Grabo a mi mujer rmontando y reventando la polla de mi amigo

Grabo y fotografío a mi esposa Cecilia, Chupando y Cabalgando la Polla de mi Amigo en un Polvazo Salvaje a Pesar de su Tamaño.

Soy Edu, y joder, todavía me pongo a mil cuando pienso en esa noche.

Cecilia, mi mujer, es una fiera: 42 años, un culo que te hace perder el sentido y unas tetas que piden a gritos que las toques.

Hace unas semanas, le conté lo de Marcos, mi colega de toda la vida. Un tío que parece sacado de un anuncio: 45 años, músculos como rocas, ojos celestes que derriten, pero con un problema que lo tiene jodido: su polla es diminuta, un micropene que lo ha hundido porque sus ex lo dejaron por eso.

Cuando se lo conté a Cecilia, sus ojos se encendieron con ese morbo suyo que me vuelve loco.

“Eso tiene que ser una pasada, Edu. Quiero probarlo”, me dijo, mordiéndose el labio.

Yo, que me caliento solo de verla así, le dije:

“Monta el plan, reina”.

Organizamos una cena en casa. Cecilia se puso un vestido rojo que era una locura: tan pegado que parecía pintado, con un escote que dejaba sus tetas al borde de escapar muy cortito que a la mínima que se incline o cruce de piernas se le veía todo..


Debajo, llevaba un conjunto de lencería negra con detalles dorados de encaje que me enseñó antes: la parte de abajo muy fina que se perdían entre sus nalgas, y delante se lo comía su gran coño entre los labios vaginales. Para rematar, se puso un antifaz negro de encaje, porque sabía que yo iba a grabar y sacar fotos.


“Quiero que sea anónimo, pero que te pongas a tope viéndome”, me dijo, guiñándome un ojo.

Joder, ya estaba duro solo de imaginarlo.


Marcos llegó a la cena, nervioso, con una camisa blanca que marcaba sus bíceps y unos vaqueros que no podían ocultar su inseguridad. Cecilia lo provocaba sin piedad: le rozaba la mano, se inclinaba para que viera su escote, y yo veía cómo él tragaba saliva, sudando como si estuviera en un interrogatorio. Después de un par de botellas de vino, Cecilia soltó la bomba:

“¿Y si nos vamos a un motel? Algo diferente”.

Marcos me miró como pidiendo auxilio, y yo, con una sonrisa, le dije: “Venga, colega, déjate llevar”. Sabía lo que venía, y mi polla ya estaba pidiéndome acción.

Llegamos a un motel con un jacuzzi que prometía guerra. Cecilia se quitó el vestido en un segundo, quedándose con la lencería negra y el antifaz, que la hacía parecer una diosa porno.



Marcos estaba pálido, pero no podía quitarle los ojos de encima. Yo saqué el móvil, listo para grabar y sacar fotos, y me senté en sillón rojo que había al lado con la mejor vista. Cecilia lo llevó al jacuzzi, el agua caliente haciendo que su piel brillara.

“Relájate, Marcos”, le susurró, quitándole la camisa y desabrochándole los pantalones.

Cuando le bajó los bóxers, ahí estaba: su polla, pequeña, casi un botón, pero dura como una piedra. Cecilia no se inmutó; al contrario, se relamió los labios como si fuera un postre.





Antes de subirse encima de él,

Cecilia se agachó en el jacuzzi, el agua salpicándole el antifaz. Agarró la pollita de Marcos con una mano y, sin dudarlo, se la metió en la boca. Joder, ver su lengua, con ese piercing plateado que lleva, lamiendo esa polla diminuta fue una locura. La chupaba con una fuerza que parecía que iba a arrancársela, succionando tan duro que Marcos dio un respingo, sus manos temblando en el borde del jacuzzi. Cecilia se la tragó entera, porque era tan pequeña que le cabía sin esfuerzo, y el piercing de su lengua le rozaba la punta, haciendo que Marcos jadeara como si le estuvieran electrocutando.

“¡Joder, Ceci!”, soltó él, con los ojos en blanco,

Yo grababa cada segundo, el móvil temblándome porque estaba a punto de reventar. Saqué fotos de su boca devorando esa pollita, del piercing brillando bajo el agua, del antifaz dándole ese toque de misterio.



Después de chupársela como si no hubiera un mañana,

Cecilia se subió encima de él, abriendo las piernas. Enfoqué con el móvil y, joder, ver sus labios vaginales, enormes, carnosos, empapados, abriendo su coño para tragarse esa pollita fue como una película porno en vivo. Era como si su coño, jugoso y hambriento, estuviera devorando a Marcos, absorbiéndolo entero.





Ella empezó a montarlo, moviendo las caderas como si estuviera cabalgando un pollón enorme.

“¡Joder, sí!”, gritaba, y sus gemidos eran tan fuertes que retumbaban.

Yo grababa, sudando, sacando fotos de su coño engullendo la polla de Marcos, del antifaz cubriendo sus ojos, de sus tetas rebotando con cada embestida.

Marcos, que al principio estaba acojonado, se soltó como un animal. Agarró las tetas de Cecilia con las dos manos, apretándolas tan fuerte que ella chilló, un grito agudo que me puso la piel de gallina. Luego las mordió, clavándole los dientes en los pezones, y Cecilia gritaba más, una mezcla de dolor y placer que me volvía loco.

“¡Sigue, cabrón, no pares!”, le decía, y él obedecía, chupando y mordiendo como si quisiera comérsela.


Yo no paraba de grabar, los gemidos de Cecilia eran como un incendio, cada “¡ahhh!” y “¡joder!” me ponía más caliente.

Las fotos salían brutales: su coño abierto, la pollita de Marcos desapareciendo dentro, el antifaz haciéndola parecer una desconocida salida de un sueño sucio.

Marcos no aguantó mucho. Su cara se torció, y soltó un gruñido que parecía de bestia mientras se corría, temblando como si nunca hubiera sentido algo así.

Cecilia lo miró, con una sonrisa de triunfo, pero no había terminado. Me hizo una seña, y tiré el móvil un segundo para meterme al jacuzzi.

“Ahora los dos”, dijo, con esa voz que me mata.

La pusimos en posición, y juntos la penetramos vaginalmente. Sentí su coño, caliente, apretado, lleno de la leche de Marcos y de su propia humedad. Los dos la follamos, sincronizados, mientras ella gritaba como poseída. El móvil, apoyado en un costado de jacuzzi, seguía grabando, capturando sus chillidos, el chapoteo del agua, mi polla y la de Marcos entrando y saliendo de su coño.

Fue una locura. Los dos explotamos dentro de ella, llenándola de leche hasta que no pudo más. Cecilia se retorció, su cuerpo temblando en un orgasmo brutal, gritando tan fuerte que pensé que nos echarían. Sus ojos, escondidos tras el antifaz, debían estar en blanco, porque su cuerpo se convulsionó como si hubiera tocado el puto cielo.

Nos quedamos en el jacuzzi, hechos polvo pero felices. Cecilia, con el antifaz todavía puesto, nos sonrió como si hubiera ganado el mundo.

Marcos, con cara de haber visto a Dios, balbuceó un “joder, gracias”.

Cecilia me dio un beso, sus labios sabiendo a sexo y vino, y supe que esto no se lo contábamos a nadie. Me susurró al oído:

”Siempre me gustaron las pollas grandes pero a partir de hoy me muero de morbo por pollas pequeñitas” algo nuevo para su lista.

Pero cada vez que veo esos vídeos y fotos, con los gritos de Cecilia, su boca chupando la pollita de Marcos, su coño devorándolo y el antifaz dándole ese toque de diosa prohibida, me pongo duro como si fuera la primera vez.

Asi es Ceci mi huracán de esposa y por eso a pesar de llevar más de 26 años juntos cada día la amo más porque no deja de sorpréndeme.

Edu