamente.
 
Verbouc selevantaba y se lanzaba sobre el delicioso
cuerpo de sujoven sobrina; se hincaba ferozmente con cada
arremetida, y CieloRiveros se aferraba a él con la tenacidad de la
lujuria aúninsatisfecha. Su polla estaba cada vez más dura y
caliente.
 
La excitaciónpronto sé hizo casi insoportable. La propia
Cielo Riverosdisfrutaba del incestuoso encuentro a más no poder. Al
cabo, con unsollozo, Mister Verbouc cayó sobre su sobrina y
se corrió,mientras el cálido flujo salía de él a chorros y
volvía a inundarsu útero. Cielo Riveros también alcanzó el clímax, y
al tiempo quenotaba y acogía la intensa inyección, ofrecía
pruebasigualmente ardorosas de su disfrute.
 
Tras culminar deeste modo la cópula, a Cielo Riveros se le
permitió hacerlas necesarias abluciones, y luego, tras un
reconfortantevaso de vino para todos, los tres se sentaron y
planearon unadiabólica trama para conseguir la deshonra y
disfrute de lahermosa Julia Delmont.
 
Cielo Riverosreconoció que Mister Delmont sin duda estaba
enamorado deella, y que a todas luces sólo buscaba una
oportunidad paraencarrilar la cuestión hacia su objetivo.
 
El padre Ambroseconfesó que su miembro se le
empalmaba a lamera mención del nombre de la hermosa
muchacha. Élsolía escuchar a Julia en confesión, y ahora
reconoció entrerisas que no podía evitar tocarse en el
confesonario; elaliento de la joven le provocaba agonías de
anhelo sensual,era auténtico perfume.
 
 
Mister Verbouc sedeclaró igualmente ansioso por
disfrutar de lastiernas golosinas cuya descripción había
enfervorizado sulujuria, pero la cuestión era cómo poner en
práctica latrama.
 
—Si la tomara sinpreparación, le reventaría sus partes —
exclamó el padreAmbrose, exhibiendo una vez más su
aparatorubicundo, humeante todavía y con la prueba de su
último disfruteaún sin retirar.
 
—Yo no podríaposeerla en primer lugar. Necesito la
excitación de unacópula previa —objetó Mister Verbouc.

—Me gustaría vera la muchacha bien desflorada —dijo
Cielo Riveros—.Contemplaré la operación con placer, y cuando el
padre Ambrosehaya hecho entrar su enorme cosa en su
interior, usted,tío, podría ofrecerme la suya para
compensarme porel obsequio que le estamos haciendo a la
hermosa Julia.
 
—Sí, eso seríadoblemente delicioso.
 
—i¡Lo que hay quehacer! —exclamó Cielo Riveros—. Madre santa,
qué rígida vuelvea estar su cosa, querido padre Ambrose.
 
—Se me ocurre unaidea que me provoca una violenta
erección con sólopensar en ella; ponerla en práctica sería el
colmo de lalujuria, y por consiguiente del placer.
 
—¡Oigámosla!—exclamaron los dos al unísono.
 
—Un momento —dijoel eclesiástico, mientras permitía
que Cielo Riverosretirara levemente la capucha púrpura de su
herramienta y lecosquilleara con la punta de la lengua el
orificiohumedecido—. Presten oídos —dijo Ambrose—.
Mister Delmontestá prendado de Cielo Riveros. Nosotros lo estamos
de su hija, y anuestra niña, esta que ahora me chupa el
arma, le gustaríaque la tierna Julia la tuviera ensartada
hasta lo máshondo, sólo para dar a su perverso y salaz
cuerpecillo otradosis de placer. Hasta aquí, todos estamos de
acuerdo. Ahorapréstenme atención, y por el momento, Cielo Riveros,
deja tranquila miherramienta. El plan es el siguiente. Sé que
la pequeña Juliano es insensible a sus instintos animales; de
hecho, eldiablillo ya siente las espoladas de la carne. Un
poco depersuasión y otro poco de misterio harán el resto.
Julia consentiráen obtener alivio de las dulces punzadas del
 
 
apetito carnal. CieloRiveros debe estimularla y alentar la idea.
Mientras tanto CieloRiveros puede ir dando esperanzas a su estimado
Delmont. Puedepermitirle que se le declare, si así le place;
de hecho, eso esnecesario para el éxito del plan. Luego
entraré yo enescena; sugeriré que Mister Verbouc es un
hombre por encimade cualquier prejuicio vulgar, y que a
cambio de ciertasuma que deberá convenirse, entregará a su
sobrina, hermosay virgen, a sus exaltados abrazos.
 
—Eso no acaba deconvencerme —comenzó Cielo Riveros.
 
—No veo adóndequiere usted llegar —terció Mister
Verbouc—. Noestaremos más cerca de la consecución de
nuestro objetivo.
 
—Un momento—continuó el eclesiástico—. Hasta aquí,
todos hemosestado de acuerdo: bien, Cielo Riveros será vendida a
Mister Delmont;se le permitirá saciarse de sus bellos
encantos ensecreto, ella no le verá, ni él a ella, al menos no
su semblante, quepermanecerá oculto. Se le llevará a una
agradableestancia, contemplará el cuerpo, desnudo por
completo, de unahermosa jovencita, sabrá que es su víctima
y disfrutará deella.
 
—¡O sea, de mí!—interrumpió Cielo Riveros—. ¿A qué viene todo
este misterio?
 
El padre Ambroseesbozó una sonrisa morbosa.

—Ya lo verás, CieloRiveros, ten un poco de paciencia. Queremos
disfrutar deJulia Delmont. Mister Delmont quiere disfrutar
de ti. Sólopodemos alcanzar nuestro objetivo si, al mismo
tiempo, evitamostodo escándalo. Mister Delmont debe ser
silenciado; deotro modo, es posible que paguemos cara la
violación de suhija. Lo que tengo planeado es que el lascivo
Mister Delmontviole a su propia hija, en vez de a Cielo Riveros, y
que trasdespejarnos el camino, nos aprovechemos de ello
para satisfacertambién nuestra lascivia. Si Mister Delmont
cae en la trampa,podemos ponerle al corriente de su incesto
y recompensarlecon el auténtico disfrute de nuestra dulce
Cielo Riveros, obien actuaremos según dicten las circunstancias.
 
—Oh, estoy apunto de correrme —gritó Mister Verbouc
—, tengo el armaa punto de estallar. ¡Qué ardid! ¡Qué
deliciosaperspectiva!
 
 
Ambos hombres seincorporaron. Cielo Riveros se vio envuelta en
sus abrazos. Dosarmas duras y voluminosas presionaron su
tierna figura. Lallevaron hacia el sofá.
 
Ambrose se tendióde espaldas; Cielo Riveros montó a horcajadas
sobre él, tomó elpene de semental en su hermosa mano y se
lo metió en laraja.
 
Mister Verbouclos miraba.
 
Cielo Riverosdescendió hasta que la enorme arma estuvo alojada
por completo.Luego se tumbó sobre el fornido padre y
comenzó una seriede movimientos ondulantes y deliciosos.
 
Mister Verboucveía subir y bajar su hermoso trasero, que
se entreabría ycerraba a cada embate.
 
Ambrose habíaentrado hasta la empuñadura, eso era
evidente, susgrandes pelotas colgaban prietas y los gruesos
labios de laspartes en ciernes de Cielo Riveros descendían sobre ellas
cada vez que sedejaba caer.
 
La escena leresultó excesiva. El virtuoso tío se subió al
sofá, dirigió sulargo pene hinchado hacia el trasero de la
hermosa CieloRiveros y sin apenas dificultad logró encajárselo, pese
a su excepcionallongitud, en las entrañas.
 
El trasero de susobrina era redondo y suave como el
terciopelo, y supiel blanca como el alabastro. Verbouc, no
obstante, no sedetuvo en contemplaciones. Su miembro
había penetrado,y notaba la estrecha compresión del
músculo y lapequeña entrada, que provocaba en él un efecto
sin par. Las dospollas, sólo separadas por una membrana, se
refregaban entresí.
 
Cielo Riverosacusaba el efecto enloquecedor de esta doble
jouissance. Laexcitación se tornó tremenda, hasta que, al fin,
el enardecimientode la lucha trajo su propio desahogo y
borbotones deleche inundaron a la hermosa Cielo Riveros.
 
Después de eso,Ambrose descargó dos veces en la boca de
Cielo Riveros,donde su tío también emitió el incestuoso flujo, y esta
culminación pusopunto final al entretenimiento.
 
Cielo Riverosllevó a cabo esta operación de tal modo que suscitó
los más cálidosencomios de sus compañeros.
 
Sentada en elextremo de una silla, los recibió, a uno tras
otro, de piedelante de ella, de modo que la rígida arma del
 
 
otro estaba casia la altura de sus labios de coral. Metiéndose
entonces laglándula aterciopelada en la boca, empleó sus
hermosas manospara acariciar, cosquillear y excitar el astil y
sus apéndices.Así se empleó todo el poder nervioso de su
compañero dejuegos, y con el pene dilatado a más no poder,
disfrutó de esalasciva estimulación hasta que los indecorosos
toqueteos de CieloRiveros se tornaron excesivos, y entre suspiros de
emoción extática,la boca y el gaznate de ésta quedaron
repentinamenteinundados por un impetuoso torrente de
leche.

puta



La glotoncilla selo tragó todo; de haber tenido
oportunidad,habría hecho lo mismo una docena de veces.
 
 

1 comentarios - el diario de una pulga X Katherine Riveros relato clásico 4

nukissy1329
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